Las cosas del pasante

La sabiduría popular es digna de atención siempre. El pueblo no sabrá expresarse en términos técnicos -según los «sabios»-, pero sabe mucho de la profundidad de la vida. Es que pasar hojas de este voluminoso «libro», cuesta una existencia vivida a fondo todos los días. Afortunadamente, vivir nos corresponde a todos.

No hace mucho tiempo, tuve oportunidad de conectar con el mundo de la enfermedad. Una bendita mujer «de pueblo» -creo que deberíamos pensar mucho en esta expresión tópico- me visitó junto con su hijo que, poco a poco, estaba quedándose ciego en tan temprana edad, cuatro años, y quería ver claro el porqué de esta situación inexplicable. Argumentos no me hubieran faltado para situar el hecho y recorriendo cielos y tierra, hubiéramos llegado a las justificaciones más sofisticadas. Y he aquÍ que surgió una de las mejores defensas del Dios incomprensible que muchas veces hemos presentado frente a la enfermedad: «mire usted, yo creo que la culpa de lo que tiene mi hijo no la puede tener Dios; éstas, deben ser las «cosas del pasante».

El pasante en Andalucía tiene un sentido muy rico. Se reconoce como tal al médico sustituto del titular en cualquier consulta. Habría que conocer el trasfondo sociológico del término para entender en su justa medida esta magnífica expresión, que en muchos años de contacto popular no la he logrado borrar de mi mente a la hora de hacerme las últimas preguntas sobre el problema del mal en general.

Vivimos una época en la que, de una forma u otra, somos víctimas de las cosas del «pasante». El silencio de Dios se deja escuchar cada día con más insistencia, y el hombre, la creación entera, el mundo y sus cosas -como los mejores pasantes- sufren las consecuencias de un desorden cuya etiología tiene los más diversos matices: teológicos, bio-psicológicos, naturales, técnicos, etc., pero que, a la hora de la «verdad», se nos escapa en su explicación humana.

Las cosas de la vida pueden ser las cosas de Dios. Hasta ahora era difícil comprenderlo así. Cada cosa tenía su sitio preestablecido. Aún así, a Dios no hay quien lo quite el puesto, porque como muy bien dice González Ruiz, «Dios es el totalmente otro». El problema estriba en que los pseudo-dioses que hemos fabricado, incluido el hombre que quiere dominar al otro hombre desde cualquier perspectiva, son los pasantes de esta época. El mundo no le entiende así, pero el hombre andaluz está preparado para comprender estas cosas, porque, al fin y al cabo, sabe mucho de «pasantes» a lo largo de siglos y de los últimos cuarenta años, donde ha sido el gran olvidado, porque lo creían ciego para ver la realidad de su existencia. Es que esta señora llamada Andalucía, ha comprendido muy bien el problema de sus hijos.

El Correo de Andalucía, 16/X/1977, pág. 3

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