Crítica del Mensaje de Navidad del Rey, cuyo lema actual es «servicio, compromiso y deber»

Sevilla, 26/XII/2024

He dejado pasar dos días, voluntariamente, desde que el Jefe del Estado pronunció el pasado 24 de diciembre el llamado “Mensaje de Navidad”, que año tras año llega puntualmente a las 21:00 horas, a través de una señal oficial para las cadenas de televisión y emisoras de radio que lo quieran retransmitir, aunque de forma obligada llega siempre a Televisión Española. He preferido hacerlo así para leerlo con el respeto y la atención necesaria, dado que la incompatibilidad horaria de ese día con la celebración festiva de la Nochebuena, que se debería revisar por la Autoridad que corresponda, hace prácticamente imposible seguirlo en directo. Como ciudadano convencido y practicante de la democracia de oficio y beneficio de ella, he analizado el texto completo, oficial por supuesto, que facilita la Casa Real, coincidiendo esta vez con el décimo aniversario de la proclamación como rey de Felipe VI, subrayando este hecho con un lema: servicio, compromiso y deber.

Para facilitar su lectura, destaco en negrita y cursiva seis epígrafes a modo de entradillas para comprender mejor el hilo conductor del Mensaje aunque, a mi juicio, dejó fuera asuntos de Estado transcendentales, como denominó a los cuatro que cita, entre los que destaco la maltrecha división de poderes, la violencia de género, los desequilibrios territoriales que se hacen patentes en la pobreza severa y exclusión social con cifras no soportables en democracia, el ocaso de la democracia en el país con responsables directos, indirectos y circunstanciales, así como la demolición controlada del Estado de Bienestar, en sus tres pilares básicos, educación, salud y servicios sociales, por parte de responsables y partidos políticos de sobra conocidos. La verdad es que creo que desaprovechó una oportunidad, que no vuelve, para alentar, reforzar y defender la democracia auténtica en el país, respetando la Constitución a la que sí aludió brevemente y con lugares comunes, reconociéndole una afirmación que es siempre una buena señal, aunque sea tímida en el contexto en el que la abordó: “Un pacto de convivencia se protege dialogando; ese diálogo, con altura y generosidad, que debe siempre nutrir la definición de la voluntad común y la acción del Estado. Por eso es necesario que la contienda política, legítima, pero en ocasiones atronadora, no impida escuchar una demanda aún más clamorosa: una demanda de serenidad. Serenidad en la esfera pública y en la vida diaria, para afrontar los proyectos colectivos o individuales y familiares, para prosperar, para cuidar y proteger a quienes más lo necesitan”.

Esperaba más contundencia democrática y un mensaje más profundo sobre la realidad de nuestro país, tan dual y cainita. Comprendo la alta diplomacia de las palabras reales, a las que creo una vez más que les falta “alma”, tal y como he escrito en este cuaderno digital, al respecto, en años anteriores y sobre los discursos del Rey, siguiendo la línea histórica marcada por la “finezza vaticana”. El país necesita reforzadores democráticos con urgencia vital y política, sobre todo si vinieran del Jefe del Estado, a través de sus palabras privilegiadas, que aún le quedan, como alguien que representa a la institución real que consagró en 1978 la Constitución Española, que personalmente voté con la ilusión de un demócrata joven, que a vivir…, a vivir empezó a creer en que otro país era posible, para elegir en libertad entre una España de dictadura que moría y otra que nacía, una España democrática, en sus primeros bostezos, eso sí, bajo una monarquía parlamentaria. De ahí mi frustración con este mensaje tan académico, tan lleno de lugares comunes, tan pulcro y tan alejado de las preocupaciones de Estado enumeradas anteriormente en mi crítica constructiva de hoy.

Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey 2024

B​uenas noches y gracias por permitirme acompañaros unos instantes en una noche tan especial, de encuentro y celebración, que os deseo, junto a la reina, la princesa Leonor y la infanta Sofía, que sea feliz y tranquila.

Referencias a la Dana

Esta Nochebuena me gustaría referirme primero, y seguro que me entendéis, a la terrible Dana que hace casi dos meses golpeó con inusual fuerza varias zonas del este y sur de España, especialmente en Valencia.

Las personas que perdieron la vida y los desparecidos merecen todo nuestro respeto y no debemos olvidar nunca el dolor y la tristeza que han dejado en sus familias. Miles de personas vieron cómo lo que hasta hacía poco era su pueblo, su barrio, su trabajo, su casa, su negocio, su escuela, quedaban reducidos a escombros o incluso desaparecían. Un hecho difícil de asumir, pero del que todos deberíamos poder sacar las enseñanzas necesarias que nos fortalezcan como sociedad y nos hagan crecer.

