Grafiti a modo de profecía: el mundo se cae a cachos

Grafiti en calle Águilas, en Sevilla / JA COBEÑA / 3 de agosto de 2024

Sevilla, 4/VIII/2024

Ayer, paseando por las aceras de Sevilla, a las que tanto amaba la urbanista Jane Jacobs, una ciudad en la que Stefan Zweig dijo en 1905 que “se puede ser feliz”, como crónica excelente de un viaje añorado, he descubierto un grafiti simbólico pintado sobre una pared decrépita, a modo de profecía encerrada en una frase muy cercana a Eduardo Galeano: “el mundo se cae a cachos”, utilizando el vocabulario actual de las redes sociales.

El grafiti es breve y bueno, lo que garantiza que sea doblemente bueno. Respeto mucho este género artístico y este cuaderno es testigo de ello por haber recogido en diversas ocasiones estas expresiones artísticas callejeras, a modo de sacrosantas profecías, en artículos especialmente cuidados y con respeto reverencial a estas manifestaciones de almas golpeadas en el largo camino de la vida.


Sevilla, 12 Abril 2018 / Grafiti con plancha troquelada, junto a la muralla de la Macarena, en Sevilla / JA COBEÑA

En este sentido, recuerdo de forma especial que esta afición grafitera viene de antiguo en este mundo al revés, según conocimos en 2020 por el descubrimiento en las ruinas de Pompeya de un termopolio, una casa de comida rápida y caliente, también de bebidas, que ya existía en el año 79 (siglo I), año de la erupción del Vesubio, en excelente estado de conservación. La representación de una pintura de Nereida a caballo, descubierta en 2019, abrió el camino para excavar completamente una casa de comidas, habituales en Pompeya donde se solía comer frecuentemente fuera de casa en casi ochenta locales de este tipo, en la que destacaban en su decoración de la época, a título de reclamo publicitario, detalles de naturaleza muerta, descubriéndose también restos de alimentos, huesos de animales y de víctimas humanas de la erupción, quizás los de su propietario. Lo sorprendente es que se encontraron en el interior de las vasijas perfectamente alineadas en el mostrador, restos de comidas preparadas con los animales que aparecen en las pinturas publicitarias del mismo, tales como ánades reales expuestos boca abajo, listos para ser preparados y comidos, un gallo y un perro con correa, éste a modo de advertencia sobre la vigilancia del lugar (Cave Canem) o algo más que se explica a continuación, un detalle curioso que se encuentra en el marco de la pintura del perro, en el que se puede leer un grafiti de la época con la siguiente inscripción:  “Nicia cineadecacator”: Nicia (probablemente un liberto de Grecia) ¡Cacatore, invertido!, que  “probablemente lo dejó un bromista que quería burlarse del dueño o de alguien que trabajaba en el termopolio” (para leerlo, ampliar el marco superior de la imagen).

Grafiti sobre la pintura de un perro en el termopolio de Pompeya: Nicia, ¡invertido!

Este descubrimiento fascinante nos lleva a pensar que hay muy pocas cosas nuevas bajo el sol que nos puedan sorprender más que vivir dignamente, ser más que tener, porque siempre tenemos tiempo de seguir aprendiendo de la historia. Hoy, una vez más, de Pompeya. El símbolo del descubrimiento del termopolio nos muestra que algo que nos parecía tan moderno, como los establecimientos de comida rápida, las casas de comidas de toda la vida, los McDonald´s y Burger King de hoy, entre otros lugares de cuyo nombre no quiero acordarme, ya existieron hace nada menos que dos mil años. También, los grafitis, que se convierten en determinadas ocasiones en auténticas obras de arte o de expresión artística de sentimientos y emociones. Varias veces he comentado en este cuaderno digital la obra ingente y de compromiso social de Banksy, recordando hoy uno de sus grafitis, pintado en un mural en Nicholas Everitt Park, Lowestoft (Suffolk), en la que aparecen tres niños de pie en un bote y con un gorro de papel, con un mensaje sobre una pared sobre el que he escrito también aquí, en bastantes ocasiones, aunque con un sentido contrario: “Todos estamos en el mismo barco”.

