2019: una odisea de Andalucía

manuscrito odisea

Manuscrito de la Odisea

¿Quién va a negar a estas alturas de la película política española que 2019 es, en principio, una odisea en Andalucía? Recomponiéndonos poco a poco del terremoto reciente desde la perspectiva electoral, asistimos a un momento crucial para el comienzo de una odisea en el sentido más clásico del término, en cualquiera de las dos acepciones aceptadas por el Diccionario de la RAE: viaje largo, en el que abundan las aventuras adversas y favorables al viajero o sucesión de peripecias, por lo general desagradables, que le ocurren a alguien.

Traigo a mi memoria de hipocampo el objetivo que ya pretendió Stanley Kubrick, en 1968, con su película, 2001: una odisea del espacio, cuando manifestaba que era “una experiencia no verbal: de dos horas y 19 minutos de película, en la que sólo hay un poco menos de 40 minutos de diálogo. Traté de crear una experiencia visual que trascendiera las limitaciones del lenguaje y penetrara directamente en el subconsciente con su carga emotiva y filosófica. Quise que la película fuera una experiencia intensamente subjetiva que alcanzara al espectador a un nivel interno de conciencia como lo hace la música”.

Me quedo con la idea de que ahora lo que hace falta son amores del Gobierno correspondiente y no solo buenas razones, tal y como he escrito recientemente en este cuaderno de “derrota” (en lenguaje marino), porque nos pesa mucho el subconsciente y necesitamos, sobre todo, que la política convertida en “amores” concretos nos alcance, como decía Kubrick, para que pase como con la música, algo que lo he podido experimentar casi a diario: que los hechos verdaderos de los compromisos políticos que se descubren con una legislación adecuada y garantista estén con nosotros, acompañándonos en la alegría y ayudándonos a resolver los problemas de la vida diaria difícil desde cualquier perspectiva de la existencia (Musica laetitiae comes, medicina dolorum).

El desconcierto ahora es importante en Andalucía, porque se acaba una larga etapa socialista en la que se han asentado la democracia y sus contrarios también, porque es la condición humana. Queda todavía mucho por analizar y sacar las conclusiones más acertadas para corregir todos los errores cometidos. Es una tarea ciclópea que debe abordar inmediatamente la izquierda andaluza de forma integral e integrada. Los que vienen, entran en terreno desconocido que pretenden explorar con auditorías integrales. A diferencia también de la película de Kubrick, hace falta mucho diálogo centrado en una piedra angular: respetar el interés general de la ciudadanía, del pueblo, de la gente. Y con la sombra de aquella enigmática frase de Lenin, ¿qué hacer?, en la que crecí en tiempos de una España difícil, creo que cada líder político llamado a poder presidir Andalucía, como símbolo de la auténtica democracia, debe iniciar y mantener diálogos permanentes para llegar a consensos que permitan iniciar la legislatura con acuerdos viables y representativos de una Andalucía diferente. De esta forma, cada persona, sola o acompañada, siguiendo el ejemplo de sus políticos de cabecera o sensatos hasta límites insospechados, podrá trabajar por otra Andalucía mejor, porque es posible, dialogando sin límite alguno, sin esperar que el telediario, las noticias a través de diferentes medios, o las opiniones de barra de café, vengan a solucionar los problemas acuciantes que atraviesan España, Andalucía, las familias andaluzas concretamente, por hablar de lo más próximo en el espacio y tiempo postelectoral. Pero ¿qué hacer ante tamaña odisea?, porque es donde se distingue principalmente que, en la odisea política, todos no son o somos iguales.

