Francisco, solo Francisco

Sevilla, 21/IV/2025 / 11:42 h (CET+2)

Acaba de saltar al mundo la noticia del fallecimiento del papa Francisco, bautizado como Jorge Mario Bergoglio, que eligió para su pontificado un lema explicado por el Vaticano: “El lema del Santo Padre Francisco [miserando atque eligendo] procede de las Homilías de san Beda el Venerable, sacerdote (Hom. 21; CCL 122, 149-151), quien, comentando el episodio evangélico de la vocación de san Mateo, escribe: «Vidit ergo Iesus publicanum et quia miserando atque eligendo vidit, ait illi Sequere me (Vio Jesús a un publicano, y como le miró con sentimiento de amor y le eligió, le dijo: Sígueme)”.

Creo que ha sido un pontífice que ha luchado contra viento y marea por dignificar el rol de la Iglesia en el mundo actual, empezando por su propia Casa, el Vaticano, pero la Curia no se lo ha puesto fácil. Me consta que ha intentado sortear los bloqueos desde dentro en la eufemística Santa Sede, pero nunca mejor dicho con tono quijotesco, ¡con la propia Iglesia has topado, amigo Francisco!

Estos momentos son propicios para los panegíricos que tanto gustan a la Iglesia Católica, Apostólica y…Romana, por supuesto. Creo que su marcha al Cielo en el que creyó siempre, es la que suplicó su antecesor Pedro en vida para recobrar su esencia pontificia, según lo expresó maravillosamente Rafael Alberti, un comunista redomado, en su poema Basílica de san pedro:

Di, Jesucristo, ¿Por qué
me besan tanto los pies?

Soy San Pedro aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.

Haz un milagro, Señor.
Déjame bajar al río;
volver a ser pescador,
que es lo mío.

Francisco, pescador de creencias, creía en la resurrección diaria y en la final, y eso, como le ocurría a Teresa de Jesús, le bastaba entre tanta miseria eclesial y mundana. Lo suyo, como le ocurrió a Pedro, ha sido una tarea de persona imprescindible en un mundo descreído, falto de valores, que ha cambiado su grey de fieles por turistas en sus iglesias, ¡ay, del turismo eclesial!, bastante vacías, aunque hoy podrá hacer una confidencia a su Dios sobre lo que está pasando y estamos viendo a diario, tal y como Alberti lo escribió también en Roma, peligro para caminantes: “Confiésalo, Señor, solo tus fieles / hoy son esos anónimos tropeles / que en todo ven una lección de arte. / Miran acá, miran allá, asombrados, / ángeles, puertas, cúpulas, dorados… / y no te encuentran por ninguna parte”.

Lo que ignoro es la respuesta de su Dios a estas confidencias tan profundas. Su testimonio de vida papal ha marcado pautas para el resurgimiento de una nueva iglesia donde deben ocupar un papel estelar los nadies, los ningunos, los ninguneados, los dueños de nada (Eduardo Galeano, dixit), no el cuerpo cardenalicio como guardianes excelsos de la fe, corpus donde ha encontrado tantos enemigos en la sombra o al descubierto, que de todo hay en la viña del Señor.

Gracias Francisco, gracias, porque entre luces y sombras, me quedo con tu voz próxima a los más débiles del mundo, millones de personas que han necesitado tu acogida y amparo, con especial atención al fenómeno de la migración. Me consta que lo has manifestado de mil maneras, con todos los medios vaticanos posibles y esas acciones te hacen merecedor del reconocimiento mundial de líder necesario e imprescindible.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://www.vidanuevadigital.com/tribuna/diciembre-transparencia-y-cambio-de-epoca-en-la-era-francisco/

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, GAZA Y ORIENTE MEDIO, REPÚBLICA DEL CONGO, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL

¡Paz y Libertad!

