Sábado Laico, de pausa

Sonia Lafuente, patinadora olímpica

Sevilla, 19/IV/2025 – 09:22 h (CET+2)

Según el calendario gregoriano, tutelado por la iglesia católica, apostólica y romana, hoy es Sábado Santo, una jornada de reflexión para los creyentes católicos, después de recordar los graves acontecimientos acaecidos en torno a la figura de Jesús de Nazaret. Desde mi perspectiva laica, es un sábado de pausa después del frenesí semanasantero de esta ciudad, del que casi nadie es ajeno por acción u omisión.

Benedetti, que siempre supo poner hermosura a la vertiente más triste de la vida, nos ofreció una forma de entender las necesarias pausas en el caminar diario personal, familiar, profesional y social: De vez en cuando hay que hacer una pausa / contemplarse a sí mismo / sin la fruición cotidiana / examinar el pasado / rubro por rubro / etapa por etapa / baldosa por baldosa / y no llorarse las mentiras / sino cantarse las verdades.

Hoy, Sábado Laico también, estas palabras de Benedetti forman parte de un buen manual para aprender a hacer pausas en la vida apresurada que acometemos en cada despertar. Con la ilusión de comenzar de nuevo todo si fuera necesario, pero cantando las verdades (que también existen, como las palabras) y no engolfarse en las mentiras.

En este contexto, me acuerdo hoy (Brainard, dixit) que un conjunto madrileño de música indie, Izal, cantaba hasta su desaparición el encanto necesario de la pausa: Yo sólo pido pausa y tú me das ojos de huracán. / Yo sólo pido calma y tú haces espuma el agua del mar. / Sólo pido silencio y gritas que no digo la verdad. / ¿Tú qué sabrás? Si despiertas lejos de esta casa. / ¿Tú qué sabrás? Si no vives dentro de esta jaula. / Yo sólo quiero pausa, tú rebobinar. / Yo sólo busco un ritmo lento, tú velocidad. / Yo sólo pido una dulce mentira, tú toda la verdad. / ¿Tú qué sabrás? Si despiertas lejos de esta casa. / ¿Tú qué sabrás? Si no vives dentro de esta jaula. / ¿Tú qué sabrás? Si nunca nadaste en mis entrañas. / ¿Tú qué sabrás? Si no vives dentro de esta jaula. He querido que hoy acompañara también a estas palabras una patinadora olímpica, Sonia Lafuente, porque expresa maravillosamente esta pausa necesaria e imprescindible y quizá, viéndola, la comprenderemos mejor.

Es verdad que solo necesitamos hacer pausas de vez en cuando y no tanto rebobinar, porque no queremos perder el sentido de la vida. Es lo que Herman Hesse llamaba obstinación, una virtud que admiraba mucho, una sola, porque es obediencia a una sola ley que lleva al “propio sentido” de la vida. Fundamentalmente, algo que necesitamos con urgencia: cantarnos las verdades, pisando las baldosas que vamos poniendo en nuestra vida a modo de solería, que es lo único que justifica nuestros actos éticos para no tener que llorar las mentiras. Sin prisa, con pausa, en un Sábado Laico especial, diferente de los demás.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, GAZA Y ORIENTE MEDIO, REPÚBLICA DEL CONGO, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL

¡Paz y Libertad!

La ejemplaridad de Jesús de Nazaret, según Pier Paolo Pasolini

Primer plano horizontal de Jesús de Nazaret (Enrique Irazoqui), en Il vangelo secondo Mateo (1964), dirigida por Pier Paolo Pasolini

Sevilla, 18/IV/2025 – 09:07 h (CET+2)

Las manifestaciones artísticas en la Semana Santa, en procesiones y oficios varios, están basadas en una tradición histórica sobre la pasión y muerte de Jesús de Nazareth. Desde el Domingo de Ramos y hasta el de Resurrección, se condensa en una semana trágica la vida y obra de uno de los personajes imprescindibles de la Humanidad, que me gusta tratar como ciudadano Jesús. Lo escribí el domingo pasado, cuando me refería a él, en su ataque continuo de humanidad, recogido así por los cronistas de la época, cuando se cansaba y se dormía en el cabezal del barco porque estaba hecho polvo, (Mc 8,23). O como Machado decía en su precioso poema La Saeta: ¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar! Lo digo con un gran respeto a la fe de mis mayores.

En este contexto, también es verdad que recuerdo siempre una película clásica sobre la vida de Jesús de Nazareth, El evangelio según Mateo (1964), dirigida por Pier Paolo Pasolini (1922-1975), que me sigue emocionando en el recuerdo por su mensaje humano y tan cercano a la vida cotidiana de las personas. Pasolini hizo con esta película un cine diferente, singular, diverso: “Jesús (interpretado por Enrique Irazoqui) es mostrado continuamente caminando entre el desierto o entre pueblos en ruinas. Su mirada, como la de Pasolini, no evita a los leprosos ni a los cojos, sino que se detiene en ellos; la cámara, por su parte, se complace, por ejemplo, en la mano del mesías que acaricia los rostros marchitos de quienes acuden a él para encontrar salud. El contacto entre dos cuerpos alivia, de ahí la alegría del rostro de la adolescente María (Margherita Caruso) al ver regresar a José, al saber que, sin importar lo que digan los demás, él ha decidido estar con ella” (1). Me emocionó esta película cuando la vi de nuevo en Roma en 1976, sabiendo como sabía que aquella ciudad era un peligro para caminantes (Alberti, dixit) que hacen camino al andar. Pasolini sigue muy presente en mi pensamiento crítico y acudo frecuentemente a él. Por ejemplo, sé que una obra espléndida de Miguel Dalmau Soler, Pasolini. El último profeta, ganadora del XXXIV Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias 2022, el año en el que se cumplía el centenario del nacimiento del director italiano, sirve para conocerlo en profundidad, como “último profeta”. 

En el fondo, estas palabras son un nuevo homenaje personal al cineasta italiano, del que tanto aprendí a comprender el valor de la vida alternativa, con la pasión dentro, como él la mostró en una obra también excelente, Teorema, tan incomprendida por la autoridad competente, eclesiástica por supuesto, hasta el punto de haberse arrepentido de haberle entregado un premio por ella, en 1968, cuando descubrió cuál era su auténtico mensaje y no la posibilidad de que el Espíritu Santo entrase en cada uno de nosotros, que fue lo que constituyó el móvil del premio. Cuando se descubrió que Pasolini volaba más bajo que el espíritu, la institución se arrepintió y explicó a los cuatro vientos su voto. El anatema estaba servido. En definitiva muy poca gente había entendido el mensaje real de la película: no es necesario invocar a los espíritus para llenarse de amor en vida, cualquier amor.

Desgraciadamente, no le salvó nunca su magistral interpretación laica de la vida del ciudadano Jesús de Nazareth, en su forma de leer para el siglo XX el evangelio según Mateo. Quizás tampoco hoy día, en pleno siglo XXI, en un universo tan descreído y alejado del espíritu del bien humano, a pesar de que seguimos sufriendo mucho con la intolerancia y ausencia radical de valores que nos asola a diario.

