¡Por favor, no disparen al pianista!

Sevilla, 6/X/2023

En tiempos tan convulsos como los que estamos viviendo en la actualidad, de turbación y continuas mudanzas del alma, desoyendo los consejos ignacianos, doy la razón a Óscar Wilde cuando afirmó en su visita a Leadsville (Colorado) en 1882, que allí “la mortalidad de los pianistas era asombrosa”, por la belicosidad que reinaba en aquel medio ambiente. ¿Por qué esta referencia ahora, en un país en el que solemos responsabilizar de todo lo que ocurre al que menos culpa o responsabilidad tiene, “pianistas virtuales”, en cualquier vertiente que analicemos la vida, a modo de pecado capital español que habría que agregar a los siete ya citados en la obra homónima de Fernando Díaz-Plaja? Creo que Óscar Wilde nos ofreció una orientación clave en un testimonio inolvidable de su azaroso viaje por Estados Unidos, reflejado posteriormente en su publicación, Impresiones de América, en un pasaje que se ha hecho famoso para la posteridad: “Desde Salt Lake City puede uno viajar por las grandes llanuras del Colorado y se sube a las Montañas Rocosas, en cuya cima está Leadville, la ciudad más rica del mundo. Tiene también fama de ser la más peligrosa, y todos los habitantes llevan encima un arma. Me habían dicho que si iba a ella me matarían o matarían a mi director de tournée. Escribí allí diciéndoles que nada de lo que pudieran hacer a mi director de tournée me intimidaría. La población está compuesta de mineros y de hombres que trabajan en las fundiciones; por eso les hablé de la ética del Arte. Les leí trozos escogidos de la autobiografía de Benvenuto Cellini y parecieron encantados. Me reprocharon que no lo hubiese llevado allí conmigo. Les expliqué que había muerto hacía algún tiempo, lo cual hizo que me preguntasen: “¿Y quién le pegó el tiro?” Después me llevaron a un salón de baile, donde vi el único sistema coherente de crítica de arte. Encima del piano aparecía impreso el siguiente aviso:

¡POR FAVOR, NO DISPAREN AL PIANISTA. ESTÁ TOCANDO LO MEJOR QUE PUEDE!

La mortalidad entre los pianistas en ese lugar es asombrosa. Luego me invitaron a cenar y, habiendo aceptado, tuve que bajar una mina a un cubículo muy estrecho, en el que era imposible estar a gusto. Habiendo llegado al corazón de la montaña cené, siendo el primer plato whisky, el segundo whisky y el tercero whisky. Fui al teatro a dar una conferencia y me informaron que justo antes de ir allí habían detenido a dos hombres por haber cometido un asesinato, y en ese teatro los habían subido al escenario a las ocho de la tarde, y luego y allí juzgado y ejecutado ante una audiencia abarrotada. Pero encontré a estos mineros muy encantadores y nada rudos. Entre los habitantes más ancianos del Sur encontré una melancólica tendencia a fechar cada acontecimiento de importancia en el final de la guerra. “Qué hermosa es la luna por la noche”, le comenté una vez a un caballero que estaba a mi lado. “Sí”, fue su respuesta, “pero deberías haberlo visto antes de la guerra”. Tan infinitesimal me pareció el conocimiento del arte, al oeste de las Montañas Rocosas, que un mecenas del arte (uno que en su época había sido minero) llegó a demandar a la compañía ferroviaria por daños y perjuicios porque el molde de yeso de la Venus de Milo, que había importado de París, había sido entregado sin los brazos. Y, lo que es aún más sorprendente, ganó el caso y la indemnización por daños y perjuicios. Pensilvania, con sus gargantas rocosas y sus paisajes boscosos, me recordó a Suiza. La pradera me recordó a un trozo de papel secante. Los españoles y los franceses han dejado tras de sí recuerdos en la belleza de sus nombres. Todas las ciudades que tienen bonitos nombres se lo deben a los españoles o franceses. Los ingleses dan nombres intensamente feos a los lugares. […] Recorriendo América, ve uno que la pobreza no va unida necesariamente a la civilización. En todo caso, aquél es un país donde no hay ornato ni ostentación, ni ceremonias pomposas. No vi allí más que dos desfiles: uno, el de los bomberos, precedidos por la Policía, y otro, el de la Policía, precedida por los bomberos. Cualquier ciudadano, cuando llega a la edad de veintiún años, se le permite votar y, por lo tanto, adquiere inmediatamente su educación política. Los estadounidenses son las personas con mejor educación política del mundo. Bien vale la pena ir a un país que pueda enseñarnos la belleza de la palabra LIBERTAD [FREEDOM, en el original] y el valor real de lo que significa [LIBERTY, en el original también]”.

Si he traído a colación esta referencia extensa es para reflexionar que junto a la semblanza anecdótica, no sin un contrapunto de ironía extrema, junto a la realidad de la violencia sin control de un pueblo armado hasta los dientes, en América desde siempre, está también la posibilidad de analizar todo lo que ocurre en cualquier momento en este país, mucho más en estos momentos de investidura presidencial, en los que se debe procurar “no matar a los pianistas que correspondan”, errando el tiro de los juicios precipitados y sin control, cuando también existen otras realidades personales y sociales como las que él quiso retratar en su famoso viaje: cultura diferente, valores diferentes y singulares, todo bajo el prisma de la “educación política” basada en la LIBERTAD y en todo lo que significa esta bella palabra. Al fin y al cabo, lo mismo que pensó Óscar Wilde en su visita a Leadsville, cuando afirmó que el cartel sobre el piano, con una frase para ese presente y para la posteridad, era la mejor y la más coherente «crítica de arte». También, para una crítica del Arte de la Política verdadera en nuestro aquí y ahora. Para que no se olvide.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!