No debemos olvidar nunca aquellas primeras imágenes de la riada que todo lo arrasó, los rescates de personas, algunas enfermas, ancianas o agotadas, que trataban de salir de sus coches o se refugiaban en tejados y azoteas. También vimos a quienes abrían sus casas para acoger a los más vulnerables, oponiendo a la fuerza implacable del agua y del lodo la fuerza abrumadora de la solidaridad y de la humanidad. Vecinos, voluntarios, equipos de protección civil, bomberos, cuerpos de seguridad, Fuerzas Armadas, ONG’s, y también empresas que organizaron colectas y donaciones, movilizando incluso su personal y maquinaria… la ayuda y la colaboración de todos está propiciando que, poco a poco, las más de 800.000 personas afectadas recuperen paulatinamente en su vida cierto grado de normalidad. Y que el medio y largo plazo quede igualmente atendido para asegurar realmente la recuperación.

Esa solidaridad en su sentido más puro y más apegado a lo concreto, la hemos reconocido día tras día en el trabajo ingente de voluntarios anónimos y de servidores públicos; y también hemos comprobado —y entendido— la frustración, el dolor, la impaciencia, las demandas de una coordinación mayor y más eficaz de las administraciones. Porque todas esas emociones —las que conmueven y reconfortan y las que duelen y apenan— surgen de una misma raíz: la conciencia del bien común, la expresión del bien común, o la exigencia del bien común.

La supremacía del bien común

Por encima de las eventuales divergencias y desencuentros, prevalece en la sociedad española una idea nítida de lo que conviene, de lo que a todos beneficia y que, por eso, tenemos el interés y la responsabilidad de protegerlo y reforzarlo. Es algo que la Reina y yo hemos podido constatar y valorar aún más a lo largo de esta década de reinado. Es responsabilidad de todas las instituciones, de todas las Administraciones Públicas, que esa noción del bien común se siga reflejando con claridad en cualquier discurso o cualquier decisión política. El consenso en torno a lo esencial, no sólo como resultado, sino también como práctica constante, debe orientar siempre la esfera de lo público. No para evitar la diversidad de opiniones, legitima y necesaria en democracia, sino para impedir que esa diversidad derive en la negación de la existencia de un espacio compartido.

Cuatro asuntos de Estado

Es en ese acuerdo en torno a lo esencial desde donde debemos abordar los asuntos que nos preocupan y que nos afectan en modos diferentes a nuestra vida colectiva. La creciente inestabilidad internacional, el clima en el que se desarrolla con frecuencia nuestro debate público, las dificultades en el acceso a la vivienda o la gestión de la inmigración son cuestiones, entre otras, que merecen nuestra atención y que también quiero abordar esta noche.

La inmigración es un fenómeno complejo y de una gran sensibilidad social que responde a causas diversas. Sin los movimientos de población a lo largo de la historia no podrían explicarse las sociedades del presente; que son sociedades abiertas e interconectadas. Siendo, por lo tanto, una realidad cotidiana, las migraciones pueden derivar –sin la gestión adecuada– en tensiones que erosionen la cohesión social.

El esfuerzo de integración, que corresponde a todos, el respeto –también de todos– de las leyes y normas básicas de convivencia y civismo, y el reconocimiento de la dignidad que todo ser humano merece, son los pilares que deben guiarnos a la hora de tratar la inmigración. Sin olvidar nunca la firmeza que requiere la lucha contra las redes y las mafias que trafican con personas. La manera en la que seamos capaces de abordar la inmigración –que también precisa de una buena coordinación con nuestros socios europeos, así como con los países de origen y tránsito– dirá mucho en el futuro sobre nuestros principios y la calidad de nuestra democracia.

Otro asunto, que preocupa, sobre todo a los más jóvenes, es la dificultad para acceder a una vivienda. Las ciudades, en especial las grandes urbes, actúan como polos de crecimiento y generan una demanda que la oferta no alcanza a satisfacer. Es importante, de nuevo, que todos los actores implicados reflexionen, se escuchen unos a otros, que se examinen las distintas opciones y que sea ese diálogo conduzca a soluciones que faciliten el acceso a la vivienda en condiciones asumibles, en especial para los más jóvenes y los más desprotegidos, pues ésta es la base para la seguridad, el bienestar de tantos proyectos de vida. Y realmente podemos hacerlo.

Nuestra vida se ve afectada también por un escenario exterior cada vez más complejo y cambiante –e incluso convulso. Vemos cómo con demasiada frecuencia se cuestiona el derecho internacional, se recurre a la violencia, se niega la universalidad de los derechos humanos o se pone en duda el multilateralismo para afrontar los desafíos globales de nuestro tiempo, como son las crisis climáticas y medioambientales, las pandemias, la transición energética o el comercio y la escasez de los recursos naturales. Vemos también, incluso, cómo se llega a discutir la misma validez de la democracia como sistema de gobierno.

