Cavo con una aguja el pozo de vivencias lejanas

Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla, […] escribo para ser feliz.

Orhan Pamuk, en el discurso del acto de entrega del Premio Nobel de Literatura 2006

Sevilla, 26/XI/2023

Estoy convencido de que el pintor que siempre ha vivido en la persona de secreto del premio Nobel de Literatura en 2006. Orhan Pamuk, nunca ha muerto: “Tengo que escribir sobre el placer que siento al escribir por encima de un dibujo. Esto es lo que hay que decir: entre los 7 y los 22 años pensé que iba a ser pintor. A los 22, murió el pintor que había en mí y empecé a escribir novelas. En 2008, entré en una tienda y salí con dos enormes bolsas llenas de lápices y pinceles; luego, entre el placer y el temor, empecé a dibujar en pequeños cuadernos. No, el pintor que había en mí no estaba muerto». Es lo que le ha llevado a la publicación de su última obra, Recuerdos de montañas lejanas, cuya descripción oficial nos ayuda a comprender su hilo conductor: “Desde hace quince años, Orhan Pamuk escribe y dibuja a diario en sus cuadernos. Anota sus pensamientos sobre la actualidad, dialoga con los personajes de sus novelas, confiesa sus miedos y preocupaciones, narra sus encuentros y viajes y reflexiona sobre el amor y la felicidad. Por primera vez, el escritor que soñaba con ser pintor nos muestra una cuidada selección personal de sus dibujos, una bellísima aproximación a la íntima y prolífica lectura que hace Pamuk del mundo y de la vida a través de un conmovedor mosaico de paisajes y reflexiones. Recuerdos de montañas lejanas se convierte así en un verdadero espacio artístico alejado del diario o las memorias tradicionales, dando lugar a un libro singular e inimitable”.

Si publico hoy este acontecimiento literario es por mi profunda admiración de este escritor, con el que comparto la justificación de por qué escribo, tal y como lo he reflejado en páginas de este cuaderno digital, en numerosas ocasiones, entre las que destaco una, fundamental, cuando recordé unas palabras suyas en el acto de entrega del citado Premio Nobel de Literatura, publicadas después en un libro con un título muy sugerente, La maleta de mi padre (1), en el que nos explicó qué significaba en su vida un dicho de su tierra con un valor especial: “escribir es como cavar un pozo con una aguja”, expresión fantástica a la que dediqué un artículo en este cuaderno digital con motivo de la celebración del Día Internacional del Libro en el año 2017. Es verdad que la vida de un escritor se hace poco a poco, horadando la persona de secreto que todos llevamos dentro, aunque no todos lo descubran, es decir, cavando el pozo del alma con una aguja virtual a imagen y semejanza de cada uno. Esa es la razón de que existan pocos escritores que aporten al mundo sus pozos con agua, porque es su misión, no la de estar secos clamando solos en su desierto personal. Y sigo buscando cada día las razones de Orhan Pamuk cuando hablaba de la maleta que un día le entregó su padre y que reflejaba lo que había aprendido de él y de una premonición hecha hacia él después de un abrazo de silencio: “…me dijo de repente y como si tal cosa que algún día me darían el premio [Nobel de Literatura] que hoy recibo con gran alegría”.

En aquella ocasión dediqué aquellas palabras a las personas que desde que comencé a escribir por primera vez las páginas de este blog, en diciembre de 2005, se acercan cada día a este cuaderno de inteligencia digital para buscar islas desconocidas, a cuantos sienten el placer de leer libros y palabras unidas en otros formatos, que dan sentido a sus vidas; a quienes descubren el sentido de la existencia a través de autores concretos, a las personas que se sienten acompañadas por libros de cabecera que nunca les abandonan, a quienes con fían en que quienes escriben tienen la paciencia turca de cavar pozos con un a aguja, porque solo desean transformar la realidad poco a poco para poder soportarla. Hoy, sigue teniendo el mismo valor esta dedicatoria, que reafirmo en todos sus términos, porque doy mucho valor a los recuerdos de vivencias lejanas, a esas montañas existenciales que tan sabiamente dibujaba Orhan Pamuk en sus libros de notas.