Comprendo hoy, mejor que nunca, unas palabras de Pasolini que no olvido, hilo conductor de su gran película: “Me interesa el extremismo de Cristo, su modo tajante de cerrarse en banda, su radicalismo total y absoluto. Cristo perdona fácilmente los pecados individuales, pero es intransigente con los sociales”. Palabra de Pasolini.

(1) https://cinedivergente.com/el-evangelio-segun-san-mateo/

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¡Paz y Libertad!

La Semana Santa según Jesucristo

Sevilla, 17/IV/2025 – 09:34 h (CET+2)

Sevilla está muy presente, estos sacrosantos días, en mi persona orteguiana de secreto. Hoy me acuerdo…, como decía Joe Brainard, una vez más, que en diciembre de 2018 asistí a un acto en el Consulado General de Portugal en esta ciudad, con motivo de la celebración del día de la lectura en Andalucía, en el que se homenajeaba a José Saramago y en el que su viuda, Pilar del Río, contó una anécdota sobre el origen del libro más polémico de su compañero de vida. Paseando los dos en Sevilla por la calle Sierpes, se volvió Saramago hacia el célebre quiosco de Curro situado en la zona de La Campana y allí vio escritas unas palabras que luego dieron el título a una obra preciosa: El evangelio según Jesucristodenostada por el Vaticano, incluso en un obituario dedicado por Claudio Toscani al fallecimiento del autor, en junio de 2010, a modo de libelo de repudio, publicado en L´Osservatore Romano (El observador romano), periódico oficial de la Iglesia Católica, bajo el título de L´onnipotenza (presunta) del narratore, que juzgaba esta obra como un “desafío a las memorias del cristianismo del que no se sabe qué salvar si, entre otras cosas, Cristo es hijo de un Padre que, imperturbable, lo manda al sacrificio; que parece entenderse mejor con Satanás que con los hombres; que dirige el universo con potestad y sin misericordia. Y Cristo no sabe nada de Sí mismo hasta que se encuentra a un paso de la Cruz; y que María fué para él una madre ocasional; y que a Lázaro se le deja en la tumba para no destinarlo a una muerte suplementaria. Irreverencias a parte, la esterilidad lógica, antes que teológica, de esos asuntos narrativos, no produce la deconstrucción ontológica buscada, sino que se enrosca en una parcialidad dialéctica tan evidente que es preciso negarle toda credibilidad”.

Aquella mirada de Saramago, en un momento mágico para Sevilla, es justo recordarla hoy, porque lo que ayer fue duda hoy se puede convertir en certeza, intentando comprender el final de aquella obra nacida curiosamente en esta tierra, cuando Dios decía: “[…]: Hombres, perdonadle [a Jesús], porque él no sabe lo que hizo. Luego se fue muriendo en medio de un sueño, estaba en Nazareth y oía que su padre le decía, encogiéndose de hombros y sonriendo también, Ni yo puedo hacerte todas las preguntas, ni tú puedes darme todas las respuestas”.

Hoy, quiero recordar al ciudadano Jesús del que tantas veces he hablado en este cuaderno digital, al que descubrí con seis años en Madrid, viendo aquella película del régimen, Marcelino, Pan y Vino, que me enseñó muchas cosas, entre ellas admirar a ese Jesús del madero, machadiano, que fue antes un niño proletario y cómo Marcelino me animó a decir en mi casa que yo conocía a alguien que se llamaba “dios” y que sabía que tenía un amigo imaginario de nombre Manuel, que siempre tuvo un sitio en mi alma de niño. En este mundo tan complejo, siento la ausencia de esos amigos de la infancia, de ese líder de juventud, Jesús, comprendiendo mejor que nunca lo que Saramago quería transmitir en su atrevida lectura laica del evangelio, cuando en su peculiar “semana santa” nos recordaba que su padre le decía a Jesús aquello de “ni yo puedo hacerte todas las preguntas, ni tú puedes darme todas las respuestas”. 

Inolvidable libro, porque después de haber pasado tanto tiempo, sigo pensando lo mismo que el Nobel portugués. O lo que es lo mismo, … tras un día, otro viene, y lo que ayer fue duda hoy se convierte en certeza, a pesar de que sigo sin encontrar respuestas a la mayor parte de las grandes preguntas de la vida, explicitadas en un libro democrático, Eclesiastés, 3, 1-22: ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? o en otra variación sobre el mismo tema: ¿qué sacan las personas de todo su fatigoso afán bajo el sol?; ¿quién sabe si el aliento de la vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de la bestia desciende hacia abajo, hacia la tierra? y, por último, ¿quién guiará a cada persona a contemplar lo que ha de suceder después de su muerte? Fin del capítulo 3 y silencio sepulcral, bíblico, ante estas cuestiones tan vitales y próximas.

Quizás, estas preguntas y aquellas palabras agónicas del ciudadano Jesús, sobre el abandono que sintió aquel día lejano que se recuerda en la Semana Santa, ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?, nueve palabras en español, cuatro en hebreo, son las que siguen todavía hoy sin respuesta alguna para el común de los mortales, sobre todo los nadieslos hijos de nadie, los dueños de nada, a los que defendió siempre Eduardo Galeano en su compromiso social y laico, entre las dudas y certezas de cada día, incluso hoy, en una nueva semana santa o laica, según se mire, se sienta o se crea, eso sí, por la gracia de Dios y de la democracia.

En la clave de Saramago para su visión laica y novelada de la vida de Jesucristo, guardo siempre una gran respuesta del Eclesiastés a las tres preguntas enunciadas anteriormente, sobre todo cuando nos encontramos “abandonados” a nuestra suerte en momentos complejos de la vida: hay que hacer camino al andar y aprender una gran respuesta provisional en la vida. Siempre es mejor caminar con otros, porque si nos caemos siempre habrá alguien que te levante, porque la amistad es como la cuerda de tres hilos: jamás se puede romper: “más valen dos personas que una sola, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo, pues si cayeren, una levantará a la otra; pero ¡ay de la persona sola que se cae!, que no tiene quien la levante. Si dos se acuestan, tienen calor; pero la persona sola ¿cómo se calentará? Si atacan a uno, los dos harán frente. La cuerda de tres hilos no es fácil de romper”.

Es lo que perdura todavía hoy y desde hace ya muchos siglos en la tradición oral de abuelos a nietos, de padres a hijos, desde que se sentaban en la orilla del Tigris y Éufrates al caer la tarde, a la hora malva mágica que tanto gustaba a Gabriel García Márquez. Su autor, no lo olvidemos, tenía un nombre inconfundible ya citado, Eclesiastés, una persona de comunidad, literalmente hablando, en el capítulo 4 del libro citado, para que no nos dediquemos sólo a atrapar vientos buscando la ansiada felicidad humana, con mayor sentido aun cuando nos preocupa que sea para todos, a través de la amistad y para superar cualquier abandono.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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¡Paz y Libertad!

Federico García Lorca amaba la Semana Santa de su niñez en Granada

Federico García Lorca en la emisora Unión Radio en 1929 / PERIODICO

Granada debe conservar para ella y para el viajero su Semana Santa interior; tan interior y tan silenciosa, que yo recuerdo que el aire de la vega entraba, asombrado, por la calle de la Gracia y llegaba sin encontrar ruido ni canto hasta la fuente de la Plaza Nueva.

Federico García Lorca, en Semana Santa en Granada.

