No es bueno que el hombre esté solo

hombre pensando

Así lo aprendió mi generación desde que tuvimos uso de razón. Dios lo tuvo claro desde el principio de los tiempos, porque frente a la creación de los cielos y la tierra, de los mares, que ya eran buenos por sí mismos, la del hombre vio que era muy buena, así como la de la mujer. Pero había un motivo que pesó mucho en la tradición oral de los pueblos ribereños, cerca del Tigres y del Éufrates y tenía que ver con una sospecha de ese Dios creador acerca de los problemas que podría tener el hombre si se quedaba solo cuando comenzaba a vivir. Y esa situación tan llamativa llevó a Dios a la creación de la mujer.

El problema vino después, cuando se quedaron solos los dos. Ahí comenzó la historia tan difícil del ser humano, la del dolor del mal hasta nuestros días. Al fin y al cabo, todo tiene que ver con la soledad cuando nos enfrentamos ante el bien y el mal: “por culpa de una serpiente comimos de la fruta prohibida y desde entonces hemos elaborado una macrohistoria de culpa y rescate que no nos deja vivir en paz. Y hemos grabado a fuego la responsabilidad transcultural de la mujer, del animal hembra en forma de serpiente, que echó a perder la vida tranquila en el paraíso: ¡mujer tenía que ser! El relato de la creación, en Génesis 3,1, deja bien claro el rol que iba a jugar en la historia de la humanidad la famosa serpiente porque “era el más astuto de los animales del campo que Dios había hecho. Y dijo a la mujer: “¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles el jardín?” Respondió la mujer a la serpiente: “Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.” Replicó la serpiente a la mujer: “De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día que comiéreis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”. Y la mujer comió el fruto de este árbol del medio del jardín y dio también a su marido. Y lo que descubrieron es que estaban desnudos ante la vida sin entender nada” (1).

El relato anterior corresponde a la tradición cananea acerca de la creación del mundo. El evolucionismo no entra en estos detalles, porque su punto de partida es otro, pero he querido comenzar con este relato tan clásico porque coincide en su base de constatación histórica con lo que pasaba hace millones de años con la situación de los hombres solos.

Es curioso saber que las personas no quieren estar solas consigo mismas. Un artículo publicado recientemente en la revista Science, viene a confirmarlo: ““Nuestra investigación”, dicen Wilson y sus colegas de Virginia y Harvard, “muestra que la mayor parte de la gente prefiere estar haciendo algo —incluso dañarse a sí mismos— que no hacer nada o sentarse en soledad con sus pensamientos” (2). Los 11 experimentos muestran de distintas formas que los participantes, antes de quedarse solos consigo mismos, prefieren escuchar música, navegar por la Red o mandar mensajes de móvil. Incluso recibir una desagradable descarga eléctrica y largarse a su casa antes de que pasen los 10 minutos”. Se supone que nuestros antepasados preferían seguir cazando ininterrumpidamente, andar por caminos angostos y agotarse en nuevas experiencias guerreras y artesanales, antes que quedarse parados y solos, aunque la investigación actual confirma que a los chimpancés les gusta estar solos. Un contradiós científico para los creacionistas: “por mucho que nos empeñemos, no les gusta conversar. Pasa como en los tiempos que corren, donde en todos los terrenos sociales, políticos, empresariales, universitarios, familiares, nos esforzamos en hablar porque nos aterra la soledad. Quizá porque cuando el chimpancé dio el salto a la humanización se dio cuenta de que después de tantos años era necesario un primer motor inmóvil (Aristóteles), algunos lo llaman Dios o deidad, que justificara la puesta en marcha de la maquinaria del mundo y que permitiera a las células controladas por el cerebro articular sonidos estructurados de necesidad y deseo consciente para que nos entendiéramos. La experiencia de Atlanta refuerza una tesis emocionante. Si algo califica de humanidad a la mujer y al hombre es la capacidad de comunicarse. A pesar de los tiempos que corren que incluso nos impiden mirarnos a la cara para decirnos algo” (3).

El problema actual radica en que nos da miedo quedarnos con la mente en blanco, necesitando continuamente cine, televisión, telefonía móvil videojuegos, salir de compras, trabajo frenético, etc., algo que el cerebro no puede controlar fácilmente, es decir, se necesita estar haciendo siempre algo ante el miedo de encontrarnos con nosotros mismos, el horror del vacío existencial: “El primer autor del estudio no cree que ese horror al vacío sea una consecuencia del ritmo frenético de la sociedad actual o la seducción incesante de las novedades tecnológicas. Más bien piensa que esa interminable sucesión de innovaciones técnicas son una consecuencia de nuestra sed natural de actividad. Primero fue el horror al vacío, y después vino Whatsapp a paliarlo. Antes había libros y punto de cruz para la misma función”.

El verano es una oportunidad para experimentar estos resultados de soledad odiada. La estadística es muy terca y muchas parejas suelen llegar a su final en esta estación, porque se encuentran en una situación de desocupación que las deja temporalmente solas ante su propio peligro, que cada uno conoce bien. También, para encontrar sentido ante la mente en blanco, una experiencia inolvidable cuando nos ayuda a ser mejores, porque iniciamos probablemente un viaje interior sobre una bicicleta imaginaria para ir a alguna parte en este verano. Y no hay que confundir hacer algo con estar con alguien. Ahí está la diferencia en el miedo a la soledad, a pesar del Génesis, porque es muy bueno que las personas, a veces, estén solas…

Sevilla, 8/VII/2014

(1) http://www.joseantoniocobena.com/?p=290
(2) Sampedro, Javier (2014, 3 de julio). A solas con sus pensamientos. El País.
(3) http://www.joseantoniocobena.com/?p=66

2 respuestas a «No es bueno que el hombre esté solo»

  1. Increible pero cierto, todo ello es así, el hombre está tan poco acostumbrado (quizás por miedo) a mirarse a sí mismo, escucharse a sí mismo, sentirse a sí mismo, y en general a conocerse a sí mismo, que trata insconciencientemente en la mayoría de la veces de «estar haciendo algo», con la inmensa pérdida del conocimiento a tu persona.
    Estupendo post J. Antonio.

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