Un Gran Concierto de Mozart ante el Gran Desconcierto Político en este país

Fotocomposición con la portada de la partitura original del Gran Concierto para clavecín o pianoforte, W.A. Mozart (1782), KV 414 / JA COBEÑA

Alza las palabras, no la voz. Es la lluvia lo que hace crecer las flores, no los truenos

En El pan de la guerra, 2018.

Sevilla, 13/XI/2023

La verdad es que estamos viviendo días muy desconcertantes en este país, instalado en el insulto y descalificaciones gruesas permanentes de los que no piensan igual, de la derecha en concreto y su más allá, que existen y ahí están, saltándose a la torera cualquier resquicio de comprensión y respeto hacia los demás, que somos más de doce millones de votantes que representamos los que al final, con nuestros votos respaldamos la democracia representativa y constitucional, aunque algunas de las decisiones finales que se han tomado por la llamada izquierda o bloque progresista no acaben de gustarnos a todos por igual. Pero la situación no va de gustos sino de llevar al país al progreso y a la eliminación de las barricadas y de su dualismo y cainismo sempiterno como señas de identidad de estas dos Españas que se intentan resucitar por algunos.

En este contexto, cuando me enfrento esta mañana a la pantalla en blanco, vuelve a sonar en mi conciencia la voz de Ítalo Calvino, en su conferencia malograda por su fallecimiento repentino antes de pronunciarla en Estados Unidos, en 1985, El arte de empezar y el arte de acabar, sabiendo que si sigo al pie de la letra su recomendación a la hora de escribir, tengo la oportunidad cada día de decir todo o nada, pero de los que se trata es de que me esfuerce en decir algo especial. Y lo especial hoy es que intentemos escribir palabras concertantes, con el espíritu de Mozart a la hora de escribir la partitura de este Gran Concierto para clavecín o fortepiano (KV 414), compuesto en 1782, que me rodea a diario a modo de banda sonora permanente en mis oídos, porque figura como imagen principal de la portada de la partitura de este concierto, en las cortinas de la habitación desde la que escribo a diario páginas en este cuaderno digital.

Nuestras Autoridades, que dieron sentido en el siglo XVIII al primer diccionario de la lengua castellana, permitieron que la Real Academia española de la Lengua publicara entre 1726 y 1739 suprimer repertorio lexicográfico, en que se explicaba el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las frases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua», lo que se conoce como el Diccionario de autoridades, “pensando que una lengua necesita contar con una norma culta sustentada en el uso de los mejores escritores (aquellos que, como se advierte en el prólogo, a juicio de la Academia «han tratado la Lengua Española con la mayor propiedad y elegancia: conociéndose por ellos su buen juicio, claridad y proporción, con cuyas autoridades están afianzadas las voces», si bien se puntualiza que «no por esta razón se dexan de citar otros [autores], para comprobar la naturaleza de la voz, porque se halla en Autor nacional, sin que en estas voces sea su intento calificar la autoridad por precisión del uso, sino por afianzar la voz»)”. He querido recurrir hoy a esta fuente, para alejar la palabra “concierto” de los llamados “adoctrinamientos” que utiliza la llamada “gente de bien”, frente a los que nos tildan de “gente de mal” en casi todas sus intervenciones. Es precisamente en su primera edición cuando el diccionario citado dice que “concierto”, en su primera acepción significa  “ajuste, pacto, convenio, tratado hecho de acuerdo y consentimiento de ambas partes, sobre alguna cosa”, pero cobra más valor aún cuando acudimos a la segunda, al decir textualmente que “vale también buena orden, disposición y método en el modo de hacer y ejecutar alguna cosa”, citando expresamente en su referencia a una autoridad más allá de toda sospecha, Fray Luis de León, cuando afirmó algo que se olvida casi siempre a la hora de enfrentarnos a conciertos de la vida ordinaria y, ahora, al concierto político y de Estado: “Dicen que no hablo en romance, porque no hablo desatadamente y sin orden, y porque pongo en las palabras concierto, y las escojo, y les doy su lugar (De los nombres de Cristo, 3, Proemium, 1583)”.

Daniel Barenboim – Concierto para piano, número 12 in La Mayor K. 414: I. Allegro

Por lo expuesto anteriormente y con el Gran Concierto de Mozart de fondo, el nº 12, KV 414, creo que ahora y siempre debemos recuperar todos los esfuerzos posibles para lograr componer un Gran Concierto Político en este país, que permita buen orden, así como buena disposición y método en el modo de hacer y ejecutar la política en la actualidad, siguiendo de cerca a Fray Luis de León, sin hablar desatadamente y sin orden, poniendo todos las palabras como una partitura imaginaria del Gran Concierto de nuestras vidas, haciendo un esfuerzo por escoger las mejores, sin insultar o descalificar por principio a nadie, dándoles su lugar, porque afortunadamente, en ese principio, aún nos quedan, recordando a Blas de Otero en Pido la paz y la palabra (1955), que yo, hoy, también las proclamo alzando esa palabra, no la voz, porque es la lluvia lo que hace crecer las flores, no los truenos:

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!