La miseria humana también se debe pintar como denuncia social

Ventura Álvarez Sala, Emigrantes, 1908, Museo del Prado, en depósito en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria

Sevilla, 19/VIII/2023

Me gusta la pintura realista y en España admiro la obra extraordinaria de Antonio López, pero todavía más la que siempre se ha ocultado en nuestro país, la pintura realista social que tuvo su pujanza a finales del siglo XIX y principios del XX, como ahora se reivindicará, respetando la memoria democrática cultural, que también existe, a través de la exposición programada por el Museo del Prado en mayo de 2024, “cuando se inaugure Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910), la gran exposición de la nueva temporada del Prado y la primera en la historia dedicada a este movimiento plástico y descaradamente político. Y usado como decoración de pasillos administrativos en depósito. Así llegó al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria desde el Prado una de las obras maestras del género: Emigrantes (1908), pintado por el asturiano Ventura Álvarez Sala. El jurado de la Exposición Nacional de 1908 le concedió la primera de las medallas de segunda clase y sería un fracaso si no estuviera incluido en la selección de obra de la temporal de mayo” (1).

El artículo citado, Los museos aceptan el realismo social con más de un siglo de retraso, es una exposición extraordinaria sobre esta vertiente cultural tan importante para comprender la evolución histórica del arte pictórico en nuestro país. Recomiendo su atenta lectura, porque hace una radiografía de esta corriente pictórica que durante tantos siglos ha permanecido oculta y que fue denostada incluso por algunos artistas contemporáneos a los que se quiere rescatar ahora. Es el caso del llamado gusto social de la época, que privilegió siempre escenas, temas y artistas que dulcificaban la vida, frente al realismo social descarnado de algunos autores como Vicente Cutanda, Antonio Fillol, Ventura Álvarez Sala, José María Mezquita, José Uría y Uría o el de una pintora excepcional, Lluïsa Vidal. En el lado opuesto estaba “Pedro Sáenz Sáenz, pintor de niñas púberes a las que imagina y representa ofreciendo su desnudez al espectador, como son Inocencia y Crisálida. En una entrevista concedida en 1903 por este pintor malagueño a la publicación Vida Galante cargó contra la moda por pintar las desdichas sociales: “No comprendo cómo se pinta otra cosa que no sean mujeres, copiando todas sus innumerables gracias…” Para Sáenz Sáenz y sus protectores todo lo que fuera denunciar la realidad debía ser borrado. La pintura realista se dedicaba a llamar la atención sobre la pobreza, el hambre, la muerte de los huelguistas, la prostitución… Lo que Sáenz Sáenz llamaba con desprecio “las infamias y los crímenes de la vida”. Según su criterio, la miseria humana no era asunto de los cuadros. “La eterna historia que todos conocemos y que a todos nos aflige… ¿por qué conservarla en los cuadros? ¿Es que va a morir o dejar de perseguirnos?”, se preguntó de manera retórica el pintor que encontró placer en fantasear con el sexo de las niñas. “Destiérrese esa costumbre, todo ese mal gusto y vengan sus compensaciones”, añadió en aquella entrevista de 1903. Le atendieron y en 1906, el jurado de la Exposición Nacional canceló y descolgó El sátiro porque denunciaba la violación de una niña”, cuadro este último que recientemente ha sido adquirido por el Museo del Prado por 110.000 euros, hecho que ha sido considerado por la familia del pintor como una forma de reparación histórica.

Sáenz y Sáenz reflejaba lo que la alta sociedad practicaba a diario a través de sus vicios privados y sus públicas virtudes, lo que le llevaba a negar y silenciar a través del arte, de la cultura y de la pintura en concreto, algo que marcó toda una época: la miseria humana no es asunto de los cuadros, del arte en general, algo que evidenció años después Pablo Picasso en sentido contrario cuando dijo que un cuadro como el Guernica no se había pintado para decorar apartamentos, sino para que se exhibiera en lugares que albergaran las denuncias públicas como instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo, una realidad social que según Sáenz y Sáenz, no se debería haber pintado jamás.

Es muy importante rescatar estas obras nacidas en momentos históricos transcendentales en la historia cultural de este país, que se han mantenido ocultas durante tanto tiempo y que exposiciones como la anunciada para mayo de 2024, pretenden exhibir para hacer justicia con la memoria histórica y democrática de este país, al igual que se hizo en la exposición Invitadas, inaugurada en el Museo del Prado en noviembre de 2020, en la que se deseaba dar visibilidad al papel desempeñado por la mujer en la historia del arte en España en el periodo transcurrido entre 1833 y 1931 y a la que dediqué un artículo en esos días en este cuaderno digital: “Se pretende así dar respuesta a esas cuestiones que hoy podemos considerar clásicas desde una doble propuesta. Por un lado, la visibilización de los principales hitos de la producción artística de las mujeres en el periodo cronológico que va desde los tiempos de Rosario Weiss (1814-1843) hasta los de Elena Brockmann (1867-1946), y por otro el reconocimiento del contexto concreto, del escenario ideológico en el que todas ellas debieron desarrollar sus carreras. Como trasfondo de todo ello aparece una estructura oficial que, en definitiva, nunca las consideró como parte integrante del sistema, y que las colocó, con todas sus consecuencias, en una inamovible posición de invitadas”.