Sevilla, 16/IV/2025 – 07:25 h (CET+2)

Vuelvo a publicar hoy un hallazgo conmovedor que hice el año pasado desde mi perspectiva laica de la Semana Santa, unas palabras en prosa de Federico García Lorca, entre la escasa obra en este género que nos legó. Se trata de unas “impresiones” sobre la Semana Santa en Granada (1), la ciudad que tanto amó y que tan mal lo trató. He vuelto a leerlas, descubriendo nuevas formas de comprender el alma secreta del poeta. Las comparto hoy de nuevo porque necesito su compañía en este mundo al revés, turbulento y descreído, tan falto de horizontes próximos de grandeza democrática y ciudadana. Sobre todo, porque en plena Semana Santa, atento a las palabras del poeta, estoy lejos del“tumulto barroco de la universal Sevilla”.

Semana Santa en Granada

El viajero sin problemas, lleno de sonrisas y gritos de locomotoras, va a las fallas de Valencia. El báquico, a la Semana Santa de Sevilla. El quemado por un ansia de desnudos, a Málaga. El melancólico y el contemplativo, a Granada, a estar solo en el aire de albahaca, musgo en sombra y trino de ruiseñor que manan las viejas colinas junto a la hoguera de azafranes, grises profundos y rosa de papel secante que son los muros de la Alhambra.

 A estar solo. En la contemplación de un ambiente lleno de voces difíciles, en un aire que a fuerza de belleza es casi pensamiento, en un punto neurálgico de España donde la poesía de meseta de San Juan de la Cruz se llena de cedros, de cinamomos, de fuentes, y se hace posible en la mística española ese aire oriental, ese ciervo vulnerado que asoma, herido de amor, por el otero.

A estar solo, con la soledad que se desea tener en Florencia; a comprender cómo el juego de agua no es allí juego como en Versalles, sino pasión de agua, agonía de agua.

O para estar amorosamente acompañado y ver cómo la primavera vibra por dentro de los árboles, por la piel de las delicadas columnas de mármoles, y cómo suben por las cañadas arrojando a la nieve, que huye asustada, las bolas amarillas de los limones.

El que quiera sentir junto al aliento exterior del toro ese dulce tictac de la sangre en los labios, vaya al tumulto barroco de la universal Sevilla; el que quiera estar en una tertulia de fantasmas y hallar quizá una vieja sortija maravillosa por los paseíllos de su corazón, vaya a la interior, a la oculta Granada. Desde luego, se encontrará el viajero con la agradable sorpresa de que en Granada no hay Semana Santa. La Semana Santa no va con el carácter cristiano y anti espectacular del granadino. Cuando yo era niño, salía algunas veces el Santo Entierro; algunas veces, porque los ricos granadinos no siempre querían dar su dinero para este desfile.

Estos últimos años, con un afán exclusivamente comercial, hicieron procesiones que no iban con la seriedad, la poesía de la vieja Semana de mi niñez. Entonces era una Semana Santa de encaje, de canarios volando entre los cirios de los monumentos, de aire tibio y melancólico como si todo el día hubiera estado durmiendo sobre las gargantas opulentas de las solteronas granadinas, que pasean el Jueves Santo con el ansia del militar, del juez, del catedrático forastero que las lleve a otros sitios. Entonces toda la ciudad era como un lento tiovivo que entraba y salía de las iglesias sorprendentes de belleza, con una fantasía gemela de las grutas de la muerte y las apoteosis del teatro. Había altares sembrados de trigo, altares con cascadas, otros con pobreza y ternura de tiro al blanco: uno, todo de cañas, como un celestial gallinero de fuegos artificiales, y otro, inmenso, con la cruel púrpura, el armiño y la suntuosidad de la poesía de Calderón.

En una casa de la calle de la Colcha, que es la calle donde venden los ataúdes y las coronas de la gente pobre, se reunían los «soldaos» romanos para ensayar. Los «soldaos» no eran cofradía, como los jacarandosos «armaos» de la maravillosa Macarena. Eran gente alquilada: mozos de cuerda, betuneros, enfermos recién salidos del hospital que van a ganarse un duro. Llevaban unas barbas rojas de Schopenhauer, de gatos inflamados, de catedráticos feroces. El capitán era el técnico de marcialidad y les enseñaba a marcar el ritmo, que era así: «porón…, ¡chas!», y daban un golpe en el suelo con las lanzas, de un efecto cómico delicioso. Como muestra del ingenio popular granadino, les diré que un año no daban los «soldaos» romanos pie con bola en el ensayo, y estuvieron más de quince días golpeando furiosamente con las lanzas sin ponerse de acuerdo. Entonces el capitán, desesperado, gritó: «Basta, basta; no golpeen más, que, si siguen así, vamos a tener que llevar las lanzas en palmatorias», dicho granadinísimo que han comentado ya varias generaciones.

Yo pediría a mis paisanos que restauraran aquella Semana Santa vieja, y escondieran por buen gusto ese horripilante paso de la Santa Cena y no profanaran la Alhambra, que no es ni será jamás cristiana, con ta-ta-chín de procesiones, donde lo que creen buen gusto es cursilería, y que sólo sirven para que la muchedumbre quiebre laureles, pise violetas y se orinen a cientos sobre los ilustres muros de la poesía. Granada debe conservar para ella y para el viajero su Semana Santa interior; tan interior y tan silenciosa, que yo recuerdo que el aire de la vega entraba, asombrado, por la calle de la Gracia y llegaba sin encontrar ruido ni canto hasta la fuente de la Plaza Nueva.

Porque así será perfecta su primavera de nieve y podrá el viajero inteligente, con la comunicación que da la fiesta, entablar conversación con sus tipos clásicos. Con el hombre océano de Ganivet, cuyos ojos están en los secretos lirios del Darro; con el espectador de crepúsculos que sube con ansias a la azotea; con el enamorado de la sierra como forma sin que jamás se acerque a ella; con la hermosísima morena ansiosa de amor que se sienta con su madre en los jardinillos; con todo un pueblo admirable de contemplativos, que, rodeados de una belleza natural única, no esperan nada y sólo saben sonreír.

El viajero poco avisado encontrará con la variación increíble de formas, de paisaje, de luz y de olor la sensación de que Granada es capital de un reino con arte y literatura propios, y hallará una curiosa mezcla de la Granada judía y la Granada morisca, aparentemente fundidas por el cristianismo, pero vivas e insobornables en su misma ignorancia.

La prodigiosa mole de la catedral, el gran sello imperial y romano de Carlos V, no evita la tiendecilla del judío que reza ante una imagen hecha con la plata del candelabro de los siete brazos, como los sepulcros de los Reyes Católicos no han evitado que la media luna salga a veces en el pecho de los más finos hijos de Granada. La lucha sigue oscura y sin expresión… ; sin expresión, no, que en la colina roja de la ciudad hay dos palacios, muertos los dos: la Alhambra y el palacio de Carlos V, que sostienen el duelo a muerte que late en la conciencia del granadino actual.

Todo eso debe mirar el viajero que visite Granada, que se viste en este momento el largo traje de la primavera. Para las grandes caravanas de turistas alborotadores y amigos de cabarets y grandes hoteles, esos grupos frívolos que las gentes del Albaycín llaman «los tíos turistas», para ésos no está abierta el alma de la ciudad.

