Hay un precepto bajo el cual he vivido: prepárate para lo peor, espera lo mejor y acepta lo que venga.
Sevilla, 4/III/2025 – 12:20 h (CET+1)
En el contexto mundial en el que estamos ya instalados, sorprendidos a diario por las últimas órdenes ejecutivas firmadas por Trump con su famoso rotulador negro (no inocente), de alcance mundial, como puede ser la decisión de hace unas horas de suspender la ayuda militar a Ucrania, como reacción inmediata de castigo al presidente Zelenski (creo que también al mundo mundial) por el último encuentro con él en el Despacho Oval, la aplicación de aranceles a Canadá, México y China, así como los efectos devastadores en la ayuda humanitaria mundial a los que menos tienen, los nadies, por el cierre de la USAID, vuelvo a insistir en algo en lo que siento una obstinación especial: lo que está ocurriendo a escala mundial es debido a la ausencia de valores y grandes principios éticos en una carrera desenfrenada que propicia el desmantelamiento del Estado de Bienestar y su corolario lógico, el ocaso de la democracia perfectamente diseñado por las oligarquías digitales y atómicas, la explosión diaria del consumo en una economía alocada de mercado, el síndrome de la última versión que tantos estragos causa en la juventud y en la sociedad en general, porque de todo lo que tengo no tengo lo último de lo último y sin ello no soy, no somos nada, las influencias de los “influencers” que casi siempre es consumo puro y duro individual y, además, del caro, así como los estragos del paro juvenil y la corrupción pública y privada, unido todo ello al hastío y a la desafección política generalizada. Este conjunto de realidades son una mezcla explosiva de tener o intentar tener y no de ser, lo que justifica que «para dos días que vamos a vivir vivamos solo el presente», en un “carpe diem” inverso, porque se entiende al revés de su significado, es decir, vivamos hoy pase lo que pase y “tengo derecho a divertirme” porque el mañana no me importa nada, en una amoralidad que da miedo. Vivir al día, a la intemperie de la vida, sin preocuparse de nadie y de nada, caiga quien caiga. El poeta Horacio lo explicó bien hace ya muchos siglos: «Sé prudente, filtra el vino / y adapta al breve espacio de tu vida / una esperanza larga. / Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso. / Vive el día de hoy [Carpe diem]. Captúralo. / No te fíes del incierto mañana (Oda (Carminum) I, 11, dedicada a Leucónoe).
Tampoco me sirve el socorrido “esto también pasará”, principio basado en el cuento persa de un rey y un anillo, que sigue vivo en muchas personas como bálsamo de Fierabrás ante las consecuencias devastadoras de lo que está pasando y estamos viendo a diario. Lo curioso es que pocas veces se aplica cuando se vive época de vacas gordas y de felicidad plena que pese a todos los esfuerzos que se hagan, también pasarán, reforzando el mito del eterno retorno. Es curioso constatar en torno a esta frase que fue el presidente Benjamín Franklin el que frente a lo locuacidad no contenida ni medida de Trump, expresó en el siglo XIX el mejor significado de ella en el discurso que pronunció en la feria de agricultura en Milwaukee (Wisconsin), el 30 de septiembre de 1859, un año antes de ser elegido presidente de los Estados Unidos, firmando dos años después la ley que establecía por primera vez el Departamento de Agricultura de su país: «Se dice que un monarca oriental encargó una vez a sus sabios que le inventaran una frase que siempre tuviera presente y que fuera verdadera y apropiada en todos los tiempos y situaciones. Le presentaron unas palabras: «Y esto también pasará». ¡Cuánto expresa! ¡Qué castigo en la hora del orgullo! ¡Qué consuelo en las profundidades de la aflicción! «Y esto también pasará». Y, sin embargo, esperemos que no sea del todo cierto. Esperemos, más bien, que mediante el mejor cultivo del mundo físico, debajo y alrededor de nosotros, y del mundo intelectual y moral dentro de nosotros, aseguraremos una prosperidad y felicidad individual, social y política, cuyo curso será hacia adelante y hacia arriba, y que, mientras la tierra perdure, no pasará».
La realidad es que me siento también consternado en el sentido profundo de la palabra tal y como se recogió por primera vez en el Diccionario de Autoridades publicado en 1729: “Atemorizado, asombrado, perturbado y espantado”. Cualquiera de las cuatro acepciones refleja bien mi estado de ánimo. Tanto que hemos luchado por la instauración de la democracia a lo largo de los últimos cuarenta y seis años para recoger hoy lo mal sembrado. También conturbado, atendiendo las ricas acepciones de las Autoridades citadas, porque estoy inquieto, conmovido, confundido y desasosegado, provocando todo ello una mudanza cerebral muy importante aunque siga escuchando la recomendación piadosa de San Ignacio en estos tiempos de mudanza mundial de principios y valores.
Hoy agrego a esta situación anímica el lema decepcionado, que no está recogido en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua ni como participio pasivo ni como adjetivo, a diferencia de las dos anteriores. Creo que es debido a que la decepción, que significa “pesar causado por un desengaño”, es decir, porque se ha faltado a la verdad en lo que se dice, hace o piensa una persona, es lo que se convierte sólo en sentimiento de decepción al sentirnos desengañados ante lo que está pasando y estamos viendo, situaciones que siente el alma con la decepción consiguiente, que no cabe en el diccionario de la dignidad humana. Su sentido más profundo y que genera más dolor está en la palabra “engaño”, porque en democracia se debe esperar mucho de los políticos mundiales y los de este país, que actúan en representación de nuestros votos. Estamos desengañados, desilusionados y nos sentimos consternados, conturbados y decepcionados.
Cada día que pasa estoy más convencido de que es verdad que soy pesimista ante el espectáculo actual en el gran teatro del mundo, en el sentido más profundo del término pesimista que aprendí del haiku 123, precioso, escrito por Mario Benedetti en 1999: Un pesimista / Es sólo un optimista / Bien informado. Reconozco que estamos viviendo una época en la que es difícil mantener una conducta inaccesible al desaliento. Si dejamos que las circunstancias actuales, en política por ejemplo, nos desanimen, es decir, nos quiten el ánimo, perderemos la actitud, la disposición, el temple, el valor, la energía, el esfuerzo, la intención, la voluntad, el carácter, la índole, la condición psíquica de cada uno, de cada persona y lo que es probable es que perdamos la última acepción de este lema en nuestro vocabulario diario, porque al final nos quitan el fundamento principal del ánimo, el alma, el espíritu de cada uno como primer principio de la actividad humana.
Espero, a pesar de todo, que impere el sentido común y una perspectiva de futuro mejor para todos, porque la situación actual pasará, pero ojalá sea en el sentido que proclamó Benjamín Franklin en el discurso citado anteriormente. «Y, sin embargo, esperemos que no sea del todo cierto. Esperemos, más bien, que mediante el mejor cultivo del mundo físico, debajo y alrededor de nosotros, y del mundo intelectual y moral dentro de nosotros, aseguraremos una prosperidad y felicidad individual, social y política, cuyo curso será hacia adelante y hacia arriba, y que, mientras la tierra perdure, no pasará».,
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, GAZA, REPÚBLICA DEL CONGO Y RUANDA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL
¡Paz y Libertad!




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