¡Atención a los lugares libres de niños, niñas y adolescentes!

Sevilla, 13/VIII/2023

Escribo con cierta indignación por lo que he experimentado “en propia carne”, que dicen los más castizos del lugar, al intentar reservar un restaurante en esta ciudad y encontrarme con prohibiciones de hacerlo si van a asistir menores de 18 años, con icono de prohibición incluido, por si me cabía alguna duda. La realidad terca del capitalismo feroz es que en su nombre se deciden y toman medidas ante los niños y niñas, adolescentes incluidos, porque “molestan” por debajo de los dieciocho años, que es un rasero antidemocrático y anticonstitucional donde los haya. Ante estas medidas, la Carta Magna de este país es muy clara y taxativa en su artículo 14: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”, sobreentendiéndose por tanto que por razón de la edad también, cuestión de derecho fundamental que choca estrepitosamente con el denominado “derecho de admisión” del que presumen los lugares “libres de niños”, donde las niñas, por cierto, no aparecen por ningún sitio, a pesar de lo “modernos” que son con estas medidas y desde la perspectiva de género.

Hace dos años, en 2021 concretamente, en el que ya se imponía paulatinamente este derecho de decisión sobre la no presencia de niños en lugares que a las personas “mayores” les incomodan, leí en el diario El País esta reflexión que me pareció muy acertada, recogida en un artículo, “Aquí no pueden entrar niños”. ¿Son discriminatorios los hoteles o restaurantes ‘solo para adultos’?, de sumo interés democrático: “Hace una o dos generaciones, lo habitual en nuestra sociedad era que los niños pasaran mucho tiempo en el exterior, jugando y relacionándose con chavales de distintas edades, sin intervención de adultos, explica María José Garrido Mayo, doctora en Antropología y especialista en maternidad e infancia. Hoy los niños y adolescentes “molestan en todas partes”, por eso creamos espacios específicos para ellos y no forman parte de la vida social de los adultos. La periodista californiana Michaeleen Doucleff, autora de El arte perdido de educar, cree que la cultura occidental insiste en esta división porque se piensa que los niños no son capaces de aprender a participar en el mundo de los adultos hasta que son bastante mayores”.

Si nos detenemos a analizar quiénes molestan más, a veces, en estos lugares, no creo que determinados “adultos” se queden atrás, sobre todo si además de a su adultez extrema se le agrega la mala educación, donde la cartelería sería obligada: “lugar libre de personas maleducadas” padres y madres incluidos, y eso, en este país, dejaría muchas veces estos lugares tan “especiales” absolutamente vacíos o sin muchas reservas o asistencias, porque la mala educación es algo de lo que se vanaglorian muchas veces las personas “de bien”, adultas por supuesto. En términos coloquiales, a estas personas maleducadas se las tilda de personas “entrantes “, “simpáticas”, “divertidas”, que se permiten incluso cantar en karaokes improvisados en plena celebración festera y que se apropian de un tono de voz, con gritos y risotadas incluidas, que se hacen muchas veces insoportables para el común de los mortales que asistimos a estos lugares de forma “educada” y donde, paradójicamente, muchos niños y niñas, en lugares en los que han podido estar, han sido un ejemplo de comportamiento ante sus padres y mayores en general. Lo sé por experiencia propia.

Creo que las autoridades deberían vigilar estas decisiones sobre el derecho de admisión, porque repito es anticonstitucional de base y, además, debe someterse a la legislación vigente al respecto en cada Comunidad Autónoma del país y siempre bajo la tutela del derecho fundamental constitucional recogido en el artículo 14 anteriormente citado: “¿Tenemos los adultos potestad para reservar espacios solo para nosotros? Si bien espacios como un hotel o un restaurante cuentan con derecho de admisión, normas claras y objetivas de obligado cumplimiento, estas afectan por igual a las personas que ocupan ese lugar, sean adultos o niños. Iván Rodríguez y Marta Martínez, sociólogos del grupo de trabajo por los derechos de la infancia Enclave y autores del estudio Infancia confinada, recuerdan que el artículo 14 de la Constitución Española señala que no se puede discriminar a nadie por razones de nacimiento, raza, sexo, religión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, que es donde puede encajar la edad. “Los espacios libres de niños son una suerte de apartheid basado en la edad”, asegura Marta Martínez”.

Al final, volvemos siempre a la expresión del asesor de Clinton que se hizo tan famosa en la campaña de 1992: “Es la economía, idiota”: “Los adultos, como en el cuento de Telmo [Telmo no quiere ser un niño], desconocemos en realidad lo que es la infancia, ese “país extraño donde todo pasa de una manera diferente”, que decía Carmen Martín Gaite. Este “adultocentrismo”, para la antropóloga María José Garrido, es una consecuencia de una sociedad obsesionada por la productividad. “El sistema económico que determina nuestra organización social, basado en el capitalismo y el liberalismo económico, genera una sociedad muy estructurada y jerarquizada, marcadamente adultocéntrica”, reflexiona. Según ella, los grupos que no son consumidores no interesan: “Ni los espacios para niños se piensan desde la infancia. Tampoco se consulta a los niños en relación con cualquier medida que les pueda afectar. Un claro ejemplo de las prioridades sociales lo vimos el pasado año durante la pandemia, cuando las terrazas de los bares estaban abiertas mientras los parques infantiles seguían clausurados”.

Cuando escribo estas palabras ante la pantalla en blanco, sé que debo transmitir algo esencial, respetando lo que aprendí de Ítalo Calvino, en este caso acompañado por la música, una canción inolvidable de Joan Manuel Serrat, Esos locos bajitos, porque a menudo los hijos y nietos se nos parecen, Esos locos bajitos que se incorporan / Con los ojos abiertos de par en par / Sin respeto al horario ni a las costumbres / Y a los que por su bien, hay que domesticar”, seguido de “nos empeñamos en dirigir sus vidas / Sin saber el oficio y sin vocación / Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones / Con la leche templada / Y en cada canción, para terminar con una reflexión muy profunda: Nada ni nadie puede impedir que sufran / Que las agujas avancen en el reloj / Que decidan por ellos, que se equivoquen / Que crezcan y que un día / Nos digan adiós…”, precisamente a los que antes de entrar en esos lugares que ahora no aceptan niños y niñas, ya les decíamos con frecuencia, en nuestras casas y aceras del barrio algo importante para su educación, en un “pronto” autoritario que deberíamos revisar siempre: Niño / Deja ya de joder con la pelota / Niño, que eso no se dice / Que eso no se hace / Que eso no se toca.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!