Necesidad de crisis y necesidad de religación

Asistimos a unos momentos emocionantes de la historia de España. Tan acostumbrados a la cuna «peyorativa» nacional, es difícil plantear, no sin un cierto miedo ontológico, caminos por descubrir y problemas por resolver. Aun así, no hay que neurotizarse, pero sí hacerse críticos a nivel individual y colectivo. En esta nueva etapa socialista y socializante, la individualidad tiende una mano al «otro» hombre en búsqueda de intercomunicación y del «nosotros» dinámico, positivo. De esta forma llegamos al «filo cortante de la existencia», según Martin Buber, porque esencialmente nos abrimos al otro, al tú, dejando abierta la habitación interior, manifestando públicamente la existencia de un hombre de secreto. Reconocernos ontológicamente inseguros, nos ofrece unas posibilidades óptimas de realización. La conciencia de privación de lo más o menos elemental, nos sitúa en dimensión de indigencia, lo cual, a través de nudos sucesivos, desembocará en el encuentro con un ser que «ofrece» a nivel humano-trascendente o sobrenatural. El hombre es un proceso que se desarrolla o se niega.

Un hombre inmerso en la historia tiene que reconocer a priori que es fruto de la misma historia y de sus crisis. Esta situación es compartida por los cuatro mil millones de hombres que pueblan la Tierra. Según el filósofo Ferrater Mora, hay cinco estadios fundamentales que nos pueden llevar a considerar la crisis de todos en la actualidad: la Revolución americana, la Revolución francesa, la Revolución industrial-inglesa, el nacionalismo y la expansión colonial. Todos fueron animados, alentados y experimentados por algunos hombres, por ideologías que pretendían justificar los numerosos porqués de aquellos momentos. Y tuvieron sus consecuencias intelectuales. A este propósito, me parece muy interesante el análisis que Lukács hace de la destrucción de la razón, es decir, el irracionalismo desde Schelling hasta Hitler. Es una filosofía de la historia muy aguda y crítica, centrada en un argumento harto expresivo: «no hay ninguna ideología inocente: la actitud favorable o contraria a la razón decide, al mismo tiempo, en cuanto a la esencia de una filosofía como tal filosofía en cuanto a la misión que está llamada a cumplir en el desarrollo social. Entre otras razones, porque la razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y; por tanto, impulsándola o entorpeciéndola». (1)

Se ve claro cómo la cuestión social aglutina desde hace muchas décadas la preocupación del hombre. Se ha tomado conciencia paulatinamente de la necesidad del compromiso, pero en muchas ocasiones sólo en el terreno ideológico. Así surgen de nuevo las preguntas radicales del hombre, explicitadas en una dinámica social: ¿Qué es el hombre?, ¿sabe organizarse?, ¿merece organizarse?, ¿qué ha hecho de la historia y de su historia?, ¿quién tiene razón hoy: Diógenes, Qohélet, Jesús de Nazareth, Hobbes, Marx, Hitler ó Skinner?

La historia ha demostrado que el hombre sólo encuentra respuestas parciales. Pero parece que la religión y la política (en sus acepciones etimológicas más puras), siguen abriendo camino a las crisis de todos. La insatisfacción del hombre contemporáneo le lleva a buscar una religación, no entendida como inscripción a una determinada religión o partido político, sino como reconocimiento de su trascendencia como persona, a nivel de existencia, de trabajo, de familia, de política, de religión, etc., proyectado en el encuentro con el tú: «No es el yo fundamental eso que busca el poeta, sino el tú esencial» (Antonio Machado).
 
Las respuestas de Ernst Bloch a estas inquietudes me parecen sensacionales. Es, en definitiva, valorar el impulso cósmico, calmar la sed y el hambre existencial a través de una comprensión radical de la vida. Es, desde otro punto de vista, la confluencia en omega de toda vida humana, por la fuerza de atracción que ejerce el amor sobre la existencia.

Es necesario y hoy más que nunca, no ser aséptico. Por ello, me confieso existencialmente, profesando un credo cósmico: creo firmemente que la mejor respuesta a toda crisis la encontramos en una respuesta a la vida, en un grito constante por la existencia de todos, en una praxis cristiana, dado que la experiencia transhistórica de Jesús de Nazareth, supo anticiparse a la realidad del tiempo actual en cuanto al fondo. Desde Éxodo 3, 14 hasta Apocalipsis 21, 6, se podría hacer exégesis de algo muy importante: el hombre quiere ser libre por encima de mundo y Dios, es decir, el hombre solo quiere llegar a ser lo que verdaderamente es: persona (Kierkegaard).

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(1) Lukács, G. (1976). El asalto a la razón, Barcelona: Grijalbo, pág. 4 s.
El Correo de Andalucía, 12/VII/1977, pág. 3