Francisco cree, de forma equivocada, que el cotilleo sólo es cosa de mujeres

Francisco, en el encuentro con 72 sacerdotes jóvenes de la Diócesis de Roma, el pasado 29 de mayo / Silere non possum

Sevilla, 31/V/2024

El Papa Francisco ha vuelto a crear un gran revuelo mediático, en una reunión con jóvenes sacerdotes, a puerta cerrada, celebrada el miércoles pasado, a los que animó a que dejaran de lado los cotilleos y los chismes porque “son cosa de mujeres” (Il chiacchiericcio roba da donne, en Silere non possum), porque “nosotros llevamos pantalones, tenemos que decirnos las cosas a la cara”, insistió, pidiéndoles que así es como deben afrontar determinadas cuestiones, entiendo que “como hombres que somos”.

En este contexto, he recordado que hace quince años publiqué un artículo en este cuaderno digital, El cerebro cotilla, para divulgar qué significa “ser cotilla” como algo estructural en cualquier cerebro desde la perspectiva científica, sin identificación alguna de género, dicho con profundo respeto ante las desacertadas palabras de Francisco en referencia al cotilleo como “cosa de mujeres”. Es verdad que vivimos una época resplandeciente de cotilleos, chismes, bulos, cuentos y máquinas de fango. Basta repasar las programaciones de los medios de comunicación y, básicamente, de revistas y cadenas de televisión, para concluir que el cotilleo campa a sus anchas. También, en el mundo de la política indecente, que sabemos bien quién forma parte de ella. Muchas veces me he preguntado a qué se debe tal éxito social y desde mi pre-ocupación científica principal, es decir, cómo se comportan las estructuras del cerebro en la vida diaria, me he preguntado qué mecanismos se desencadenan en el cerebro de las personas cotillas, de las cotilleras y cotilleros, para que se obtenga tanto beneficio personal, familiar y social. 

Diccionario de Autoridades. Real Academia Española, 1729 (pág. 645,2)

Para reforzar la salida de tono De Francisco al hablar del cotilleo, como “cosas de mujeres”, deseo aclarar en este artículo mi aventura investigadora al respecto, centrada en averiguar cómo se fijó, limpió y dio esplendor a la palabra “cotilla” en la sociedad española, en su modo de hablar, sabiendo que cuando se construyen palabras es porque se introyectan en el lenguaje de una sociedad por aceptación popular. La primera vez que se encuentra la definición oficial de “cotilla” es en el Diccionario de Autoridades de la Real Academia, de 1729 (pág. 645,2), como diminutivo de la “cota”, es decir, un jubón sin mangas, una especie de armadura que se usaba en principio de cueros y después de mallas de hierro o de alambre gordo [sic], y que después se “suaviza” como una casaca de tela, embutida con barba de ballena y pespunteada, recogiendo en esta primera acepción un poema de la Autoridad de la época:

Éste, pues, por sus pecados,
Quiere a una niña de plata,
De esas de cotilla de oro,
Y de tabí de enaguas.

Es en 1927 la primera vez que se introduce en el Diccionario de la Real Academia (RAE Manual 1927, pág. 593, 1-2) un dibujo de la cotilla. Y hay que esperar hasta 1936 a que se introduzca, por primera vez, una segunda acepción del lema “cotilla” como mujer chismosa y parlanchina (RAE U 1936, 365,1). Asimismo, se introduce también una segunda acepción en el lema “cotillero”, con la siguiente definición: persona amiga de chismes y cuentos (RAE Usual 1937, pág. 365, 1). Creo que las fechas no son inocentes y coinciden con una etapa histórica del país, la II República, que permitía estas libertades no asociadas per se a un género determinado, el femenino por definición, aunque con un severo toque machista, que todo hay que decirlo y que fija definitivamente el Régimen, manteniendo la acepción sin cambio alguno en sucesivas ediciones. En la edición de 1956, es la última vez que se incluye la acepción de “cotilla” como mujer chismosa y parlanchina. Es en la edición de 1970 cuando se introduce por primera vez en masculino y femenino la definición de cotilla (segunda acepción), como persona amiga de chismes y cuentos, que se ha mantenido hasta la última edición de 1992 (22ª). Es en esta edición donde se consagra también el lema “cotilla” como segunda acepción de la palabra “cotillero”, introducida en 1937, como persona amiga de chismes y cuentos.

Esta intrahistoria del vocablo traduce la actividad cerebral de la persona cotilla, como una acción vinculada en principio a mujeres, cotilleras, de por sí chismosas y parlanchinas, pero que posteriormente se reconoce a toda persona que es amiga de chismes y cuentos, sin olvidar que al unirse la palabra “cotilla” al vocablo cotillero, se puede deducir claramente que la actividad de cotilleo se llevaba a cabo, fundamentalmente, en los talleres de los cotilleros, artesanos nada inocentes y siempre rodeados de mujeres a las que hacían los ajustadores de ballenas. Me quedo con la última acepción extendida a toda clase de personas, para intentar dilucidar por qué el cerebro construye este rasgo de personalidad, de tanto éxito en el momento actual. Y los sucesivos diccionarios de la Real Academia son implacables desde el siglo XVIII con los chismes y con las personas chismosas, como identificador de este rasgo tan peculiar: persona que es cuentista, enredadora y que se ocupa en meter cizaña entre amigos y parientes y persona que es pesquisidora de cuanto pasa, y aún de lo que no pasa, inventora, parlera y chismosa (RAE A 1729, 325,1), ésta última definición atribuida a Fray Luis de León, en La Perfecta Casada §.9. Porque el chisme es murmuración o cuento con que alguno intenta descomponer una persona con otra metiendo cizaña, y refiriendo lo que no tiene necesidad de que se sepa. Chisme viene del latín Schisma, por ser este el efecto del chisme, la separación, el cisma, que siempre causa discordias y malas avenencias.

