María y vosotros, May y Miguel Gallardo

Miguel Gallardo y María, su hija, en María y yo

Sevilla, 23/VIII/2025 – 11:22 h (CET+2)

Caminando del timbo al tambo, expresión que aprendí de Gabriel García Márquez en sus “Cuentos peregrinos”, he recibido hoy una propuesta cultural que me ha vuelto a conmover, al invitarme a volver a leer y ver una historia preciosa de un padre y su hija, autista por más señas, a los que he dedicado páginas en este cuaderno digital. Me refiero a Miguel Gallardo, dibujante de cómics, que dedicó su mejor obra a su hija María, que tengo guardada en mi memoria de hipocampo.

Vuelvo a publicar hoy el artículo que dediqué en 2022 a Miguel Gallardo, como homenaje “in memoriam” al conocer su fallecimiento y siendo consciente de lo que supone para niños y niñas diagnosticados de trastornos del espectro autista (TEA), la desaparición de esta figura de protección, en alta disponibilidad, a lo largo de sus vidas. También, a la madre de María, May y a todos los padres, madres, familiares, amigos, amigas y profesionales que los cuidan siempre con cariño y esmero.

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María y tú

Sevilla, 23/II/2022

Ayer falleció en Barcelona el dibujante de cómics Miguel Gallardo, al que conocí mejor en 2011, a través de una experiencia inolvidable, su mejor obra gráfica, María y yo, dedicada a su hija María, autista, realizada con una delicadeza y ternura dignas de encomio. Estas palabras son un pequeño homenaje a él, porque para mí forma parte de los “imprescindibles” de Brecht, que tanto necesitamos hoy, fundamentalmente porque luchó para cuidar a su hija toda su vida. Lo mejor que puedo escribir hoy es reproducir las palabras que le dediqué en 2011, María y yo, un gran regalo de Reyes, al descubrir su gran obra gráfica vital y, sobre todo, humana.

Aquél encuentro me permitió comenzar un nuevo año con un mensaje de esperanza y de optimismo ante la adversidad, con el recurso tan cercano de utilizar las pequeñas cosas, los pequeños afectos, los sentimientos, las emociones, para agregar valor a nuestras vidas, las de todos. Por eso no he olvidado a Miguel Gallardo y a su hija, a quienes debo haber descubierto, una vez más, el secreto de amar a pesar de todo.

María y yo, un gran regalo de Reyes

He recibido, gracias a la vida, un regalo precioso: una historia entrañable para personas preocupadas, como yo, por la inteligencia y por su capacidad para resolver problemas. He leido el cómic que lleva por título María y yo (1) y también he visto la película del mismo título con un guión adaptado de la obra de Miguel Gallardo, padre de María, la gran protagonista de esta historia bellísima, y reconocido creador de Makoki, líder en la década de los años ochenta de los mundos underground y contraculturales de nuestro país. El libro es para leerlo con mucha atención, lo que nos permitirá comprender bien un desajuste de estructuras cerebrales que son la base del autismo y cómo se puede abordar con mucha ternura esta realidad que está ahí, en muchos niños y niñas de nuestro país. María es un símbolo real de autosuperación en su persona de secreto que, poco a poco, se va conociendo con más detalle por la neurociencia más activa. Quizá, hoy, por ti, que sigues este blog.

Recomiendo la lectura del libro y la película, por este orden, para comenzar este año con un mensaje de esperanza y de optimismo ante la adversidad, con el recurso tan cercano de utilizar las pequeñas cosas, los pequeños afectos, los sentimientos, las emociones, para agregar valor a nuestras vidas, las de todos. La inteligencia de cada una, de cada uno, seguro, pone el resto, porque es la que nos permite resolver problemas, en la clave que aprendí hace muchos años, de José Antonio Marina: la inteligencia es la que permite, mediante una poderosa conjunción de tenacidad, retórica interior, memoria, razonamiento, invención de fines, imaginación -en una palabra, gracias al juego libre de las facultades-, que veamos una salida cuando todos los indicios muestran que no la hay. Inteligencia es saber pensar, pero, también, tener ganas o valor para ponerse a ello. Consiste en dirigir nuestra actividad mental para ajustarse a la realidad y para desbordarla (2).

Sevilla, 8/I/2011

(1) Gallardo, Miguel (2010). María y yo. Bilbao: Astiberri.
(2) Marina, José Antonio (1993). Teoría de la inteligencia creadora. Barcelona: Anagrama.

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CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL

¡Paz y Libertad!

Sevilla, una sonrisa en el rostro de la vida

Bartolomé Esteban Murillo, Niño riendo asomado a la ventana (1675)

Sevilla, 13/VIII/2025 – 07:50 h (CET+2)

En 2021 escribí un relato amable sobre esta ciudad, mi cuna de nacimiento, que publiqué en este cuaderno digital como muestra de la maravillosa intrahistoria que lleva dentro y que deseo recuperar hoy como un conjunto de señas de identidad para realzar su auténtico valor multisecular. Su título, “Una sonrisa en el rostro de la vida”, realzaba una característica que recogió el gran escritor Stefan Zweig en una visita que hizo a Sevilla en 1905. Vuelvo a publicarlo hoy, incorporando en su título la identidad del mismo, la ciudad de Sevilla, en la que su sonrisa muestra también otra reflexión de Zweig sobre ella: aquí se puede ser feliz.

El protagonista de este relato aprendió en su desembarco en la Gran Ciudad, Sevilla, en una orilla de su Río Grande, que allí podía ser feliz y que pasear por sus aceras jacarandosas le permitía, en su aparente soledad sonora, encontrar una preciosa sonrisa en el rostro de la vida. Sin olvidar la cara menos amable de la ciudad, donde sabía que la pobreza severa y exclusión social, con gran afectación en la población infantil, hacía estragos en barrios en los que su población sigue añorando hoy esta sonrisa en el rostro de su ciudad, junto a la ausencia de felicidad sentida.

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Una sonrisa en el rostro de la vida

El paseante solitario de esta gran ciudad había llegado desde una isla desconocida con un libro, el único que le había permitido llevar consigo su nueva forma de vida y con una idea muy clara al alcanzar su nuevo destino: aquí se podía ser feliz. Mantenía en su memoria de secreto algo que había leído con respeto reverencial en su querido libro, porque al deambular por sus calles desconocidas y sentir como si de todos los rincones te acudieran los recuerdos, tenía la sensación de que le llamaban voces amigas en su nueva soledad sonora. Había leído que “el rostro de esta ciudad -porque las ciudades pueden ser como las personas: tristes y viejas, risueñas y jóvenes, amenazadoras y gráciles, dulces y afligidas-, le podía llegar a sonar como de una ciudad hermana, o de una imagen, de un libro, de una canción que ya había paseado, visto, leído o escuchado antes”. Todo era cercanía en esta acogedora ciudad, Sevilla.

