España al revés / 1. El sistema condena al hambre de abrazos

Eduardo Galeano, El libro de los abrazos

Tu dios es judío, tu música es negra, tu coche es japonés, tu pizza es italiana, tu gas es argelino, tu café es brasileño, tu democracia es griega, tus números son árabes, tus letras son latinas.

Yo soy tu vecino. ¿Y tú me llamas extranjero?

Eduardo Galeano, Extranjero, en El cazador de historias

Sevilla, 8/VII/2025 – 14:54 h (CET+2)

Cuando tomamos conciencia de que este país escuchaba ayer, casi sin inmutarse, a la diputada de Vox, Rocío de Meer, decir que unos ocho millones de migrantes deberían ser expulsados de nuestro país, incluso sus hijos nacidos en España, porque hay que proteger a la nación dado que, según el partido que representa, VOX, “tenemos el derecho a querer sobrevivir como pueblo”, se estremece el alma democrática de cualquier persona digna que comprenda el fondo del problema de la migración, jaleado ahora por lo que está haciendo el presidente Trump en Estados Unidos y por los vientos inhumanos antiinmigración que corren en Europa, sin ir más lejos. Sus palabras fueron exactamente así: “Lo que nosotros denunciamos desde el principio es que si en los años 90 el porcentaje de población extranjera en nuestro país era más o menos de entre el 1% o el 2%, hoy estamos asistiendo a millones y millones de personas que vinieron desde los años 90 hasta ahora alentados por el bipartidismo. […] Están abiertas nuestras fronteras. Por lo tanto, de 47 millones de habitantes que tiene nuestro país más o menos más de 7 millones –porque tenemos que tener en cuenta la segunda generación–, 8 millones de personas han venido de diferentes orígenes en un muy corto periodo de tiempo. […] Estamos viendo que nuestra sociedad está cambiando, que nuestras calles en muchas ocasiones no son de los españoles, que muchas plazas no pertenecen a quienes siempre pertenecieron, que la tranquilidad de muchos pueblos, barrios y plazas también ha cambiado y no es la misma”, ha agregado. Por lo tanto, todos estos millones de personas que han venido hace muy poco tiempo a nuestro país y que no se han adaptado a nuestras costumbres y en muchísimos casos además han protagonizado escenas de inseguridad en nuestros barrios y en nuestros entornos tendrán que volver a sus países”. Esto se llevaría a cabo en “un proceso extraordinariamente complejo de remigración”. Por si quedaba alguna duda, cerró su discurso con la siguiente proclama: “Nosotros apostamos por ese proceso de migración porque pensamos que hay algo más importante que preservar y que además tenemos el derecho a querer sobrevivir como pueblo”.

Ante este panorama, creo que el sistema de política internacional de derechas extremas y liberalismo en estado puro, condena a la humanidad más maltratada, los migrantes y refugiados, al hambre de abrazos que preconizaba Eduardo Galeano en una obra extraordinaria, El libro de los abrazos (1), al que acudo de nuevo en este mes de julio tan falto de ellos.

Es verdad que no es la primera vez que me refiero a esta hambre tan humana y cercana, y hoy he vuelto de nuevo a buscar refugio en sus páginas porque necesito encontrarlos de diferente manera. Creo que estamos viviendo momentos de hambre de abrazos, tal y como lo expresaba él de forma magistral en uno de sus relatos en el libro citado, concretamente en El hambre / 2:

Un sistema de desvínculo: El buey solo bien se lame. El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos los condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.

El hambre de abrazos existe desde que al mundo lo llamamos mundo, pero en este tiempo de despersonalización e individualismo digital, hemos comprobado en nuestra propia carne que necesitamos encontrar al verdadero prójimo, que no es un competidor, enemigo, obstáculo a saltar o una cosa para usar y tirar. Mucho menos si es un emigrante, un extranjero. Lo que sabemos ahora es que el sistema de política internacional de derechas y su más allá, pretende condenarnos al hambre de los abrazos verdaderos. Dicen que se ha descubierto el verdadero problema de este tiempo de separación: la tecnología digital desaforada, no inocente por cierto, nos desvincula por sus bulos y desinformación planificada incluso con inteligencia artificial, siendo la razón de nuestro sufrimiento y de por qué buscamos desesperadamente abrazos en el alma de secreto que todos tenemos, para sentir el calor que la situación actual mundial y nacional nos quita sin compasión alguna.

Finalmente, he comprendido muy bien qué significa el abrazo de la razón y el corazón, así como el del alma y el cuerpo, leyendo uno de los abrazos verbales de Galeano en este libro, tan apreciado por mí, cuando me he enfrentado a esta página en blanco: “¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón. Sabios doctores de Ética y Moral han de ser los pescadores de la costa colombiana, que inventaron la palabra sentipensante para definir el lenguaje que dice la verdad”.

Lo que he pretendido decir mediante estas palabras, que nos quedan, es lo que significan ahora los abrazos en nuestras vidas, como sentipensante de este tiempo tan difícil de interpretar. Nada más, porque el hambre de abrazos (y de besos) nos hace enfermar de amor y, como bien dice Galeano en su libro, el amor es una enfermedad contagiosa y cualquiera nos reconoce, “despabilados noche tras noche por los abrazos”, en los sueños ahora al no poder darlos y “no hay decreto del gobierno que pueda con él [el amor], ni pócima capaz de evitarlo”.   

(1) Galeano, Eduardo (1993). El libro de los abrazos. Madrid: Siglo XXI.

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