La izquierda, unida, no debe vivir sin ideas, sin ideología alguna

Sevilla, 16/VI/2024

Solo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio

Abate Dinouart. Principio 1º, necesario para callar.

Dejo de callar hoy en este cuaderno digital, después de unos días de silencio, como aprendí hace ya muchos años del Abate Dinouart, porque considero que mi empeño es decir algo que considero más valioso que este silencio autoimpuesto. Lo hago porque, a diferencia del famoso aserto de Groucho Marx, vuelvo hoy a hablar de mis principios políticos, sabiendo que si no gustan, no tengo otros. Han pasado unos días desde la jornada electoral europea del domingo 9 de junio y a tenor de los resultados globales, incluidos los de nuestro país, hay que aceptar que algo está ocurriendo en el mundo, en Europa, en nuestro país, en mi Comunidad, Andalucía, donde la derecha hace estragos y la izquierda se ahoga en un mar de siglas, dividida como siempre, sobreviviendo a duras penas frente a una derecha y su más allá, organizada más que nunca , ¿Qué pasa en la izquierda en este país? Recurro de nuevo a lo que llamaba Saramago, la cuestión hormonal, la ideología política, recordando lo escrito en este cuaderno digital hace ya años sobre la crisis estructural de la izquierda, trayéndolo a nuestro presente a tenor de los resultados de la izquierda en Europa, en nuestro país, en mi Comunidad Autónoma, situación que se debe abordar por la llamada «izquierda» y su más allá, sin tapujo alguno. Un examen profundo y sosegado, eso así con la ardiente paciencia de Neruda, sobre la situación actual de la denominada “izquierda” (para entendernos) y no quedarnos solo en lanzar ataques furibundos sobre todo el espectro del centro y de las derechas, como una mal entendida defensa para justificar lo ocurrido el pasado 9 de junio y en convocatorias electorales anteriores, con resultados también adversos y sin paliativos. La democracia nos enseña que hay que respetar de forma casi reverencial el resultado de las urnas. Otra cosa es conformarnos con lo ocurrido y dejar que todo siga igual. Decían los clásicos que evaluar es emitir juicios bien informados. Salvo error por mi parte en el rastreo técnico que he efectuado para evaluar lo ocurrido con la izquierda, creo que todavía no se ha hecho un examen a fondo de las circunstancias de texto y contexto en torno a las pasadas elecciones. La crisis de la izquierda data ya de hace varios años, quizá demasiados, donde se han ignorado continuamente las señales de falta de identidad de la militancia activa y pasiva en torno al espectro de la denominada izquierda. Lo ocurrido el día 9 de junio en las pasadas elecciones europeas, ha sido la crónica de un desastre anunciado por el rebosamiento de la grave fractura de la izquierda en nuestro país y, por extensión en bastantes países del continente europeo. ¿Por qué un absentismo de la izquierda tan abrumador y lejano del derecho a votar, con una sangría de votos tan preocupante?

¿Razones? Muchas y de variadas procedencias, pero la más importante es la falta de identidad de creencia en la ideología que debería sustentar la opción citada. Muchas veces he indicado en este blog que las ideologías no son inocentes, ninguna de ellas, pero ahora me centro en la izquierda (para seguir entendiéndonos). Todo lo que no sea cuidar la razón de por qué somos, existimos y vivimos dignamente, por medio de la política entendida en su justo sentido aristotélico, de la defensa de la ciudadanía en sus derechos y deberes, como garantía de la democracia, que solo se consigue a través de los programas políticos convincentes (que no todos son iguales y es donde la izquierda debe mostrar siempre su sensibilidad especial hacia todas las personas por justicia social y principios de equidad en la accesibilidad a la dignidad humana para todos, sin excepción alguna), es participar en conformismo diletante que es lo peor que le puede ocurrir a la izquierda (para entendernos de nuevo). Y la izquierda, digámoslo sin tapujos, se ha instalado en ese conformismo atroz. Decía en tal sentido Lukács, mi maestro en el neomarxismo de juventud, que “no hay ninguna ideología inocente: la actitud favorable o contraria a la razón decide, al mismo tiempo, en cuanto a la esencia de una filosofía como tal filosofía en cuanto a la misión que está llamada a cumplir en el desarrollo social. Entre otras razones, porque la razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y; por tanto, impulsándola o entorpeciéndola” (1). Las razones de la izquierda deben ser expuestas siempre de forma muy clara y de la forma más homogénea posible, impulsando sobre todo la transformación social, no solo los cambios, cuidando con esmero a los más débiles para alcanzar entre todos otro mundo posible. La fractura de la izquierda no ha hecho otra cosa en los últimos años que entorpecer con su división esta noble tarea de transformación. Así de claro y alto.

Además, me preocupa mucho el conformismo de la izquierda en nuestro país, en mi Comunidad, Andalucía, que se extiende como una mancha de aceite. El conformismo hace estragos allí donde nace, se desarrolla y muere, porque se instala en el confort de los mediocres, tibios y tristes, alejando como por arte de magia a las personas dignas de cualquier movimiento andante. Tengo que reconocer que la mediocracia me dan pánico, pero sus allegados crecen como por encanto, porque todos coinciden en que la cosa de la izquierda que lidera este país, gobernándolo de forma espuria, dicen, está fatal. Pero ¿qué es la cosa?, ¿su cosa, nuestra cosa?

