¿Por qué hablamos cada vez menos entre nosotros?

Sevilla, 28/VIII/2023

Ha llegado de nuevo a mi vida, gracias a una singladura digital, la vida y obra de un filósofo palestino, Theodore Zeldin, profesor emérito de la Universidad de Oxford, aportándome claridad de ideas sobre un hecho incontestable en la sociedad actual: cada vez hablamos menos entre nosotros, los seres humanos. Las obras de Zeldin abordan esta cuestión tan preocupante, que ahora vivimos a diario a la hora de hablar de diálogo político, por ejemplo, que es el padre de todas las batallas que nos acechan a diario, destacando una que se centra en este camino imprescindible para avanzar en la vida propia y con los demás, Conversación. Cómo el diálogo puede transformar tu vida, publicada en 2014 y que ahora cobra una importancia especial, cuya sinopsis oficial nos orienta sobre su aportación a nuestra cultura actual del alejamiento social, sumidos en la era tecnológica que nos aísla de los demás, cada día más: “¿Le gustaría mejorar sus conversaciones con la pareja, sus colegas en el trabajo, su familia, los amigos, las personas a las que no conoce o consigo mismo? Conversación, que comenzó siendo una serie de charlas radiofónicas emitidas por la BBC que alcanzaron una notable popularidad, analiza qué tipo de charla encantaba y excitaba a la gente en el pasado y por qué en la actualidad hablamos de una manera diferente. Explora el arte y la historia de la conversación, y cómo esta puede ser la llave para un futuro más feliz e interesante. Muestra cómo las mujeres han cambiado la manera de hablar de los amantes, cómo las familias evitan el silencio o el aburrimiento, cómo el trabajo puede dañar o mejorar nuestra manera de conversar y qué papel desempeñan en la conversación los tímidos y los callados. Este libro nos permitirá ver con mayor claridad de qué queremos hablar y qué puede hacer la conversación por nuestra vida”.

Conocí sus aportaciones filosóficas hace unos años, en plena pandemia, a través de una entrevista de Juan Cruz, escritor y periodista a quien tanto aprecio, Theodore Zeldin: “La libertad más importante es la libertad del miedo”, que rescato de nuevo hoy porque necesito encontrar luz ante tanto silencio, a veces cómplice, sobre lo que está ocurriendo en nuestra cada día tan particular o social. La entradilla no dejaba ya duda alguna sobre la importancia de conocer a este filósofo hecho a si mismo: “El filósofo, nacido en Palestina, ha dedicado su vida a estudiar las relaciones humanas y a convencernos de que la conversación puede, en efecto, hacernos menos vulnerables y mejores”. Es un hecho incontestable que la pandemia nos enseñó algo que hemos abandonado rápidamente en el llamado, eufemísticamente hablando, nuevo orden social, al relacionarnos teóricamente más por lo aprendido durante el confinamiento: “De ahí la importancia de las relaciones personales. Queremos entender, queremos tener amigos, queremos tener una familia con la que podamos hablar. Las familias no siempre son armoniosas. Y las familias y los amigos es lo que más necesitamos para protegernos de los peligros inevitables del mundo. Cuando dos personas se conocen pueden crear algo; igual que cuando un hombre y una mujer se conocen crean hijos, cuando dos personas se encuentran pueden crear ideas distintas de las que tienen de manera individual. He hecho experimentos juntando a enemigos. Lo importante es que hablen, y lo harán sobre la vida, sobre sus relaciones con otras personas, sobre la educación, sobre las diferencias de sexo, de ricos y de pobres. Pero de la conversación entre ellos pueden surgir novedades positivas. Ustedes los periodistas pueden llamar a cualquiera y establecer una conversación. Sin embargo, para la mayoría de la gente eso no es posible. Todos vivimos en una pequeña burbuja, tenemos miedo. Los ricos, por ejemplo, tienen miedo de hablar con los pobres. Lo que creíamos que era verdad en el pasado ya no es válido… Hemos inventado la agricultura, que puede alimentar a millones de personas, aunque hemos destruido el suelo. Hemos inventado grandes ciudades, pero huelen mal. Nuestro sistema educativo ha fracasado. Por tanto, ¿qué hacemos ahora?”. A esta pregunta propia, responde también con claridad de ideas, teniendo en cuenta que lo dijo en plena pandemia, aunque sigue siendo su respuesta perfectamente válida en el momento actual: “Reinventarnos. La pandemia es un terrible perjuicio, un desastre. Todos los gobiernos intentan preservar el orden actual, pero el orden actual no funciona bien. Nos peleamos mucho por lo que queremos. Hay pobreza, hay desigualdad. Y por esas razones mucha gente sigue sufriendo mucho. Pensar cosas nuevas es una inspiración. No necesitamos una ideología, sino experimentos. Tenemos que buscar en todas partes intentos de resolver los problemas mediante las interacciones personales, como lo que usted y yo podríamos hacer juntos. Fracasaremos muchas veces. No podemos garantizar resultados. Pero creo que la esperanza significa eso. En el pasado tuvimos prosperidad, comodidad, dinero, pero la prosperidad en realidad significa esperanza. Sin embargo, hoy en día hay mucha menos esperanza que hace cincuenta años. Los jóvenes ya no creen que serán mejores que sus mayores, por lo que necesitan más atención. Esta es una época terrible, la disminución del contacto entre la gente ha sido muy dolorosa y nos ha ayudado a darnos cuenta de lo importante que es hablar con la otra persona, no a través de Skype o Zoom sino cara a cara. Y veo que el odio ha sido un gran enemigo; tenemos que reflexionar sobre por qué existe el deseo de querer que el prójimo fracase”.

La libertad del miedo, sobre la que hablamos muy poco, siendo un tema muy interesante para una conversación, la definió muy bien Eduardo Galeano, hace ya unos años, a través de un poema dirigido a almas inquietas, El miedo global (1), fundamentalmente porque en él se dice algo verdaderamente sobrecogedor y porque reconozco que lo que está pasando y estamos viendo en el mundo actual da miedo, sintetizado en uno de sus versos que nos recuerda lo poco que se habla ya en cualquier conversación de la invasión de Ucrania, aunque la hambruna mundial está muy cerca por la falta de grano ucraniano: Las armas tienen miedo a la falta de guerra, porque la realidad es que estamos viviendo en un mundo al revés:

Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.
Y los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.
Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.
Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.
La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir.
Los civiles tienen miedo a los militares. Los militares tienen miedo a la falta de armas.
Las armas tienen miedo a la falta de guerra.
Es el tiempo del miedo.
Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.
Miedo a los ladrones y miedo a la policía.
Miedo a la puerta sin cerradura.
Al tiempo sin relojes.
Al niño sin televisión.
Miedo a la noche sin pastillas para dormir y a la mañana sin pastillas para despertar.
Miedo a la soledad y miedo a la multitud.
Miedo a lo que fue.
Miedo a lo que será.
Miedo de morir.
Miedo de vivir.

La conclusión es clara: necesitamos hablar entre nosotros, los seres humanos, del miedo que nos aflige tanto a diario, en un mundo diseñado por el enemigo, como decía Juan Cobos Wilkins, excelente escritor y poeta. Falta tener una conversación más pronto que tarde, cada uno la suya, sobre esta realidad y ahí está el reto de este tiempo que Theodore Zeldin nos ayuda a comprender mejor a través del lenguaje, la conversación, la palabra en definitiva, que es lo que más dignifica al ser humano y que, afortunadamente, aún nos queda para superar el miedo a la libertad de vivir.

(1) Eduardo Galeano, Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Madrid: Siglo XXI Editores de España, 1998.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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