
Sevilla, 3/IX/2025 – 08:34 h (CET+2)
Ya apenas son noticia la muerte de niños y niñas migrantes en el Mediterráneo, durante travesías durísimas en busca de un mundo mejor. Este mundo al revés no encuentra tiempo ni espacio para hablar de un fenómeno recurrente desde siempre, con profundos silencios cómplices y negacionistas, la realidad de las personas migrantes y refugiadas que buscan el amparo de otros países, jugándose la vida a diario. Me lo recordó ayer el diario El País y rápidamente he rescatado un artículo que escribí hace ocho años en este cuaderno digital, por una noticia dolorosa para este país y para mi Comunidad Autónoma, sobre un niño migrante que apareció muerto en una playa de Barbate (Cádiz) el 27 de enero de 2017, que se llamaba Samuel, hijo de Aimé Kabamba.
Vuelvo a publicarlo hoy, para que no se olvide esta realidad tan actual, tan próxima y dolorosa en nuestro país, ni siquiera un momento. Como dije entonces es escandalosa la pérdida de identidad que estamos sufriendo ante el fenómeno migratorio, porque en esa dura travesía en busca de la dignidad, se pierde casi todo, incluso lo más preciado del ser humano, la vida. Es importante que nos demos de bruces con esa realidad, tan cerca de Andalucía, por ejemplo, como aviso para navegantes de la dignidad, para que interpretemos qué significa partir a pesar de todo, dejando atrás lo que nos pertenece, casa, tierra y parentela en un éxodo redivivo. La gran pregunta que flota en el ambiente de la indignidad mundial estriba en si es posible adentrarnos en el significado de lo que vemos, escuchamos y leemos a diario sobre la inmigración y los refugiados, es decir, si es verdad que esta cruda realidad nos deja intranquilos o no en la búsqueda de identidad de objetos perdidos para siempre, incluida la vida, por la indignidad que sufren personas, niños y niñas, que están mucho más cerca de nosotros de lo que creemos. Paradójicamente, en el abriguito marrón del niño congoleño Samuel Kabamba, que le dio calor hasta el final de su viaje en una playa andaluza, un lugar que forma parte de este frío mundo al revés. Fue por lo que su padre pudo identificarlo en una ausencia hasta siempre y junto a su madre, fallecida también en una mortal travesía mediterránea que hoy, por mucho que me cueste escribirlo, ha dejado de ser noticia.
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Samuel, de apellido Kabamba
Se ha confirmado que el niño que apareció muerto en una playa de Barbate el pasado 27 de enero, se llamaba Samuel, hijo de Aimé Kabamba, filiación que se ha demostrado por la prueba de ADN a la que se ha sometido quien decía ser el padre del niño, naturales de la República Democrática del Congo. Tras esta gestión, el cadáver de Samuel será repatriado a su país natal, del que nunca debería haber salido en las condiciones que lo hicieron su madre y él, habiendo fallecido ambos en la dura travesía hacia un mundo mejor que creían que se iniciaba en el Sur de España.
Le dediqué unas palabras de cercanía y dolor el pasado 30 de enero, cuando se supo que se había encontrado el cuerpo de este niño, recordando lo que sucedió meses atrás con otro niño, Aylan, en una fotografía que conmovió al mundo: “Parece como si tuviéramos integrada la muerte de los que siguen buscando un mundo diferente atravesando el mar que separa Marruecos de España. Todo parece…, que si procedía la embarcación del Cabo Espartel (Tánger), que si venían unos cinco ocupantes, que si el cadáver parece ser de un niño de cinco a siete años…, que probablemente se llamaba Samuel, hijo de Veronique, naturales de la República del Congo, que tampoco ha aparecido desde que naufragaron a mediados de este mes, muy cerca de la costa de Cádiz”.
Tengo grabadas en el corazón de mi persona de secreto la experiencia que tuve el verano pasado cuando asistí a la inauguración de una exposición del artista plástico marroquí, Yassine Chouati, por el tratamiento que daba al problema de las dos orillas que han protagonizado la muerte de Samuel y su madre, junto a otros emigrantes. Lo dije en aquél momento, refiriéndome a uno de los tres espacios que presentó, denominado “Welcome”: “Este espacio sitúa al espectador en el estrecho de Gibraltar, donde las imágenes que se contemplan en los cuadros recogen el sentimiento de pérdida de identidad del fenómeno migratorio, porque en esa dura travesía en busca de la dignidad, se pierde casi todo, incluso lo más preciado del ser humano, la vida. Pretende que nos demos de bruces con esa realidad, tan cerca de Andalucía, como aviso para navegantes de la dignidad, para que interpretemos qué significa partir a pesar de todo, dejando atrás lo que nos pertenece, casa, tierra y parentela en un éxodo redivivo. La gran pregunta que flota en el ambiente de la primera sala es si es posible adentrarnos en el significado de lo que vemos, es decir, dejarnos intranquilos en la búsqueda de identidad de objetos perdidos por la indignidad que sufren personas que están mucho más cerca de nosotros de lo que creemos”.
No he querido olvidar este momento al conocer la noticia de la confirmación de paternidad de quien sabía que Samuel era su hijo por un detalle: el abrigo marrón que todavía llevaba cuando fue rescatado en una playa andaluza y deseo compartirlo con los que hacen camino conmigo al andar, mientras me dirijo al Club (todavía virtual) de las Personas Dignas al que me honro pertenecer, para compartir el silencio activo frente al cómplice.
Los silencios cómplices del mundo deben ser denunciados todos los días y también los pequeños silencios en los que podemos participar a diario si no somos capaces de solidarizarnos de forma activa con los que tanto sufren. Lo merecen hoy Samuel y Veronique, su madre.
Sevilla, 6/III/2017
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CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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