Lo escribí ya en 2012, casi antes de ayer, al comienzo de la crisis que estamos arrastrando hasta hoy: “Lo primero, tomar conciencia de que no existen recetas maravillosas, ni bálsamos de Fierabrás, para luchar contra los molinos de viento que azotan la economía doméstica, para empezar, pero no de la misma forma a todos, es decir, hay que tomar conciencia de que universalizar la bondad o la maldad, la riqueza o la pobreza, no es el camino a andar. Nunca, nunca, porque la realidad es personal e intransferible, siendo la responsabilidad personal primero y la colectiva después, en todos los casos, la que nos permitirá salir del fango económico y financiero en el que estamos instalados. Hay que recuperar de forma urgente, casi crítica, la lucha por los valores fundamentales de las personas, cada uno en su sitio, ya seamos ciudadanos de a pie o administradores públicos, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, con ejemplos muy sencillos, de las pequeñas cosas de cada día: honradez en el cumplimiento de los deberes personales, familiares y laborales, hasta en sus últimas consecuencias, los deberes derivados del cumplimiento del trabajo bien hecho, no chapucero, tan habitual ya; los deberes fiscales, plantando cara ante el escaqueo fiscal, colectivo, como por ejemplo el fraude del IVA, en una pregunta instalada en la sociedad civil y admitida como normal: ¿factura con IVA o sin IVA?; plantar cara a los alardes de cómo engañar a la Hacienda Pública, porque la sangría del empleo sumergido hunde de forma comparativa a las personas dignas, que trabajan muy bien todos los días, pero que asisten a un continuo espectáculo de café para todos y de servicios sociales, sanitarios y educativos que no se financian de aire sino que necesitan de la participación económica ciudadana, cuando algunas personas no los merecen, porque no participan para nada en la construcción social de una familia, trabajo, barrio o comunidad mejor, a través de los impuestos, sino que asiste desde su sillón particular al diseño de un mundo imposible, sencillamente porque no existe. Eso sí, porque solucionarlo es la responsabilidad de otros, siempre”. Es donde se distingue principalmente que en la odisea política todos no son o somos iguales.

Y ante un programa de gobierno de consenso, tal y como lo han ordenado las urnas, surge una pregunta obvia: ¿tengo yo que hacer algo en esta situación o sigo confiando en que esta situación la resuelvan solo los políticos, los de arriba?, ¿no tendré yo alguna parte de esa responsabilidad en lo que está pasando por acción u omisión? ¿Qué hacer? Para empezar, exigir este diálogo, pero de forma celular, activa y ejemplar, con generosidad absoluta y amplitud de miras hacia los que tienen la mayor pobreza que existe: no ser dueños de su inteligencia para pedir, denunciar y obtener lo que es legítimo para ser personas, para exigir ese diálogo de nuestros mayores políticos a los que hemos confiado nuestro voto. Porque si hay dignidad personal y colectiva, pública y privada, habrá trabajo, control de la corrupción, programas políticos sensatos y que den respuesta a las problemáticas sociales actuales, dado que las ideologías y las economías no son inocentes y los Gobiernos tampoco. Hay que tener claro también y defenderlo a los cuatro vientos que no todos somos o son iguales en el Gobierno y que no se debe confundir valor y precio, como hace todo necio. Lo que hay que hacer con urgencia es desenmascarar a las personas indignas, cualquiera que sea el lugar que ocupen en la sociedad, arriba o abajo, en la derecha, en el centro o en la izquierda de cada persona.

¿Qué hacer? Creer en el interés público, el general, en el que tanto insiste la Constitución actual, por encima del personal o el de partido con siglas concretas: es la única solución, aunque haya que cambiar cuestiones vitales en el desarrollo actual de la misma, porque si nos podemos salvar todos, siempre será mejor que uno solo, o unos pocos, sobre todo aquellos que mueven los hilos de la marioneta mundial de la economía de mercado, a través del rating, de las primas de riesgo, de los bancos malos de remate, etcétera, etcétera. Solidaridad frente a codicia. Interés público, general, para salvar la situación del empleo, de la educación, salud y servicios sociales para todos los que lo necesiten, no solo para los que puedan acceder a ellos con privilegios o porque puedan pagarlos. Es donde se distingue principalmente que, en la odisea política, todos no son o somos iguales.

En definitiva, frente a los mercados implacables, simbolizado en aquellas palabras de la campaña de Clinton y sus adláteres actuales, ”¡Es la economía, idiota”!, hay que gritar muy fuerte: “¡Es el diálogo, el interés público!”. Sin más. Y sin insultar como lo hicieron ellos, como lo hacen todavía en el momento actual, creyendo que la malla mundial de personas que habitan el planeta Tierra o, por extensión, España o Andalucía, es tonta. O estúpida, como creían en 1992 y creen muchos todavía hoy. Colaborando todos como si fuéramos grandes hermanos de esta aventura tan especial que se inicia ahora en Andalucía.

Es donde se distingue principalmente que, en la odisea política, todos no son o somos iguales.

Sevilla, 20/I/2019

NOTA: imagen recuperada hoy de un manuscrito de la Odisea en https://es.wikipedia.org/wiki/Odisea