
(Sevilla, 21 de septiembre de 1902 – Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963)
Sevilla, 24/III/2025 – 19:00 h (CET+1)
La llegada de la primavera este año, el pasado 20 de marzo, a las 10:02 horas, según el Observatorio Astronómico Nacional, no ha venido acompañada de su luz característica, sino cubierta de agua, asumiendo que nunca llueve a gusto de todos. Junto a esta realidad acuática, tan necesaria y beneficiosa en su justo sentido, es verdad que el poeta Luis Cernuda, cuando llega cada año esta estación a Sevilla, me recuerda siempre cosas importantes con su prosa poética, que no olvido, porque lo único que sabemos es que no sabemos en realidad lo que nos pasa y él nos ayuda a entenderlo, fundamentalmente porque es verdad que estamos atravesando una etapa histórica plagada de dificultades y sinsentidos en un mundo y un país al revés.
En este caso, me refiero hoy a una obra suya preciosa en la que canta a la primavera (1), recordando a su tierra natal desde la tragedia del exilio, añorando cómo la naturaleza, a pesar de todo, cuida la belleza de Sevilla:
Este año no conoces el despertar de la primavera por aquellos campos, cuando bajo el cielo gris, bien temprano a la mañana, oías los silbos impacientes de los pájaros, extrañando en las ramas aún secas la hojosa espesura húmeda de rocío que ya debía cobijarles. En lugar de praderas sembradas por las corolas del azafrán, tienes el asfalto sucio de estas calles; y no es el aire marceño de tibieza prematura, sino el frío retrasado quien te asalta en tu deambular, helándote a cada esquina.
Abstraído en este imaginar, marchas con nostalgia por la avenida del parque, donde revuela espectral a ras de tierra y te precede, fugitiva ala terrosa, una hoja del otoño último. Tan reseca es y oscura, que se diría muerta años atrás; imposible su verdor y frescura idos, como la juventud de aquel viejo, inmóvil allá, traspuesta la reja, hombros encogidos, manos en los bolsillos, aguardando no sabes qué.
Al acercarte luego, hallas que el viejo tiene a sus pies manojos de flores tempranas, asfodelos, jacintos, tulipanes, de vívidos colores increíbles en esta atmósfera aterida. Casi da pena verlas así, expuestas en mercado norteño, como si ellas también sintieran su hermosura indefensa ante la hostilidad sombría del ambiente.
Pero la primavera está ahí, loca y generosa. Llama a tus sentidos, y a través de ellos a tu corazón, adonde entra templando tu sangre e iluminando tu mente; quienes a la invocación mágica, a pesar del frío, lo sórdido, la carencia de luz, no pueden contener el júbilo vernal que estas flores, como promesa suya, te han traído e infundido en tu miedo, tu desesperanza y tu apatía.
La primavera, con su luz y fragancia de azahar en Sevilla, llama a mis sentidos y se aloja en mi corazón, regalándome un júbilo de emociones y sentimientos, a modo de flores, que me ayudan a caminar en un mundo loco, al revés, que nos asola y nos da miedo, desesperanza y apatía, con una misión posible que necesitamos ahora más que nunca: iluminar la mente. También, para comprender qué significa la paz en tiempos de guerra, tan lejos, tan cerca.
En este contexto local y mundial, expreso a Luis Cernuda, mi paisano, el más sincero agradecimiento a su obra, porque siempre reconozco el trabajo que hizo con amor desde su alma exiliada, tan lejos de sus primaveras en Sevilla, cuando escribía estas palabras desde la sordidez de Escocia, que le llevaban a recordar entrañablemente su niñez y juventud en esta ciudad, en la que Stefan Zweig siempre pensó que se podía ser feliz (2): “La vida parece tener aquí un ritmo más veloz, y las personas la sangre más viva; en ningún lugar hay más estómagos hambrientos que en Andalucía y, aun así, Sevilla brilla con su portentoso colorido, resplandece de alegría y nos saluda con miles de banderas. Aquí se puede ser feliz”, agregando matices especiales para ensalzarla con bellas palabras: “Hay ciudades en las que nunca se está por primera vez. Deambulas por sus calles desconocidas y sientes como si de todos los rincones te acudieran los recuerdos, te llamaran voces amigas. Su rostro -porque las ciudades puedes ser como las personas: tristes y viejas, risueñas y jóvenes, amenazadoras y gráciles, dulces y afligidas- te suena de una ciudad hermana, o de una imagen, de un libro, de una canción. Y Sevilla es así”.
También aprendí de Luis Cernuda algo muy importante que pidió a sus paisanos en esta sacrosanta ciudad: el reconocimiento a su trabajo bien hecho y envuelto en bellas palabras, que siempre lo merece ahora y en cualquier estación del año: «más el trabajo humano, con amor hecho, merece el reconocimiento de los otros». No lo olvido en este tiempo tan difícil y complejo, porque hoy día me duele todavía que su país y sus paisanos olvidemos algo simbólico que nos enseñó él a comprenderlo: el valor intrínseco de la poesía, de la prosa poética, porque la primavera, por ejemplo, llama a nuestros sentidos, y a través de ellos a nuestro corazón, adonde entra templando nuestra sangre e iluminando nuestra mente. ¿Existe algo más bello?
(1) Cernuda, Luis, La Primavera, en Ócnos (Poesía completa, vol. I), Madrid: Siruela, 1993.
(2) Zweig, Stefan, De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia. Madrid: Sequitur, 2015.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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