¿Por qué construye el cerebro chismes y cuentos, como perfecto cotilla? Sin lugar a dudas porque esta actividad produce bienestar y satisfacción en muchas personas, a través de neurotransmisores amables para determinadas estructuras cerebrales. Porque el cerebro, a través del sistema límbico, siempre busca el mejor camino para la satisfacción, porque garantiza el bienestar diario, aunque sea momentáneo, a ráfagas. El cerebro, que aprende perdiendo y ganando, agota el conocimiento de lo que pasa, como “pesquisidor” de cuanto sucede a nuestro alrededor, aunque no seamos conscientes de ello, sea o no verdad. Siempre está grabando por diversas “pistas” e intenta recuperar aquello que causa satisfacción, recuperando lo que ha guardado en el hipocampo. Y en esta actividad frenética interviene el aprendizaje respecto de lo que acontece en cada vida, desde la preconcepción, donde el adiestramiento en este tipo de actividades, fabricar chismes y cuentos, puede ser una actividad perfectamente asumida en entornos familiares, laborales y de amigos. Si además, socialmente hablando, causa reconocimiento e hilaridad, por lo que se dice y se comenta, el bienestar está servido. Multiplicando el bienestar oculto o expreso, por cien, si estos chismes o cuentos se fabrican por periodistas científicos, que es como se denominan hoy determinados cotillas profesionales, como patente de corso de lo que ocurre en los entornos cotillas de papel cuché o de la alta definición. Multiplicando los cachés de chismosos y cuentistas, de las marcas comerciales, de las empresas de publicidad, de determinada clase política. Con el dinero de todas y todos los cotillas, al comprar y consumir aquellos productos que se introducen en la cadena de anuncios del programa de cotilleo, como descanso en el papel investigador de la vida de los demás, a cualquier precio, porque a mayor audiencia, mayores ingresos, a costa de los pesquisidores de cuanto pasa, y aún de lo que no pasa, inventores, parleros y chismosos

En 2009 leí un post en el blog de un periodista muy querido, Juan Cruz, que llevaba por título “El gen del cotilleo”. Sus palabras resumen muy bien hasta donde puede llegar el cerebro humano, cotilla y cotillero, que no puede con ese gusano de la aparente felicidad: “El cotilleo es como el gusano inservible de las frutas, lo quitas y parece que la fruta ya no está contaminada por la actividad modesta e insistente del gusano. Pero el gusano, en el mundo de la información malsana, es decir, del cotilleo, el rumor y la difamación, que muchas veces están juntos, es como un gusanillo, intriga su cuerpecillo, lo vemos deambular en torno nuestro y no nos decidimos a matarlo; creemos que es, tan solo, una sombra, y termina apoderándose de la fruta. Este contagio del cotilleo está afectando a la conversación cotidiana, daña a la esencia de lo que nos decimos y abre la puerta para aventuras aún más arriesgadas, en las que se pone en peligro la estima de los otros, y, aunque eso no se note en la superficie, nuestra propia autoestima. También lo dijo ese año, 2009, en sede parlamentaria, el recordado diputado Gaspar Llamazares, hablando de “las mentiras de destrucción masiva, porque hay mentirijillas que si se ponen juntas, y se animan a través del cotilleo, destruyen masivamente no sólo la conversación sino la reputación de las personas, generan un bicho bochornoso del que se tendría que prevenir la sociedad, y no sólo la sociedad de la cultura, la política o el espectáculo, sino la sociedad entera, que un día va a encontrarse que no halla otro tema de conversación que la que propone el cotilleo como materia informativa. El gen del cotilleo está excitadísimo, no le demos tregua”.

Ante lo anteriormente expuesto, sólo me quedaría aportar, humildemente, a Francisco, clarificación suficiente para superar el error en la calificación del género femenino como la sede de la “actividad cotilla” por excelencia, según sus palabras, al recomendar a los sacerdotes jóvenes reunidos en Roma, que “dejen de lado los cotilleos y los chismes porque “son cosa de mujeres”, porque “nosotros llevamos pantalones, debemos decir las cosas”, insistió, pidiéndoles que vayan de cara para afrontar determinadas cuestiones, entiendo que “como hombres que somos”. Hoy, como hombre que soy, tomo conciencia de nuevo de que “cotillas” podemos ser todos, sin distinción de género, como personas cuentistas, enredadoras y que se ocupan en meter cizaña entre amigos y parientes y personas pesquisidoras de cuanto pasa, y aún de lo que no pasa, inventoras, parleras y chismosas (RAE A 1729, 325,1). Protagonistas, a veces, de las máquinas de fango que tanto daño hacen en estos momentos tan complejos en nuestro país, porque entre cotillas, cotilleros y cotilleras, anda el juego.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA – ISRAEL/HAMÁS, ¡Paz y Libertad!