Reconocimiento especial a Ítalo Calvino, en el centenario de su nacimiento

Ella [la escritura] sólo producirá el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; confiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu.

Platón, Fedro, 274c-277ª.

Sevilla, 9/X/2023

El próximo 15 de octubre se cumple el centenario del nacimiento del escritor italiano Ítalo Calvino (Santiago de las Vegas (Cuba), 15 de octubre de 1923 – Siena (Italia), 19 de septiembre de 1985), al que profeso un profundo respeto y admiración, como se puede vislumbrar con sólo leer algunas páginas de este cuaderno digital dedicadas a él y a su forma de escribir sobre la vida imaginaria y real, citándolo en 69 artículos. Hoy mismo, que hará el número 70, he sentido de nuevo lo que tantas veces he explicado a la hora de acercarme a la página en blanco de mi ordenador. Así figuraba en la declaración de principios de este blog, que publiqué cuando nació, el 11 de diciembre de 2005: “Inicio una etapa nueva en la búsqueda diaria de islas desconocidas. Internet es una oportunidad preciosa para localizar lugares que permitan ser sin necesidad de tener. La metáfora usada por Saramago [en su Cuento de la isla desconocida] será una realidad cuando ante el fenómeno de la hoja en blanco, teniendo la oportunidad de decir algo, esto sea diferente y sirva también para los demás. Puerta del Compromiso. Es lo que aprendí hace muchos años de Ítalo Calvino en su obra póstuma «Seis propuestas para el próximo milenio»: «…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial» (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar)”. Creo que se comprende bien que hoy escriba estas palabras de cercanía a la vida y obra de Ítalo Calvino.

Aunque nació en Cuba, por estrictas razones profesionales de su padre, a los dos años regresó a Italia junto a su familia para instalarse en San Remo (Liguria). Como se lee en la editorial que lo acogió desde hace ya mucho tiempo en España, Siruela, “publicó su primera novela animado por Cesare Pavese, quien le introdujo en la prestigiosa editorial Einaudi. Allí desempeñaría una importante labor como editor. De 1967 a 1980 vivió en París. Murió en 1985 en Siena, cerca de su casa de vacaciones, mientras escribía Seis propuestas para el próximo milenio. Con la lúcida mirada que le convirtió en uno de los escritores más destacados del siglo XX, Calvino indaga en el presente a través de sus propias experiencias en la Resistencia, en la posguerra o desde una observación incisiva del mundo contemporáneo; trata el pasado como una genealogía fabulada del hombre actual y convierte en espacios narrativos la literatura, la ciencia y la utopía”. Una biografía breve, si buena, es dos veces buena.

Este cuaderno digital que está hojeando en este momento de lectura, deja constancia de mi recorrido vital y virtual en el que he caminado sólo hacia adelante, transmitido también mediante palabras a la Noosferala piel digital pensante que descubrí en mi juventud a través de Pierre Teilhard de Chardin. Esa fue la razón de elegir el título de este blog, el mundo sólo tiene interés hacia adelante, junto con un canto al fenómeno de la soledad sonora y creadora ante la página o pantalla en blanco, tan queridas por el arte de empezar y el arte de acabar preconizados por Ítalo Calvino. Tampoco olvido que en este camino, sólo hacia adelante, también hice un contrato social con Jose Saramago en aquél 10 de diciembre de 2005, cuando acompañado por mi hijo Marcos elegí el dominio que me abría el cuaderno digital al universo entero. Fundamentalmente, porque no quería que fuera inocente, como no lo es ideología alguna de este mundo en danza perpetua, deseoso de seguir buscando islas desconocidas, una vez tomada la decisión de acudir solamente a las puertas de las decisiones, no a las de regalos o a las de peticiones, que me permitieran como al protagonista de su cuento de la isla desconocida, descubrir junto a la sencillez de una mujer de la limpieza qué significado tiene salir de nosotros mismos para encontrarnos. Sólo…, para vivir dignamente y, siguiendo a Calvino, escribir para compartir la esencialidad de lo que nos ocurre a diario en la cadaunada vital.

El secreto está en el arte de empezar y acabar cualquier camino deseado: podemos ir hacia muchos sitios, hacer cualquier cosa, pero lo importante es hacerlo de forma especial. Pero, ¿qué es el arte? El problema actual es que ese arte de empezar y acabar se convierte en muchas ocasiones en pura mercancía en el Gran Mercado del Mundo al Revés. Cuando comprendo el arte según la tercera acepción recogida actualmente en el Diccionario de la Real Academia Española, conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien algo, es imprescindible recurrir al conocimiento, aptitudes y actitudes personales para tenerlo presente en cada decisión a la hora de hacer camino al andar en cualquier ámbito de la vida, porque los preceptos y las reglas para hacer bien algo o de forma especial no se improvisan. El arte así entendido, como pasa con el campo, es para quien lo trabaja. Ese es el momento mágico de Calvino a través de sus obras, páginas en blanco para escribir en este centenario palabras especiales para nuestra vida, la de todos y, sobre todo, la de secreto, que a veces comienza y acaba cada día, sin que tengamos que esperar especialmente el compromiso al que obliga en determinadas ocasiones el calendario gregoriano. Con arte.

