El Principito, hoy / 6. ¿Quién descifra el terrible enigma de la soledad humana?


Acuarela de Antoine de Saint-Exupéry, en El Principito, 1943, capítulo XV

Sevilla, 23/XII/2025 – 09:42 h UTC (CET+1)

Recuerdo hoy que el pasado 14 de diciembre me propuse escribir una serie de artículos durante esta Navidad, Año Nuevo y Reyes, respetando la estructura y contenidos de El Principito, una novela corta, ¿cuento quizás?, desarrollada a través de 27 capítulos, que ha pasado a ser de dominio público en nuestro país, con mi interpretación actualizada en 2025, de lo que el autor quiso dejar como legado de su alma inquieta a la Humanidad. 

Ha sido dicho y hecho, llegando hoy a la sexta entrega para contar en esta ocasión un viaje del principito muy largo, hasta visitar un planeta lejano, diez veces más grande, encontrando un habitante Anciano, así, con mayúscula, de profesión geógrafo, “un sabio que conoce dónde se encuentran los mares, los ríos, las ciudades, las montañas y los desiertos”. Esto ocurre en el capítulo XV, en el que el narrador desarrolla una experiencia llamativa sobre la importancia de dejar constancia en los libros sólo lo permanente en la naturaleza, no lo efímero.

Como profesional de la geografía, el Anciano tenía claro su cometido, es decir, lo que no debía anotar en su libro enorme ante las sucesivas preguntas del principito: “No es el geógrafo quien debe hacer el cómputo de las ciudades, de los ríos, de las montañas, de los mares, de los océanos y de los desiertos. El geógrafo es demasiado importante para ambular. No debe dejar su despacho. Pero recibe allí a los exploradores. Les interroga y toma nota de sus observaciones. Y si las observaciones de alguno le parecen interesantes, el geógrafo hace averiguaciones acerca de la moralidad del explorador”, persiguiendo siempre la verdad de lo que cuentan, es decir, la objetividad verdadera que requiere la ciencia: “un explorador que mintiera ocasionaría desbarajustes en los libros de geografía”. Moral intachable, sin fisura alguna.

En esta situación, el nuevo “explorador“, para el geógrafo Anciano, podía ofrecer datos de su planeta de origen para registrarlos, si respondían a la verdad, en el Libro Grande, siguiendo un protocolo riguroso, porque “los relatos de los exploradores se anotan con lápiz al principio. Para anotarlos con tinta se espera a que el explorador haya suministrado pruebas”. Ciencia, otra vez, en estado puro.

La situación más relevante se produce en el momento en el que el principito comienza a describir su planeta, sus volcanes, ¿la flor…?, porque, según el geógrafo, son los más valiosos de todos los libros. Nunca pasan de moda. Es muy raro que una montaña cambie de lugar. Es muy raro que un océano pierda su agua. “Escribimos cosas eternas”, pero llegado el momento de “registrar” la rosa, le manifiesta al principito que no puede anotarla porque las flores son “efímeras” o lo que es lo mismo, como aclaración, lo efímero significa “que está amenazado por una próxima desaparición”.

Gran desconcierto creó en el principito “explorador” esta afirmación rotunda, porque su querida flor ya sabe que es efímera “¡y sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra el mundo! ¡Y la he dejado totalmente sola en mi casa!”. En este momento de turbación, recibe del geógrafo un sabio consejo, que vaya a visitar el planeta Tierra porque tiene “buena reputación”, iniciando un nuevo vuelo aunque no dejaba de pensar en su rosa “efímera”, indefensa, que nunca sería registrada en un libro grande de geografía porque le faltaba una cualidad indispensable: ¡ser eterna!

El principito llega de esta forma al planeta Tierra, descrito de forma muy breve en el capítulo XVI, que merece la pena recuperar íntegramente: “La Tierra no es un planeta cualquiera. Se cuentan allí ciento once reyes (sin olvidar, sin duda, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de ebrios, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas grandes. Para daros una idea de las dimensiones de la Tierra os diré que antes de la invenciónde la electricidad se debía mantener, en el conjunto de seis continentes, un verdadero ejército de cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos once faroleros. Vistos desde lejos hacían un efecto espléndido. Los movimientos de este ejército estaban organizados como los de un ballet de ópera. Primero era el turno de los faroleros de Nueva Zelanda y de Australia. Una vez alumbradas sus lamparillas, se iban a dormir. Entonces entraban en el turno de la danza los faroleros de China y de Siberia. Luego, también se escabullían entre los bastidores. Entonces era el turno de los faroleros de Rusia y de las Indias. Luego los de África y Europa. Luego los de América del Sur. Luego los de América del Norte. Y nunca se equivocaban en el orden de entrada en escena. Era grandioso. Solamente el farolero del único farol del Polo Norte y su colega del único farol del Polo Sur llevaban una vida ociosa e indiferente: trabajaban dos veces al año”.


