Cartas de quince líneas

CARTAS DE QUINCE LINEAS1

Entrego hoy a la Noosfera un nuevo libro, CARTAS DE QUINCE LINEAS, recopilando en este caso las cartas que a lo largo de los años he escrito en mi blog. Como siempre, agradezco su lectura, aunque el prólogo y el epílogo, centran bien mis aspiraciones al escribirlas.

Sevilla, 21/III/2014

El libro se distribuye bajo una Licencia Creative Commons 4.0 Internacional, basada en una obra centrada en el blog www.joseantoniocobena.com, en los términos que figuran al finalizar un adelanto del Prólogo que reproduzco a continuación:

Prólogo

Decía Cicerón que en algún momento hay que decir las cosas tal y como son, a pesar de que se demuestre siempre que cuando las personas están ausentes se puede escribir mejor, porque las cartas no se ruborizan, las personas sí. Este es uno de los tres epígrafes de un libro extraordinario de Mario Benedetti, Buzón de tiempo. Es verdad que estamos viviendo una época en que los buzones de cartas ya figuran como piezas decorativas del mobiliario urbano, habiendo perdido el encanto que en su tiempo tuvieron, cuando, en mi caso, me dirigía a ellos para echar una carta, casi siempre desde mi persona de secreto, probablemente pensando también en ese momento que tenía que transcurrir un tiempo inquietante hasta que fuera leída, porque iniciaba un viaje hacia alguna persona, hacia alguna parte. No sabía, a veces, cómo iba a ser interpretada. Yo sí conocía cómo la había escrito y su calidad intrínseca.

El libro que tienes en tu pantalla, no tanto en tus manos, quizá sí en tu dedo índice (dedo maestro en la revolución digital, tal y como lo concibió en su momento Steve Jobs), recopila las cartas que he guardado en mi blog durante muchos años, siendo su fondo y forma el que tanto he defendido a lo largo de mi vida: el mundo sólo tiene interés hacia adelante. Y es curioso constatar que las cartas tienen su valor cuando miramos hacia atrás, porque se escribieron en un momento determinado y por una determinada razón, es decir, escribimos desde dentro, como acusaban a Juan Ramón Jiménez en su etapa de persona que no entendía casi nadie.

A la hora de escribir estas cartas, jugó un papel muy importante la memoria de hipocampo, tantas veces citadas en mi blog y que resumo en un post escrito en 2010: “Hace ya mucho tiempo, se descubrió en un país de nunca jamás, una palabra sorprendente, porque el rey del cerebro (así lo llamaban los habitantes del lugar) no sabía cómo explicarla: emocionentes. Solo se conocía una muy parecida: inteligentes, pero era cierto que tendría que salir a cabalgar en un curioso equino cerebral, el hipocampo (caballo encorvado, caballito del mar) [en la imagen de la portada], que juega un papel tan importante en la carrera de la vida humana, para susurrar a este pequeño corcel, en sus oídos, que hay que identificar bien el largo camino de la memoria. Cabalgando despacio, porque el rey entendió que era posible conocerle bien y saber qué papel tan trascendental juega en la vida de cada una, de cada uno”.

Las cartas suelen respetar siempre su intrahistoria, el momento exacto en que fueron escritas: “Son cosas que ocurren cuando guardamos la vida, las pequeñas cosas que has apreciado y que después han sido el futuro, en cajas de cartón piedra, en un trastero, como un símbolo, pero que no deben detener el tiempo de existir, en su caso, el tiempo de escribir”. Me encanta escribirlas, aunque ya depende de un teclado como es el caso del momento en que estoy escribiendo este prólogo. Ya no se utiliza el cálamo en sus distintas versiones, pero lo importante no es centrarse en el medio con el que se escriben, dependiendo del túnel del tiempo, sino en su fondo, porque las palabras que dan forma de carta, responden a una determinada inteligencia, a una forma de entender la vida y sus cosas, traduciendo probablemente sentimientos y emociones.

Las que figuran a continuación, excepto algunos artículos de contexto, tenían una exigencia de la revista dominical en las que se publicaron o, al menos, enviaba para que fueran publicadas y, en su caso, elegidas como la carta de la semana: no debían sobrepasar quince líneas, muy lejos todavía de la maravillosa concreción que aprendí en su momento de Monterroso, aunque en este caso se refiriera al arte del relato.

Son muy variados los temas tratados, pero todos están salpicados del principio de realidad que motivó escribirlas, porque la lectura de cada número semanal, deparaba una fuente de inspiración maravillosa, sobre todo cuando se trataba de personas que decían o hacían algo especial en la vida, escribiendo de antemano páginas de sus personas de secreto y de todos. Aquello que decían era un motivo más que suficiente para escribir sobre ello, dando mi punto de vista. Nada más. Aunque pensé muchas veces que cuando se leyeran, sus palabras podían ruborizar al lector, situándome frente a Cicerón, como hoy puede ocurrir contigo, lector o lectora de las mismas.

Ahí radicaba el secreto de su escritura, porque no son inocentes. Como las ideologías, tal y como lo escribí en el artículo dedicado a Benedetti: […] El cerebro, en sí mismo, no se ruboriza. Solo pide auxilio a los sentimientos cuando la maquinaria perfecta cerebral atisba el sufrimiento humano. Y siempre queda el buzón de tiempo […]”.

Sevilla, 21 de marzo de 2014

Licencia de Creative Commons
Cartas de quince líneas by José Antonio Cobeña Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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