NOTA: Estas impresiones, a modo de alocución, sobre “Semana Santa en Granada”, aunque figuran compiladas en ediciones de sus Obras Completas, junto a Impresiones y Viajes, publicada en 1918, no figuran en estas últimas, porque son de fecha posterior, salvo error u omisión, concretamente del 5 de abril de 1936, en formato de alocución radiofónica, en Unión Radio. La imagen que encabeza este artículo se ha recuperado hoy de Lorca, de viva voz (elperiodico.com).

(1) García Lorca, Federico, Semana Santa en Granada, en Otras impresiones y paisajes. Obras completas, I (19ª edición), Madrid: Aguilar, p. 941-944, 1995. 

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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¡Paz y Libertad!

En memoria de Mario Vargas Llosa

Sevilla, 15/IV/2025 – 12:15 h (CET+2)

Ayer recorrió el mundo la noticia del fallecimiento de Mario Vargas Llosa, gran maestro de la literatura universal, sobre todo latinoamericana. En un momento en que los panegíricos sobrevuelan sobre su ausencia, tengo que reafirmarme en que no ha sido santo de mi devoción literaria, aunque reconozco su gran valía como escritor de amplio espectro. Como muestra de este respeto literario, que se puede comprobar en bastantes páginas de este cuaderno digital, vuelvo a publicar hoy el último artículo que le dediqué en 2023, en torno a un cuento, “Los vientos”, precedido de una gran expectación por su devenir sentimental aquél año.

Como botón de muestra de aquella lectura inquietante, reproduzco unas palabras de análisis de nuestra realidad actual: “Quizá sea la aproximación a la teoría de los “desequilibrados” la que se convierte en el hilo conductor del cuento, no la referencia a su última experiencia “glamurosa”, real como la vida misma, como se ha intentado proclamar a los cuatro vientos: “Pero, si las ideas en sí, desasidas de finalidades prácticas inmediatas, hubieran desaparecido, toda forma de disidencia y contestación se habrían evaporado también como consecuencia de aquello en nuestras sociedades. Por fortuna todavía no es así, aunque, me temo, vamos por este camino hacia ese fin: una sociedad de autómatas. Mi esperanza está en el movimiento de los “desequilibrados” que se ha extendido tanto por el globo, no sólo por España. Aunque tengo sentimientos encontrados respecto a los “desequilibrados”. A ratos, me inspiran simpatía, porque este mundo no les gusta y por su forma de vida es obvio que quisieran cambiarlo. Hay en ellos una actitud desinteresada, de pureza y espiritualidad, todo lo que parece haberse extinguido en el resto de nuestra sociedades frenéticamente entregadas a trabajar, a producir, ganar dinero, y llenarse de maquinitas entretenidas”.

El último cuento de Vargas Llosa

Para empezar, tengo que confesar que Mario Vargas Llosa no es escritor de mi devoción lectora. Su permanente caminar del timbo al tambo en su identidad personal y escritora, no hablo precisamente de ideologías, me ha desconcertado en múltiples ocasiones. No sé si sube o baja y los últimos escándalos en papel cuché han acabado por agotar mi paciencia lectora con él. En resumen, no practico su lectura. A pesar de esta declaración de principios, no he resistido la tentación de leer su último cuento, que yo sepa, Los vientos, en prensa, porque se ha anunciado a bombo y platillo para interpretar su separación chismosa y cotilla para el entretenimiento del país y de otros países, cuando Vargas Llosa está adornado de un Premio Nobel que, dicho con todos los respetos y reservas, no es cualquier cosa.

Quizá sea la aproximación a la teoría de los “desequilibrados” la que se convierte en el hilo conductor del cuento, no la referencia a su última experiencia “glamurosa”, real como la vida misma, como se ha intentado proclamar a los cuatro vientos: “Pero, si las ideas en sí, desasidas de finalidades prácticas inmediatas, hubieran desaparecido, toda forma de disidencia y contestación se habrían evaporado también como consecuencia de aquello en nuestras sociedades. Por fortuna todavía no es así, aunque, me temo, vamos por este camino hacia ese fin: una sociedad de autómatas. Mi esperanza está en el movimiento de los “desequilibrados” que se ha extendido tanto por el globo, no sólo por España. Aunque tengo sentimientos encontrados respecto a los “desequilibrados”. A ratos, me inspiran simpatía, porque este mundo no les gusta y por su forma de vida es obvio que quisieran cambiarlo. Hay en ellos una actitud desinteresada, de pureza y espiritualidad, todo lo que parece haberse extinguido en el resto de nuestra sociedades frenéticamente entregadas a trabajar, a producir, ganar dinero, y llenarse de maquinitas entretenidas”.

La localización del cuento ha sido fácil porque tenía sus datos de identidad. Fechado el 15 de diciembre de 2020, se publicó por primera vez en la revista Letras libres el 1 de octubre de 2021, divulgándose de nuevo el pasado 18 de enero, en fechas de autos del corazón que han dado la vuelta al mundo “cotilla”, publicándose de forma intencionada por El Periódico de España, en su suplemento literario Abril, pudiéndose leer también en los diarios del Grupo Prensa Ibérica. Me he tomado la molestia de cotejar ambas publicaciones y la de enero de este año aparece con algunas erratas y expresiones de la anterior, aunque no son muy significativas, que he corregido para una mejor intelección del texto.

Dicho y hecho. He leído dos veces el cuento, sus 23 páginas en formato .pdf al uso. La primera reflexión sobre esta lectura interesada, sobre todo por salvaguardar la autoría de un premio Nobel, es que es todo menos inocente, al fin y al cabo como las ideologías, que tampoco lo son, porque su persona de secreto está detrás de cada línea. He intentado ponerme en su edad y piel, porque al ser también mayor puedo entenderlo mejor, pero tengo que decir alto y claro que me ha parecido una declaración de principios existenciales y distópicos bastante preocupante, un tratado breve sobre la desesperanza y un alegato contra el futuro imperfecto al que estamos abocados por definición existencial.

A pesar de destacar en algún momento los principios salvadores de la amistad, la verdad es que cae permanentemente en un solipsismo existencial con pocas puertas de salida. Como no debo caer en la tentación de llevar a cabo un espóiler, sólo quiero destacar algunos rasgos que me han pre-ocupado (con guion) y mucho. Para empezar, la asunción amarga del deterioro físico y mental asociado a la edad mayor, por llamarla de alguna forma, trascendiendo incluso rasgos escatológicos de cuyos nombres no quiero acordarme ahora, aunque curiosamente den título al cuento. Me ha sorprendido la forma de recrear este paso a la descomposición del ser humano, porque es una metáfora dolorosa que aunque no hay que ocultar, sí debe asumirse con cierto recato en beneficio de todos y de uno mismo, aunque lo que se vierte en palabras es la autodefensa de la más estricta y dolorosa soledad humana, probablemente acompañada pero no querida ni deseada, al ser una realidad constatable en últimos y rigurosos estudios científicos.

La nostalgia de la cultura pasada también es tratada por el protagonista, con preguntas inquietantes: “¿Será que la cultura ya no tiene ninguna función que cumplir en esta vida? ¿Qué sus razones antiguas, aguzar la sensibilidad, la imaginación, hacer vivir el placer de la belleza, desarrollar el espíritu crítico de las personas, ya no hacen falta a los seres humanos de hoy, pues la ciencia y la tecnología pueden sustituirlos con ventaja? Por eso será que ya no hay Departamentos de Filosofía en ninguna universidad de los países cultos de la tierra”.

