Reina de la Noche, venerada y temida

Reina de la noche, c. 1750 a.C., arcilla pintada, Irak – British Museum

Sevilla, 19/VIII/2024

Ayer visité una exposición muy interesante en Caixaforum Sevilla, bajo el título Veneradas y temidas, con un subtítulo no inocente: El poder femenino en el arte y las creencias, preparada con la colaboración inestimable del British Museum, cuya sinopsis oficial deja entrever su objetivo en esta ocasión: “un viaje a través de 5.000 años de creencias del poder espiritual: desde la divinidad hinduista Shakti hasta Oshun, el orisha de la fertilidad en la cultura yoruba de Nigeria. Con esculturas, objetos sagrados y obras de arte de varios continentes y desde el mundo antiguo hasta la actualidad, esta exposición nos muestra cómo diosas, demonios, santas y otros seres espirituales han tenido un rol relevante para nuestra comprensión del mundo. Desde la sabiduría, la pasión y el deseo hasta la guerra, la justicia y la misericordia, se hace un recorrido transcultural por diferentes expresiones de los poderes espirituales femeninos en todo el mundo. La selección de 154 piezas del British Museum, en diálogo con una selección de artistas contemporáneos de renombre, nos invita a reflexionar alrededor del poder femenino y de la feminidad hoy”.

Algunas de las piezas expuestas llevan siglos de historia dentro. Es el caso del relieve protobabilónico conocido en la actualidad como Reina de la noche, datado con aproximación en el año 1750 a.C. y tallado durante el reinado de Hammurabi en Mesopotamia, en un lugar privilegiado entre los ríos Tigris y Eúfrates, tan cercanos en los relatos bíblicos del Génesis, obra que observé detenidamente por su profunda simbología, junto a la información detallada que nos ofrecía una guía, en la urna en la que mostraba, casi cuatro siglos después, todo su esplendor. En este proceso pude contemplar que el relieve representaba con una simetría perfecta como conjunto, una mujer desnuda, con alas invertidas, a modo de mensaje sobre una expresión de cercanía al mundo terrenal, con sus pies convertidos en garras sobre los lomos de dos leones en reposo, con un tocado ya presente en deidades mesopotámicas. También, que sostiene en sus manos una cuerda y un aro, símbolo de justicia, siendo sus pies unas garras similares a las de las lechuzas que la acompañan. La presencia finalmente de estas aves engrandece esta figura, al atribuírsele también poderes de sabiduría infinita, tal y como luego perduró el símbolo de estas aves en la historia de la filosofía griega. Creo que la descripción oficial que ofrece el Museo Británico sobre este relieve así lo atestigua también: “Placa rectangular de arcilla cocida, modelada en relieve en el frente que representa una figura femenina desnuda con alas y garras afiladas y emplumadas, de pie con las piernas juntas; mostrada de frente, con un tocado que consiste en cuatro pares de cuernos rematados por un disco; con un elaborado collar y brazaletes en cada muñeca; sosteniendo sus manos al nivel de sus hombros con una vara y un anillo en cada una; figura sostenida por un par de leones adornados sobre un patrón de escamas que representa montañas o terreno montañoso, y flanqueada por un par de búhos de pie; arcilla cocida, fuertemente templada con paja u otra materia orgánica; resaltada con pigmento rojo y negro y posiblemente yeso blanco; dorso plano; reparada”.

A lo largo de estos casi cuarenta siglos, muchas representaciones han intentado explicar el proceso de la creación del mundo. Lo que llama poderosamente la atención es que, en este caso, es una mujer la que detenta amplios poderes para explicar la historia de la humanidad. Cualquiera de las atribuciones que se le confían, nos lleva a reflexionar qué importancia ha tenido para nuestra historia multisecular la existencia de estas deidades, hasta llegar al relato del Génesis, que adquiere carta de naturaleza desde que tenemos noticias fehacientes del relato tal y como lo conocemos hoy. Cuando aparecen de nuevo en nuestras vidas, las preguntas son múltiples y podrían acabar en un nuevo libro de preguntas, a modo de nueva edición del que en su momento escribió Pablo Neruda, por no hablar de la dialéctica sempiterna entre creacionismo y evolucionismo, que tantas vidas se ha llevado por delante.

En 2005 publiqué una carta, El Génesis de Salgado, en una revista dominical de amplia difusión en el país, en la que decía que “Existe un versículo en el Génesis que ha marcado la existencia humana: el 1, 31. El narrador que recogió la tradición oral de la creación agregó un adverbio hebreo no inocente: muy (meod). Mientras que en el relato de la creación, las sucesivas creaciones eran “solo” buenas, los cielos, la tierra, las aguas, los animales, las semillas, cuando se creó al hombre y a la mujer el texto hebreo recoge literalmente: “y vio Dios que muy bueno”. La lectura del “viaje a las raíces del ser humano”, texto de Sebastião Salgado publicado en el Magazine de 5/VI/2005, me ha recordado este gran matiz, mucho más al fijar el objetivo principal de su proyecto “Génesis”: “volver a conectarnos con cómo era el mundo antes de que la humanidad lo dejase prácticamente irreconocible”. Sebastião Salgado ha iniciado una obra encomiable. Aun así, le pediría que hiciera un esfuerzo a sus 61 años por encontrar y fotografiar algún lugar o momento de la humanidad que siguiera engrandeciendo la lectura del Génesis. Aunque sólo fuera para creer, en el desconcierto actual, que el ser humano es lo mejor que le ha podido ocurrir al mundo en siete días mágicos: algo muy bueno”.

Salí de la exposición Veneradas y temidas en silencio, haciéndome de nuevo muchas preguntas ante la Reina de la Noche. Contemplándola ayer comprendí que desde hace “sólo” tres mil ochocientos años, hay vida en la Tierra y que también es posible que hubiera vida antes en otros planetas, sobre todo en el planeta rojo, Marte. Que la mujer siempre ha tendido un papel transcendental en la historia de la humanidad por el mero hecho de poder transmitir vida. También, que existe consenso sobre la datación de nuestros antepasados más próximos, en unos 50.000 años, cuando decidieron “salir de viaje” desde África a otros lugares desconocidos. Por ello es apasionante conocer cómo comenzó la vida y saber en un futuro próximo si ya hubo vida en otros planetas al margen o antes que en el planeta que actualmente habitamos. Descifrar al ser humano, mujer y hombre, hombre y mujer, también la diversidad de géneros, es probablemente el “código de vida” que puede dar parte de la solución, porque la vida ya estaba antes. Incluso los creacionistas más radicales y las revelaciones cosmogónicas más arraigadas aceptan el principio antecedente de la vida: los cielos, el suelo o tierra, la haz de las aguas, etcétera, fueron antes que el ser humano (berechit bará elohim at achamayim uet aarest, en perfecto hebreo, en las primeras palabras del Génesis: “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”, tal y como lo decían los pueblos ribereños del Tigris y Éufrates, en el actual Irak, en la transmisión oral de abuelos a nietos). Llegar al Omega de la vida, es harina de otro costal existencial. Mesopotamia, Tigris y Eúfrates, Irak en definitiva, el lugar donde vivió y transmitió vida la Reina de la Noche, también su cara más amarga, siempre venerada y temida, hace tan sólo 1750 años antes de Cristo, aproximadamente.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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