
Sevilla, 31/VII/2024
El poeta Ángel González está muy presente en este cuaderno digital, porque me identifico con él en su forma de interpretar la vida a través de una poesía no inocente. En el ecuador de la canícula, recurro de nuevo a su vida y obra, inseparables, en un viaje especial veraniego hacia alguna parte, porque siempre me ofrece una lectura realista de la vida y de su país, el mío, con profunda desazón en muchas ocasiones, aunque aportando siempre luz, vida y fuego en la penumbra del alma.
Con profundo respeto, me aproximo a su breve autobiografía, que no olvido, como tampoco lo hago del retrato conmovedor de mi paisano Antonio Machado: “Nací en Oviedo en 1925. El escenario y el tiempo que corresponden a mi vida me hicieron testigo –antes que actor- de innumerables acontecimientos violentos: revolución, guerra civil, dictaduras. Sin salir de la infancia, en muy pocos años, me convertí, de súbdito de un rey, en ciudadano de una república y, finalmente, en objeto de una tiranía. Regreso, casi viejo, a los orígenes, súbdito de nuevo de la misma Corona. Zarandeado así por el destino, que urdió su trama sin contar nunca mi voluntad, me resigné a estudiar la carrera de Leyes, que no me interesaba en absoluto pero que tampoco contradecía la costumbre, casi norma de obligado cumplimiento (“todo español es licenciado en Derecho mientras no se demuestre lo contrario”), a la que se sometían en su mayor parte los jóvenes de mi edad y de mi clase social –clase media, transformada en mi caso, como consecuencia de la guerra civil, en muy mediocre. Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo poesía fue, antes que por otras razones, para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero acto de vivir. Pero yo hubiese preferido ser músico –cantautor de boleros sentimentales- o tal vez pintor. Fui, en cambio, funcionario público. En 1970 vine por vez primera a América –México y EE. UU.-, y empecé a quedarme por ese continente a partir de 1972 (profesor visitante en las universidades de New México, Utah, Maryland y Texas). En la actualidad, enseño literatura española contemporánea en la Universidad de New México”.
Quizás comprendo mejor su intrahistoria íntima cuando me acerco también a su otra forma de identificarse en la vida, en su soledad sentida, ideológica, sobre todo cuando lo expresa con la fuerza de sus palabras repasando un calendario existencial, como me pasa a mí hoy, en el día que finaliza julio: “Aquí, Madrid, mil novecientos / cincuenta y cuatro: un hombre solo / Un hombre lleno de febrero, / ávido de domingos luminosos, / caminando hacia marzo paso a paso, / hacia el marzo del viento y de los rojos / horizontes —y la reciente primavera / ya en la frontera del abril lluvioso… / —Aquí, Madrid, entre tranvías / y reflejos, un hombre: un hombre solo. / —Más tarde vendrá mayo y luego junio, / y después julio y, al final, agosto—. / Un hombre con un año para nada / delante de su hastío para todo” (1).
Al final de nuestro acontecer diario, inexorable, siempre viene agosto, aunque a diferencia de lo que expresa Ángel no me encuentro solo a pesar de mi matusalénica edad, como decía Benedetti, porque soy un hombre, es verdad, con un año más, eso sí, delante de una esperanza en todo, que no hastío. La soledad que siento es más en la vertiente ideológica, porque es verdad que cuando se intenta vivir con la coherencia del sentimiento y conciencia de clase al lado, ambas realidades existenciales a la vez, es más difícil encontrar a las personas que desean vivir y expresar lo mismo conmigo, contigo, con ellas y ellos. A pesar de tener que asumir, como siempre, el principio de realidad, me reafirmo en lo he dicho anteriormente: no me siento con hastío para todo, porque leyendo de nuevo a Ángel González, llego a un soneto precioso, Donde pongo la vida pongo el fuego (2), grabado en mi memoria de secreto, porque sin salir nunca de su infancia se convirtió “de súbdito de un rey, en ciudadano de una república y, finalmente, en objeto de una tiranía”. Zarandeado siempre por el destino, que urdió su trama sin contar nunca con su voluntad:
Donde pongo la vida pongo el fuego
De mi pasión volcada y sin salida.
Donde pongo el amor, toco la herida.
Donde dejo la fe, me pongo en juego.
Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
Vuelvo a empezar sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
No me doy por vencido, y sigo, y juego
Lo que me queda: un resto de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca la esperanza es muerte.
Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, la fe segura:
Jamás o llanto, pero mi fe es fuerte.
La vuelvo a leer varias veces, para convencerme de que mi fe es fuerte, porque a veces, en la vida, sale amor al siempre va y porque sé que el verano en el que estamos instalados, avanza para unirnos y para que tengamos fe en que, de esta forma, jamás seremos vencidos…, ni estaremos solos.
(1) González, Ángel, Palabra sobre palabra. Barcelona: Planeta-Seix Barral, 2018, p. 16.
(2) González, Ángel, Ibidem, p. 128.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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¡Paz y Libertad!

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