La política no debe hacer daño a nadie

¿Cuántas iglesias tiene el cielo?
¿Por qué no ataca el tiburón a las impávidas sirenas?
¿Conversa el humo con las nubes?
¿Es verdad que las esperanzas deben regarse con rocío?

Pablo Neruda, Libro de las preguntas, IV

Sevilla, 17/XI/2023

En política, como en casi todos los órdenes de la vida, unos ganan y otros pierden, pero de lo que estoy convencido es de que la política no debe hacer daño a nadie, porque la función principal de la democracia, de la que derivan las estructuras y funciones políticas, es hacer posible la convivencia y la consecución de objetivos que permitan llevar a cabo los principios de libertad, equidad y justicia social para todos, sin excepción alguna. El bienestar común, en definitiva. Lo dije el día después de las elecciones del pasado 23 de julio, donde hubo un hecho claro y contundente mediante el resultado obtenido en las urnas: el conjunto de la llamada izquierda progresista sacó un número mayor de votos que las derechas juntas y en unión, ´defendiendo la bandera de la santa tradición´ y, por tanto, de lo que se trataba a partir de ese momento es de que, de verdad, la política no hiciera daño a nadie.

Han pasado casi cuatro meses y los resultados se concretaron ayer con la elección del nuevo Presidente del Gobierno, legítimo, por mayoría absoluta, gracias a los votos emitidos en el Congreso de los Diputados. Por esta razón, a partir de ese momento estamos todos obligatoriamente obligados a aceptar el resultado, porque así lo ordena la democracia y la Constitución de nuestro país. Una vez más, sigo recordando una canción muy breve interpretada por Aguaviva, Ni yo tampoco entiendo (1975), con letra del poeta malagueño Rafael Ballesteros, que procuro aplicarla todos los días, en democracia, por su mensaje final: todos, sin excepción, estamos obligatoriamente obligados a entendernos: partidos políticos y ciudadanía, casi por igual, tanto monta monta tanto, porque los votos son de los ciudadanos que votan a sus representantes legítimos, diputados y diputadas, en este caso. Sobre todo, porque hay una finalidad casi sagrada: pretendemos, con nuestro voto, ser dueños de nuestro destino, algunos con más ensoñación democrática de su destino que otros, a pesar de todo: […] El tema 83, la democracia, / el ácido sulfúrico, los ceros, el tacón, / las hambres, el casamiento / orgánico. / De este mundo los dos sabemos poco. / Y sin embargo, estamos aquí, obligatoriamente obligados a entenderlo. 

Al vivir en un país en el que funciona la democracia representativa, ahora toca de nuevo a los representantes a los que hemos delegado nuestros sueños y deseos más legítimos, tomar la responsabilidad de entenderse entre ellos, a pesar de lo que hemos visto y vivido en estos cuatro meses hasta llegar a la elección del nuevo Presidente del Gobierno -vuelvo a insistir que de forma legítima– por si cabe alguna duda, que la hay. Están obligatoriamente obligados a hacerlo en beneficio del país, de todos. La izquierda sabe que con el triunfo obtenido ayer, porque en los gobiernos es donde se hace posible la transformación de la sociedad de la mejor forma posible, por su capacidad legislativa, hay una palabra mágica que no hay que traicionar: unidad, para no ser vencidos. Eso sí, sin esperar milagros, porque es suficiente con que la política no haga daño a nadie, que es el principal ´milagro´, terrenal y cercano, como decía mi admirado escritor Manuel Rivas en su columna del domingo electoral de 26 de mayo de 2019, en el diario El País, hablando de lo que hace verdaderamente daño a la política, nacional y europea: “Hay mucha gente desencantada de la política, tal vez porque tenía de ella una visión providencial. Yo no estoy desencantado, ni encantado, porque no espero milagros. Me parece suficiente milagro una política que no haga daño. Aunque imperfecta, que no cause desperfectos. Que no penalice la libertad, que no normalice la injusticia, que frene la guerra contra la naturaleza. Una política que no se nos caiga encima”.

