Miguel Hernández nos dejó su palabra desde una cárcel de agosto

Josefina Manresa y Miguel Hernández, 1937

Recordar a Miguel Hernández es un deber de España, un deber de amor.

Pablo Neruda

Sevilla, 5/VIII/2023

En el mes de agosto de este año, en el que ha pasado a ser de dominio público la obra de Miguel Hernández, deseo recordar un poema suyo precioso, Después del amor, escrito entre 1938 y 1941 durante su estancia en la cárcel, aunque fue publicado póstumamente por primera vez en 1958, en Cancionero y romancero de ausencias. Hoy, comparto con la malla pensante de la humanidad, porque es el lugar donde debe estar, fuera del mercado, un poema que nos dejó para que siempre lo cuidáramos con esmero, lejos de mercancías, dictaduras y ultraderechas que no entienden de amor, pero sí de odio:

No pudimos ser. La tierra
no pudo tanto. No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto.
Un pie se acerca a lo claro.
En lo oscuro insiste el otro.
Porque el amor no es perpetuo
en nadie, ni en mí tampoco.
El odio aguarda su instante
dentro del carbón más hondo.
Rojo es el odio y nutrido.
El amor, pálido y solo.

Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odio.

Llueve tiempo, llueve tiempo.
Y un día triste entre todos,
triste por toda la tierra,
triste desde mí hasta el lobo,
dormimos y despertamos
con un tigre entre los ojos.

Piedras, hombres como piedras,
duros y plenos de encono,
chocan en el aire, donde
chocan las piedras de pronto.

Soledades que hoy rechazan
y ayer juntaban sus rostros.
Soledades que en el beso
guardan el rugido sordo.
Soledades para siempre.
Soledades sin apoyo.

Cuerpos como un mar voraz,
entrechocado, furioso.

Solitariamente atados
por el amor, por el odio,
por las venas surgen hombres,
cruzan las ciudades, torvos.

En el corazón arraiga
solitariamente todo.
Huellas sin compaña quedan
como en el agua, en el fondo.
Sólo una voz, a lo lejos,
siempre a lo lejos la oigo,
acompaña y hace ir
igual que el cuello a los hombros.

Sólo una voz me arrebata
este armazón espinoso
de vello retrocedido
y erizado que me pongo.

Los secos vientos no pueden
secar los mares jugosos.
Y el corazón permanece
fresco en su cárcel de agosto
porque esa voz es el arma
más tierna de los arroyos:

«Miguel: me acuerdo de ti
después del sol y del polvo,
antes de la misma luna,
tumba de un sueño amoroso».

Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edificándome, dicta
una verdad como un soplo.

Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, todo.

Me ha emocionado leerlo de forma pausada, para intentar comprender la profundidad de su mensaje, dando rienda suelta a las emociones y sentimientos, sobre todo a estos últimos que son los que permanecen en el alma humana. Y me quedo con los versos finales, una premonición para los que hacemos camino al andar en un mundo al revés, en el que algunos se empeñan en recordarnos que el amor no es perpetuo / en nadie, ni en mí tampoco. / El odio aguarda su instante / dentro del carbón más hondo. / Rojo es el odio y nutrido. / El amor, pálido y solo. Esa es la razón de la búsqueda de razones para vivir en la vida, en la que el amor es lo único que le da especial sentido a la existencia, aunque a veces esté, como nos lo recordaba Miguel, pálido y solo:

Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edificándome, dicta
una verdad como un soplo.

Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, todo.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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