Y se dio cuenta que era así, que todo lo que veía recordaba a otra ciudad, Salzburgo, que podía ser su hermana gemela, porque Mozart ya se había acordado de ella en una de sus obras. En ese paseo solitario había una contradicción de fondo, porque la vida que se respiraba a cada momento en un día de sol radiante y con un cielo azul de hermosa luz con su tiempo dentro, tenía un ritmo muy vivo, mostrando su gente una sangre muy viva a pesar del dolor por el que estaba atravesando en ese momento de la visita, una ciudad azotada por una pandemia reciente con problemas sociales que se podían apreciar en muchas esquinas. Pero Ella brillaba con su portentoso colorido, resplandeciente de alegría y estrechándote la mano a cada paso, lanzando al mundo un gran mensaje: aquí se puede ser feliz.

Todo lo anterior le recordaba algo que había leído en un libro de viajes de Stefan Zweig, con ocasión de una visita que hizo a una ciudad en 1905, de cuyo nombre quiso acordarse ahora, Sevilla, pensando que efectivamente “aquí se puede ser feliz” a pesar de todo. Y de forma decidida comenzó a buscar rincones que ya conocía por la obra de Mozart, pensando que la barbería de Fígaro iba a devolverle la comprensión de la relación de Don Juan y Carmen. En ese solitario libro que acompañaba a nuestro paseante por las aceras amables de esta gran ciudad, lee que Zweig “va en busca de la jovial barbería de Fígaro, suspirando por identificar, entre las numerosísimas casitas centelleantes, aquella en la que tuvo Don Juan esa encantadora y enrevesada aventura que nos relata Lord Byron en su poema. Aquí entona Fígaro sus cancioncillas, se oye a Carmen tararear sus habaneras, el arte ha repartido por estas calles sus símbolos más alegres, calles por las que ya trotó en su día el ingenioso hidalgo Don Quijote a lomos de su dócil Rocinante […] Sevilla no es el símbolo de España, pero sí su sonrisa”. ¡Qué hermosa definición de esta ciudad!

Nuestro paseante solitario recuerda también el paso de la civilización árabe por Andalucía, por esta ciudad, en la que es un oficio “el arte de vivir”, con huellas indelebles de este pasado cultural a lo largo de los siglos, detallando las casas y su distribución exterior e interior, con la incorporación de ventanas y balcones “rompiendo las paredes cerradas de los árabes”, llenando de luz las estancias. Fachadas de colores claros, puertas (abiertas, a falta de recelo y desconfianza), pasillos con azulejos, patios, flores, fuentes, “incluso en la judería”, cerca de la casa natal de Murillo. Había leído también que había que prestar una especial atención a la mujer de esta tierra y sobre todo en sus fiestas de primavera que, como las flores, tienen algo así como su belleza efímera, deslumbrado por la gracia en la forma de bailar flamenco. Lo pudo comprobar directamente, porque el baile -recordaba bien como lo decía Zweig- “es aquí lo que siempre ha de ser: un arte que surge de forma natural de la gracilidad del cuerpo, de sus movimientos, de sus gestos de deseo, de la excitación que produce el ritmo; no es un arte limitado al juego de piernas, sino que busca el placer y la alegría de ir trazando líneas, la flexibilidad y el cimbreo, un arte que trata de desarrollar todas las formas de belleza a que puede aspirar el cuerpo humano”.

A la vuelta de una esquina, en este paseo de los descubrimientos en una ciudad descubridora por historia, se acercó a un hamán sorprendente, con luceras o claraboyas por las que entraba la luz, intentando descifrar su forma estrellada de ocho puntas, aunque también detectó otras cuatro formas más de la simbología arquitectónica árabe, sirviendo a la vez de respiraderos de cada sala. También conoció los lazos en almagra, las pinturas de lacería que no son frecuentes en este tipo de construcciones árabes. Pasó bajo las cúpulas ocultas de la sala templada (conservando el nombre romano: tepidarium), en la entrada principal, así como en la sala contigua que correspondía a la sala fría (frigidarium), comprobando que quedaban algunos vestigios de la sala caliente (caldarium) y la entrada real de los baños, que hacían ensalzar la cultura árabe recorriendo estas instalaciones almohades.

Bartolomé Esteban Murillo, Niño riendo asomado a la ventana (1675), detalle.

El paseo por sus aceras y calles estrechas le recordaban que esta ciudad, como sonrisa del rostro de la vida, esconde un pasado lleno de sobriedad y grandeza. Sabía que Zweig conoció su Semana Santa, dedicando también unas palabras hermosas a la panorámica que ofrece la ciudad desde lo alto de su torre cristiana de nombre Giralda: “Al contemplar tamaña riqueza cromática se entiende bien que Velázquez y Murillo sean hijos de esta ciudad, pregoneros eternos de su belleza, de la misma manera que los dramas de Lope de Vega han dado testimonio de su historia, y los músicos han sabido expresar su jovialidad”.

A este paseante solitario esta gran ciudad le ofrecía muchas cosas: “el disfrute de una vida llena de colorido, el ritmo vivo que marca los acontecimientos y ese allegro que revela una felicidad profunda”. Y sabe que es también vanidosa, porque quien no la ha visto, no ha visto lo maravillosa que es y no es capaz de reprochárselo porque: “¿no es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida?”.

Decidió dar una vuelta por los barrios antiguos de esta gran ciudad que, poco a poco, recuperaban su vida propia, volviendo la alegría en sus calles. Le hablaron de un artista muy querido en la ciudad de antes, El Pali, al que podrían susurrar a su oído, donde quiera que esté, alguna sevillana que se le pudiera ofrecer en clave de canto a la posibilidad de ser en la ciudad, en sus aceras de siempre: Ya no pasan cigarreras / por la calle San Fernando / con flores en la cabeza / y los mantones bordaos. / ¡Ay, Sevilla de mi alma! / que lo estás perdiendo todo, / los niños en la plazuela / cuando jugaban al toro. Muy pensativo, se preguntaba en su persona de secreto ¿por qué cantar esto en esta tierra donde se puede ser feliz? Pensó entonces en la magia de las ciudades y de sus barrios, que viene siempre desde abajo, desde su historia pasada y presente, desde las aceras de los encuentros ilusionados de personas que van y vienen alrededor de sus asuntos, haciendo un uso íntimo de ellas acompañados de una sucesión de miradas (Jane Jacobs).