No espero milagros en esta nueva Legislatura, pero sí la continuidad del blindaje del Estado de Bienestar, que tanto he defendido a lo largo de los años de vida de este cuaderno digital, a través de un gobierno progresista que frecuente un presente y un futuro más amables para el país, sin discriminación alguna, pero con la imprescindible salvaguarda de la equidad en todo los terrenos posibles, sin dejar a nadie atrás, fundamentalmente a los que menos tienen, a los nadies señalados y defendidos por Eduardo Galeano, como los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida…  Igualmente y como utopiano de pura cepa, sigo pensando que las ideologías progresistas seguirán marcando el curso de la historia, tal y como lo expresó de forma excelente el filósofo George Lukács en El asalto a la razón: “[…] no hay ninguna ideología inocente: la actitud favorable o contraria a la razón decide, al mismo tiempo, en cuanto a la esencia de una filosofía como tal filosofía en cuanto a la misión que está llamada a cumplir en el desarrollo social. Entre otras razones, porque la razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y; por tanto, impulsándola o entorpeciéndola” (1).

La mediocracia, es decir, el gobierno de los mediocres, está haciendo estragos por donde pasa y ya está instalada en el país como actitud política, siendo conscientes, atendiendo a lo expuesto por Jorge Wagensberg en un aforismo que no olvido, que lo mediocre es peor que lo bueno, pero también es peor que lo malo, porque la mediocridad no es un grado que pueda mejorar o empeorar, es una actitud, dado que todo mediocre cree haber descubierto lo que es poder: poder es poder hacer sufrir. Por esta razón concreta y visto lo visto con las derechas y ultraderechas, cerriles y mediocres por definición, me corresponde a partir de hoy, el día después, como ciudadano que defiende el Estado de Bienestar a ultranza, para todos y sin discriminación alguna, descubrir y desenmascarar las maniobras oscuras de la mediocracia con poder, especialistas en hacer daño, sin esperar que vengan los demás a solucionarnos los problemas que nos rodean y, para decirlo bien alto y claro, porque todos no somos iguales y porque estoy convencido de que la política no debería hacer daño a nadie. Sólo debe existir esta igualdad ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, como dice el Artículo 14 de la Constitución. Aunque dentro de unos días, cuando la mar política esté en calma y la dirección de la mina democrática en la que vivimos no sufra más sobresaltos, tengamos que volver con la cabeza bien alta a la contramina o a la sala de máquinas en la que tanto nos gusta trabajar, para seguir navegando y cavando en la igualdad que tanto necesitamos todos para alcanzar la libertad, sin excepción alguna. De lo contrario sucederá lo que ya nos advirtió Benedetti sobre los peligros del conformismo y la mediocridad: sin pensar uno ahorra desalientos / porque no espera nada en cada espera / si uno no piensa no se desespera / ni pregunta por dónde van los vientos // la mente se acostumbra a ese vacío / no sabe ya de nortes ni de sures / no sabe ya de invierno ni de estío (2).

Una cosa más. Hoy, en el día después, con el triunfo progresista de ayer, al salir adelante un proyecto progresista para el país, que sólo se podrá llevar a cabo mediante el nuevo Gobierno de coalición, pienso, junto a Pablo Neruda y soñando despierto como utopiano irredento, dar una respuesta clara y objetiva a una de sus preguntas, en su libro de referencia (3): con el compromiso social activo de cada uno, de cada una, se puede regar todos los días con rocío la esperanza de vivir en este país, formando parte de un mundo diferente, equitativo, solidario y perfectamente posible.

(1) Lukács, G, El asalto a la razón, Barcelona: Grijalbo, pág. 5. 1976.

(2) Benedetti, Mario, Soneto del pensamiento, en Testigo de uno mismo. Madrid: Visor Libros, pág. 122, 2014 (2ª ed.).

(3) Neruda, Pablo, Libro de las preguntas, Barcelona: Seix-Barral, 2018.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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