Peter Pan sigue salvando sueños y vidas

Peter Pan

Sevilla, 15/VI/2023

En la última singladura virtual con mi imaginaria carabela saramaguiana, de cuyo nombre quiero acordarme hoy especialmente, “La Isla Desconocida”, he localizado una noticia esperanzadora sobre adolescentes ingresados en el Great Ormond Street Hospital, en Londres, al haberse producido allí un hecho relevante en los niños enfermos de un tipo de leucemia muy agresivo, cuyos resultados se publicaron ayer en una prestigiosa revista científica, Base-Edited CAR7 T Cells for Relapsed T-Cell Acute Lymphoblastic Leukemia | NEJM. Este avance espectacular lo conocí ayer también en un artículo publicado en el diario EL PAÍS, Un ‘lápiz’ genético logra la remisión de una leucemia letal en dos adolescentes desahuciados, que me emocionó especialmente al leer que parte de la financiación para esta investigación se lleva a cabo con los derechos de autor que recibe el hospital por la obra de J.M. Barrie, Peter Pan, porque los regaló en 1929 al citado centro sanitario. Como se informa en su página web oficial: “A lo largo de los años, esta generosa donación ha proporcionado una importante fuente de ingresos para ayudar a respaldar el trabajo del hospital y ayudar a brindar a los niños gravemente enfermos la mejor oportunidad. para realizar su potencial de vida”. Aunque los derechos de autor expiraron por primera vez en el Reino Unido (y el resto de Europa) en 1987, 50 años después de la muerte de Barrie, en 1996, el plazo de los derechos de autor se extendió a 70 años después de la muerte del autor en toda la Unión Europea, lo que significó que Peter Pan disfrutó de los derechos de autor revividos hasta el 31 de diciembre de 2007, después de lo cual pasó al dominio público en Europa.

Fruto de esta investigación sobre bases genéticas se han llevado a cabo de una forma sorprendente: “Es una de las historias más fascinantes de la medicina. El investigador español Francis Mojica descubrió por casualidad, en 2003, que ciertos microbios de unas salinas de Alicante emplean unas tijeras moleculares para eliminar virus invasores troceando su material genético. La química estadounidense Jennifer Doudna y la bioquímica francesa Emmanuelle Charpentier se percataron en 2012 de que esas tijeras microbianas, bautizadas CRISPR, podían servir para modificar el ADN y acabaron ganando por ello el Premio Nobel. En 2016, el químico estadounidense David Liu inventó la segunda generación de las herramientas CRISPR, los editores de bases, más parecidos a un lápiz con goma, capaz de borrar una sola letra del ADN y sustituirla por otra. Hace un año, Alyssa, una adolescente británica de 13 años con una leucemia muy agresiva, se convirtió en la primera persona beneficiada por los editores de bases. Hoy Alyssa está en su casa, con una remisión completa de su cáncer. Los científicos implicados publican este miércoles los detalles de su caso y los de otros dos jóvenes”.

He sido un niño que he admirado siempre a Peter Pan, aunque cuando era un niño, hacía las cosas de niño, aferrándome en algunas ocasiones a él, tan niño como yo, porque no quería crecer en un mundo al revés de cartón piedra diseñado a veces por el enemigo y un ejemplo vale más que mil palabras. Cuando solo tenía diez años iba al campo de La Campana con mis amigos, en Madrid, justo donde ha crecido el famoso Pirulí y el barrio nuevo en terrenos de La Elipa. La razón era maravillosa: lanzar un cohete “habitado o tripulado” utilizando una funda de aluminio de puro habano, en la que introducíamos una mosca viva en la zona redondeada final, dentro de una cápsula de plástico. En la parte de la tapa enroscable abríamos un agujero central para colocar una mecha en contacto con pólvora mezclada artesanalmente en nuestras casas con los componentes que comprábamos en la droguería de nuestro barrio “Salamanca”, sede del discreto encanto de la burguesía: carbón vegetal, azufre y clorato potásico. Montábamos un trípode de lanzamiento con piezas metálicas del Mecano de casa y encendíamos la mecha en un momento mágico para probar a qué altura éramos capaces de hacer volar aquel artefacto y, cuando caía a tierra, comprobar si la mosca seguía viva. Fueron muchos intentos fallidos, alguno con escaso éxito, otros un auténtico fracaso, pero lo que constato hoy al recordar esta breve historia es que teníamos una curiosidad insaciable, porque si la perra “Laika” (ladradora en ruso) lo había hecho viajando en el Sputnik 2, por qué nuestra mosca querida no podía alcanzar una altura considerable. En cualquier caso, queda acreditado que nos interesaba más aquello que la perra Marilín, de Herta Frankel, famosa en aquellos tiempos o la mula Francis, porque disfrutábamos en nuestro estatus de Peter Pan, soñando que casi todo era posible.

Los locos bajitos, a los que cantaba maravillosamente Joan Manel Serrat, también éramos curiosos incorregibles, como se pudo comprobar en aquel Cabo Cañaveral improvisado en el campo La Campana de mi niñez rediviva en Madrid, siempre tan cerca de Peter Pan. Esa es la razón de por qué hoy sigo pensando que otro mundo es posible, porque el que aprendimos a vivir con justificaciones creacionistas se agota por horas, siendo la ciencia como en el caso del hospital de Londres citado, la que facilita avances maravillosos para entregar vida a niños y adolescentes de todo el mundo gracias a los derechos de autor del cuento de J.M. Barrie. Hoy, comprendo mejor que nunca que nos encantara tener como amigo imaginario a Peter Pan, aquel defensor acérrimo del mundo de nunca jamás, hoy, de siempre es posible. O Jesús de Nazaret, un héroe de mi infancia, siempre presente en la educación creacionista, cuando se dormía en el cabezal del barco por lo cansado que estaba…, no por sus milagros, tal y como nos lo comentaba en directo el joven periodista Marcos, porque se empeñó en transmitirnos que era una persona corriente, singular. O Rafael Alberti, que me ha recordado siempre a lo largo de mi vida que cuando se abre el debate de pensamiento y sentimiento, hay que escuchar siempre el corazón, sencillamente porque es más fuerte que el viento. Es verdad: si la curiosidad o la investigación no tienen sentimiento…, sólo es eso, curiosidad, investigación a secas. Algo así es lo que se ha llevado a cabo en el Great Ormond Street Hospital, en Londres, aunque esta maravillosa aventura científica no haya hecho nada más que empezar a dar sus frutos.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!