A la situación descrita anteriormente hay que unir su aproximación desesperanzada a la nuevas tecnologías, donde los ordenadores lo cubren todo como rivales de la cultura auténtica, algo que personalmente había tratado en este cuaderno digital en 2011, cuando Vargas Llosa escribió una entradilla muy preocupante en un artículo que no olvido: Más información, menos conocimientoPIEDRA DE TOQUE. La imparable robotización humana por Internet cambiará la vida cultural y hasta cómo opera nuestro cerebro. Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos nosotros.   

Desde la página 12 en la que aparecen estos desequilibrados, a los que el protagonista les pregunta por qué los llamaban así, sin saber bien sus protagonistas a qué era debido: “Alguien fantaseó: “Tal vez nos pusieron ese nombre los que creían que éramos un peligro para la sociedad. Aunque después se dieron cuenta de que eso no era así, el nombre quedó. A nosotros, o, por lo menos a mí, no me importa”. “A esa palabra, “nosotros”, la hemos desahuciado”, afirmó una de las chicas. “De haber sido un insulto, la volvimos una virtud”, la apoyó su vecino”, se asume como una realidad flagrante que desestabilizan posiblemente el mundo al que estamos abocados si los dioses correspondientes de cada época no lo remedian, hasta la página 17, se pueden entrever las cargas de profundidad del cuento, matizadas después por pronunciamientos claros sobre el automatismo de la vida, la religiosidad y la función histórica del catolicismo.

En el cuento todo pasa en un día, que puede ser una vida, al que incluso le sobran horas, como diría bien otro Premio Nobel, Juan Ramón Jiménez. Me quedo con el pensamiento del Nobel de Moguer, traído del sánscrito en su Diario de un poeta recién casado, completando su principio de realidad en la vida de cada uno con su cadaunada, la que no comprende el protagonista del cuento de Vargas Llosa, para poder entenderlo mejor, en el que ha quedado claro que lo de menos es la respuesta al dilema del cotilleo sobre la vida personal del Nobel, sino su soledad sonora, juanramoniana por cierto: ¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve transcurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la hermosura. El día de ayer no es sino sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, este día!

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¡Paz y Libertad!

Juan Ramón Jiménez vio la luz de plata de Sevilla, en una madrugada de viernes santo

Juan Ramón Jiménez, Siviglia

Sevilla, 15/IV/2025 – 09:14 (CET+2)

Corría el año del Mayo del 68, en el pasado siglo. Con veintiún años navegué por primera vez hacia Italia en un “Canguro Bianco” de la Compañía Traghetti Sardi, consorciada con la naviera española Ybarra, viajando en la clase más popular de poltronas, en un barco presentado como uno de los más confortables en el mar por su sistema automático de estabilizadores. Atravesando de noche el peligroso Golfo de León me llevó desde Barcelona a Génova, para llegar finalmente en tren a Milán y Brescia, donde viví seis meses, muy cerca de Sirmione sul Garda, la residencia clásica del poeta Catulo. Fue precisamente en Brescia donde compré un libro de Juan Ramón Jiménez en italiano, Siviglia (Sevilla), dedicado a una ciudad que amaba desde su infancia, “como soy de Moguer y de Sevilla, canto mis ilusiones por seguidillas” llegó a escribir, que me acompañó como libro de cabecera aquellos meses separado de mi tierra y de mi parentela.

En ese libro, en el que leí por primera vez en italiano la poesía y prosa poética de Juan Ramón Jiménez, descubrí un poema dedicado a la madrugada de Viernes Santo, breve y bueno, que no olvido en esta semana laica:

…Sobre las calles que huelen a cera, sobre las azoteas con macetas, se va viendo una luz de plata y en el fresco y puro azul matutino, aún negro, se oyen volar palomas que no se ven.

Intuyo que estas palabras las sintió con la proximidad de la Giralda, a la que definió en este pequeño libro como ingrávida y transparente al despertar el día:

Por la mañana, el aire puro sevillano, la Giralda ingrávida, transparente -menos aún o más que de cristal- está todavía desnuda como en la noche. Una mujer desnuda que sintiera, de pronto, su desnudez. ¡qué alegre y atropellada, cantando al sol primero, en su risueño despertar de primavera, sobre el panorama rubio de su visión!

Este libro, Sevilla, que conservo en mi biblioteca, la clínica de mi alma, lo dedicó a su hermana Ignacia y sus hijos. Fue editado en 1965, en Milán, por la Editrice Nuova Accademia. Lo mantengo como “oro en paño”, porque descubrirlo en un kiosko de prensa en Brescia, me ofreció en aquella lejanía la compañía de esta ciudad, Sevilla, a la que tanto quiero. Junto a los poemas en prosa citados, siempre leí una y otra vez De la guía celeste, porque apoyado en el poeta Villasandino, llega a decir que en la primavera universal, suele el Paraíso descender hasta Sevilla:

“El Paraíso: Paraje breve e infinito, «lyndo syn comparación» —Villasandino—, trasunto fiel de la ciudad terrena —conocida bien del viajero— de Sevilla, «briosa ciudat extraña» —Autor citado—. Sito exactamente en el lugar del cielo que corresponde, con su azul, a dicha ciudad «claridat e luz de España» —Autor citado—. En la primavera universal suele El Paraíso descender hasta Sevilla».

Comprendo perfectamente que en aquellos años contemporáneos, Stefan Zweig escribiera algo que me conmueve todavía al recordarlo: “Hay ciudades en las que nunca se está por primera vez. Deambulas por sus calles desconocidas y sientes como si de todos los rincones te acudieran los recuerdos, te llamaran voces amigas. Su rostro -porque las ciudades pueden ser como las personas: tristes y viejas, risueñas y jóvenes, amenazadoras y gráciles, dulces y afligidas- te suena de una ciudad hermana, o de una imagen, de un libro, de una canción. Y Sevilla es así”. Él, que también escribió que “en Sevilla se podía ser feliz” a pesar de sus miserias, comprendió junto a Juan Ramón Jiménez su vanidad, porque quien no la ha visto, no puede comprender lo maravillosa que es y no es capaz de reprochársela porque “¿no es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida?”.

Son palabras de Juan Ramón Jiménez y Stefan Zweig, dedicadas a Sevilla, donde en estos días sus calles huelen a cera y azahar, recordando su luz de plata, su sonrisa en el rostro de la vida y la fe de sus mayores en una Semana Santa muy particular.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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¡Paz y Libertad!

Semana Santa de Sevilla, en la Arcadia de Luis Cernuda


Luis Cernuda Bidón (Sevilla, 21 de septiembre de 1902 – Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963)

Azahar, luna, música, / entrelazados, bañan / la ciudad toda.