Si quien lee estas páginas quiere conocer a fondo a Ítalo Calvino, le recomiendo que se acerque a él leyendo su autobiografía que, aunque publicada con carácter póstumo en una obra muy significativa, Ermitaño en París, refleja perfectamente lo que él entendía como perfil biográfico, tal y como figuraba en una carpeta que se descubrió en su escritorio que llevaba ese título programático, Páginas autobiográficas: “La publicación de estas páginas autobiográficas inéditas aclara y precisa muchos de los aspectos más importantes de la vida y la personalidad de Ítalo Calvino: su infancia, su lucha partisana durante la Segunda Guerra Mundial, su militancia política en el comunismo, luego su alejamiento y decepción, las relaciones con los escritores de su época y el camino que le llevó a la literatura. La primera parte del libro pertenece a una carpeta guardada hasta ahora y que, con el título Páginas autobiográficas, llega hasta 1980. Lo completan dos textos entrañables y reveladores: Ermitaño en París y Diario norteamericano (1959-1960). El primero es una delicada dedicatoria llena de amor a París, ciudad de la que no se apartaría a lo largo de toda su vida, y de la que se iría apropiando a través de la lectura de muchos libros inolvidables: Los tres mosqueteros, Los miserables, Baudelaire, Balzac, Proust… Aparentemente el Diario norteamericano es una serie de cartas enviadas a un amigo sobre las impresiones y experiencias de su viaje. Pero no es sólo eso: la curiosidad, la sensibilidad, la ironía, el análisis ilustrado, benévolo y severo a la vez, se vuelcan en la mirada lúcida de Calvino sobre aquella sociedad de hace más de treinta años, ofreciendo al lector un fresco divertido, crítico y, en muchos aspectos, muy actual de una sociedad tan variada y contradictoria como era –y es– la norteamericana”. Posteriormente, puede adentrarse en las preferencias literarias de su extensa obra, que la editorial Siruela ha recogido en una Biblioteca que lleva su nombre, Biblioteca Calvino, con 36 obras propias del autor o estudios sobre su extensa bibliografía.

Una última reflexión en estas palabras de reconocimiento a Calvino. Guardo en mi persona de secreto, en un lugar privilegiado de mi clínica del alma, mi biblioteca, una obra preciosa de él que me acompaña desde hace muchos años, ¿Por qué leer los clásicos?, en la que ofrece catorce razones para leer a estos autores, que deben ser leídas sin dejar ninguna atrás. Lo recomiendo “encarecidamente”, como se decía en mi casa ante misiones culturales aparentemente imposibles e inútiles, atendiendo hoy de forma destacada la tercera razón, una vez llegado este momento de frecuentar el futuro imperfecto de nuestra vida: “Debe haber, por tanto, un momento en la vida adulta dedicada a revisar los libros más importantes de nuestra juventud. Hay grandes clásicos que ejercen una influencia tan particular en nosotros que se niegan a ser erradicados de la mente escondiéndose en los pliegues de la memoria, camuflándose como el inconsciente colectivo o individual. Es por ello por lo que deben releerse una vez alcanzamos la madurez. Incluso si los libros siguen siendo los mismos (aunque ellos no cambian, a la luz de una perspectiva histórica alterada), sin duda nosotros sí hemos cambiado, y nuestro encuentro con esa misma lectura será una cosa totalmente nueva. En realidad podríamos decir: 4 [cuarta razón]. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera”.

Hoy, con más razón que nunca, releer a Ítalo Calvino en las fechas próximas al centenario de su nacimiento, puede que sea una lectura de redescubrimiento de su obra, como si fuera la primera vez que nos acercáramos a él. Para mí, siempre ha sido un clásico, muy popular por cierto. A estas alturas de mi vida es fácil colegir que amo a los clásicos, es más, a las personas que aprecio las invito a leer a los clásicos como si fuera un acto social en mi vida ordinaria. Tengo que confesar que llevo ya varios meses frecuentando este pasado del pensamiento humano, a diferencia de lo que le recomendaba el Dr. Cardoso a Pereira en Sostiene Pereira, la extraordinaria obra de Tabucchi: “… deje ya de frecuentar el pasado, frecuente el futuro. ¡Qué expresión más hermosa!, dijo Pereira”. Tabucchi sabría perdonarme siempre, probablemente porque algo le indicaría en este sentido Ítalo Calvino en su cielo particular, por su inmenso amor a ellos, los clásicos de siempre, maestros de vida, de la oralidad, más que de la escritura, tal y como nos lo transmitió Platón en Fedro. Para cuidar la memoria, para que no se olvide.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!