
Sevilla, 16/XII/2025 – 09:55 h (CET+1)
Los capítulos III, IV y V de El Principito nos invitan a conocer la procedencia del hombrecito, un asteroide, también pequeño como él, concretamente el B 612, identificado así por el narrador, por su vinculación histórica a “las personas grandes”, a las que sólo les preocupan los números: “las personas grandes aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: «¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?». En cambio, os preguntan: «¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?». Solo entonces creen conocerle. Si decís a las personas grandes: «He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el tejado…», no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: «He visto una casa que vale cien mil francos». Entonces exclaman: «¡Qué hermosa es!».
No se debe olvidar este aviso para aviadores o navegantes imaginarios: las personas grandes sólo aman las cifras, nunca preguntan por lo esencial. Es el momento en el que el narrador hace una confesión transcendental para comprender su mensaje en esta novela: “Pero, claro está, nosotros, que comprendemos la vida, nos burlamos de los números. Hubiera deseado comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Hubiera deseado decir: «Había una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo…». Para quienes comprenden la vida habría parecido mucho más cierto. Pero no me gusta que se lea mi libro a la ligera. ¡Me apena tanto relatar estos recuerdos!…”.
Precisamente es en este momento crucial cuando aparece la quintaesencia de esta obra, la valoración de la amistad, en una transmisión de su magia tan necesaria para las personas grandes, mayores. Para los que envejecemos, también: “Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Si intento describirlo aquí es para no olvidarlo. Es triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. Y puedo transformarme como las personas grandes, que no se interesan más que en las cifras”.
Avanzando en su lectura, descubrimos que el narrador recurre a lo que sabe hacer bien para no olvidar a sus pequeño amigo: “Por eso he comprado una caja de colores y de lápices. Es penoso retomar el dibujo, a mi edad, cuando no se han hecho más tentativas que la de la boa cerrada y la de la boa abierta, a la edad de seis años. Trataré, por cierto, de hacer los retratos lo más parecidos posible. Pero no estoy del todo seguro de lograrlo. Unos dibujos salen bien y otros no. Me equivoco también un poco en la talla. Aquí el principito es demasiado alto. Allá es demasiado pequeño”. Lo importante es no olvidarlo.
El capítulo V lo dedica el narrador a alertarnos sobre algo sorprendente: el drama de los baobabs, que comienza como preocupación por su tamaño para alimentar a su cordero, porque los baobabs, “antes de crecer, son muy pequeñitos”, pero si no se atiende su desarrollo se convierten en un peligro. Una metáfora que se explica más adelante, en un diálogo aleccionador atendiendo a su contenido: “En efecto, en el planeta del principito había, como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas. Por consiguiente, de buenas semillas salían buenas hierbas y de las semillas malas, hierbas malas. Pero las semillas son invisibles; duermen en el secreto de la tierra, hasta que un buen día una de ellas tiene la fantasía de despertarse. Entonces se alarga extendiendo hacia el sol, primero tímidamente, una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar que crezca como quiera. Pero si se trata de una mala hierba, es preciso arrancarla inmediatamente en cuanto uno ha sabido reconocerla. En el planeta del principito había semillas terribles… como las semillas del baobab. El suelo del planeta está infestado de ellas. Si un baobab no se arranca a tiempo, no hay manera de desembarazarse de él más tarde; cubre todo el planeta y lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs son numerosos, lo hacen estallar. “Es una cuestión de disciplina, me decía más tarde el principito. Cuando por la mañana uno termina de arreglarse, hay que hacer cuidadosamente la limpieza del planeta. Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs, cuando se les distingue de los rosales, a los cuales se parecen mucho cuando son pequeñitos. Es un trabajo muy fastidioso pero muy fácil». Y un día me aconsejó que me dedicara a realizar un hermoso dibujo, que hiciera comprender a los niños de la tierra estas ideas. “Si alguna vez viajan, me decía, esto podrá servirles mucho. A veces no hay inconveniente en dejar para más tarde el trabajo que se ha de hacer; pero tratándose de baobabs, el retraso es siempre una catástrofe. Yo he conocido un planeta, habitado por un perezoso que descuidó tres arbustos…”Siguiendo las indicaciones del principito, dibujé dicho planeta. Aunque no me gusta el papel de moralista, el peligro de los baobabs es tan desconocido y los peligros que puede correr quien llegue a perderse en un asteroide son tan grandes, que no vacilo en hacer una excepción y exclamar: «¡Niños, atención a los baobabs!» Y sólo con el fin de advertir a mis amigos de estos peligros a que se exponen desde hace ya tiempo sin saberlo, es por lo que trabajé y puse tanto empeño en realizar este dibujo. La lección que con él podía dar, valía la pena. Es muy posible que alguien me pregunte por qué no hay en este libro otros dibujos tan grandiosos como el dibujo de los baobabs. La respuesta es muy sencilla: he tratado de hacerlos, pero no lo he logrado. Cuando dibujé los baobabs estaba animado por un sentimiento de urgencia”.
La metáfora está servida. Las malas hierbas, las apariencias engañosas ante las que hay que estar atentos, el cuidado del planeta como una tarea diaria de disciplina, porque cuando las hierbas son pequeñas, tanto las de los baobabs como las de las rosas, apenas se distinguen, lo que lleva a situaciones de contemporización y postergación de las acciones dignas, siempre urgentes para la sociedad, para luego no arrepentirnos por dejaciones y silencios cómplices.

Estamos avisados por el principito, porque cuando la maledicencia crece, el planeta Tierra sufre mucho. Esa es en la razón de por qué el narrador hace suyo un sentimiento del principito: «¡Niños, y no tan niños, atención a los baobabs!». De ahí nació un dibujo del narrador que sigo contemplando a diario, aunque tengo que confesar que hace muchos años leí un cuento senegalés, La princesa, el baobab y los cauris, traducido del wolof, que me deja muchas dudas en mi mente sobre la bondad de lo que los baobabs entregan a la humanidad. El que quiera entender que entienda. He vuelto a leerlo, porque cantaba las excelencias de sus hojas y su sombra, sin haber entendido en aquella ocasión por qué los despreciaba el Principito. Y con el corazón de niño que siempre fui, he comprendido que hay que saber buscar el sentido a la complejidad de la vida, montados en los caballos de mar de nuestros cerebros (hipocampos), que vuelan hacia el sol, aunque al igual que Groucho, en cualquier caso, siga necesitando localizar a un niño de cuatro años para entender los asuntos de la vida, de la muerte, de sus luces y sombras, que a todos -a veces- nos siguen pareciendo cuentos escritos en chino, wolof, francés o en mi idioma, en el amanecer hoy de un día normal en Sevilla, un pequeño lugar del planeta Tierra… o en el asteroide B 612, tan querido para el Principito, un héroe atemporal e imaginario en 2025.
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