Luis Cernuda, en Luna llena de Semana Santa

Sevilla, 14/IV/2025 – 16:30 h (CET+2)

Luis Cernuda nació y creció en el discreto encanto de la burguesía sevillana, militar y creyente por supuesto. Así nos lo describió en La eternidad, palabras que figuran en Ocnos, alejado de su tierra y de su parentela en un triste exilio escocés: “Poseía cuando niño una ciega fe religiosa. Quería obrar bien, mas no porque esperase un premio o temiese un castigo, sino por instinto de seguir un orden bello establecido por Dios, en el cual la irrupción del mal era tanto un pecado como una disonancia”.

En La desolación de la quimera, título cooptado de un verso del poeta T. S. Eliot, vuelve a recordar Cernuda sus vivencias de la Semana Santa de Sevilla en Luna llena en Semana Santa, escrito en la primavera de 1961: “Denso, suave, el aire / orea tantas callejas, / plazuelas, cuya alma / es la flor del naranjo. / Resuenan cerca, lejos, / clarines masculinos / aquí, allí la flauta / y oboe femeninos. / Mágica por el cielo / la luna fulge, llena / Luna de parasceve. / Azahar, luna, música, / entrelazados, bañan / la ciudad toda. Y breve / tu mente la contiene / en sí, como una mano / amorosa. ¿Nostalgias? / No. Lo que así recreas / es el tiempo sin tiempo / del niño, los instintos / aprendiendo la vida / dichosamente, como / la planta nueva aprende / en suelo amigo. Eco / que, a la doble distancia, / generoso hoy te vuelve, / en leyenda, a tu origen. / Et in Arcadia ego”.

Estando cerca de estas palabras, no me hace falta más en estos días tan especiales, semanasanteros de pura cepa, descritos excelentemente por el poeta nacido en mi ciudad, a la que tanto quiso. Comprendo el significado de cómo necesitamos, a veces, admirar la belleza de lo que nos rodea, aunque estemos viviendo en una Arcadia particular.

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¡Paz y Libertad!

Hoy comienza, también, una semana laica, de miradas íntimas en las aceras de Sevilla

Jane Jacobs, 1916-2006 / Josh Cochran

Bajo el aparente desorden de la ciudad vieja, en los sitios en que la ciudad vieja funciona bien, hay un orden maravilloso que mantiene la seguridad en las calles y la libertad de la ciudad. Es un orden complejo. Su esencia es un uso íntimo de las aceras acompañado de una sucesión de miradas.

Jacobs, Jane, Muerte y vida en las grandes ciudades americanas, 1961.

Sevilla, 13/IV/2025 – 09:00 h (CET+2)

Una vez más, utilizo la escritura circular, porque lo que escribo en este cuaderno digital siempre está alineado con mis principios y, a diferencia del famoso aserto de Groucho Marx, si no gustan no tengo otros. Por este motivo, hoy, cuando comienza la Semana Santa según el calendario gregoriano, me referiré a ella también, con profundo respeto reverencial a la fe de mis mayores, como la Semana Laica, recordando de nuevo lo que varias veces he escrito en este cuaderno digital que busca «islas desconocidas», cuando comienza hoy una semana singular en este país y, especialmente, en Sevilla.

Personalmente, sigo admirando a las personas que cuando leen a Antonio Machado comprenden bien unos versos revolucionarios suyos, laicos: ¡Oh, no eres tú mi cantar! / ¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!. Soy consciente también de lo que significa para esta ciudad la Semana Santa, donde todo gira en torno a una explosión de sentimientos, emociones, afectos, olores, silencios, aceras laicas, con el denominador común de economía emergente, como he escrito en diversas ocasiones sobre la realidad social de esta Semana especial, con una visión laica, en su significado más acorde con el vocabulario español: semana laica, es decir, semana independiente de cualquier organización o confesión religiosa (RAE). Vuelvo a leer detenidamente aquellos textos, en su contexto actual, actualizándolos en lo que considero que es necesario cambiar que, por cierto, es muy poco. O nada.

En 2006 escribí por primera vez sobre la visión laica de esta Semana Santa tan particular, en un momento especial de investigación porque estaba leyendo un libro extraordinario, “Sistemas emergentes”, de Steven Johnson (Turner-Fondo de Cultura Económica), que sigue teniendo una actualidad científica recomendable sobre todo para amantes de días y semanas laicas. Los sistemas sociales emergentes ratifican a diario, que incluso en las semanas laicas (cualquiera del año) la sociedad se organiza habitualmente en torno a lo que le interesa, es decir, dan lugar a comportamientos inteligentes. La que llaman algunos “la Sevilla de toda la vida” se organiza durante muchos días de las semanas “laicas” con las miradas puestas en la “Semana Santa”, la única, la principal del año, la “grande”, la definitiva.

Vuelvo a constatar que el mundo sólo tiene interés hacia adelante, sobre todo en semanas laicas, en las que estamos muy interesados los que no pertenecemos a lo que en esta ciudad se llama «la Sevilla de toda la vida». Los sistemas emergentes, de abajo hacia arriba, siguen marcando las pautas de comportamiento colectivo. Cada uno sabe de lo suyo y muchas personas organizan tradicionalmente también los días de asueto de esta semana a lo laico, es decir, sin ferias ni festejos cristianos, judíos y musulmanes, preparando una escapada para compensar la fuerza de lo santo. La economía se adapta a esta realidad santa y hace su semana muy particular de mercado por tierra, mar y aire.

Me acuerdo también en estas fechas, de lo que he escrito en este cuaderno digital sobre las familias enteras, procedentes de los barrios deshechos en Sevilla por el boom inmobiliario, hoy víctimas de la gentrificación pura y dura, que vuelven en esta Semana Santa a su lugar de origen para recuperar las señas de identidad que les arrancó la especulación y su pretendido -por otros no inocentes-“mejor nivel de vida”, aunque hayan perdido el valor del contacto familiar y de la vida compartida en las aceras laicas de su barrio de siempre, porque viven en estado de alerta en los nuevos adosados o en bloques verticales, blindados ante la inseguridad ciudadana, en una dialéctica permanente vivienda/murienda. Con la excusa de la “Semana Santa”, de su cofradía de toda la vida, de su “Señor o Señora de Sevilla”, vuelven a los barrios que los vieron nacer, para recuperar, aunque solo sean unas horas, sus tiendas, sus colegios, sus plazas, el uso íntimo de sus aceras de siempre, donde se hacía eso, vivir la vida dignamente. Es decir, sus días laicos, sus semanas laicas, donde solo tiene sentido “ese Jesús de la agonía que era la fe de sus mayores”, como decía Antonio Machado. Las aceras existen, en definitiva, para crear el “orden complejo” de la ciudad, como afirma Steven Johnson en el libro que comento más adelante.

Jane Jacobs, la autora de uno de los libros que supuso la revolución urbanística más importante en Estados Unidos, Muerte y vida en las grandes ciudades americanas (1), que falleció en 2006 en Toronto (Canadá) a los 89 años, aportó una de las teorías más alentadoras sobre cómo se vive en las aceras de las ciudades, cuestión que en días laicos y santos pasa sin pena ni gloria en la vida ordinaria de los planificadores de la vida, sea cual sea su condición, pero que su mención científica sigue siendo un contrapunto impresionante ante la especulación actual inmobiliaria y urbana a todos los niveles. Su muerte fue una noticia amarga porque dejaba de estar en el mundo una de sus defensoras acérrimas, en clave positiva, que demostraba como acción posible la de la existencia de un urbanismo humanista, defensora del diseño y la construcción de los barrios en las ciudades que obedezca siempre a leyes sociales de convivencia y relación entre personas obligatoriamente obligadas a vivir en común y ser miembros de una entidad que ha cambiado el nombre identificador obligado por el nuevo lenguaje de género: la ciudadanía.