El paseante solitario descubrió algo insólito: podía pisar una alfombra de color azul violáceo, elaborada con flores de jacarandá. Sevilla se llena de alfombras de esta flor dos veces al año, gracias al árbol traído desde América a través del Río Grande, el Guad-al-quivir. Comprobó que tenía que pasear con cuidado para no estropear estas obras de arte de la naturaleza en el amanecer precioso, cuando se ponen las aceras, en una ciudad diseñada por personas que fueron respetuosas a través de su historia multisecular con la naturaleza, la sociedad, sus habitantes y… Dios o dioses, cuatro creencias necesarias cuando se atraviesa cualquier encrucijada de la vida. Comprobó que por aquí y por allá se llenan las aceras de un manto de flores azules con tonos violáceos, acampanadas, que se entregan a millares como un regalo fuera de la dinámica de los mercados, porque todavía no es mercancía. Pudo observar que cualquiera puede recogerlas del suelo y preparar un ramillete de libre composición donde lo único que cuenta es la sensibilidad del respeto a un bien entregado por la propia naturaleza, que sabe lo que entrega aunque es probable que ella dude de qué es lo que este paseante solitario recibe.

Avanzando por sus aceras, constató que las flores de jacarandá disputan su posición en la ciudad con las buganvillas ante miles de ojos buscadores de otra forma de admirarse y ver como transcurre la cotidianidad de la vida vestida con vistosos colores, a modo de almas aladas como ocurre con las mariposas, porque saben que Antonio Machado recomendó cómo utilizar el campo de la visión personal e intransferible: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”. Con él, este paseante solitario pisó las aceras-alfombras de jacarandá, buscando el sentido de un acertijo ético que escribió junto a su manera de ver a las otras personas, a la vida: Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa. Adivínala. Y entretenido con este deslumbrante paseo, buscando la mejor respuesta, la encontró también en él despertando a nuevas sensaciones en tiempos revueltos, de turbación, donde a diferencia de la recomendación de Ignacio de Loyola, supo que a través de su viaje solitario, desde una isla desconocida y acompañado de un solo libro, podía hacer esa mudanza yendo del timbo al tambo, es decir, de su corazón a sus asuntos: “Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar”.

Era ya la hora malva de Sevilla. Tenía el paseante solitario una referencia grabada en su corazón: no dejes de entrar en la Casa del Gobernador Al-Mutamid, del Palacio de la Bendición (Dar al-Imara) en esta gran ciudad o lo que es lo mismo, sus Reales Alcázares, porque él había reconocido que en su ciudad “transmitía nobleza su gente”. Allí se mostraban azulejos que cubren una faja de la fachada de ese hermoso palacio, con una simbología muy especial. Pudo comprobar que la geometría que muestran a la perfección sus azulejos, se encuentra en las estrellas centrales de ocho puntas que figuran por doquier en el citado paño, en octógonos perfectos compuestos por dos cuadrados. Sabía que reflejan la importancia de los edificios de base cuadrada que representan la estabilidad tanto terrenal como cósmica, porque de la prolongación hacia el infinito de las líneas de esta estrella van surgiendo otras de distintos tamaños que además configuran otros cuerpos que podríamos juzgar de menor importancia, pero sin los cuales no se reproducirían periódicamente los principales.

Para apreciar bien esta constelación tuvo que dar unos pasos atrás para tener una perspectiva más amplia de este maravilloso mensaje de la interdependencia para realzar la unión cósmica. Y había que volver al sitio descrito anteriormente, tan cercano que se podría tocar para creer su mensaje, porque este plano tan próximo de las líneas que se observan en sus múltiples estrellas y octógonos, le ayudó a comprender que son posibles distintos caminos para llegar a cualquier punto del paño de azulejos, simbolizando la realidad de las más variadas interpretaciones para alcanzar la comprensión de la vida. La verdad es que nuestro paseante solitario entendió que se puede alcanzar un objetivo desde muy diversos puntos y que la verdad se esconde entre diversas perspectivas, porque muchos son los senderos para llegar a ella.

Aquella faja de azulejos le propuso un mensaje: los seres humanos se necesitan con orden y concierto, porque la libertad de estas líneas múltiples permiten dibujarla en nuestra vida a la medida de cada uno, de cada una.

Salió de Dar al-Imara con la lección aprendida, comprendiendo que sus antepasados árabes le recordaban con esa visita que lo que allí hicieron era una oportunidad para ser más libres, en una representación preciosa de la epifanía del cosmos. Dijo adiós a un palacio de la bendición en el que Mutamid habitó cerca de las estrellas de los azulejos que todavía hoy siguen presentes y al que cantó en su destierro en Agmat, cerca de Marrakech: “El palacio de Al Mubarak (“de la Bendición”) llora sobre las huellas de Ibn Abbad / como llora sobre las de las gacelas y los leones / Su Al Turayyá (sala de las Pléyades) llora y sus estrellas ya no están sumergidas por las lluvias vespertinas y matinales producidas por las Pléyades… Quisiera saber si pasaré todavía otra noche teniendo delante y detrás de mí un jardín y un estanque. Sobre una tierra que hace crecer los olivos, que transmite nobleza y en la que se arrullan las palomas y gorjean los pájaros…”.

Aquél paseante aprendió en su desembarco en la Gran Ciudad, en Sevilla, en una orilla de su Río Grande, que allí podía ser feliz y que pasear por sus aceras jacarandosas le permitía, en su aparente soledad sonora, encontrar una preciosa sonrisa en el rostro de la vida.

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¡Paz y Libertad!

Saramago nos comprometió a llevar el color azul a Marte

Un azul para Marte

Sevilla, 12/VIII/2025 – 08:13 h (CET+2)

Agosto puede ser una gran oportunidad para acercarnos a la obra literaria de José Saramago, Premio Nobel de Literatura en 1998. Una forma de hacerlo puede ser leer y disfrutar visualmente de un relato suyo publicado recientemente, Un azul para Marte (Lumen infantil, 2025, trad. Basilio Losada), que el autor escribió en 1969 para el periódico A Capital, que se incorporó posteriormente al volumen de crónicas Deste Mundo e do Outro (1971). La edición está ilustrada por Claudia Legnazzi, jugando con la simbología de los colores tratados en este texto breve, que hace un gran trabajo para complementarlo, así como para comprender el contexto ético interplanetario como hilo conductor de la obra.

La sinopsis oficial, dos veces buena por su brevedad obvia, permite situar al lector ante este relato redivivo: “Un viaje poético e ilustrado al planeta más cercano a la Tierra de la mano de José Saramago. “Anoche hice un viaje a Marte. Pasé allí diez años… Me comprometí a no divulgar los secretos de los marcianos, pero voy a faltar a mi palabra”. La invitación al viaje está abierta. A través de un poético texto de José Saramago en el que cuenta lo que encuentra en el planeta Rojo, nos abocamos a un recorrido repleto de imágenes y color al que acompañan las hermosas ilustraciones de la talentosa Claudia Legnazzi”.