Después de muchos años de oficio vital, creo que comprendí qué significa escribir cuando leí a Pamuk en su memorable discurso en el acto de recepción del premio Nobel: “[…] el secreto del escritor no es la inspiración, pues nunca se sabe de dónde viene, sino la obstinación y la paciencia. Hay una hermosa expresión turca, “cavar un pozo con una aguja”, y a mí me parece que fue inventada pensando en nosotros, los escritores. Para mí, ser un escritor significa observar con atención las heridas que llevamos dentro, sobre todo las heridas secretas de las que no sabemos nada o casi nada, descubrirlas con paciencia, estudiarlas y sacarlas a la luz para luego asumirlas y hacer de ellas una parte consciente de nuestra escritura y nuestra identidad. Ser escritor es hablar de cosas que todos conocen sin saberlo. Descubrir este conocimiento, desarrollarlo y compartirlo, ofrece al lector el placer del asombro en el recorrido de un mundo que le es familiar”.

Estos son determinados principios existenciales a la hora de escribir, que tantas veces he reiterado en estas páginas y que hoy, al conocer la última publicación de Pamuk, me vuelvo a reafirmar en ellos, con el hilo conductor de transmitir una idea circular en este blog desde su primer día de vida literaria, utilizando de nuevo aquellas palabras que debo a él, “escribir es como cavar un pozo con una aguja”, salvando lo que debo salvar, simplemente por la actualización temporal, aspecto de forma que no de fondo, recordando a José Manuel Blecua, ex director de la RAE, cuando dijo en una ocasión que al escribir copiamos siempre de los autores que hemos leído a lo largo de nuestra vida y nos han marcado. En esta ocasión, lo hago copiando de él, porque estos siguen siendo mis principios y, si no gustan, no tengo otros, separándome por un momento de mi admirado Groucho Marx. En un tiempo en el que se arrojan valores por la ventana desde nuestro desvencijado vehículo vital, vuelvo a hacer una declaración de principios sobre por qué escribo en este blog, en una etapa de jubilación en la que sigo asumiendo, cada día que pasa, que lo nuestro es pasar, con ardiente impaciencia personal y social, sabiendo que ahora tengo un compromiso intelectual con la sociedad en la que vivo. A veces, siguiendo tan solo la ruta de un pájaro herido, leyendo de nuevo a Pamuk para no sentirme así, por no vivir así, perdido. Gracias anticipadas si está interesado o interesada en leer unas palabras necesarias en mi vida, casi imprescindibles para seguir escribiendo, porque escribo por tres razones.

En primer lugar, porque es la forma de expresar de forma especial, con palabras, la esencia de mi persona de secreto, interpretando la realidad que rodea permanentemente mi vida de forma voluntaria pero no inocente. Ser dueño de las palabras, es el acto humano por excelencia porque es una posibilidad que solo pertenece a mi especie, aunque genere en el acto de escribirlas un miedo cerval ante la página en blanco. En segundo lugar, porque considero que escribir es un acto de militancia activa en el compromiso intelectual, por varias razones: el mero hecho de cuestionar la existencia de uno mismo al servicio estrictamente personal, es decir, el trabajo permanente en clave de autoservicio, así definido e interpretado, rompiendo moldes y preguntándonos si lo importante es salir del pequeño mundo que nos rodea como privilegiada zona de confort y mirar alrededor, ya es un signo de capacidad intelectual extraordinaria que muchas veces no está al alcance de cualquiera por imperativos del mercado. Desgraciadamente. Además, porque al escribir se hace patente el compromiso con uno mismo y con los demás, fundamentalmente con los más desfavorecidos por la vida. Siempre lo he asociado con la responsabilidad social, porque me ha gustado jugar con la palabra en sí, reinterpretando la responsabilidad como “respuestabilidad”. Ante los interrogantes de la vida, que tantas veces encontramos y sorteamos, la capacidad de respuestabilidad al escribir (valga el neologismo temporalmente) exige dos principios muy claros: el conocimiento y la libertad. En tercer lugar, porque me transforma y renueva continuamente el alma, porque podemos escribir la historia mejor y jamás contada, pero si le falta alma, no es nada: Y eso el lector lo nota. Intuye que a esa perfección le falta algo. Se llama corazón, alma, un texto en el cual se nota si el autor se ha enamorado de su libro más allá de las ideas que quiere contar. Y me reafirmo en lo que ya he expresado en los últimos años sobre escribir con el alma, tal y como lo estoy haciendo ahora.

Vuelvo a Orhan Pamuk, del que me gusta “copiar” sus sentimientos, afectos y palabras, como dije anteriormente y citando a José Manuel Blecua, ex director de la RAE. Quizás, al escribir hoy estas palabras especiales, para decir algo especial, he copiado también una experiencia contada una vez por el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo estuviera el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días, los pequeños, escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas, como cavando un pozo del alma con una aguja, recordando nuestras vivencias, que algunas veces aparecen como montañas lejanas.

(1) Pamuk, Orhan, La maleta de mi padre. Barcelona: Random House Mondadori, 1997.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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