En la Semana Santa, las aceras de Andalucía funcionan como soporte de interacciones sociales viendo y sintiendo las procesiones. No digamos en Sevilla. Aunque desde la otra acera de la inteligencia digital conectiva siempre me ha encantado saber que Jesús de Nazareth, en su ataque continuo de humanidad, se cansaba y se dormía, porque estaba hecho polvo, en el cabezal del barco (Mc 8,23). O como Machado decía en su precioso poema (La Saeta, 1914), refiriéndose a una forma muy especial del cante andaluz (RAE: acción y efecto de cantar cualquier canto popular andaluz o próximo):

¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

Volveré a leer en esta semana laica, como todas las demás, el libro de Steven Johnson, recuperado de mi biblioteca de cabecera, mi clínica del alma. Se me han vuelto a ocurrir muchas cosas tras la reflexión a la que me llevaron en su momento sus primeras páginas. Y con motivo de esta cita puntual, deseo transformar esta semana santa de la fe de mis mayores (sic, según el calendario católico, gregoriano por más señas) en una semana normal, laica, reinterpretando -porque me duele- lo que ocurre a mi alrededor, que es bastante preocupante por los estragos humanos y económicos que está suponiendo el entorno mundial actual, incluida la trágica y dolorosa invasión de Ucrania o la guerra en Gaza. Por no hablar del trumpismo que nos asola. Considero también que el subtítulo del libro sigue sin dejar tranquilo a nadie: “O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software”. Casi nada: la inteligencia, entendida como capacidad y adiestramiento para resolver los problemas de todos los días, compartida en un mundo laico que parece a veces diseñado por el enemigo. Inteligencia digital ahora a través de lo que se ha convertido en la gran ayuda para comunicarnos cuando en estos días de gran preocupación mundial , volvemos a pisar las aceras laicas de Jacobs, informados o no con los teléfonos inteligentes, ordenadores y tabletas, las radios y el mando del televisor o nuestra voz que, en algunas ocasiones, da órdenes a un asistente virtual que hace todo lo posible por entender lo que le estoy diciendo. Que tenga en cuenta mi dolor, ya es otra cosa, laica casi siempre, por cierto, aunque Stefan Zweig me recuerda siempre algo muy importante en el acontecer diario de esta sacrosanta ciudad: […] En Sevilla se puede ser feliz […] ¿No es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida? (2). Sonrisas y lágrimas en una semana laica, paseando por sus aceras íntimas.

(1) Jacobs, Jane, Muerte y vida en las grandes ciudades americanas, 1961, pág. 50. Nueva York: Vintage.

(2) Zweig, Stefan, De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia, 2015. Madrid: Sequitur.

NOTA: la imagen de Jane Jacobs se ha recuperado de //www.theatlantic.com/magazine/archive/2016/11/the-prophecies-of-jane-jacobs/501104/

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¡Paz y Libertad!

La ideología tiene una base genética, científica por supuesto

Leor Zmigrod

Sevilla, 12/IV/2025 – 16:48 h (CET+2)

Quien frecuenta este cuaderno digital sabe que su hilo conductor es la inteligencia digital, de base científica, entendida como el conjunto armónico de conocimiento, habilidades y conductas proclives a resolver los problemas de la vida con la ayuda de las tecnologías digitales de amplio espectro. Nacemos preprogramados en las diversas inteligencias humanas desde que comienza a desarrollarse el cerebro en el vientre materno y la genética hace su trabajo siempre, a lo largo de la vida del ser humano, creando un carnet genético personal e intransferible. Por tanto, la ideología no va a la zaga de esta preprogramación ideológica que es la base de la inteligencia política, por ejemplo. Antes es el cerebro de cada uno, después la educación ideológica que responde a la preprogramación cerebral. Ahí está el secreto científico, porque la pre-programación de la preconcepción, en clave aprendida del profesor Ronald Laing, es una tabula rasa sobre la que se elabora y encuaderna el libro de instrucciones de la vida. Y por lo poco que se sabe al respecto, quedan muchos años para descifrar el código vital, el llamado código genético de cada cual, personal e intransferible, como libro abierto, pero condicionante, para justificar los actos humanos de toda índole, mucho más interesante que el carnet de identidad al que lo hemos asociado culturalmente por la legislación vigente. La realidad científica es que estamos mediatizados por nuestro programa genético y por nuestro medio social en el que crecemos. Todos somos “militantes” en potencia, con y sin carnet, dependiendo de sus aprendizajes para comprometernos con la vida. Militar en vida, esa es la cuestión, porque la proyección política, por ejemplo, se mostrará después desde las ideologías, fase en que se demuestra que todas no son iguales. Lo repito: antes es el cerebro de cada uno, con la carga genética correspondiente; después, la educación ideológica que responde siempre a la preprogramación cerebral. No al revés.

Lo dicho anteriormente en román paladino, es lo que desarrolla de forma excelente la psicóloga política y neurocientífica Leor Zmigrod, a través de su publicación The ideological brain: the radical science of flexible thinking (El cerebro ideológico: la ciencia radical del pensamiento flexible), donde afirma científicamente algo muy importante para diseccionar las ideologías como una realidad social muy necesaria en el mundo actual: la ideología está en los genes, es decir, en la arquitectura del cerebro de cada persona, moldeada por la evolución. También investiga por qué algunos cerebros son proclives a defender ideologías extremas y cómo las mentes pueden liberarse de los dogmas rígidos.

La sinopsis oficial del libro nos ayuda a comprender su hilo conductor: “¿Por qué algunas personas se radicalizan? ¿Cómo dan forma las ideologías al cerebro humano? ¿Y cómo podemos desconectar nuestras mentes de los dogmas tóxicos? En The Ideological Brain, Leor Zmigrod revela la profunda conexión entre las creencias políticas y la biología del cerebro. Basándose en su propia investigación pionera, descubre la compleja interacción entre la biología y el medio ambiente que predispone a algunos individuos a adoptar formas rígidas de pensar, y explica cómo las ideologías se apoderan de nuestros cerebros, cambiando fundamentalmente la forma en que pensamos, actuamos e interactuamos con los demás. Muestra también cómo los ideólogos de todo tipo luchan por cambiar sus patrones de pensamiento cuando se enfrentan a nueva información, culminando en el mensaje radical de que nuestra ideología política no es superficial, sino que está tejida en el tejido de nuestras mentes”.

Javier Sampedro lo explica hoy sucintamente en el diario El País: “Investigar la realidad es costoso, y la ideología aporta un atajo barato de reglas y patrones sobre cómo es el mundo y cómo debería ser. Zmigrod sostiene que las ideologías nublan nuestra experiencia, nos impiden distinguir la verdad de la manipulación y son un lastre para nuestra adaptación. Cita pruebas empíricas para ello. Ya desde la infancia, los niños con más tendencia ideológica incorporan trolas a lo que oyen para reforzar sus prejuicios, mientras que los demás son más adaptables. Y todo ello se puede saber sin más que explorar su cerebro con las técnicas adecuadas”.