A continuación, publico un fragmento inicial del relato publicado, para que quien esté interesado o interesada en conocerlo en su breve extensión, lo haga junto al lenguaje visual que incorpora:

Un Azul para Marte 

Anoche hice un viaje a Marte. Pasé allí diez años (si la noche dura en los polos seis meses,no sé qué no han de caber diez años en una noche marciana) y tomé muchas notas sobre la vida que allí llevan. Me comprometí a no divulgar los secretos de los marcianos, pero voy a faltar a mi palabra. Soy hombre y deseo contribuir, en la medida de mis escasas fuerzas, al progreso de la humanidad a la que enorgullece pertenecer. Este punto es muy, muy importante. Y espero, algún día los marcianos vienen a pedir cuentas de mis actos, es decir, del perjuicio cometido, que los no sé cuantos billones de hombres y mujeres que hay en la tierra se apresten, todos, a mi defensa. En Marte, por ejemplo, cada marciano es responsable de todos los marcianos. No estoy seguro de haber entendido bien qué quiere decir esto, pero mientras estuve allí(y fueron diez años, repito), nunca vi que un marciano se encogiera de hombros (He de aclarar que los marcianos no tienen hombros, pero seguro que el lector me entiende). Otra cosa que me gustó en Marte que no hay guerras. Nunca las hubo. No sé como se las arreglan y tampoco ellos supieron explicármelo; quizá porque yo no fui capaz de aclararles qué es una guerra, según los patrones de la tierra. Hasta cuando les mostré dos animales salvajes luchando (también los hay en Marte), con grandes rugidos y dentelladas siguieron sin entenderlo. A todas mis tentativas de explicación por analogía, respondían que los animales son animales y los marcianos son marcianos.Y desistí. Fue la única vez que casi dudé de la inteligencia de aquella gente. Con todo,lo que más me desorientó en Marte fue el no saber qué era campo y qué era ciudad. Para un terrestre eso es una experiencia muy desagradable, os lo aseguro. 

[…]

Como practico la máxima platónica de que siempre hay que seguir aprendiendo, ancora imparo, recomiendo un artículo excelente publicado el pasado domingo en elDiario.es, No necesitamos viajar a Marte: diez lecciones de José Saramago para la humanidad del futuro, a modo de crítica literaria de este relato aleccionador, del que destaco las “Diez lecciones ‘marcianas’…” como reflexión profunda de lo que quiso transmitir Saramago al escribir este relato: Hospitalidad hacia el extranjero, Protección de los servicios públicos, Compromiso activo, Pacifismo, Contra el determinismo biológico, Sin desigualdades geográficas, Contra el utilitarismo, Defensa de la educación humanista, Contra la colonización (espacial) y la Búsqueda incansable. Impecable lectura aplicada al contexto mundial actual.

Me ha alegrado conocer este cuento de Saramago, aunque los lectores y lectoras de este cuaderno digital saben cuánto aprecio una joya de este autor que guardo en mi alma y corazón, El cuento de la isla desconocida, un gran relato e hilo conductor siempre presente en cada hoja de este blog, desde hace ya casi veinte años. También he recordado las palabras finales de otro cuento suyo, La flor más pequeña del mundo, porque después de leer Un azul para Marte, resuenan ahora con más fuerza que nunca:

Y ésa es la moraleja de la historia.

Éste era el cuento que yo quería contar. Me da mucha pena no saber narrar historias para niños. Pero por lo menos ya conocéis cómo sería la historia, y podréis explicarla de otra manera, con palabras más sencillas que las mías, y tal vez más adelante acabéis sabiendo escribir historias para los niños…

¿Quién me dice que un día no leeré otra vez esta historia, escrita por ti que me lees, pero mucho más bonita?…”.

De ahí que me permita afirmar hoy que este relato de Saramago nos comprometió a llevar el color azul a Marte y no la especulación de su suelo gracias al turismo espacial, de coste indecente y preconizado por el hombre más rico del mundo y que ha propiciado, como una de sus acciones estelares, el cierre de USAID, la agencia internacional americana de ayuda al desarrollo, con un daño irreversible a los países más pobres del mundo, que probablemente causará más de catorce millones de muertes hasta 2030 por desatención humana y solidaria.

Una cosa más. El color azul me ha recordado que Borges ya lo citó al plantear en su Prólogo a Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, interrogantes muy serios sobre la experiencia marciana: “Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo -que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena”. Estoy de acuerdo con Bradbury cuando manifestó de forma enigmática que los marcianos existen y somos nosotros. El que quiera entender que entienda.

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¡Paz y Libertad!

Una noche de agosto, según Platero y él, Juan Ramón Jiménez (III)

Portada de la primera edición de Platero y yo, 1914

Sevilla, 2/VIII/2025 – 08:43 h (CET+2)

Dedicado de nuevo a mis nietos, Adrián y Alejandro, a los que tanto quiero.

Publiqué este artículo por primera vez en 2023. Vuelvo a hacerlo hoy, sin tocar nada, dejándolo tal cual, como aprendí de Juan Ramón Jiménez cuando hablaba de las rosas, porque así son ellas. Además, lo reproduzco hoy respetando el hilo conductor de transmitir una idea circular en este blog, desde su primer día de vida literaria, utilizando de nuevo aquellas palabras que debo a otro premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, cuando afirmó que “escribir es como cavar un pozo con una aguja”, salvando lo que debo salvar, simplemente por la actualización temporal, aspecto de forma que no de fondo, recordando a José Manuel Blecua, ex director de la RAE, cuando dijo en una ocasión que al escribir copiamos siempre de los autores que hemos leído a lo largo de nuestra vida y nos han marcado.

En esta ocasión, lo hago copiando a Juan Ramón Jiménez, porque forma parte de mis principios y, si no gustan, no tengo otros, separándome por un momento de mi admirado Groucho Marx. En un tiempo en el que se arrojan valores por la ventana desde nuestro desvencijado vehículo vital, vuelvo a hacer una declaración de principios sobre por qué escribo en este blog, en una etapa de jubilación en la que sigo asumiendo, cada día que pasa, que lo nuestro es pasar, con ardiente impaciencia personal y social, sabiendo que ahora tengo un compromiso intelectual e ideológico con la sociedad en la que vivo. A veces, siguiendo tan solo la ruta de un pájaro herido, leyendo de nuevo a Juan Ramón Jiménez para no sentirme así, por no vivir así, perdido. Gracias anticipadas, querido lector, querida lectora, si está interesado o interesada en leer unas palabras necesarias en mi vida, casi imprescindibles para seguir escribiendo y viviendo.

Por cierto, qué actual el capítulo LVI, Fuego en los montes, escogido hoy, de nuevo, dedicado a una realidad que este verano está asolando el país por una realidad terca y visible del cambio climático y, a veces, la maldad humana. Juan Ramón Jiménez nos lo recuerda con palabras premonitorias dedicadas al fuego: “La noche de agosto es alta y parada, y se diría que el fuego está ya en ella para siempre, como un elemento eterno…”.

