Sevilla, 12/I/2025
He leído unas palabras deslumbrantes en un artículo de Gabriel García Márquez, Los 166 días de Feliza, siguiendo los pasos de un escritor también colombiano, Juan Gabriel Vasquez, a través de su última novela, Los nombres de Feliza, una interesante incursión en un fenómeno existencial y a la vez clínico, la tristeza, al que Gabo llamó “agotamiento general”, en el caso de la escultora colombiana Feliza Bursztyn.
Cuenta Juan Gabriel Vasquez que esta obra nació al leer el artículo citado de García Márquez, publicado en el diario El País, el 20 de enero de 1982, según figura en la sinopsis oficial de esta publicación: “Me di cuenta de que entender a Feliza era una empresa difícil. Nada era sencillo cuando se trataba de ella”. El 8 de enero de 1982, la escultora colombiana Feliza Bursztyn murió en un restaurante de París. Tenía cuarenta y ocho años. En el momento de su muerte repentina la acompañaban su marido y cuatro amigos. Uno de ellos, el escritor Gabriel García Márquez, publicó días después un artículo que incluía tres palabras en apariencia simples, pero misteriosas en el fondo: «Murió de tristeza». Juan Gabriel Vásquez parte de esas palabras para investigar en la vida secreta o desconocida de una mujer extraordinaria. Feliza Bursztyn se enfrentó siempre a la sociedad en la que le tocó vivir. Hija de una pareja de judíos expatriados en Colombia, artista revolucionaria en un tiempo de revoluciones políticas, mujer de espíritu libre en un mundo que desconfiaba de la libertad de las mujeres, llevó una existencia que puso en escena las grandes tensiones del siglo XX y, sobre todo, el deseo de ser dueña de sí misma. En Los nombres de Feliza el autor funde con maestría la autobiografía, la realidad y la imaginación para entregar al lector una ficción asombrosa y desgarradora sobre cómo la vida íntima de un ser humano se ve inevitablemente arrollada por las fuerzas de la historia y la política”.
Mi generación creció también con una obra de Françoise Sagan (1935-2004), Bonjour Tristesse (Buenos días, tristeza, 1954), que inspiró la película homónima estrenada en 1958, ambas con un éxito social sin precedentes y con una fuente común, un poema de Paul Eluard, Desfigurada apenas, en La vida inmediata (1932), donde expone su concepción personal de la corriente existencialista y surrealista que afectaba a Europa, a París también, en años difíciles en su intrahistoria bélica y geopolítica:
Adiós tristeza
Buenos días tristeza
Inscrita estás en las rayas del techo
Inscrita estás en los ojos amados
No eres la miseria exactamente
Pues los labios más tristes te anuncian
Con una sonrisa
Buenos días tristeza
Amor de los cuerpos amables
Poder del amor
Cuya amabilidad surge
Como un monstruo sin cuerpo
Cabeza decepcionada
Tristeza con rostro bello.
Vuelvo al artículo de García Márquez, a sus palabras finales, para comprender la tristeza profunda de Felisa Bursztyn, su agotamiento general, tan común, tan extendido en determinados acontecimientos vitales por la ausencia de libertades, compartiendo la última cena con ella en París: “Feliza, sentada a mi izquierda, no había acabado de leer la carta para ordenar la cena, cuando inclinó la cabeza sobre la mesa, muy despacio, sin un suspiro, sin una palabra ni una expresión de dolor, y murió en el instante. Se murió sin saber siquiera por qué, ni qué era lo que había hecho para morirse así, ni cuáles eran las dos palabras sencillas que hubiera podido decir para no haberse muerto tan lejos de su casa”.
Todo lo anterior es lo que llevó a Juan Gabriel Vasquez a escribir Los nombres de Feliza, excelentemente explicado por Berna González Harbour en Babelia (El País), Juan Gabriel Vásquez encuentra a la Madame Bovary del siglo XX: “Quise saber por qué murió de tristeza”, con su habitual buen hacer periodístico, objetivo y veraz. A mí, hoy, la azarosa vida de una mujer, escultora por más señas, triste hasta la muerte por el exilio, por la pérdida de la vida ordinaria en democracia. Un ejemplo aleccionador. Para que no se olvide, ni siquiera un momento. Al buen entendedor o buena entendedora, demócratas, con estas pocas palabras basta.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA O LO MÁS PARECIDO A ELLA, EN GENERAL
¡Paz y Libertad!


Debe estar conectado para enviar un comentario.