La impaciencia digital nos lleva a vivir deprisa, deprisa, sin pausa alguna

Sevilla, 7/VI/2024

Hoy celebro mi cumpledías, matusalénica edad por cierto, simbolizando con estas palabras, que aún me quedan, la gratitud plena a la posibilidad que me ha ofrecido la vida para recorrer el mundo, un peregrinaje yendo del timbo al tambo, que decía Gabriel García Márquez, porque me acogió el siglo pasado, pocos años después de la finalización de la guerra civil en este país y con sus consecuencias familiares. En este contexto tan especial, recuerdo hoy un comentario que hice en 2016, en este blog, sobre un libro que no olvido, Gratitud, una recopilación breve de las últimas publicaciones de Oliver Sacks antes de su fallecimiento en 2015, autor al que he dedicado ya algunas palabras en este cuaderno de inteligencia digital, en la búsqueda incesante de islas desconocidas no ciegas al color.

Gratitud, según la última versión del Diccionario de la lengua española (RAE, edición 23, del Tricentenario, en la actualización de 2022), un sentimiento que obliga a una persona a estimar el beneficio o favor que otra se lo ha hecho o lo ha querido hacer, y a corresponderle de alguna manera.

Gratitud hoy, especialmente, a las personas que como tú, abrís este cuaderno digital casi a diario, para acompañarme con la lectura de estas palabras, sólo para buscar islas desconocidas de dignidad humana en tiempos difíciles para la democracia. Gracias, junto a un regalo hoy, las palabras que siguen a esta dedicatoria, como símbolo de agradecimiento a la Noosfera, la malla pensante de la humanidad, que me alienta cada día a escribir, cavando el pozo de mi alma con una aguja, tal y como lo aprendí del Premio Nobel de Literatura en 2006, Orhan Pamuk, cuando explicó al mundo qué significaba en su vida un dicho de su tierra, Turquía, con un valor especial.

La impaciencia digital nos lleva a vivir deprisa, deprisa, sin pausa alguna

Cuando me enfrento a la pantalla en blanco, al escribir estos artículos, recuerdo siempre a Gonzalo de Berceo, en una frase icónica para nuestro momento digital histórico, Quiero fer una prosa en román paladino en el qual suele el pueblo fablar a su veçino. Lo he manifestado en alguna ocasión en este cuaderno digital: aún aprendo porque sólo sé que no sé nada y aún escribo cavando cada día el pozo de mi alma con una aguja, tareas ambas que necesitan su tiempo, mucho tiempo, que en estos tiempos modernos cuenta poco y en el que necesito escribir palabras justas y benéficas, para expresar lo que siento en ese momento mágico de llevar al teclado lo que mi cerebro prepara a través de la palabra, que aún me queda.

Sé, además, que el saber no ocupa lugar, pero tengo que reconocer que cada vez queda menos sitio en mi cerebro, aunque la ciencia, en la que creo firmemente, me dice que no es verdad, porque cien mil millones de neuronas están viajando constantemente en nuestro cerebro, en un viaje perpetuo, para responder a un programa de vida genético que luego tiene que modularse con el medio en el que cada ser humano nace, crece, se multiplica y muere. La estructura del cerebro al nacer “ya está instalada” que diría Gary Marcus. Antes, incluso, de la mejor mudanza existencial que existe: nacer a la vida, en el esquema de frase del cómico americano Steven Wright, al afirmar que escribía un diario desde su nacimiento y como prueba de ello nos recordaba sus dos primeros días de vida: “Día uno: todavía cansado por la mudanza. Día dos: todo el mundo me habla como si fuera idiota”. Pero estamos obligatoriamente obligados a viajar constantemente hacia alguna parte, a seguir aprendiendo cada día, cada segundo de hálito vital. Hacia dónde, solo merece la pena (yo diría la alegría…) cuando es hacia adelante. Lo manifiesto así por coherencia con lo que vivo diariamente en una mudanza cerebral, personal e intransferible, como determinadas nieves: perpetua. Porque no lo sé todo, porque no tengo garantizado casi nada, porque cada vez voy más ligero de equipaje, porque no me gusta mirar atrás y menos con ira, porque este siglo tiene horizontes de grandeza que no coinciden con mis patrones de educación para ser un buen ciudadano, porque el trabajo público está cada vez más “tocado” respecto del bien común y el interés general, porque se confunde habitualmente valor y precio, porque la ética está en horas bajas, porque el sufrimiento de las personas que quiero sigue haciéndome preguntas que no sé contestar, y porque constantemente me adelantan las personas maleducadas por la izquierda y por la derecha, en el pleno sentido de las palabras. A pesar de todo, les aseguro que aún aprendo.

