El destino suele jugar… con vidas pasadas

Sevilla, 5/XI/2023

Una breve sinopsis de la película Vidas pasadas, reconocida internacionalmente en los festivales Sundance y Berlinale de este año, intenta explicar algo que a veces se nos escapa del espíritu, sobre todo en nuestro mundo occidental, tan falto de alma, ese soplo de vida tan difícil de asimilar a veces, el implacable destino, pero que puede llegar a sustentar los momentos más difíciles de nuestras vidas: “Nora y Hae Sung, dos amigos de la infancia con una fuerte conexión, se separan cuando la familia de Nora emigra desde Corea del Sur. Dos décadas más tarde, se reencontrarán en Nueva York durante una semana que les enfrentará al amor, el destino y las elecciones que componen una vida. Este desgarrador romance moderno, protagonizado por Greta Lee, en el papel de Nora y Yoo Tae-o, en el de Hae Sung, cuenta con una banda sonora compuesta por Christopher Bear y Daniel Rossen, dos de los miembros fundacionales de la banda Grizzly Bear”. A partir de aquí suceden muchas cosas en esta película, dirigida por la dramaturga coreana-canadiense Celine Song, en una exposición bella de rasgos de su propia vida, que ayer pude ver en el cine tradicional, un lugar que recientemente he ensalzado a través de otra película excepcional, Retratos fantasma, dirigida en este caso por el cineasta brasileño Kleber Mendonça Filho. Probablemente, porque vivo instalado en mi Cinema Paradiso imaginario, que tantas veces he citado en este cuaderno digital, el Cine Ideal de mi infancia aquí en Sevilla, ¡qué denominación tan sugerente!, del que yo oía tan sólo con cuatro años las bandas sonoras de ese cine tan querido en la ciudad, agarrado a los hierros del balcón de mi habitación que daba a la calle Becas. Creo que ahí nació mi amor por el llamado séptimo arte (Ricciotto Canudo, 1911), algo parecido a lo que le ocurrió a Totó el protagonista de la película citada anteriormente, Cinema Paradiso, que preside desde hace bastantes años la cabecera de este blog.

La película te sumerge desde sus primeros planos en la filosofía de vida coreana, tan alejada a veces de la nuestra o tan cercana en bastantes ocasiones, según se mire, porque desde el primer momento comprendí perfectamente los sentimientos de los dos protagonistas de la película. Somos el resultado de una vida, del azar y de la necesidad, que yo intenté aprehender a través de un autor de culto, Mircea Eliade, cuando era muy joven. Lo que sí he vivido ha sido la fuerza del destino, imprevisible casi siempre. Los primeros planos ofrecidos por el tráiler, son un aviso para navegantes, porque si quieres comprender tu vida, debes asumir lo que significa el destino, algo que en Corea tiene todo su sentido: “Hay una palabra en coreano, in-yun, que significa providencia o destino. ¿Y tú crees en eso? [pregunta a Nora la pareja de la protagonista, un escritor americano]. Sólo es algo que dicen los coreanos, para seducir a alguien”. El título de la película refleja el sentido pleno de esa palabra extraída del budismo coreano, in-yun, la providencia, el destino, que une a dos personas por encima de todos los avatares de la existencia, simplemente poque hace muchos años, miles por ejemplo, alguna vez sus almas estuvieron enlazadas. Ahí está el secreto del mensaje de la película, aunque la protagonista lo desacralice al explicarlo como recurso propio ante la pérdida de su identidad, en un conformismo personal y social muy preocupante en almas emigradas. 