Una noche de agosto, según Platero y él, Juan Ramón Jiménez

Sevilla, 10/VIII/2023

Platero y yo está grabado a fuego en mi alma de secreto, porque sigue siendo un libro para personas mayores, como Juan Ramón Jiménez explicaba en su advertencia al público lector, a los hombres que lean este libro para niños, asumiendo por mi parte que es un libro escrito también para adultos, sobre todo para los que todavía llevamos con orgullo un niño dentro, tal y como lo describía también Saramago en ocasiones especiales: «siempre he llevado dentro al niño que fui», aunque la confesión final en este aviso de Juan Ramón es para tenerla en cuenta: Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren. También habrá excepciones para hombres y para mujeres, etc.

En cualquier caso, deberíamos leer Platero y yo con frecuencia, yo lo hago, para comprender bien que las palabras pueden ayudarnos a entender que otro mundo es posible, tal y como lo expresó Juan Ramón Jiménez tan cerca de Platero, dejándonos llevar por el niño que fuimos o que seguimos siendo.

Por esta razón y siguiendo la estela de una generación de poetas en torno al año 1927, del siglo pasado, a la que me he aproximado desde que comenzó agosto en mi patera particular, que cuando llueve mucho en la alta mar de la vida, se moja y se hunde como las demás, he abierto Platero y yo por su capítulo 66, porque recuerdo que hablaba de fuego en el mes de agosto, en Lucena, no muy lejos de Moguer, con el candor de las palabras en este libro de niños, niñas y mayores de cualquier género, asunto que tampoco pasa por alto en este capítulo, al comentar con cierto encanto y desdén, quién podría ser su pirómano imaginario, alguien con la figura afeminada de Pepe el Pollo, un Oscar Wilde moguereño, famoso personaje real en el pueblo, cuyos bolsillos reventaban de largas cerillas de Gibraltar

LXVI

Fuego en los montes

¡La campana gorda!… Tres…, cuatro toques… ¡Fuego!

Hemos dejado la cena, y, encogido el corazón por la negra angostura de la escalerilla de madera hemos subido, en alborotado silencio afanoso, a la azotea.

…¡En el campo de Lucena! grita Anilla, que ya estaba arriba, escalera abajo, antes de salir nosotros a la noche… ¡Tan, tan, tan, tan! Al llegar afuera—¡qué respiro!—, la campana limpia su duro golpe sonoro y nos amartilla a los oídos y nos aprieta el corazón.

—Es grande, es grande… Es un buen fuego…

Sí. En el negro horizonte de pinos, la llama distante parece quieta en su recortada limpidez. Es como un esmalte negro y bermellón, igual a aquella Caza, de Piero di Cosimo, en donde el fuego está pintado sólo con negro, rojo y blanco puros. A veces brilla con mayor brío otras, lo rojo se hace casi rosa, del color de la luna naciente… La noche de agosto es alta y parada, y se diría que el fuego está ya en ella para siempre, como un elemento eterno… Una estrella fugaz corre medio cielo y se sume en el azul, sobre las Monjas… Estoy conmigo…

Un rebuzno de Platero, allá abajo, en el corral, me trae a la realidad… Todos han bajado… Y en un escalofrío, con que la blandura de la noche, que ya va a la vendimia, me hiere, siento como si acabara de pasar junto a mí aquel hombre que yo creía en mi niñez que quemaba los montes, una especie de Pepe el Pollo—Oscar Wilde moguereño—, ya un poco viejo, moreno y con rizos canos, vestida su afeminada redondez con una chupa negra y un pantalón de grandes cuadros en blanco y marrón, cuyos bolsillos reventaban de largas cerillas de Gibraltar…

El verano suele ser una estación propicia para leer todo aquello que acumulamos a lo largo del año con la excusa de no disponer de tiempo suficiente en otras estaciones… Volver a leer libros que marcan nuestras vidas, como puede ser “Platero y yo”. Estoy muy de acuerdo con Alberto Manguel en su reflexión acerca de la ocasión que nos brinda el verano para leer sin reloj, para reencontrarnos con situaciones especiales que podemos rememorarlas después: “los libros de nuestras vacaciones llevan consigo, quizás más que cualquier otro, trazas de memoria: de amistades perdidas, de juegos extraños, de adultos que en el recuerdo son inconcebiblemente jóvenes, de habitaciones que no eran nuestras. Sobre todo, memorias de olores y perfumes: de hierba recién cortada, helado de vainilla, loción a leche coco, aire salado, sudor limpio en sábanas recién planchadas, fresas silvestres tibias, cloro, salchichas asadas, zumo de limón, juguetes de caucho que han estado demasiado tiempo al sol. Y sobre todo, el olor del papel barato de los libros de bolsillo, leídos al sol y salpicados de agua de mar”.

Piero di Cosimo, Una escena de caza (ca. 1494-1500), Museo de Arte Metropolitano de Nueva York

Un detalle último. He observado con atención reverencial el cuadro La caza, de Piero di Cosimo, identificado hoy día como Una escena de caza, que cita Juan Ramón Jiménez en el capítulo dedicado al fuego en los montes. Es una metáfora de la vida muy actual, porque los protagonistas, personas de todo tipo y con actitudes muchas veces aberrantes respecto de los animales, ¡es la historia de la humanidad!, están “a lo suyo”, cazándolos a palo limpio, mientras que el bosque arde como si no pasara nada: “el fuego está pintado sólo con negro, rojo y blanco puros”, decía Juan Ramón Jiménez, tan cerca de su querido Platero. Una metáfora muy actual en nuestro mundo al revés, en el que cada uno pinta el cambio climático como le va, algunos y algunas como si no fuera con ellos la cosa, al igual que la realidad que pintó di Cosimo hace ya tanto tiempo. Por eso, las palabras del poeta suenan como una premonición para el siglo XXIpara este mes de agosto de 2023: La noche de agosto es alta y parada, y se diría que el fuego está ya en ella para siempre, como un elemento eterno…

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CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL

¡Paz y Libertad!

La calidad está en caída libre: nada está hecho para ser querido. Solo para ser comprado.

Antoine de Saint-Exupéry, Lo esencial es invisible para los ojos, en El principito

Sevilla, 14/VII/2025 – 12:34 h (CET+2) / Actualizado a las 13:42 h

Ayer leí un artículo en el diario El País, El asombroso fenómeno de la calidad menguante, sintetizado en el título que he escogido hoy para compartir sentimientos y emociones en un mundo que parece diseñado por el enemigo: nada está hecho para ser querido. Solo para ser comprado.