En este contexto acabo de leer un artículo que no me sorprende en su contenido, La generación que no puede esperar: por qué los resúmenes triunfan en las redes sociales, en el que se afirma algo muy representativo de esta ardiente “impaciencia digital”: “Nada está a salvo de ser resumido. De hecho, ya han aparecido nuevos “impacientes digitales” a los que incluso un vídeo de TikTok les parece demasiado largo” o algo muy clarificador: “El espíritu resumidor no es completamente nuevo. En la Antigüedad se creaban epítomes, versiones abreviadas de obras extensas. En la Edad Media se compilaban florilegios y antologías con partes esenciales de libros. Antes los resúmenes preservaban y transmitían conocimientos; hoy también combaten la sobrecarga de información. En una era previa a YouTube, Google o Instagram, en España existió una web con excelentes resúmenes: El Rincón del Vago”. Todo lo digital es válido si se escribe, lee, escucha y se practica deprisa, deprisa, en una brevedad perpetua.

Ante este marco incomparable de impaciencia digital, tengo presente junto a la prosa cercana de Gustavo de Berceo, a Baltasar Gracián, precisamente por su famoso aforismo sobre la brevedad, “lo breve, si bueno, dos veces bueno”, aunque ignoramos su texto real y contexto, como aprendí también de un autor dedicado en cuerpo y alma a este género literario, Jorge Wagensberg, un divulgador de la ciencia muy necesario para este país, al que he seguido de cerca en una tarea muy inteligente de aprehender el mundo a través de los aforismos. Me gusta comprenderlos en el sentido que ya se definió por primera vez, en el siglo XVIII, en el Diccionario de Autoridades, tan querido por mí: “Sentencia breve y doctrinal, que en pocas palabras explica y comprehende la esencia de las cosas” (RAE A 1726, pág. 338,1). Y vuelven a estar de moda, quizá porque la velocidad que se imprime a la vida diaria necesita de estos “pretextos para textos fuera de contexto”, como lo definió Jorge Wagensberg en un artículo de opinión, extraordinario, que se publicó en el suplemento Babelia, de El País, en 2012 (1).

En relación con el aforismo anterior o acierto para vivir, en referencia a la brevedad, Gracián lo une al “plato prudencial” de no cansar, concretamente en el que ocupa el número 105 de su obra, Oráculo Manual y el Arte de la Prudencia (2): No cansar. Suele ser pesado el hombre de un negocio, y el de un verbo. La brevedad es lisonjera, y más negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, y aun lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas esencias que fárragos; y es verdad común que hombre largo raras veces entendido, no tanto en lo material de la disposición cuanto en lo formal del discurso. Hay hombres que sirven más de embarazo que de adorno del universo, alhajas perdidas que todos las desvían. Escuse el Discreto el embarazar, y mucho menos a grandes personajes, que viven muy ocupados, y sería peor desazonar uno de ellos que todo lo restante del mundo. Lo bien dicho se dice presto”.

Cumplo con la indicación de Baltasar Gracián y finalizo hoy esta reflexión, tomando conciencia de que su libro de la prudencia es más necesario que nunca a la hora de vivir deprisa, deprisa, a pesar de que contiene trescientos aciertos (platos) para vivir dignamente y uno final que no deja títere con cabeza en un mundo descreído como el nuestro, cuando lo resume todo en una solo plato vital, como postre espiritual para alcanzar el cénit de la prudencia, una característica existencial muy llamativa a la hora de calificar a una persona prudente y de costumbres breves: “En una palabra, santo, que es decirlo todo de una vez. Es la virtud cadena de todas las perfecciones, centro de las felicidades. Ella hace un sujeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado, entero, feliz, plausible, verdadero y universal héroe. Tres eses hacen dichoso: santo, sano y sabio. La virtud es el sol del mundo menor, y tiene por hemisferio la buena conciencia; es tan hermosa, que se lleva la gracia de Dios y de las gentes. No hay cosa amable sino la virtud, ni aborrecible sino el vicio. La virtud es cosa de veras, todo lo demás de burlas. La capacidad y grandeza se ha de medir por la virtud, no por la fortuna. Ella sola se basta a sí misma. Vivo el hombre, le hace amable; y muerto, memorable”.

Visto lo visto en la fugacidad digital, estoy convencido de que la impaciencia que lleva dentro nos lleva a vivir deprisa, deprisa, sin pausa alguna. Por este motivo, recurro de nuevo a Mario Benedetti para comprender mejor lo que está pasando y estamos viendo, sobre todo por la ardiente impaciencia digital, porque siempre supo poner hermosura a la vertiente más compleja de la vida, ofreciéndonos una forma de entender las necesarias pausas en el caminar diario personal, familiar, profesional y social: De vez en cuando hay que hacer una pausa / contemplarse a sí mismo / sin la fruición cotidiana / examinar el pasado / rubro por rubro / etapa por etapa / baldosa por baldosa / y no llorarse las mentiras / sino cantarse las verdades.

(1) Wagensberg, Jorge (2012, 12 de mayo), Pretexto para un texto fuera de contexto, en Babelia (El País).

(2) Gracián, Baltasar, El arte de la prudencia, Barcelona: Ariel (Planeta), edición de Emilio Blanco, 2012.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

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