La cosa de la izquierda es la vida misma, con su parafernalia personal e intransferible en cada persona que vive rodeada de cosas que cosifican, es decir, a la corta, más que a la larga, reducen a la condición de cosa a las personas, con un abandono y olvido cómplice de la ideología que la deberían sustentar, porque se la busca y, lo que es peor, no se la encuentra ni se la espera. Porque ahí radica su peligro extremo: reducen a las personas a una cosificación inaceptable por medio del conformismo brutal que nos invade y que suele diseñarse muy bien por el enemigo, un artista de la mercancía política en hipermercados de la indignidad y de su economía propia y asociada. Muchas veces he ensalzado la figura de Papageno, el protagonista de la ópera de Mozart, La flauta mágica, porque su profesión es un modelo a seguir en muchas ocasiones para los inconformistas de cuna, encantador de pájaros, aunque no sepamos casi nunca a qué tipo de pájaros, con perdón, tenemos que encantar. Cada uno que lo aplique a quien corresponda. A mayor abundamiento ideológico, Saramago manifestó en cierta ocasión, en una entrevista especial con Jorge Halperín, periodista de Le Monde Diplomatique, que las izquierdas son campos en ruinas y padecen una crisis de ideas, que es la peor de todas: “No hay ideas que reúnan a la gente y no se puede hacer nada si no hay una idea donde la gente se encuentre, alrededor o compartiéndola. Entonces, cuando se trata de la derecha no tiene mucha importancia, porque la derecha no necesita ideas. Pero tiene consecuencias graves para la izquierda porque no puede vivir sin ideas. Y la verdad es que algunas de ellas se agotaron” (2). 

Sé que las personas que lean estas palabras pensarán con nostalgia en días ya lejanos para algunos, en los que con orgullo y sentimiento de clase no importaba sentirse parte de lo que todo el mundo conocía como “la izquierda” y que te identificaran como integrante de sus formaciones políticas que no ocultaban con actitud vergonzante sus siglas e ideologías implícitas. Tampoco importaba que los que no estaban en este espacio ético de la izquierda se burlaran de sus «utopías», como los de siempre -para tranquilizar sus conciencias- han llamado y quieren seguir llamando hoy a toda pre-ocupación por los demás desde las políticas de izquierda, sobre todo cuando se centran en el beneficio del interés general y de los que menos tienen (por cierto, no solo en relación con el dinero).

La izquierda necesita gritar a los cuatro vientos que hasta aquí hemos llegado en este país, que la izquierda tiene que organizarse urgentemente, olvidar rencillas y disputas cortesanas, y dedicarse a formar una alternativa de progreso y cambio que devuelva a través del Gobierno y del Congreso, del Parlamento de Andalucía en estos momentos, el sentido de la vida y de la dignidad humana a todo el país y a la Comunidad Autónoma de Andalucía por extensión, sobre todo a millones de personas que malviven por el paro o la pobreza extrema y que a pesar de todo piensan que un día no muy lejano se resolverá su drama personal y familiar. Los agoreros mayores del reino piensan que fuera de la derecha y de la ultraderecha ahora no hay salvación, como nos enseñaban en el catecismo de nuestra infancia sobre la pertenencia salvadora a la Iglesia oficial. Pero no es verdad.

Ha llegado el momento de actuar. Con independencia de lo que puedan hacer los partidos de izquierda o de abajo, los de toda la vida al final, en la resaca de lo ocurrido el pasado 9 de diciembre o en la convocatoria de las generales, el 23J de 2023, salvados por la campana democrática de última hora, deberíamos aunar voluntades con el amor y el sufrimiento, desde las bases ciudadanas de la izquierda popular, como ha hecho Francia ante el avance de la ultraderecha en este país, para luchar por un futuro digno, propio y ajeno, como aprendimos de la voz de Quilapayún en la Cantata de Santa María de Iquique y que no me avergüenza citarla todavía hoy. Deberíamos celebrar encuentros en la calle, tomarla en el sentido más democrático del término, inundar las redes de mensajes solidarios de la izquierda digna, publicar artículos en blogs y mensajes en redes sociales, plantear debates en el tejido asociativo en el que estemos insertos, estar presentes en todos los medios de comunicación y celebrar actos en la Universidad, entre otras muchas actividades, para demostrar y demostrarnos que todavía hay una solución a la gobernabilidad de este país y de esta Comunidad sin tener que esperar pacientemente y en silencio cómplice a que todo siga discurriendo con conformismo indigno.

Aprendí de Víctor Jara que “hoy es el tiempo que puede ser mañana”. La mejor forma de no olvidarlo es atender estas palabras en su hoy, que ahora es el nuestro, porque no han perdido valor alguno al recordarlas en estos momentos cruciales para esta Comunidad, para este país, en definitiva, porque el problema de la izquierda activa es general. Sería una forma de salir del silencio cómplice en el que a veces estamos instalados para complicarnos la vida en el pleno sentido de la palabra. Merece la pena porque en la izquierda digna se sabe que mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. Palabra de Allende y ¿por qué no?, nuestra.

La izquierda, unida, jamás será vencida. Quizá sea la única forma de entonar a partir de ahora una canción alegre de la izquierda en nuestro país, en Andalucía. Como la Cantata de Quilapayún.

NOTA: el vídeo se ha recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=LWlkWPXfvXc

(1) Lukács, G., El asalto a la razón. Barcelona: Grijalbo, pág. 4 s., 1976; Cobeña Fernández, J.A., Necesidad de crisis y necesidad de religación. El Correo de Andalucía, 12/VII/1977, pág. 3; Cobeña Fernández, J.A. El cerebro necesita ideología, cada díahttps://joseantoniocobena.com/2012/03/19/el-cerebro-necesita-ideologia-cada-dia/.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA Y GAZA, ¡Paz y Libertad!

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