La verdad es que es demoledor el planteamiento general de su autor, Daniel Soufi, pero lo comparto plenamente. Sobre todo en la siguiente reflexión: “La disonancia entre quienes somos y quienes fuimos se retroalimenta con el contraste —quizá más importante— entre quienes somos y quienes queremos ser. Aunque es un impulso lógico culpar a las multinacionales que maximizan sus márgenes de beneficio a costa de los consumidores, y a los gobiernos cuyos recortes asfixian unos servicios públicos ya de por sí depauperados, la lógica mercantil es irrefutable: las cosas no son peores; en gran medida, son tal como las queremos o como nos las han hecho querer. Dicho de otro modo: quienes somos de peor calidad somos nosotros”.

La última frase es un aldabonazo en mi alma de secreto, porque la conclusión es rotunda y aleccionadora. Somos ya, como generación, de peor calidad, porque no sabemos responder a los fraudes continuos de calidad en el Gran Mercado Mundial y sus Mercancías, en la seguridad de que nada está hecho para ser querido. Solo para ser comprado.

Recuerdo ahora ante esta debacle de la calidad humana y de los millones de cosas y objetos que nos vende el Mercado, como banal mercancía, una frase de El Principito, lo esencial es invisible para los ojos, pronunciada por el zorro que se convierte en amigo del principito, al finalizar su famoso capítulo XXI:

—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.

—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.

—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.

—Es el tiempo que yo he perdido con ella… —repitió el principito para recordarlo.

—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa…

—Yo soy responsable de mi rosa… —repitió el principito a fin de recordarlo.

Es un relato perfectamente válido en el contexto actual, digital por supuesto, donde la calidad superficial es casi siempre relativa o inexistente. En este sentido, la lectura de libro, No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy, me sorprendió en su momento por su fondo y forma, sobre el que ya he escrito unas palabras de su texto y contexto, sin adelantarme a interpretaciones críticas de su contenido para respetar la lectura del mismo por parte de quienes leen estas líneas. Me refiero en concreto a un capítulo dedicado a las “cosas queridas”, “apreciadas”, de “calidad”, perdurables en el tiempo, en el que entreteje una reflexión profunda desde la perspectiva de la amistad del principito con el zorro. Este capítulo, en sí mismo, es un tratado de la amistad que va más allá de las meras apariencias y se adentra en el conocimiento del otro, perfectamente detallado en un diálogo en torno a la falta de tiempo que tienen las personas para conocer nada, porque todo se compra en la tiendas:

—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!

—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.

—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…

Al buen entendedor de la calidad menguante, pocas mercancías actuales bastan.

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UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL

¡Paz y Libertad!

España al revés / 1. El sistema condena al hambre de abrazos

Eduardo Galeano, El libro de los abrazos

Tu dios es judío, tu música es negra, tu coche es japonés, tu pizza es italiana, tu gas es argelino, tu café es brasileño, tu democracia es griega, tus números son árabes, tus letras son latinas.

Yo soy tu vecino. ¿Y tú me llamas extranjero?

Eduardo Galeano, Extranjero, en El cazador de historias

Sevilla, 8/VII/2025 – 14:54 h (CET+2)

Cuando tomamos conciencia de que este país escuchaba ayer, casi sin inmutarse, a la diputada de Vox, Rocío de Meer, decir que unos ocho millones de migrantes deberían ser expulsados de nuestro país, incluso sus hijos nacidos en España, porque hay que proteger a la nación dado que, según el partido que representa, VOX, “tenemos el derecho a querer sobrevivir como pueblo”, se estremece el alma democrática de cualquier persona digna que comprenda el fondo del problema de la migración, jaleado ahora por lo que está haciendo el presidente Trump en Estados Unidos y por los vientos inhumanos antiinmigración que corren en Europa, sin ir más lejos. Sus palabras fueron exactamente así: “Lo que nosotros denunciamos desde el principio es que si en los años 90 el porcentaje de población extranjera en nuestro país era más o menos de entre el 1% o el 2%, hoy estamos asistiendo a millones y millones de personas que vinieron desde los años 90 hasta ahora alentados por el bipartidismo. […] Están abiertas nuestras fronteras. Por lo tanto, de 47 millones de habitantes que tiene nuestro país más o menos más de 7 millones –porque tenemos que tener en cuenta la segunda generación–, 8 millones de personas han venido de diferentes orígenes en un muy corto periodo de tiempo. […] Estamos viendo que nuestra sociedad está cambiando, que nuestras calles en muchas ocasiones no son de los españoles, que muchas plazas no pertenecen a quienes siempre pertenecieron, que la tranquilidad de muchos pueblos, barrios y plazas también ha cambiado y no es la misma”, ha agregado. Por lo tanto, todos estos millones de personas que han venido hace muy poco tiempo a nuestro país y que no se han adaptado a nuestras costumbres y en muchísimos casos además han protagonizado escenas de inseguridad en nuestros barrios y en nuestros entornos tendrán que volver a sus países”. Esto se llevaría a cabo en “un proceso extraordinariamente complejo de remigración”. Por si quedaba alguna duda, cerró su discurso con la siguiente proclama: “Nosotros apostamos por ese proceso de migración porque pensamos que hay algo más importante que preservar y que además tenemos el derecho a querer sobrevivir como pueblo”.

Ante este panorama, creo que el sistema de política internacional de derechas extremas y liberalismo en estado puro, condena a la humanidad más maltratada, los migrantes y refugiados, al hambre de abrazos que preconizaba Eduardo Galeano en una obra extraordinaria, El libro de los abrazos (1), al que acudo de nuevo en este mes de julio tan falto de ellos.

Es verdad que no es la primera vez que me refiero a esta hambre tan humana y cercana, y hoy he vuelto de nuevo a buscar refugio en sus páginas porque necesito encontrarlos de diferente manera. Creo que estamos viviendo momentos de hambre de abrazos, tal y como lo expresaba él de forma magistral en uno de sus relatos en el libro citado, concretamente en El hambre / 2:

Un sistema de desvínculo: El buey solo bien se lame. El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos los condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.

El hambre de abrazos existe desde que al mundo lo llamamos mundo, pero en este tiempo de despersonalización e individualismo digital, hemos comprobado en nuestra propia carne que necesitamos encontrar al verdadero prójimo, que no es un competidor, enemigo, obstáculo a saltar o una cosa para usar y tirar. Mucho menos si es un emigrante, un extranjero. Lo que sabemos ahora es que el sistema de política internacional de derechas y su más allá, pretende condenarnos al hambre de los abrazos verdaderos. Dicen que se ha descubierto el verdadero problema de este tiempo de separación: la tecnología digital desaforada, no inocente por cierto, nos desvincula por sus bulos y desinformación planificada incluso con inteligencia artificial, siendo la razón de nuestro sufrimiento y de por qué buscamos desesperadamente abrazos en el alma de secreto que todos tenemos, para sentir el calor que la situación actual mundial y nacional nos quita sin compasión alguna.

