Zoquetes


Lema “zoquete”. Diccionario de Autoridades, RAE A 1739, p. 570,1.

Cumplí mi compromiso y compré Mal de escuela (1) el viernes 12 de septiembre, día de su publicación. Voy leyendo las páginas poco a poco para saborear una obra cuidada por el autor con mucho esmero porque es autobiográfica, retratando en primera persona la historia de un zoquete, su microhistoria ó intrahistoria en expresión muy feliz de José Antonio Marina, bautizado como tal por el estereotipo social de la niña o del niño que la sociedad lo califica así “por sus resultados” en clase. Porque son rudos, tardos en aprender, ó percibir las cosas que se le enseñan o se le dicen.

Ha comenzado esta semana el Curso escolar y académico (no es lo mismo…) 2008-2009. Y a lo largo del mismo, ya se sabe científicamente que se declararán “zoquetes” profesionales a miles de niñas y niños, adolescentes y jóvenes a los que la vida se le aparecerá ya siempre como algo sombrío, en una epifanía nada halagüeña para sobrevivir en ella. Y me ha parecido fantástico hacer una llamada de atención sobre esta realidad social que se encarga de etiquetar “para toda la vida” a cerebros infantiles que en sí mismos no son estructuras preparadas para ser “zoquetes”.

Daniel Pennacchioni, justifica las razones de por qué ha escrito este libro, dedicado al dolor compartido del zoquete, sus padres y sus profesores, la interacción de esos pesares de escuela. Y es cierto que es necesario dedicar muchas horas de reflexión e investigación a esta realidad social, porque muchos fracasos existenciales se deben a la elaboración cerebral de esta seña de identidad otorgada siempre por las personas que están presentes en nuestras vidas infantiles. Y esta calificación social, muy centrada en la escuela y en la familia, se convierte en una auténtica pesadilla en las niñas y en los niños que la sufren.

Y es que el primer día que oyes hablar de esta plaga, los zoquetes y, desgraciadamente, la primera vez que llaman a una niña o a un niño “zoquete”, se declara la guerra interna de la personilla que lo sufre: “… [los zoquetes] se cuentan sin parar la historia de su zoquetería: soy nulo, nunca lo conseguiré, no siquiera vale la pena intentarlo, está jodido de antemano, ya os lo había dicho, la escuela no es para mí… La escuela les parece un club muy cerrado cuya entrada se prohíbe. Con la ayuda de algunos profesores, a veces.”. Quizá recordamos ahora con mayor afecto y efecto aquella expresión tan feliz de Groucho Marx, que serviría como mecanismo de defensa del yo rudo: «Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo.»

Y Daniel Pennac (el zoquete Pennacchioni) inicia su andadura autoexplicativa en el primer capítulo utilizando una experiencia real ocurrida en el basurero de Djibuti, al caerse en él cuando solo tenía seis años, como símbolo de que cuando te bautizan como zoquete profesional, ya estás perdido para la escuela y, posiblemente, para la vida: “La imagen del basurero, a fin de cuentas, se adecua bastante a esa imagen de deshecho que experimenta el alumno que está perdido para la escuela”. Y en basurero se convierten también determinadas áreas de escuelas, colegios e internados que aceptan “recoger” a los “deshechos escolares”. ¡Cuántas preguntas nos podemos hacer al respecto! Y basureros son también los reductos sociales que al final tienen que frecuentar las personas que al final no logran desembarazarse del estereotipo “zoquete” como lacra que les acompaña siempre. Porque su profesión está muy bien definida: zoquete.

Cuando se desconoce la quintaesencia de las personas, de sus cerebros, todo puede ocurrir en la vida, en cualquiera de sus manifestaciones. Porque la calificación de tardas en aprender, ó percibir las cosas que se le enseñan o se le dicen, puede tener causas que hoy se pueden descubrir y atender cuando se presta atención profesional a las mismas, bien por detección ajena o propia. Los cerebros humanos tienen un gran recorrido vital en su construcción y plasticidad, demostrada por la investigación neurológica actual, sin que se tengan que tildar de enfermedad mental y social ciertos desajustes en el aprendizaje rutinario, muy centrado en la escuela infantil y juvenil, en un tramo de la vida en el que la autoestima se forja paulatinamente. Además, sabemos muy poco de determinadas reacciones en la “tardanza para aprender”.

Y Pennac desarrolla su primer capítulo con un hilo conductor aleccionador siempre: la superestructura del miedo, sobre la que se comienza a fundamentar el crecimiento en la vida a partir del momento en que se toma conciencia de la “zoquetería”: “En todo caso, así es, el miedo fue el gran tema de mi escolaridad: su cerrojo. Y la urgencia del profesor en que me convertí fue curar el miedo de mis peores alumnos para hacer saltar esos cerrojo, para que el saber tuviera la oportunidad de pasar”.

Al finalizar el primer capítulo, hago una pausa en la lectura, como también las hacemos a lo largo de la vida. Porque el secreto del miedo no declarado me anima a investigar su correlación con el estereotipo “zoquete”, por un etiquetado social que determinado profesorado, determinadas madres y determinados padres permiten anunciar a los cuatro vientos acompañado de orejas de burro que tanto pueden llegar a desencantar la vida de las niñas, de los niños, que todas las personas llevamos dentro, y que les impiden realizar un consejo precioso de Saramago: déjate llevar por el niño que fuiste.

Sevilla, 20/IX/2008

(1) Pennac, D. (2008). Mal de escuela. Barcelona: Random House Mondaori.

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