
Sevilla, 5/II/2024
Si somos sensibles a la soledad humana y al dolor que nos ocasiona el acoso social diario por tierra, mar y aire, descubrimos el miedo a quedarnos fuera de casi todo, aunque el capitalismo feroz sigue explotando el filón inagotable filón del consumo insaciable de todo lo que se mueve a nuestro alrededor. El acrónimo para definir esta situación ha llegado para quedarse e instalarse en nuestras vidas, FOMO, «fear of missing out«, es decir, el “miedo a perderse algo», un síndrome que deja al descubierto el apetito insaciable de llegar siempre a tiempo de “aquello” que deseamos o nos inducen a desearlo, cualquier cosa, porque sabemos que si no somos rápidos, según marcan los tiempos del mercado y sus mercancías, para reservarlo o adquirirlo antes de que se agote, no podremos disfrutarlo, llevándonos de la mano y de la mente a una frustración desmedida, de consecuencias a veces desconocidas por su alcance como conflicto psicológico no fácil de resolver.
Manuel Rivas lo explica muy bien, con su habitual maestría, en una conferencia que ya he recogido en este cuaderno digital, Por una luciérnaga (La ecología de las palabras en el manuscrito de la tierra), que figura en su libro Lo que queda fuera, que recomiendo para una lectura atenta de su fondo y forma: “Mi último libro, un poemario, se titula O que fica fóra (‘Lo que queda fuera’). De alguna forma, es una respuesta al síndrome más extendido de nuestro tiempo, dominado por el Tecnopoder y la superstición del «solucionismo tecnológico». Ese síndrome es conocido por las siglas FOMO, es decir, Fear of Missing Out. El miedo a quedarse fuera. Fuera de la Gran Cháchara. Fuera de juego. No estar a la última. En el fondo, pienso que ese síndrome puede ser la versión de un antiguo miedo. El miedo al abandono. Podríamos darle la vuelta y pensar que, justamente, lo más importante es «lo que queda fuera». Lo que no es efímero”.
Salvando lo que haya que salvar, he escrito sobre una versión de este miedo a quedarnos fuera, referido al mundo digital, concretamente sobre el síndrome de la última versión, como rasgo patológico que preocupa cada día más a la sociedad científica. No está catalogado como tal, todavía, en la Clasificación Internacional de Enfermedades, pero estaría muy cerca de un cuadro patológico de frustración que podríamos definirlo como un “sentimiento displacentero de incompletud que surge como consecuencia de un conflicto psicológico no resuelto”, en relación con la no posesión de la última tecnología de la información y comunicación, el último gadget tecnológico en sus múltiples manifestaciones, la última recomendación de las redes, de los y las influencers.
Lo más grave del fenómeno expuesto es que la versión de la inteligencia humana no sé tampoco por cual versión va. La del alma, ni lo cuento. La del corazón, creo que ya va por una versión inalcanzable. Y mientras la compulsión del Mercado nos lleva a lo último de lo último que indican los gurús de la mercadotecnia, porque lo que ya tenemos está anticuado y me deja fuera de la modernidad, del teórico progreso en el que debo vivir, me encuentro que la ultimísima versión de casi todo ya está agotada, que no hay entradas para cualquier espectáculo del mundo y que no quedan ya productos de la recomendación última del mercado. Y la frustración es enorme, porque “el sentimiento displacentero de incompletud” de las personas que se frustran, porque se quedan fuera permanentemente de lo que el Mercado llama “mundo actual y moderno”, es decir, que no tienen la última versión de todo lo que está quieto o se mueve a nuestro alrededor, las lleva a vivir una realidad que, desgraciadamente, tampoco será la última posible.
Para intentar comprender lo que significa quedarnos fuera de ese mundo de engaño, me quedo con la reflexión de Manuel Rivas, cuando al hablar del FOMO, del “miedo a quedarse fuera. Fuera de la Gran Cháchara. Fuera de juego. No estar a la última”, nos ofrece una solución responsable: “En el fondo, pienso que ese síndrome puede ser la versión de un antiguo miedo. El miedo al abandono. Podríamos darle la vuelta y pensar que, justamente, lo más importante es «lo que queda fuera». Lo que no es efímero”. En esa tarea estoy, a veces confundido, porque creo que para abordarla me he equivocado de siglo, a pesar de que cada día que pasa frecuento el futuro, convencido de que el mundo sólo tiene interés hacia adelante.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA Y GAZA, ¡Paz y Libertad!

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