Acuarela de Antoine de Saint-Exupéry, en El Principito, 1943, capítulo XVII

Menos mal que para aclarar esta descripción del planeta Tierra, encumbrando a los faroleros, los que lo iluminaban siempre con situación de continuidad, el narrador lo explica en el capítulo XVII con una cierta dosis de sarcasmo: “No he sido muy honesto cuando hablé de los faroleros. Corro el riesgo de dar una falsa idea de nuestro planeta a quienes no lo conocen. Los hombres ocupan muy poco lugar en la Tierra. Si los dos mil millones de habitantes que pueblan la Tierra se tuviesen de pie y un poco apretados, como en un mitin, podrían alojarse fácilmente en una plaza pública de veinte millas de largo por veinte millas de ancho. Podría amontonarse a la humanidad sobre la más mínima islita del Pacífico. Las personas grandes, sin duda, no os creerán. Se imaginan que ocupan mucho lugar. Se sienten importantes, como los baobabs. Les aconsejaréis, pues, que hagan el cálculo. Les agradará porque adoran las cifras. Pero no perdáis el tiempo en esta penitencia. Es inútil. Tened confianza en mí”.


Acuarela de Antoine de Saint-Exupéry, en El Principito, 1943, capítulo XVII

A partir de esta declaración de principios, nace un diálogo enigmático entre el principito y una serpiente, la única interlocutora que habita en la zona que visita el protagonista, un desierto en África. Con esta soledad sonora, asume dialogar con ella y pronuncia una frase con lógica humana, no así para el ofidio: “¿Dónde están los hombres? —prosiguió al fin el principito—. Se está un poco solo en el desierto. —Con los hombres también se está solo —dijo la serpiente. El principito la miró largo tiempo: —Eres un animal raro —le dijo al fin—. Delgado como un dedo… —Pero soy más poderoso que el dedo de un rey — dijo la serpiente”.

A pesar del desprecio hacia la serpiente, mostrado por el principito, negándole su poder y su incapacidad para viajar, ella muestra sus artes tentadoras, enroscándose alrededor del tobillo del visitante “como un brazalete de oro”, ofreciéndole una oferta especial: “A quien toco, lo vuelvo a la tierra de donde salió —dijo aún. Pero tú eres puro y vienes de una estrella… El principito, desconcertado, le dice a la serpiente que es “un animal raro, delgado como un dedo…”. La serpiente se apiada aparentemente de él, ofreciendo su interesada ayuda: “Me das lástima, tú, tan débil, sobre esta Tierra de granito. Puedo ayudarte si algún día extrañas demasiado tu planeta. Puedo…. —¡Oh! Te he comprendido muy bien—dijo el principito—, pero ¿por qué hablas siempre con enigmas? Yo los resuelvo todos —dijo la serpiente. Y quedaron en silencio”.

Enigmas sabios de un ofidio, experto en estrategias de embaucamiento interesado, porque sólo hacía enunciados de sentido artificiosamente encubierto, para que el encuentro con el principito, fuera difícil de entender o interpretar en su soledad sonora. La serpiente lo dejó plasmado en un aserto, anteriormente citado: es frecuente sentir la soledad interior porque “con los hombres también se está solo”. Terrible enigma para un principito bueno y… solo, entre dos mil millones de personas que habitaban el planeta Tierra en los años cuarenta del pasado siglo. Me sobrecoge pensar qué significa hoy el enigma de la soledad humana, enunciado por una serpiente, cuando a la hora de escribir estas palabras ya poblamos este planeta 8.265.627.300 personas.

oooooOOOooooo

🕵️‍♀️ Yo apoyo el periodismo que exige transparencia. 🔎 Conoce Civio: https://civio.es/ #TejeTuPropioAlgoritmo

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL

¡Paz y Libertad!