Lo que piensa el mar (II)

El mar, la mar…, de Alberti

¿Oísteis? La luz se pierde.
Se hunde la barca en la noche.
Sólo la mar permanece.

Rafael Alberti, en Pleamar (1942-1944)

Sevilla, 18/VI/2023

Hace casi 46 años que publiqué un artículo en El Correo de Andalucía, en su página de opinión, Lo que piensa el mar, que leído de nuevo y con las actualizaciones de género y contexto necesarias, podría recobrar su actualidad plena, porque hoy puede ser una reflexión importante sobre el sentido de la vida cuando se inicia el verano. Así lo presento de nuevo:

Sentarse frente al mar es como asistir a un espectáculo permanente, a teatro lleno. Las personas se acercan a él en una cita anual, junto a la frontera de la tierra. Los niños y niñas lanzan sus cometas al aire, en un encuentro con el cielo sin diálogo de palabras. Si se mezclan con la tierra, son los mejores alfareros. ¿Quién no ha visto a un niño o una niña modelar su castillo de arena? Hay veces que el agua, en sucesivas oleadas, va deshaciendo una ilusión, un proyecto, ante los ojos sabios de cualquier criatura.

No importa, siempre se puede construir de nuevo. Cuando se contempla esta parte del espectáculo, pienso en nuestras ilusiones, castillos en el aire, que la vida regala de vez en cuando como el mejor obsequio a ese niño o niña que todos llevamos dentro. El auténtico desencanto surge ante las oleadas de problemas e insatisfacciones que erosionan paulatinamente fe y obras. ¡Y qué difícil es recomenzar! Al menos, esta cita con el mar te recuerda que la felicidad y la alegría hechas castillos, suponen una atención, un trabajo y una vigilancia constante.

Esta es una reflexión fugaz de una persona junto al mar. Pero, ¿qué piensa el mar del espectáculo de los veraneantes? Si todo lo anterior puede tener un molde clásico de vivencias, esta pregunta -aparentemente inocente– cuestiona la esencia y la existencia de cada ser humano, fundamentalmente porque al mar lo conocemos más por sus frutos, que por elucubraciones estériles.

Creo que aquí radica el éxito de su espectáculo: entiende el silencio de cada persona, en contraposición al ruido del mundo; entiende el diálogo porque calla y sabe escuchar; tiene siempre una habitación interior para todos, frente al mundo superficial. Piensa, por último, sobre las personas, sin herirlas. Y si alguna de sus reacciones no las entendemos, es preferible callar e intentar comprender, porque, incluso las personas, con un cerebro a punto, también desencadenamos cataclismos incomprensibles. El mar, mientras piensa, nos contempla en situación de misterio.

Lo que lo que está ocurriendo hoy en el mar Mediterráneo, que se convierte casi de continuo en sepultura de miles de migrantes, cobraría un sentido importante si fuésemos capaces de entablar este verano algún contacto con cualquier mar u océano para saber qué piensa de estas tragedias. A mí me lo aconsejó un día ya muy lejano Rafael Alberti, a través de su libro «Pleamar», dedicado a su hija Aitana, «en estos años tristes, mi más bella esperanza». Hoy, lector o lectora de este cuaderno digital, me he permitido hacerte esta sugerencia. Nada más. Gracias.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!