Sonrisas y lágrimas en 2025

Erich Lessing / Julie Andrews, con su hija Emma, en un descanso del rodaje de “Sonrisas y Lágrimas”

Sevilla, 21/IV/2025 – 08:00 h (CET+2)

Como persona que ama el cine, no me pasó por alto la reposición en la noche del viernes pasado, en la televisión pública, de la película musical Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music, en su título original), estrenada en 1965 y protagonizada por Julie Andrews, que recibió cinco premios Oscar: mejor película, dirección, sonido, banda sonora y montaje. Con tal motivo, recordé que en 2009, visité en Aracena (Huelva) una exposición bajo el patrocinio del Centro Andaluz de la Fotografía, sobre una obra escogida de un fotógrafo excepcional, Erich Lessing, relacionada con su actividad fotográfica durante el rodaje de excelentes películas, al que se le otorgó en 1956 el premio American Art Editor’s Award, reconocido siempre por su compromiso profesional con la memoria histórica de los países donde trabajó. En aquella muestra recuperé muchos recuerdos de las sonrisas y lágrimas de la vida ordinaria, la que nos hace humanos de necesidad por mucho que multinacionales de la alegría facturada se esfuercen a diario en hacernos ver y entender que la vida es fácil si logramos algunas vez entender su chispa. Hoy, rescato de nuevo aquellas impresiones. Nuevas sonrisas y lágrimas, en este mundo al revés, ante la ausencia y hambre de abrazos.

De toda la exposición me impactó mucho una fotografía de Julie Andrews, en un descanso del rodaje de “Sonrisas y Lágrimas”, que me entregaron y que reproduzco en la cabecera de este artículo. Pensé en aquella ocasión que Lessing quiso dejar para la posteridad la impronta real de la sonrisa en esa relación madre-hijo, en la lectura de una carta quizás imposible, como homenaje a esta necesidad, dado que en su caso, tuvo que emigrar desde Viena a Palestina a los 16 años, por la ocupación de Hitler, arrancándolo de su familia más cercana. Cuando regresó a Viena, en 1947, su madre ya había fallecido en el campo de concentración de Auschwitz.

En los tiempos actuales, en los que la memoria histórica busca abrirse paso con un esfuerzo a veces sobrehumano, se quiere negar a toda costa un principio ya demostrado científicamente: en el cerebro no es fácil borrar lo que algún día se grabó de forma consciente y con gran carga de sentimientos y emociones. Se sabe por los avances de las neurociencias que a pesar de los esfuerzos terapéuticos y farmacológicos, la memoria se suspende pero no se borra. Desgraciadamente, sí se sabe que se pierde completamente cuando el cerebro enferma, por ejemplo en un síndrome de Alzheimer desolador, entre otros vinculados con la senectud, que tanto hacen sufrir también a las personas más cercanas de quienes los padecen.

La fotografía de Lessing me sigue pareciendo extraordinariamente didáctica. La vida de cada una, de cada uno, que es lo más parecido a una película en blanco y negro, con la acromatopsia (1) ética que corresponda, permite descansos, para recuperar esos momentos que tanto nos reconfortan y que nos devuelven felicidad. Pero también sabemos que la dialéctica de las sonrisas y las lágrimas, permite apartarnos junto a una pared de la vida personal e intransferible, sentir el abrazo de los que nos quieren, aunque inmediatamente nos llamen mediante megafonía para seguir rodando, viviendo en definitiva, en la filmación jamás contada. Esa es la auténtica obra maestra, el extraordinario guion que está detrás, que nos entrega Lessing con la instantánea asociada de su cámara cerebral.

Mi alma de secreto me permitió el viernes pasado trascender la visión clásica de la edulcorada película, sin quitarle el mérito otorgado por la historia de la cinematografía, pero comprendiendo a través de la cámara de Lessing la persona que era Julie Andrews y no tanto el personaje, porque cualquier parecido con la realidad, en este caso, no era pura coincidencia.

(1) Acromatopsia: ceguera del color, enfermedad que no permite agregar a la óptica de la vida el color. Todo se ve siempre de color gris. Para comprender bien los efectos de esta enfermedad, recomiendo la lectura de un libro de Oliver Sacks, excelente, que tengo entre mis preferidos: La isla de los ciegos al color, editado por Anagrama en 1999.


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