En este contexto España y los demás estados miembros de la Unión Europea, debemos seguir defendiendo con convicción y con firmeza, junto con nuestros socios internacionales, las bases de la democracia liberal, de la defensa de los derechos humanos y de las conquistas en bienestar social sobre las que se asienta nuestro gran proyecto político. Porque Europa —la idea de Europa— es una parte esencial de nuestra identidad compartida, del legado que debemos a las generaciones venideras. En un mundo necesitado de actores fuertes y cohesionados, pero sobre todo de conductas inspiradas en principios y valores, y ahí Europa sigue siendo nuestra referencia más valiosa.

La Constitución de 1978, gran referencia de España

Y si miramos hacia dentro, nuestra gran referencia en España es la Constitución de 1978, su letra y su espíritu. El acuerdo en lo esencial fue el principio fundamental que la inspiró. Trabajar por el bien común es preservar precisamente el gran pacto de convivencia donde se afirma nuestra democracia y se consagran nuestros derechos y libertades, pilares de nuestro Estado Social y Democrático de Derecho. A pesar del tiempo transcurrido, la concordia de la que fue fruto sigue siendo nuestro gran cimiento. Cultivar ese espíritu de consenso es necesario para fortalecer nuestras instituciones y para mantener en ellas la confianza de toda la sociedad.

Un pacto de convivencia se protege dialogando; ese diálogo, con altura y generosidad, que debe siempre nutrir la definición de la voluntad común y la acción del Estado. Por eso es necesario que la contienda política, legítima, pero en ocasiones atronadora, no impida escuchar una demanda aún más clamorosa: una demanda de serenidad. Serenidad en la esfera pública y en la vida diaria, para afrontar los proyectos colectivos o individuales y familiares, para prosperar, para cuidar y proteger a quienes más lo necesitan. La reciente reforma del artículo 49 de la Constitución, referido a las personas con discapacidad, es un buen ejemplo de lo que podemos lograr juntos. Y no podemos permitir que la discordia se convierta en un constante ruido de fondo que impida escuchar el auténtico pulso de la ciudadanía.

España, gran país en su presente y futuro

Me lo habéis oído decir muchas veces y me gustaría volver a repetirlo: España es un gran país. Una Nación con una historia portentosa, pese a sus capítulos oscuros, y modélica en el desarrollo democrático de las últimas décadas, derrotando incluso el acoso terrorista que tantas víctimas causó. Un país con un presente que, pese a lo mucho que nos queda por hacer, por ejemplo, en materia de pobreza y exclusión social, resulta prometedor al observar el comportamiento de nuestra economía –en términos, entre otros, de crecimiento, empleo o exportaciones– y el nivel general de nuestro bienestar social. Y ante el futuro, creo sinceramente que los españoles tenemos un enorme potencial que nos debe infundir esperanza, tanto en el plano nacional como en la escena internacional.

Ese futuro radica principalmente en nuestra juventud, la misma que ha hecho brillar nuestro nombre en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos y en la última Eurocopa, la que emprende pese a las dificultades y la que está a la vanguardia de nuestra ciencia; la juventud que respeta a nuestros mayores y su valiosa experiencia, la que con más empeño exige avances en materia de igualdad, la que se prepara en nuestros colegios, institutos, universidades, centros de Formación Profesional, para acceder con energía al mercado de trabajo pese a las cifras de paro juvenil; la juventud, en fin, que busca oportunidades y supera los obstáculos a base de mérito y esfuerzo. Pero sobre todo la que nos ha llenado de orgullo acudiendo en masa para dar lo mejor de sí en las calles de los pueblos afectados por la DANA.

Palabras finales                                             

Con este espíritu de trabajo y de compromiso por lo que es de todos, por el bien común, termino mis palabras y vuelvo al principio. Vuelvo a todos los municipios y comarcas afectados por las riadas, en muchos de los cuales aún queda tanto por hacer, donde es tanta la necesidad de los vecinos que deja pequeños todos los esfuerzos, aún sin perder la esperanza.

Que la solidaridad que nos ha unido en los momentos más difíciles siga presente en cada gesto, en cada acción, en cada decisión. Que las ayudas lleguen a todos los que lo necesiten, para que puedan reconstruir el futuro por el que tanto han luchado, afrontando con coraje y dignidad los retos de un presente a veces implacable. Cuanto antes lo consigamos más reforzaremos nuestro sentido de comunidad, nuestro sentimiento de país. Porque la memoria del camino recorrido, la confianza en el presente y la esperanza en el futuro son una parte ineludible, acaso la más valiosa, pero también la más delicada, de nuestro bien común.

Que el espíritu de estos días de encuentro y convivencia permanezca en el año nuevo y que tengáis —os lo deseo, junto a la Reina y nuestras hijas, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía— una muy Feliz Navidad.

Eguberri On, Bon Nadal, Boas Festas.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de la Web oficial de la Casa Real

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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