
Sevilla, 30/IX/2021
En tiempos de mentiras por doquier, posverdades y falsas noticias, la ley de Crosby adquiere hoy día una dimensión especial, agrandándose su fundamento, aunque nos parezca paradójico en tiempos tan modernos y en los que desgraciadamente estamos instalados en el principio de desconfianza hacia todo lo que se anuncia y se mueve. En tal sentido, publiqué hace cuarenta y cuatro años un artículo en la página de opinión de un diario muy querido en la Transición en Andalucía, el Correo de Andalucía, editado en Sevilla y con un compromiso encomiable de su dirección y profesionales, más allá de toda sospecha, que recupero hoy, en el que sólo cambio la palabra “hombre”, que utilicé en su sentido filosófico más puro, por persona (en cursiva), para adaptarlo a la nueva concepción del ser humano en la historia. Juzgue usted, como lector o lectora, su actualidad. Lo que si deja claro es que la verdad, como hilo conductor de la vida personal y profesional, hay que construirla entre todos, siguiendo al pie de la letra la recomendación que aprendí hace ya muchos años de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.
Han pasado muchos siglos desde que los atenienses contemporáneos de Platón corrían todos los días hacia el areópago, ávidos siempre de la última noticia, aunque tenían un principio de confianza, envidiable hoy, que consistía en que sabían a ciencia cierta que todo lo que allí se anunciaba y comentaba era verdad (alétheia, en estado puro). Habían aprendido de Parménides, a distinguir la verdad de la simple opinión. Recuerdo esta lección histórica y de corte presocrático en los momentos actuales, en los que cualquier noticia se propaga de forma viral, aunque sea el mayor de los bulos o la mayor de las mentiras jamás contada. Basta que se programe en los robots de Facebook o Twitter el seguimiento jerárquico de determinadas tendencias en rabioso tiempo real, trending topics, para convertirlas en el mantra de credibilidad mundial para un mundo descreído, que se manifiesta incluso en solo 140 caracteres que pueden hundir el mundo si seguimos por estos derroteros.
Comparto de nuevo aquél artículo, cuarenta y cuatro años después, porque sigue vigente en cada palabra. Lamentablemente, tengo que asumir que después del tiempo transcurrido, la ley de Crosby sigue vigente. Por tanto, estamos obligatoriamente obligados a derogarla, entre todos, a la mayor brevedad posible, hasta que al igual que los atenienses citados, acudamos ávidos de conocimiento a las noticias de cada día con el convencimiento de que no nos engañan. Porque todos los medios de comunicación no son iguales, ni tampoco todas las personas que publican o comentan a diario lo que pasa, en las redes sociales, aunque ninguno sea inocente. Lo he manifestado en muchas ocasiones en este cuaderno digital: no existen ideologías inocentes, siguiendo de cerca el pensamiento de Georgy Lukács. Lo importante es saber distinguir las que defienden y luchan por la verdad y la dignidad del ser humano y las que no lo hacen, mintiendo con una desvergüenza proverbial. Ahí está la diferencia, porque todos los voceros no son iguales. John Crosby lo sabía y lo elevó a rango de ley.
La ley de Crosby
Cuando comunico y emito ideas, recuerdo siempre la denominada «ley de Crosby», elaborada por John Crosby, crítico televisivo del «New York Herald Tribune»: «cuanto más importante sea el argumento de un periodista o locutor micrófono en mano, tanto menor es la influencia que se ejerce sobre el individuo lector o telespectador».
Es verdad. Desde un punto de vista social, la saturación de mensajes que provocan a las personas implicando su yo, ha tocado techo en determinados ambientes, siendo muy bajo el nivel de respuesta en la audiencia. De hecho, la noticia más trivial alcanza, a veces, un ámbito mucho más amplio que la «noticia comprometedora».
¿Inhibición, evasión o diversión? No, más bien saturación y erosión de vida auténtica por fraude en la comunicación. Una prensa, radio y televisión que durante muchos años ha utilizado argumentos huecos e intrascendentes, ha preparado un camino difícil para un nuevo rostro de seriedad y autenticidad en la noticia, en el artículo o en el mensaje.
La imagen y la lectura fácil han entrado hasta ahora en los hogares «como Pedro por su casa». Era la cotidianidad. Es lógico pensar que en esta «nueva época», necesitamos de una transformación urgente de los medios de comunicación social, para imprimir a las rotativas, micrófonos e imágenes, un espíritu de lucha y autenticidad labrado en argumentos importantes que refuten la ley de Crosby.
La renovación requiere elección, donde siempre se prescinde de algo. Una época de crisis como la nuestra, que sitúa a las personas en continuas encrucijadas, necesita hilos conductores claves para llevar a esas personas a una existencia auténtica prescindiendo de los famosos cortocircuitos de la mentira hecha noticia. Y estos hilos conductores podrían ser prolongación de mensajes emitidos y transmitidos en una constante de libertad, claridad y honradez.
Quizá esta continuidad de la noticia seria y veraz podría influir positivamente sobre la masa. Además, el momento histórico que atravesamos es el más propicio para la verdad. El agotamiento y la saturación del ser humano occidental, manifestado en su cansancio existencial, reclaman urgentemente argumentos importantes que den sentido a su vida. Por ello, ojalá se pudiera proclamar pronto a los cuatro vientos esta noticia: «para general conocimiento de cada persona actual, la ley de Crosby ha quedado derogada».
El Correo de Andalucía, 9/VIII/1977, pág. 3
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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