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¡Paz y Libertad!

Para Joan Manuel Serrat la vida sigue siendo un regalo

Sevilla, 11/IV/2025 – 12:00 (CET+2)

Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) ocupa un lugar muy especial en la banda sonora de mi vida. Lo atestiguan las numerosas páginas que he dedicado a su vida y obra en este cuaderno digital. En esta ocasión, vuelvo de nuevo a encontrarme con él porque ayer, la Caja de las Letras del Instituto Cervantes recibió un legado suyo como cantautor (para mí cantor, porque no solo ha podido hacerlo sino que debía hacerlo en momentos políticos transcendentales para este país), que incluye la partitura original de la primera grabación de la canción Mediterráneo, además de una copia de su primer disco publicado, un EP con títulos como La mort de l’avi Una guitarra. Antes de efectuar la entrega de objetos personales, Serrat afirmó que “Cada día que me despierto me siento estupendamente. Pienso que la vida es un acto maravilloso a pesar de los pesares, porque procuro retrasar la hora de las noticias y de encender la tele para enterarme de ciertas cosas, pero me parece que la vida sigue siendo un regalo”.

La información oficial del acto recoge momentos especiales de este encuentro: “Para el músico catalán, la idea de depositar un legado es algo que no concebía, porque «nunca» ha escrito ni hecho «prácticamente nada» pensando en dejar una herencia. «Incluso cuando mis hijos nacieron tampoco lo tenía previsto. Han sido cosas que han ido ocurriendo en la vida y a la cual estoy muy agradecido, porque me ha permitido hacer un oficio que me ha hecho muy feliz. ¿Qué más puedo hacer entonces que ir deshaciéndome en vida de las cosas que yo quiero, como son las que traigo aquí?», ha bromeado. Serrat ha reconocido que el legado cervantino «está pasando por un mal trago» en la actualidad, aunque «el talento de Cervantes sigue perfectamente vivo y sus personajes siguen diciéndonos cosas que nos pueden ser hoy en día también muy útiles».
 
El legado de Serrat depositado en la caja número 1276 del Instituto Cervantes consta del “primer disco grabado en catalán en el año 1965 por Serrat, el cual ha reconocido con humor que «se está desintegrando, pero ahora estará cuidado en condiciones». También ha introducido la partitura original de la grabación con orquesta de Mediterráneo, con alguna tachadura del puño y letra del cantautor. Además, ha depositado un libro de Miguel Hernández con anotaciones (Serrat grabó en el año 1972 un álbum en el que musicalizó poemas del poeta oriolano). «Está roto, como tiene que estar un libro: roto, manchado y con signos evidentes de haber sido usado», ha reivindicado, ironizando con que la compra de esta edición, en la época franquista, se hizo en «el extraperlo».
 Asimismo, el legado ha incluido su máquina de escribir «Brother. Echelon 44», con la que escribió parte de sus primeras canciones. «Este objeto siempre me gustó mucho, porque he tenido una letra difícil de leer incluso para mí y, a máquina, leía los versos como si fueran mejores: hechos a mano no me salían tan bien».

El director del Instituto Cervantes, el poeta Luis Garcia Montero, resaltó que “la entrada de Serrat en la Caja de las Letras viene avalada por el «poder creativo» de sus letras y su «diálogo» con la poesía de autores como Machado, Rafael Alberti o Joan Margarit. «El noi del Poble-sec supo crear un mundo propio en diálogo con la canción catalana, creó la educación sentimental de los españoles y mostró que el sur también existe: nos ha enseñado a vivir con versos en la boca», ha remarcado”. Igualmente, calificó “de «honor y suerte» la entrada de este legado en la Caja de las Letras, asegurando que «a veces las pequeñas cosas se convierten en ocasiones grandes. Eres bueno para la cultura internacional, hoy estas aquí y el gusto es nuestro», ha concluido, con un guiño a uno de los álbumes más emblemáticos del músico, grabado junto a Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos”.
 
En este acto recibió también el Premio Antonio de Sancha [primer editor español], concedido por la Asociación de Editores de Madrid, mostrando Serrat su agradecimiento por el reconocimiento a su trayectoria: «Los premios, cuando te los dan con cariño y respeto por lo que tú haces, te provocan también a ti ese mismo sentimiento por todos los demás. Todos los premios han sido muy agradecidos, pero seguramente, y lo digo con toda sinceridad, en algunos casos podían haber caído en mejores manos»,

La última vez que escribí unas palabras sobre él fue en octubre de 2024 con motivo de la recepción del Premio Princesa a las Artes 2024, en cuyo acto oficial pronunció un discurso a modo de retrato personal, en la clave aprendida del gran poeta Antonio Machado, a quien puso una música especial en poemas inolvidables. Lo hago porque este retrato es también un legado para los millones de personas que consideramos a Serrat como una persona imprescindible en nuestras vidas, que lo ha depositado en cada uno de nosotros:

Como ven, soy un señor mayor tirando a viejo. Vengo de una larga posguerra y de una familia humilde que me dio lo mejor que podrán hallar en mi. En el camino azaroso fui encontrando las razones para seguir adelante y con el impulso de los sueños llegué hasta aquí.

Soy una persona que se siente querida y respetada, a la que le gusta su oficio. Cantar y escribir canciones. Soy un hombre partidario de la vida. Prefiero los caminos a las fronteras, la razón a la fuerza y el instinto a la urbanidad.

Soy un animal social y racional que necesita del hombre mas allá de la tribu.

Creo en la tolerancia. Creo en el respeto al derecho ajeno y el diálogo como la única manera de resolver los asuntos justamente.

Creo en la libertad, la justicia y la. Valores que van de la mano o no lo son.

Tal vez por eso no me gusta el mundo en que vivimos, hostil, contaminado e insolidario, donde los valores democráticos y morales han sido sustituidos por la avidez del mercado, donde todo tiene un precio. No me gusta ser testigo de atrocidades sin unánimes y contundentes respuestas.

No me conformo al ver los sueños varados en la otra orilla del rio.

¿Cuándo llegará el tiempo de vendimiar los sueños?, me pregunto de mala gana, al ver partir a los amigos sin cosechar.

Quiero dejar el recuerdo de un buen hombre, justo y agradecido y espero no haber llegado hasta hoy para mostrar gratitud y afecto a quienes generosamente me han regalado su
amistad, su compañía y su consejo pero, por si acaso desde aquí, quiero dar las gracias a mis maestros que han sido muchos, a mis compañeros, a los amigos que han compartido el
camino conmigo y que me han estimulado y ayudado a sabiendas o no a recorrerlo y sobre todo quiero agradecer a mi mujer haberme permitido compartir la vida con ella.

Gracias a mis padres que me la dieron y a mis hijos y a mis nietos que son mi mayor orgullo.

Gracias a los que han hecho suyas mis canciones y a todos los que desde los cuatro puntos cardinales se alegran conmigo al ver mi nombre unido a la rotunda lista de galardonados con este Premio.

Gracias a ti, Serrat, siempre. Necesitamos reencontrarnos contigo, con tu legado musical, en estos tiempos difíciles, porque desde tu despedida como cantor estamos huérfanos de tus palabras para ensalzar las pequeñas cosas de la vida que, como tú dices, sigue siendo un regalo.

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