Si algo me entusiasmó de la película fueron sus silencios continuos, la ausencia de palabras, sobre todos los de las secuencias finales, porque las miradas lo decían todo… La directora lo ha resumido muy bien: “La película se trata en gran medida de señalar una vida ordinaria y momentos extraordinarios en una vida ordinaria, hablar de eso y dejar espacio para sentirlo. […] El villano de esta película son 24 años y el Océano Pacífico. Para mí era necesario sentir Seúl y Nueva York, sus diferencias y similitudes. Y sentir a los niños coexistiendo con los adultos, que la contradicción existiera al mismo tiempo. Por eso tenía sentido que esta historia se contara en una película. […] Además de las partes que dejas atrás, que se convierten en una vida pasada, la historia conecta conmigo por ser una inmigrante de un continente a otro”, dice. “Pero también eso conecta con cualquiera porque te has cambiado de ciudad o de profesión”.

He leído que la directora ha vivido en directo algo que es terrible para un emigrante: la pérdida de su identidad. Por esta razón, la película se hace aún más bella: se recupera la memoria histórica de un amor, basado en la importancia del simple roce de una persona paseando por la calle, por ejemplo, porque ese puede llegar a ser el destino, aunque recuperarlo en plenitud, cuando pasa el tiempo “perdido”, sea ya algo imposible. En este contexto, he recordado algo que me pasó también cuando vi otra excelente película que, salvando lo que hay que salvar, trata de este asunto a la europea, pero que también puede ser vivido con el sentimiento coreano del amor. Me refiero a Los años más bellos de una vida, dirigida por Claude Lelouch, a la que dediqué unas palabras cargadas de sentimientos y emociones después de verla y sentirla. La película trata de un reencuentro también, en este caso en torno a un amor perdido en las vidas pasadas de dos personas que se quisieron hace ya muchos años. También nos transmite realidades muy duras en la vida de las personas mayores: la enfermedad del olvido selectivo o Alzhéimer, la vida en común obligada cuando se vive en una residencia de mayores, la ausencia de movilidad en el sentido pleno de la palabra, las ausencias, las fiestas organizadas para alegrarnos la vida incluso cuando lo que se requiere es silencio interior, la soledad acompañada y sonora, los horizonte lejanos, la moviola de la vida disponible en los momentos que determinadas neuronas lo permiten, el amor alojado en neuronas que no se borran, los flashback que circundan la memoria de hipocampo, las sorpresas de quienes nos quieren de verdad. Escuché entonces, atentamente, a Claude Lelouch en una entrevista cuando hablaba de la realidad de la mirada, porque los ojos nunca mienten, porque siempre nos queda la mirada de alguien a quien queremos. Ahora, los silencios de las miradas de Jean-Louis y Anouk en su reencuentro. Anoche las de los dos protagonistas cuando eran niños, jóvenes o adultos. En aquella ocasión me pareció excelente ver Los años más bellos de la vida, porque me permitió soñar de nuevo, hacer viajes casi imposibles, utilizar la tecnología para perpetuar los reencuentros a través de un selfi (autofoto), porque da igual casi todo, excepto el amor verdadero: la autoridad, las prohibiciones, la cicatería en el amor. El reencuentro en Nueva York, en Vidas pasadas, me pareció de una belleza hermosa. Aunque sé que viendo de nuevo a Lelouch siempre quedará París, recorrido de punta a punta gracias a su dirección de cámara, en un plano secuencia memorable, utilizando un corto suyo de ocho minutos (Era una cita) para transmitirnos que el mundo solo tiene interés hacia adelante cuando respetamos el amor de cada presente. Incluso en las tinieblas del Alzhéimer, con una banda sonora de fondo gracias a Francis Lai. Incluso con los semáforos en rojo de la vida. Sobre todo, si alguien nos espera al final de un largo camino y en una cita inolvidable.

Lo recordé anoche en la despedida de los dos protagonistas de Vidas pasadas, en la visita de él a su querida Nora en Nueva-York, sin dar más datos para no caer en espoiler. A veces, sólo queda el silencio para interpretar el destino en nuestras vidas. Sabemos que cada uno, cada una, a pesar de todo, sigue sólo con lo suyo, pero la realidad es que nunca se podrá decir ya “con lo nuestro”. En clave europea, solemos decir que el destino estaba escrito, pero tomando conciencia de que, a veces, juega… con nuestras vidas pasadas.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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