Sevilla, 30/VIII/2024
Decía Manuel Rivas en su libro Galicia, Galicia, que “Ni Otero Pedrayo ni Álvaro Cunqueiro tenían coche propio, como tampoco lo tiene Manuel María. He comentado muchas veces con Paco Martín la desgracia de tener coche e ir por la vida de volantista. Gentes como Novoneyra, Pepe de Nora y algún otro no conducen y por eso conocen tan bien Galicia y ven cosas que los demás no vemos. El carecer de coche, y renunciar al volante, tiene además la ventaja añadida de que puedes escoger quien te lleve. Allá van los pasajeros gozando en la ventana de ese filme de culto llamado Galicia. Y donde tú ves un tractor, ellos ven la comitiva de Merlín. Y cuando tú ves un ceda el paso, ellos contemplan una hermosa cruz de piedra, las espinas del Cristo también de piedra. Y mientras tú maniobras para esquivar una gallina, ellos van viendo el crepúsculo del Antiguo Reino en pancolor”.
He regresado de un viaje reciente a Galicia, como “volantista“ a ratos, acompañado por una pasajera esencial en mi peregrinar diario, contemplando en esta ocasión su territorio oriental y cantábrico, como si fuera un espectador o pasajero que ama los filmes de culto, que decía Rivas en la cita anterior, porque ese es el título que retengo de esta hermosa película, Galicia, que he vivido y sentido en primera persona, con escenas que no olvido y que retengo en mi memoria de hipocampo, en pancolor, por más señas.
Comencé el viaje en Ribadeo localizando a sus vecinos ilustrados e indianos, destacando dos, uno por cada lado: Antonio Raimundo Ibáñez Gastón de Isaba y Llano Valdés (1750-1809), conocido como Marqués de Sargadelos, y José María Alonso y Trelles Jarén (1857-1924), conocido como El Viejo Pancho. Aprendí del ilustrado Ibáñez lo que hizo por su tierra, incorporándome como “actor” de un teatro de calle que la Compañía Os Quinquillans, se esforzó en sintetizar en una representación teatral con ideología dentro, no inocente por cierto. Me emocionó tanto la historia del Marqués, que visité su primera obra industrial, las Reales Fábricas de Siderurgia integral y la primera fábrica de cerámica, ambas en Sargadelos (Cervo). Sobre El Viejo Pancho, descubrí su vida y obra en Uruguay, donde encumbró la presencia gallega en ese país, con su producción literaria. Gran lección.
En la fábrica actual de Sargadelos, pude conocer su proyecto cultural, unido a la manufactura cerámica, con una dilatada historia de compromiso social desde 1963, a través del Laboratorio de Formas, con dos miembros fundadores de recuerdo obligado, Isaac Díaz Pardo y Luis Seoane. Un ejemplo claro de su compromiso de respeto a la memoria democrática de Galicia fue la creación de Ediciós do Castro, vinculada a este proyecto, “una editorial que pretendía recoger y difundir las distintas manifestaciones de la cultura gallega y recuperar la memoria histórica, sobre todo la de las décadas anteriores a la Guerra Civil y a la del exilio, silenciadas por la Dictadura franquista”, que facilitó la publicación de una obra, “Memorias de un niño campesino” (Memorias dun neno labrego), publicada por primera vez en Argentina en 1961, de José Neira Vilas, considerado como el libro más leído de la literatura gallega. Sus primeras palabras nos llevan a comprender siempre el mundo de los nadies, a los que retrató perfectamente Eduardo Galeano y que nunca olvido: Yo soy Balbino. Un chico de aldea. Como quien dice, un nadie. Y, además, pobre. Fue una experiencia conmovedora e inolvidable.
El filme imaginario continuó con escenas en la Playa de las Catedrales, un entorno que sobrecoge, convertido hoy en fenómeno turístico que pierde su encanto por la masificación descontrolada que nos asola por tierra, aire y, en este caso, la mar, que cada día es la que da permiso para contemplarla de forma laica, únicamente cuando ella quiere. Creo que exige una reflexión pública, para salvar su interés general.
La película avanzaba por caminos sorprendentes en su capital oriental, Lugo (Locus Augusti), donde Roma se afincó durante siglos, hasta que la Iglesia capitalizó esta secuencia histórica a través de La Virgen de los Ojos Grandes, tal como suena. Así hasta hoy, sin olvidar el descubrimiento de la casa del centurión que adoraba, probablemente de forma oculta, al dios Mitra.
De allí era fácil avanzar en el filme imaginario, siempre de culto, de Galicia hasta Burela, puerto de identidad ballenera, hoy bonitero, que se refugia -¡como no!- en un barco bonitero construido con la madera de antes, Reina del Carmen, visitable y varado ya en puerto seguro, donde un capitán también imaginario, Lino, eleva el esfuerzo de hombres marineros y mujeres, las rederas, hasta los cielos, dejando bien patente que Sorolla tenía mucha razón cuando pintó como nadie una obra fresca siempre y no perecedera: ¡Aún dicen que el pescado es caro!.
Este filme, dedicado a Galicia, finalizó su rodaje en San Andrés de Teixidó. He ido vivo (fun de vivo) como mandan los cánones, he dejado una piedra en un milladoiro junto a la puerta principal de la ermita, bajé a la fuente para cumplir con el rito de beber allí, aunque una triste pintada, No potable, me desaconsejó hacerlo. Preparé mi deseo, como peregrino de la vida y contemplé el Cantábrico con mar fuerte ese día. Me regalaron unas herbiñas de enamorar y escuché a Luar na Lubre interpretando Romeiro ao lonxe, que sonó en aquel entorno de manera especial. Enamorados.

Finalizó ayer la película, Galicia, un filme de culto, contemplando el faro de la isla Pancha. Sólo me queda decirle algo a Manuel Rivas, siempre con saudade: “Ándele Don Manuel, cuénteme un poco cómo es Galicia”.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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¡Paz y Libertad!

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