Víctor Erice y su amor al cine, para sentirlo en las salas de siempre

Sevilla, 2/X/2023

Vuelvo a recordar especialmente a un director emblemático de este país, Víctor Erice, escasamente reconocido a veces, que el pasado 29 de septiembre recibió el Premio Donostia, enmarcado en el 71º Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2023, “una ventana abierta al mundo”, en palabras de Erice. Adjunto a estas palabras el vídeo de la gala de entrega de este merecido premio y recomiendo escuchar atentamente sus palabras rememorando su larga vida de amor al cine, desde que llegó a San Sebastián en el siglo pasado y ya sentía como niño profunda emoción desde las butacas del Cine Reina Victoria, precisamente en el que se celebraba la ceremonia de entrega de su premio, hoy Teatro Reina Victoria, cuando ya joven vio su primera película, Las noches de Cabiria, con Federico Fellini sentado en un palco. Es una delicia escucharle narrar sus sentimientos y emociones que envuelven su profundo amor al cine y, sobre todo, a las salas de cine de toda la vida, hoy en peligro de extinción por la acción implacable del poderoso caballero don dinero, con el disfraz de industria del cine, que también existe.

En sus hermosas palabras, hizo un canto a la trayectoria del Festival vivida por él, el esfuerzo denodado de comerciantes de la ciudad que lo hicieron posible, la importancia del Cine Club de la ciudad a finales de los años cincuenta, la vigilancia de la censura de la época en que nació y comenzó sus primeros pasos, junto a un grupo de personas con nombres y apellidos, Aguirre, Eceiza, Elías Querejeta, Antonio Mercero, Alonso Ibarrola, entre otros, que conocemos afortunadamente por su extraordinaria aportación al cine de este país que se tradujo,  posteriormente, en la presentación de obras maestras en la conjunción de producción, y dirección de los que un día dejaron Donosti para comenzar a explorar el plató, unas veces imaginario y otras real, que ofrecía Madrid en aquellos años sesenta y setenta, convencidos de que “el cine era el arte del siglo” y por eso “lo hacían”, arte popular, “hoy, por desgracia, desaparecido”.

Erice siempre ha entendido el cine “como un medio de conocimiento”, por lo que el aprendizaje sobre él “no se acaba nunca”, recordando que la obra de un cineasta y próximo a Albert Camus, quizás no sea otra cosa que “ese largo caminar por los dominios del arte de hacer películas, para recuperar las imágenes extraordinarias contempladas en una pantalla, a las que abrió su corazón por vez primera”.

He escrito varias veces sobre Víctor Erice en este cuaderno digital y hoy, con estas palabras, me sumo a este merecido homenaje. La última vez lo hice con motivo de la preselección de su película Cerrar los ojos para los Óscar de 2024, que finalmente no fue elegida, pero que para mí sigue teniendo un valor extraordinario, que se ha presentado finalmente en este Festival, a continuación de la entrega del premio Donostia 2023, acto en el que nos entregó bellas palabras de amor al cine, como él quería y lo ha manifestado siempre, en una sala de cine. Vuelvo a publicarlas hoy, con la ardiente impaciencia de contemplar su nueva película en una sala de cine, a las que él ama, con la cara de asombro de cuando él era un niño, la misma por cierto que Totó en Cinema Paradiso y que preside desde hace años la cabecera de este cuaderno digital.

Víctor Erice, treinta años después, que no son nada para su cine

Hombre con barba y bigote

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El regreso de Víctor Erice con ‘Cerrar los ojos’ (rtve.es)

Sevilla, 9/XII/2022

Casi sin darme cuenta voy formando poco a poco una coalición de determinadas personas mayores y me detengo a leer sus obras, contemplar sus cuadros o ver sus películas. Sobre todo, los escucho. Me pasó anoche al volver a reencontrarme con el director de cine Víctor Erice, cos sus 82 años, transmitiéndonos con sus palabras parte de su vida, que ahora se va a ver reflejada posiblemente con su nueva película, Cerrar los ojos, una historia sobre la memoria y la identidad, actualmente en rodaje, trabajando de forma incansable en lo que él llama “el arte popular del siglo XX”, el cine y su proyección en salas dedicadas exclusivamente a ello, tan vacías hoy por la competencia de las plataformas digitales. Aquellos antiguos espacios servían para contemplar “museos de la vida”, de muchas vidas sobre personas que sobre el escenario de su acontecer diario sólo hacen algo importante: sobrevivir. Nunca nos sentíamos solos.

Carlos del Amor nos deleitó en el Telediario2 (RTVE) con una semblanza muy cuidada, llena de afecto a Erice, porque en un minuto y cincuenta y siete segundos logró transmitirnos algo importante: su mirada, “una mirada inquieta, la mirada de alguien tímido que disfruta poco con las entrevistas”, sabiendo que “para Erice el cine bebe más de la pintura que de cualquier otro arte”. En el tiempo veloz de la entrevista televisiva citada, Víctor Erice tenía prisa para continuar con el rodaje. Carlos del Amor la finaliza con unas palabras bellísimas: “no se puede llegar tarde al lugar en el que durante tanto tiempo se le ha estado esperando”.

Treinta años después de su maravillosa película “El sol del membrillo”, he vuelto a reencontrarme con él, leyendo las palabras de homenaje que le dediqué en 2016 en este cuaderno digital, El color de la vida, bajo la sombra de un gran pintor, Antonio López, a quien tanto aprecio. Les dejo con ellos.

El color de la vida

Todo depende del color del cristal con el que se mire cada momento de la vida. Recuerdo siempre la puerta de acceso al patio interior de la Casa-Museo de Juan Ramón Jiménez, en Moguer (Huelva), que inspiró un libro precioso y bastante desconocido en nuestro país, Por el cristal amarillo y que tanto me ayudaba en la preparación de mis clases en Huelva. O la insignificancia de ese cristal en la isla de los ciegos al color, que magistralmente describió Oliver Sacks en un libro que leo con frecuencia y que lleva ese nombre descriptivo.

Comento estas vivencias porque anoche contemplé, como aprendí de mi maestro Antonio López, la película que dirigió Víctor Erice, El sol del membrillo, sobre el desarrollo contemplativo e inacabado siempre de una obra del pintor manchego, respetuosa con el devenir real del color del membrillo. Es una película de culto y respeto al devenir de la vida, sobre todo hoy cuando estamos inmersos en la dialéctica vida atómica-vida digital.

La cámara de Javier Aguirresarobe, excepcional, nos ayuda a contemplar segundo a segundo el devenir de la vida que necesita su tiempo, tal y como nos lo describió hace ya muchos años el Eclesiastés. Tiempo atómico y tiempo digital. Es verdad, vanidad de vanidades, todo vanidad…

En homenaje a Antonio López, al que vuelvo siempre cuando voy de mi corazón a mis asuntos o del timbo al tambo, en expresión excelente de García Márquez, adjunto a continuación uno de los artículos que escribí en 2014, con ocasión de la obra permanentemente inacabada de este pintor de la realidad y el deseo, porque nunca nos podemos bañar dos veces en el mismo río, ni contemplar la vida con un cristal de color perpetuo.

Sevilla, 21/V/2016

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!