
Sevilla, 8/XI/2024
No es la primera vez que me acerco en estas páginas digitales a la realidad personal y profesional de Yassine Chouati, artista plástico marroquí (Tánger, 1988), doctor en la actualidad en Arte y Patrimonio de la Universidad de Sevilla. He hablado con él recientemente y me ha regalado un ejemplar de su tesis doctoral, defendida con ardor árabe, con un título complejo que refleja su identidad como persona y profesional del arte, Reinterpretando la alteridad: hacia una comprensión decolonial del arte árabe contemporáneo emancipada de prejuicios y expectativas exotizantes. Me lo ha explicado con su rigor científico habitual y, sobre todo, con conciencia de clase, algo que hoy brilla por su ausencia en la humanidad. No es lo mismo abordar cuestiones tan complejas desde el sentimiento de clase que desde la conciencia de pertenecer a una clase golpeada por la deshumanización de la vida.
Su punto de partida es ya un programa académico y ético en toda su extensión: “Esta tesis se basa en la premisa de que la Globalización, a pesar de su aparente objetivo de promover la diversidad cultural, trae consigo una serie de prejuicios heredados de la época colonial, que se proyectan sobre los artistas no occidentales y sus prácticas. Así, en lugar de enriquecer la diversidad de códigos estéticos, transforma las obras de los y las artistas no occidentales en un instrumento de estudio antropológico centrado en la diferencia”. Me ha llamado poderosamente la atención “la importancia de la construcción de una conciencia colectiva decolonial que permita lograr una comprensión más profunda y significativa de la alteridad. En esta línea también sopesamos que es crucial insistir en la necesidad de superar la lógica de la subalternidad, esa forma de violencia conceptual que concibe al Otro como un ente pasivo que hay que describir unilateralmente. De hecho, nuestra propuesta de innovación a este respecto consiste en las corrientes habituales de conocimiento que se desarrollan sobre las practicas artísticas no occidentales destacando la voz de algunos artistas árabes, especialmente de la diáspora”.
La tesis, en su conjunto, cumple los objetivos expuestos anteriormente, aunque su mejor resultado pretendido es reflejar en un voluminoso texto de 410 páginas, su proyección artística postdoctoral basada en los resultados de la investigación expuesta en la tesis, explorando la intersección sobre la teoría y la práctica en el arte. Yassine abandona el “nosotros” recurrente de la tesis, como un heterónimo plural, para pasar al Yo, presentando una producción inédita artística desarrollada en paralelo con la investigación teórica. En resumen, Yassine pretende con su obra artística práctica, lejos del hermetismo de los academicismos canónicos al uso, exponer abiertamente “su melancolía asociada al exilio”.
Me ha resultado sorprendente su confesión íntima de la búsqueda de resultados prácticos que se desprenden de su teoría artística, porque considera que “lo personal es análogo a lo político, la comunicación en mi práctica se logra mediante el acto de sugerir más que de informar. Así pues, no pretendo convertir la estética en una forma de activismo, sino que, a través del arte busco plantear preguntas abiertas, interrogar al espectador y hacer que se cuestione a sí mismo”.
Leyendo de forma pausada su tesis doctoral, he sentido lo mismo que cuando acudí a su exposición aquí en Sevilla en 2016, “Yo soy el pueblo”, comprobando que mantiene su coherencia. En aquella ocasión, asistí a la presentación de los tres espacios que recogían su obra preparada para una muestra de arte y compromiso social, proponiendo una vez más el hilo conductor de su conciencia de clase, una reflexión sobre el otro y la distancia, algo que él conoce desde las orillas de Tánger, donde siendo un niño preguntaba a su padre por qué había allí tantos zapatos, sandalias y objetos abandonados, de la misma forma que los representaba en el primer espacio de su obra dedicado a un saludo libertario “Welcome”. En una pared blanca de ese espacio, desnuda, se encuentra un pequeño cuadro de la composición que de forma aislada, como lo que intenta representar, encierra la imagen de un pasaporte que un día perteneció a alguien que buscaba un mundo diferente donde poder realizarse como persona digna, cruzando a la otra orilla del mal llamado primer mundo. Este espacio situaba al espectador en el estrecho de Gibraltar, donde las imágenes que se contemplan en los cuadros recogen el sentimiento de pérdida de identidad del fenómeno migratorio, porque en esa dura travesía en busca de la dignidad, se pierde casi todo, incluso lo más preciado del ser humano, la vida. Pretendía en aquella exposición demostrar que necesitamos darnos de bruces con esa realidad, tan cerca de Andalucía, como aviso para navegantes de la dignidad, para que interpretemos qué significa partir a pesar de todo, dejando atrás lo que nos pertenece, casa, tierra y parentela en un éxodo redivivo. A través del segundo espacio, “Crónica”, nos situó en la realidad revolucionaria del necesario cambio social a favor del pueblo, a través de nueve dibujos litográficos del político activista marroquí Ben Barka, secuestrado y fallecido bajo extrañas circunstancias en París, en 1965, donde se pretendían representar nueve formas diferentes de cómo se puede llegar a manipular la auténtica razón de ser, vivir y morir del que asume el rol de libertador de la gente, del pueblo, a pesar del mundo acomodado en el confort humano que no le importa participar todos los días en silencios cómplices: “La manipulación del rostro del político es, en este sentido, una metáfora del bombardeo de imágenes e informaciones sesgadas a que estamos sometidos”, tal y como ocurrió en el denominado “asunto Ben Barka”. Nuevo aviso para navegantes de la libertad, de la revolución, por parte del autor.