Finalmente, he comprendido muy bien qué significa el abrazo de la razón y el corazón, así como el del alma y el cuerpo, leyendo uno de los abrazos verbales de Galeano en este libro, tan apreciado por mí, cuando me he enfrentado a esta página en blanco: “¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón. Sabios doctores de Ética y Moral han de ser los pescadores de la costa colombiana, que inventaron la palabra sentipensante para definir el lenguaje que dice la verdad”.

Lo que he pretendido decir mediante estas palabras, que nos quedan, es lo que significan ahora los abrazos en nuestras vidas, como sentipensante de este tiempo tan difícil de interpretar. Nada más, porque el hambre de abrazos (y de besos) nos hace enfermar de amor y, como bien dice Galeano en su libro, el amor es una enfermedad contagiosa y cualquiera nos reconoce, “despabilados noche tras noche por los abrazos”, en los sueños ahora al no poder darlos y “no hay decreto del gobierno que pueda con él [el amor], ni pócima capaz de evitarlo”.   

(1) Galeano, Eduardo (1993). El libro de los abrazos. Madrid: Siglo XXI.

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¡Paz y Libertad!

 

¡Abuelos y abuelas del mundo, estamos aquí!

Sevilla, 22/V/2025 – 19:50 h (CET+2)

Ejerciendo plenamente la bendita abuelidad, tengo desde hace tiempo una misión posible, iniciar singladuras para localizar islas de literatura infantil, desconocidas por mí en mi matusalénica edad. Dicho y hecho hoy, porque he descubierto a un autor, Oliver Jeffers, de perfil extraordinario para aprender de él cómo se cuenta a un nieto, como es mi caso, qué significa el Planeta Tierra, a través de un libro, Estamos aquí, cuya sinopsis ayuda a comprender bien tamaña empresa, porque es un “libro imprescindible, que consigue tratar un tema de gran complejidad con una gran sencillez y maestría. Y cuando un álbum ilustrado consigue ese resultado, estamos ante un gran libro. Este álbum ilustrado responde a una de los grandes retos a los que se enfrentan madres, padres, maestras y maestros: explicar a los pequeños qué es el Planeta Tierra, el lugar donde van a vivir su vida. Y ante estas preguntas, Jeffers consigue crear un libro magnífico que nos descubre que la importancia de este mundo reside en las cosas sencillas. Para explicarlo, Jeffers parte de lo más general, la Vía Láctea, y va descendiendo hasta la cotidianidad de nuestro día a día. Nos explica las partes del cuerpo humano y descubre a los más pequeños que este planeta está poblado por muchas especies de animales, con las que compartimos nuestro espacio —por cierto, esta doble página llena de animales encantará a los más pequeños—. Este planeta está habitado por «personas que pueden ser de muchos tamaños, formas y colores. Todos podemos tener un aspecto diferente, hacer cosas diferentes y sonar diferentes… pero que esto no te engañe, todos somos personas», nos recuerda Oliver Jeffers en el texto de este cuento infantil. Y, finalmente, el libro invita a los nuevos niños y niñas que llegan a este mundo a mantener viva la curiosidad para hacer un mundo mejor”.

El niño que siempre llevo dentro, tal como lo aprendí en su día de Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda y José Saramago, ha llegado hoy a este autor y a éste libro, convencido de que otro mundo es posible respetando al Planeta Tierra, sobre todo a las personas que lo habitan. Leyéndolo antes, aprendo cómo explicárselo a Adrián y Alejandro de la mano artística de Oliver Jeffers. Una maravilla en tiempos de turbación y mudanzas de ideologías que tanto inquietan a mi alma.

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UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL

¡Paz y Libertad!

En memoria de Mario Vargas Llosa

Sevilla, 15/IV/2025 – 12:15 h (CET+2)

Ayer recorrió el mundo la noticia del fallecimiento de Mario Vargas Llosa, gran maestro de la literatura universal, sobre todo latinoamericana. En un momento en que los panegíricos sobrevuelan sobre su ausencia, tengo que reafirmarme en que no ha sido santo de mi devoción literaria, aunque reconozco su gran valía como escritor de amplio espectro. Como muestra de este respeto literario, que se puede comprobar en bastantes páginas de este cuaderno digital, vuelvo a publicar hoy el último artículo que le dediqué en 2023, en torno a un cuento, “Los vientos”, precedido de una gran expectación por su devenir sentimental aquél año.

Como botón de muestra de aquella lectura inquietante, reproduzco unas palabras de análisis de nuestra realidad actual: “Quizá sea la aproximación a la teoría de los “desequilibrados” la que se convierte en el hilo conductor del cuento, no la referencia a su última experiencia “glamurosa”, real como la vida misma, como se ha intentado proclamar a los cuatro vientos: “Pero, si las ideas en sí, desasidas de finalidades prácticas inmediatas, hubieran desaparecido, toda forma de disidencia y contestación se habrían evaporado también como consecuencia de aquello en nuestras sociedades. Por fortuna todavía no es así, aunque, me temo, vamos por este camino hacia ese fin: una sociedad de autómatas. Mi esperanza está en el movimiento de los “desequilibrados” que se ha extendido tanto por el globo, no sólo por España. Aunque tengo sentimientos encontrados respecto a los “desequilibrados”. A ratos, me inspiran simpatía, porque este mundo no les gusta y por su forma de vida es obvio que quisieran cambiarlo. Hay en ellos una actitud desinteresada, de pureza y espiritualidad, todo lo que parece haberse extinguido en el resto de nuestra sociedades frenéticamente entregadas a trabajar, a producir, ganar dinero, y llenarse de maquinitas entretenidas”.

El último cuento de Vargas Llosa

Para empezar, tengo que confesar que Mario Vargas Llosa no es escritor de mi devoción lectora. Su permanente caminar del timbo al tambo en su identidad personal y escritora, no hablo precisamente de ideologías, me ha desconcertado en múltiples ocasiones. No sé si sube o baja y los últimos escándalos en papel cuché han acabado por agotar mi paciencia lectora con él. En resumen, no practico su lectura. A pesar de esta declaración de principios, no he resistido la tentación de leer su último cuento, que yo sepa, Los vientos, en prensa, porque se ha anunciado a bombo y platillo para interpretar su separación chismosa y cotilla para el entretenimiento del país y de otros países, cuando Vargas Llosa está adornado de un Premio Nobel que, dicho con todos los respetos y reservas, no es cualquier cosa.

