A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: “¡Cuidado!” El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: “¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?” Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.
Gabriel García Márquez, en Botella al mar para el Dios de las palabras. Zacatecas (México), 7 de abril de 1997.
Sevilla, 29/IX/2025 – 07:00 h (CET+2)
Hace unos días, una camarera nos dijo algo que en principio no logramos comprender bien, al traernos un cestillo con pan que había olvidado una compañera: ¡Qué pena con ustedes!, un “disculpen” a modo de sentir vergüenza por lo ocurrido. Sus palabras tenían la musicalidad latinoamericana, colombiana por más señas, cuando nos comunicó su país de origen.
Si recuerdo hoy esta experiencia reciente, enriquecedora para nuestro lenguaje, que siempre admiré al leer el español colombiano de Gabriel García Márquez, es debido a que he leído una noticia en el diario El País, Cambiar tu forma de hablar porque lo pide tu jefe: España sigue discriminando por el acento, que me preocupa mucho por los efectos perniciosos que conlleva: “Tengo que perder mi acento o perder mi trabajo aquí en España”, dice Lucía, colombiana de 26 años. La mujer, que emigró hace casi tres en busca de nuevas oportunidades, pide no revelar su identidad por miedo a represalias. Consiguió un empleo como auxiliar administrativa en una consultora en Valencia, pero sus jefes le han pedido “neutralizar” su acento paisa, típico de Medellín y otras regiones de Colombia. “Si me dicen que estoy haciendo algo mal lo acepto, pero no esperaba que me pidiesen en el trabajo cambiar parte de mi personalidad. Es triste”, cuenta. Lucía sesea, marca bien las consonantes y sube y baja el tono como si estuviera cantando. La glotofobia —la discriminación hacia una persona por su forma de hablar considerándola inferior por no usar la variedad “estándar” del idioma— sigue siendo un problema en España, donde ya viven 9,5 millones de personas nacidas en el extranjero, casi el 20% de la población”.
Este fenómeno en auge, denominado “glotofobia”, es decir, rechazo hacia las personas, inmigrantes en este caso, por su manera de expresarse, es un paso más en la escalada contra la inmigración, situación muy preocupante en nuestro país. Es curioso constatar cómo se pueden modificar conductas de aceptación o rechazo del acento cuando se presentan como éxito puntual en personajes relevantes, como ocurrió en 2021 con un anuncio de cerveza, en el que se escuchaba a Lola Flores decir lo siguiente: “Tú sabes por qué a mí se me entendió en todo el mundo, ¿no? Por el acento”, decía un deepfake suyo al modificar su voz con inteligencia artificial, en un anuncio de cerveza de 2021 de un minuto de duración en su versión extendida, un reto tecnológico para la creatividad publicitaria de la agencia Ogilvy.
Lo que nos sucedió con la camarera colombiana es un ejemplo para que no se olvide la importancia de respetar un acento denominado “extranjero”, ignorando en el caso que he expuesto que el español “colombiano” es de una riqueza extraordinaria, del que podemos aprender mucho en su justo significado, teniendo en cuenta que la Academia Colombiana de la Lengua fue fundada en 1871, siendo la más antigua academia de la lengua después de la Real Academia Española.
Personalmente estoy convencido que los acentos suman y no restan en la utilización correcta y diversa de nuestras lenguas y la de los migrantes en el país, debiéndose asumir que hay que desterrar la glotofobia, teniendo en cuenta que viven aquí 9,3 millones de personas nacidas en otro país, casi uno de cada cinco habitantes, suponiendo el 20% de la población total en España. Son parte fundamental de nuestro presente y, sobre todo, de nuestro futuro como país. Respetémoslos y acojámoslos, como merecen, en nuestro extraordinario y solidario jardín llamado España, donde la mayoría de sus habitantes no cultivan el odio al inmigrante.
¡Qué pena con ustedes, inmigrantes, al tratar tan mal su acento!, cuando deberíamos decirles alto y fuente, mirándoles fijamente a sus ojos, a su cara, a sus labios, las palabras de Lola Flores al cerrar el anuncio antes citado: “El acento es tu tesoro. No lo pierdas nunca”. ¡Protejámosles del discurso actual de acoso ante el acento y la forma de expresarse, para que no lo pierdan nunca!
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