Podemos probar para ver qué nos queda por vivir y experimentar si atendemos lo ocurrido en la casa de comidas calientes de Pompeya, en sus váteres individuales y colectivos, así como por los mensajes de los grafitis distribuidos por las paredes de esta maravillosa ciudad oculta por la lava. También, en la calle Águilas de Sevilla, que ayer contemplé durante unos minutos. Un día, todo desaparece y muchos siglos después descubrimos que hubo tiempo de todo, incluso de cruzarse entre las calles de las Bodas de Plata y la de los Balcones de una Pompeya rediviva, para comprar una comida rápida y caliente antes de que la lava los borrara de la vida casi sin darse cuenta. También, de que ocultara los insultos hacia los diferentes, que es importante resaltar porque, veintiún siglos después, ya sabemos que la intolerancia era una flor que adornaba también a los romanos de pro, los poderosos, los que despreciaban a sus congéneres amparando la burla, la esclavitud y el odio a la singularidad.

Lo que no he olvidado jamás fue la “pintada” (así se decía antes…) que describí en un artículo publicado en 1977, Un profeta para una pintada, en El Correo de Andalucía, un diario comprometido socialmente con la Transición Política de este país, en el que abordaba una realidad clamorosa, la desaparición de los “nuevos profetas”: “Y su ausencia se nota. El grupo, el equipo, el Partido, la confesión religiosa y así sucesivamente, sacrificando a menudo a los profetas, incluso a sus profetas, por un prurito de nombre, de clase, grupo o ideología compacta. Este ha sido el «milagro español» durante muchos años: fuga de cerebros, y por qué no, fuga de profetas, fuga de inteligencia y de voluntad, de corazón. Y el país lo nota. No hace muchos días, vi una pintada en una calle céntrica de Sevilla que me recordó esta ausencia. Decía más o menos así: «A los de vida destrozada, ¿quién los reivindica?». Es verdad. Durante la última oleada electoral este grito hecho Partido no se ha escuchado, porque los de «vida destrozada» comprenden un grupo amplísimo de mujeres y hombres que combaten diariamente a vida o muerte por la existencia. Es una neurosis de conflicto crónica y crítica, donde no hay tiempo para organizarse, porque la desconfianza en el propio ser humano es su mejor bandera”.

Aquel artículo finalizaba de una forma que puedo asumir hoy plenamente: “Hubo ya un rabino jasidista, Bunam de Przysucha, que intuyó la dificultad de escribir algo sobre el hombre que fuera convincente y tuviera fronteras. Al calibrar la «locura» de su empresa dijo: «Pensaba escribir un libro cuyo título seria «Adán», que habría de tratar del hombre entero. Pero luego reflexioné y decidí no escribirlo». Quizá sea ésta una razón metafórica inconsciente para no atender al interrogante de la pintada, porque indudablemente el parafraseado cuestiona la esencia humana y puede «amargar la existencia» a más de uno: «pensé un día reivindicar y decidí no hacerlo». Es el momento álgido: o profecía, o silencio culpable. Sin comentarios. Afortunadamente, la ciudad va quedando más limpia. Pero, por favor, esta pintada que no se borre. Puede ser que algún profeta se haga presente y se quede entre nosotros…”.

Los mensajes, dibujos y pinturas, bajo el seudónimo de grafitis, que en muchas ocasiones son obras de arte con alma dentro, desaparecen a veces para siempre. O no, porque depende de cómo se hayan quedado o se lean todavía en el alma de cada uno. Así, hasta la posteridad, como en Pompeya o como ayer en Sevilla, en una acera de la calle Águilas, con un mensaje profético, er mundo se cae a caxo, un auténtico aviso para navegantes, como es mi caso, enrolado a diario en “La isla desconocida”, la carabela imaginaria de José Saramago, a quien tanto debo.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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