La exposición finalizaba con un tercer espacio, “Revolutio”, en la que sobre su querido “suelo” figuraban trece litografías con las banderas de trece países árabes que se completarían hasta llegar a las 22 de los que conformaban ese año la Liga de Estados Árabes, tal y como lo explicaba in situ Yassine como hilo conductor de su obra: “El proyecto parte de un juego semiótico basado en el origen del término “revolución”, que expresa la idea de dar la vuelta a las cosas, de poner arriba lo que está abajo y abajo lo que está arriba. De esta forma, las banderas, que supuestamente debieran ondear, se disponen consecutivamente sobre el suelo, creando una línea que recuerda a las alfombras rojas con las que se honra el paso de los jefes de estado en sus visitas oficiales”.
Aquella clase práctica de Yassine, la vivo hoy de nuevo enmarcada con las palabras finales de su tesis doctoral. Tengo que seguir leyendo atentamente sus páginas, capítulo a capítulo, porque cada uno de ellos está colmado de mensajes para deconstruir conceptos mundiales sobre el arte árabe, mediatizados siempre por el color con el que los pinta Occidente. Hablé la semana pasada con Yassine, una vez más, sobre asuntos de su persona de todos y la de secreto, junto a Dámaris, su esposa, mi profesora de violín, a quien tanto aprecio. Recordé de nuevo su infancia en Tánger, de cómo siendo niño proletario ofrecía a turistas lo que el mercado aconsejaba como mercancía de turno y que me conmovía como fenómeno social cada vez que yo viajaba a esa ciudad en años importantes para las encrucijadas de mi vida, tiempo de silencio en el que conocí a Brahim Jebari, un pintor afincado en Asilah (Tánger), a quien también he dedicado palabras de respeto y admiración en este cuaderno digital, porque aprendí aspectos maravillosos de la cultura árabe y conciencia de clase.
Yassine, doctor hoy en Arte y Patrimonio en la Universidad de Sevilla, fue un niño marroquí que dejó un día ya lejano sus zapatos en la orilla de Tánger y quiso navegar hacia la libertad sin olvidar nunca su pasado, su tierra y su parentela, con un mensaje claro de revolución activa, dándole una vuelta a la forma de ser y estar muchas personas en el mundo propio y de los demás. Para que él y su pueblo, también el arte árabe en general, puedan estar arriba después de años de estar abajo, dejando de ser alfombra roja de los poderosos. Y me ha emocionado saber que gracias a personas como él podemos confiar, tal día como hoy, en que otro mundo aún es posible, respetando la inmigración continua en nuestro país, en Andalucía, mi Comunidad, su Comunidad también. Todo un ejemplo a seguir. Su tesis doctoral es una exposición extraordinaria de lo que significa ser coherentes en la vida y de cómo la sociedad debe respetar siempre la alteridad, la realidad del Otro, sin “prejuicios ni expectativas exotizantes”. He tomado conciencia, al leerla, de que su arte plantea preguntas abiertas, me interroga como espectador y hace que me cuestione a mí mismo mis juicios previos a la hora de interpretar su obra artística.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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¡Paz y Libertad!

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