Cuando se va del timbo al tambo, en palabras del maestro García Márquez, se añora en el tiempo revuelto que nos rodea, dedicar una parte del mismo a la opción tranquila de la vida, en todas sus vertientes. Vivimos en unos momentos en los que hay que buscar con linterna, como Diógenes a las personas, un tiempo de tranquilidad en un contexto revuelto de compulsión global. Y creo que es posible, es más, imprescindible, porque el cerebro lo necesita, entre otras recomendaciones propias y asociadas, para unos días de supuesto descanso programado en el marco de las vacaciones.
El cerebro está programado y entrenado para organizar la vida propia de cada persona. Y necesita descansar, siendo el sueño un momento de acoplamiento de todas las entradas diarias que necesitan alojarse en compartimentos que todavía las neurociencias no han logrado descifrar, aunque estemos cerca de ello. Y durante la etapa de vigilia de cada persona, el cerebro obedece normalmente a entrenamientos personales e intransferibles a lo largo de la vida, tomando decisiones a cada momento. Aquí es donde se produce todos los días la temible disociación entre las decisiones rápidas y las tranquilas. Más lo primero que lo segundo, aunque hay que reconocer que los juicios y las decisiones rápidas se toman además en un contexto de incertidumbre total, como nos ocurre en la crisis actual. Esta es la tesis a descifrar que plantea de forma excelente el Premio Nobel de Economía 2002, Daniel Kahneman, psicólogo de profesión, al que admiro desde que tuve conocimiento de él hace bastantes años.
Se ha publicado recientemente un libro suyo excelente, Pensar rápido, pensar despacio (1), que recomiendo para la lectura tranquila [sic]en las próximas vacaciones de cada uno, de cada una, sobre todo de quien tenga el privilegio de disfrutarlas porque no esté en el peor paro –vacación permanente- que se pueda estar cuando se dispone de salud física, psíquica y social suficiente: el mental, afectado por no poder disfrutar del trabajo remunerado que es el que permite a cada persona, por el mero hecho de serlo, tener señas de identidad y construir día a día la legítima autoestima, por tener la posibilidad de alcanzarla por medios propios, a través del dinero, aunque no solo de él, porque poderoso caballero es. En mi casa se interpretaba así, como el peor de los augurios, salvando lo que hay que salvar (mutatis mutandis), ante cualquier seña de aburrimiento personal y/ó familiar, y así lo aprendí: cuando el demonio no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas…
Kahneman describe la vida mental “con la metáfora de dos agentes. El Sistema 1, que produce pensamiento rápido, intuitivo y con apenas esfuerzo, y el Sistema 2, lento, perezoso, no siempre activado y que requiere cálculos complejos y atención. El Sistema 1, por ejemplo, no sabe resolver automáticamente el problema de multiplicar 28×53. El Sistema 2, en cambio, con ciertas limitaciones, es el único que puede seguir reglas, comparar objetos en varios de sus atributos y hacer elecciones deliberadas entre opciones. Esta división del trabajo es muy eficiente, pero siempre hay que tener en cuenta que en el Sistema 1 hay sesgos y no se puede desconectar a voluntad. Así tenemos dificultad de apreciar nuestros errores, aunque nos resulta más fácil detectar los ajenos. En este libro, en definitiva, se muestra que el Sistema 1 es más influyente de lo que nuestra experiencia nos dice, y es “el secreto autor de muchas de las elecciones y los juicios que hacemos” (2).
Espero aprender despacio lo que la vida y mi cerebro me ordenan como decisión rápida, inmediata, imprescindible. Probablemente, después de leer este libro con la atención que merece, aprenda que el mundo de secreto de cada persona hay que pararlo momentáneamente o dejarlo en ralentí, para que en la próxima toma de decisiones no se deje convencer, a través de las decisiones de mi inteligencia, por el secreto autor de la última elección y decisión que tomé en un tiempo revuelto, muy próximo. Y lo mejor. Que no me vuelva a suceder en el aquí y ahora que me acompaña siempre, porque ya estoy entrenando a mi inteligencia creativa y ejecutiva, para que las próximas órdenes decisorias estén garantizadas por mi cerebro al buscar en el almacén de grabaciones tranquilas. Como las que podré llevar a cabo en estas vacaciones que pueden ser, desde ahora, muy diferentes a las demás, gracias a Daniel Kahneman, que en un momento de ataque de autosuficiencia de la sociedad mundial le puede llegar a preguntar ¿qué hace un psicólogo como tú en un mundo como éste, de la economía, tan sabia ella…?. Probablemente tuviera razón Enrique Morente cuando cantaba aquella soleá de la ciencia, avanzando en nuestra aventura particular de cerebros pensantes, tranquilos, ilusionándonos con el saber compartido sobre la esencia de este palo: interpretar los puntos cardinales de la existencia: la vida, el dolor, el amor y la muerte, desde la inteligencia del Sur:
Presumes que eres la ciencia
Yo no lo comprendo así
Cómo siendo tú la ciencia
No me has comprendido a mí
Sevilla, 29/VII/2012
(1) Kahneman, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Barcelona: Debate.
(2) Perdices de Blas, Luis, (2012, 28 de julio), Las limitaciones de la racionalidad, en Babelia (El País), pág. 9
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