Antonio Fillol Granell, La rebelde, 1915 (Museo de Jaén, depósito del Museo Nacional del Prado)

En el artículo citado, que dediqué a esta exposición, Invitadas, recogí con detalle una obra que se presentó, La rebelde, pintada por Antonio Fillol Granell (1870-1930), gran exponente del realismo social que figura como hilo conductor de estas palabras, en el que dije lo siguiente: “[…] sus obras, en consonancia con lo que el Sistema aceptaba de la representación social de la mujer, se exponía sin tapujos por el realismo de su pintura, acorde con la legitimación del papel de la mujer extraviada, sometida a permanente juicio, desnuda e ida, en cualquiera de los estamentos sociales, ya fuera en la realeza, la burguesía o en la etnia gitana, sin ir más lejos. Es uno de los pocos pintores de la época que “denunciaron abiertamente la posición desfavorable en la que las instituciones patriarcales habían situado injustamente a las mujeres”. He escogido un cuadro que figura en la exposición y que forma parte del fondo del Museo pero entregado en depósito al Museo de Jaén, titulado La rebelde, como arquetipo de lo anteriormente expuesto: “La rebelde es quizás la última expresión de la pintura social que había venido desarrollando el artista desde hacía décadas. Esta obra nos traslada a un campamento gitano en medio del campo, un clan de una familia errante. La improvisada tienda del fondo es la única referencia a una especie de hábitat. En este caso la lucha de clases ha dado paso a la violencia doméstica y a la intransigencia, frente a quienes sienten el anhelo de libertad en la sangre y se enfrentan al orden establecido, en este caso el paternalismo machista y la tradición represora que impide decidir el propio camino. El argumento de La rebelde parece ser el de la joven gitana que se ha enamorado de un payo y es expulsada del campamento y agredida”.

Aunque sea con más de un siglo de retraso, como nos recuerda el artículo citado de elDiario.es, es importante resaltar que a partir de la exposición anunciada para mayo de 2024 en el Museo del Prado, se va a hacer justicia de una vez por todas con este movimiento pictórico llamado “realismo social”, cuyo exponente es lo ocurrido con una obra extraordinaria, Una huelga de obreros en Vizcaya, que “fue con el que el pintor Vicente Cutanda ganó la Medalla de Primera Clase, en la Exposición Nacional de Bellas Artes del año 1892. El Estado adquiría los cuadros premiados y los depositaba en el Museo del Prado, que a su vez depositaba en el Museo de Arte Moderno (desaparecido en 1971). La última fecha que habla de la presencia de la huelga de Cutanda en los almacenes de ese centro es de 1936. Luego, desapareció. No hay rastro de cuándo lo abandonó ni cómo. Hasta que Díez dio con él en 2002 y el taller de restauración del Prado rescató de las miserias la pintura, para colocar ante el público un tema incómodo y actual. Tan cruda y brutal, que esta pintura no estaba hecha para las colecciones particulares, como apunta el propio José Luis Díez [conservador del Museo del Prado], fue expulsada del lugar para el que había sido creada: el museo. Los constructores de los relatos decimonónicos preferían extasiarse con la belleza de una estatua romana desnuda, que copiaba a una griega. Y borraron todo lo demás. Enrollaron y silenciaron todas esas obras críticas con su presente. Más tarde, la dictadura tampoco dio una oportunidad a los cuadros que gritaban como pancartas. La Transición también se olvidó de ellos. Había que hacer las paces. Y así, ninguneado en los manuales de la historia del arte español, ha llegado este género hasta nuestros días”.

Es verdad lo expuesto anteriormente: este cuadro no estaba hecho para las colecciones particulares, como tampoco el Guernica se pintó para decorar apartamentos, en palabras del propio Picasso, porque para él era un instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo. El realismo social que figura en estas pinturas, es aleccionador siempre, como recoge el artículo de elDiario.es, Los museos aceptan el realismo social con más de un siglo de retraso, porque aunque son enfoques melodramáticos y arriesgados, “es una pintura honesta y verdadera. No son meras ilustraciones de los problemas. Para eso estaban las revistas ilustradas. Los artistas de este género dignifican y trascienden los problemas de la calle. No son temas agradables, son asuntos sobrecogedores, emocionantes y de una violencia a la que llegaron muy pocos artistas fuera de España”, explica Díez [conservador del Museo del Prado]. Los motivos representados cobraron tanta importancia como las soluciones plásticas. Por eso “es un tipo de pintura que sigue incordiando y molestando”. Por eso encuentra refugio y atención hoy, en una sociedad que lucha por ser menos injusta”. Para que no olvide, ni siquiera un momento.

(1) Riaño, Peio H., 2023 (elDiario.es, 18 de agosto), Los museos aceptan el realismo social con más de un siglo de retraso.


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