
Sevilla, 17/XII/2025 – 12:08 h (CET+1)
Hoy nos adentramos en los sentimientos del principito, con claves muy claras en los capítulos VI, VII y VIII del libro, que oscilan entre la melancolía, tristeza y el fracaso de un amor no correspondido. Sobre las dos primeras, el principito confiesa algo esencial: “Cuando uno está verdaderamente triste son agradables las puestas de sol”. En su caso, habitando en un pequeño asteroide, sólo tenía que mover la silla cuarenta y tres veces para asistir a sucesivas puestas de sol de igual número.
Sumido aparentemente en este estado de ánimo, el principito revela un secreto al narrador, “largo tiempo meditado en silencio”: “Si un cordero come arbustos, come también flores”, incluso con espinas. El narrador, ocupado en la reparación de su avión, no da crédito a esta sorprendente pregunta, dando respuestas de “personas mayores”, que sólo tratan de cosas serias, a juicio del principito, que se toma la vida muy en serio: “Las espinas no sirven para nada; son pura maldad de las flores”. Esta respuesta encolerizó al hombrecito príncipe, que lanzó un discurso cargado para él de razones irreprochables: “Hace millones de años que las flores fabrican espinas. Hace millones de años que los corderos comen igualmente las flores. ¿Y no es serio intentar comprender por qué las flores se esfuerzan tanto en fabricar espinas que no sirven nunca para nada? ¿No es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es más serio y más importante que las sumas de un Señor gordo y rojo? ¿Y no es importante que yo conozca una flor única en el mundo, que no existe en ninguna parte, salvo en mi planeta, y que un corderito puede aniquilar una mañana, así, de un solo golpe, sin darse cuenta de lo que hace? ¿Esto no esimportante? Enrojeció y agregó: si alguien ama a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas. Se dice: «Mi flor está allí, en alguna parte…». Y si el cordero come la flor, para él es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagaran. Y esto, ¿no es importante?”. La verdad es que el mensaje es una metáfora del amor, sin cursilería alguna, porque cuando se descubre uno, su individualidad exige protección y defensa a toda costa. No es cuestión de ciencia de hombres grandes o mayores, sino de conciencia, de sentimiento, un estado afectivo duradero. En pocas palabras, el amor no es flor de un día…, a pesar de las espinas, que haberlas, haylas.

No se trata en estos artículos de hacer un mero comentario de texto, sino contextualizar en 2005 los mensajes del autor de El Principito, salvando lo que haya que salvar en un mundo al revés de determinados mayores, ante la frescura de un hombrecito pequeño, textualmente bautizado como el principito. Por esta razón, la continuidad del relato en el último capítulo analizado hoy, con una lectura de un hombre mayor, como es mi caso, la considero como una oportunidad más que me da la vida para descubrir su verdadero sentido, lo que Herman Hesse llamaba “obstinación”, algo que busco siempre con ilusión y especial empeño.
Todo comienza recuperando el sentido de una flor hermosa, observando nuestro héroe pequeño su despertar, pidiendo el riego como desayuno diario, justo y necesario. A partir de ese momento, también descubre en esa flor amada una auténtica feria de vanidades, autosuficiencia y una especial tiranía: “De este modo, el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, pronto dudó de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía muy desgraciado. No debí haberla escuchado —me confió un día—; nunca hay que escuchar a las flores. Hay que mirarlas y aspirar su aroma. La mía perfumaba mi planeta, pero yo no podía gozar con ello. La historia de las garras, que tanto me había fastidiado, debe de haberme enternecido…”.
A continuación es donde se aborda el hilo conductor de estos primeros días de convivencia del narrador aviador con nuestro principito, que ya lo he hecho amigo en mi vida, agradeciéndole una lección aprendida: “No supe comprender nada entonces. Debí haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Me perfumaba y me iluminaba. ¡No debí haber huido jamás! Debí haber adivinado su ternura, detrás de sus pobres astucias. ¡Las flores son tan contradictorias!Pero yo era demasiado joven para saber amar” (la cursiva es mía).
Continuará. Mientras, procuraré no olvidar que hay que juzgar por actos, no por palabras.

oooooOOOooooo
🕵️♀️ Yo apoyo el periodismo que exige transparencia. 🔎 Conoce Civio: https://civio.es/ #TejeTuPropioAlgoritmo
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL
¡Paz y Libertad!

Debe estar conectado para enviar un comentario.