Quizá sea la aproximación a la teoría de los “desequilibrados” la que se convierte en el hilo conductor del cuento, no la referencia a su última experiencia “glamurosa”, real como la vida misma, como se ha intentado proclamar a los cuatro vientos: “Pero, si las ideas en sí, desasidas de finalidades prácticas inmediatas, hubieran desaparecido, toda forma de disidencia y contestación se habrían evaporado también como consecuencia de aquello en nuestras sociedades. Por fortuna todavía no es así, aunque, me temo, vamos por este camino hacia ese fin: una sociedad de autómatas. Mi esperanza está en el movimiento de los “desequilibrados” que se ha extendido tanto por el globo, no sólo por España. Aunque tengo sentimientos encontrados respecto a los “desequilibrados”. A ratos, me inspiran simpatía, porque este mundo no les gusta y por su forma de vida es obvio que quisieran cambiarlo. Hay en ellos una actitud desinteresada, de pureza y espiritualidad, todo lo que parece haberse extinguido en el resto de nuestra sociedades frenéticamente entregadas a trabajar, a producir, ganar dinero, y llenarse de maquinitas entretenidas”.

La localización del cuento ha sido fácil porque tenía sus datos de identidad. Fechado el 15 de diciembre de 2020, se publicó por primera vez en la revista Letras libres el 1 de octubre de 2021, divulgándose de nuevo el pasado 18 de enero, en fechas de autos del corazón que han dado la vuelta al mundo “cotilla”, publicándose de forma intencionada por El Periódico de España, en su suplemento literario Abril, pudiéndose leer también en los diarios del Grupo Prensa Ibérica. Me he tomado la molestia de cotejar ambas publicaciones y la de enero de este año aparece con algunas erratas y expresiones de la anterior, aunque no son muy significativas, que he corregido para una mejor intelección del texto.

Dicho y hecho. He leído dos veces el cuento, sus 23 páginas en formato .pdf al uso. La primera reflexión sobre esta lectura interesada, sobre todo por salvaguardar la autoría de un premio Nobel, es que es todo menos inocente, al fin y al cabo como las ideologías, que tampoco lo son, porque su persona de secreto está detrás de cada línea. He intentado ponerme en su edad y piel, porque al ser también mayor puedo entenderlo mejor, pero tengo que decir alto y claro que me ha parecido una declaración de principios existenciales y distópicos bastante preocupante, un tratado breve sobre la desesperanza y un alegato contra el futuro imperfecto al que estamos abocados por definición existencial.

A pesar de destacar en algún momento los principios salvadores de la amistad, la verdad es que cae permanentemente en un solipsismo existencial con pocas puertas de salida. Como no debo caer en la tentación de llevar a cabo un espóiler, sólo quiero destacar algunos rasgos que me han pre-ocupado (con guion) y mucho. Para empezar, la asunción amarga del deterioro físico y mental asociado a la edad mayor, por llamarla de alguna forma, trascendiendo incluso rasgos escatológicos de cuyos nombres no quiero acordarme ahora, aunque curiosamente den título al cuento. Me ha sorprendido la forma de recrear este paso a la descomposición del ser humano, porque es una metáfora dolorosa que aunque no hay que ocultar, sí debe asumirse con cierto recato en beneficio de todos y de uno mismo, aunque lo que se vierte en palabras es la autodefensa de la más estricta y dolorosa soledad humana, probablemente acompañada pero no querida ni deseada, al ser una realidad constatable en últimos y rigurosos estudios científicos.

La nostalgia de la cultura pasada también es tratada por el protagonista, con preguntas inquietantes: “¿Será que la cultura ya no tiene ninguna función que cumplir en esta vida? ¿Qué sus razones antiguas, aguzar la sensibilidad, la imaginación, hacer vivir el placer de la belleza, desarrollar el espíritu crítico de las personas, ya no hacen falta a los seres humanos de hoy, pues la ciencia y la tecnología pueden sustituirlos con ventaja? Por eso será que ya no hay Departamentos de Filosofía en ninguna universidad de los países cultos de la tierra”.

A la situación descrita anteriormente hay que unir su aproximación desesperanzada a la nuevas tecnologías, donde los ordenadores lo cubren todo como rivales de la cultura auténtica, algo que personalmente había tratado en este cuaderno digital en 2011, cuando Vargas Llosa escribió una entradilla muy preocupante en un artículo que no olvido: Más información, menos conocimientoPIEDRA DE TOQUE. La imparable robotización humana por Internet cambiará la vida cultural y hasta cómo opera nuestro cerebro. Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos nosotros.   

Desde la página 12 en la que aparecen estos desequilibrados, a los que el protagonista les pregunta por qué los llamaban así, sin saber bien sus protagonistas a qué era debido: “Alguien fantaseó: “Tal vez nos pusieron ese nombre los que creían que éramos un peligro para la sociedad. Aunque después se dieron cuenta de que eso no era así, el nombre quedó. A nosotros, o, por lo menos a mí, no me importa”. “A esa palabra, “nosotros”, la hemos desahuciado”, afirmó una de las chicas. “De haber sido un insulto, la volvimos una virtud”, la apoyó su vecino”, se asume como una realidad flagrante que desestabilizan posiblemente el mundo al que estamos abocados si los dioses correspondientes de cada época no lo remedian, hasta la página 17, se pueden entrever las cargas de profundidad del cuento, matizadas después por pronunciamientos claros sobre el automatismo de la vida, la religiosidad y la función histórica del catolicismo.

En el cuento todo pasa en un día, que puede ser una vida, al que incluso le sobran horas, como diría bien otro Premio Nobel, Juan Ramón Jiménez. Me quedo con el pensamiento del Nobel de Moguer, traído del sánscrito en su Diario de un poeta recién casado, completando su principio de realidad en la vida de cada uno con su cadaunada, la que no comprende el protagonista del cuento de Vargas Llosa, para poder entenderlo mejor, en el que ha quedado claro que lo de menos es la respuesta al dilema del cotilleo sobre la vida personal del Nobel, sino su soledad sonora, juanramoniana por cierto: ¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve transcurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la hermosura. El día de ayer no es sino sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, este día!

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UCRANIA, GAZA, LÍBANO, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL

¡Paz y Libertad!

La sinfonía y el relato de “Pedro y el lobo”, no estuvieron ayer presentes en el Congreso de los Diputados

Sevilla, 21/III/2025

En 1935, la directora del teatro central infantil de Moscú, Natalya Sats, encargó al compositor Serguéi Prokófiev una sinfonía musical para niños, con el objetivo institucional de cuidar sus “gustos musicales” desde la infancia. De esta forma y en tan sólo cuatro días, compuso Pedro y el lobo (Op. 67), estrenándose en Moscú el 2 de mayo de 1936, con una acogida fría y desfavorable. ​Han pasado casi 89 años y la sinfonía sigue teniendo un éxito continuo en sus múltiples representaciones mundiales, cuidando el guion original del relator, de contenido no inocente por cierto, tal y como lo concibió él, respetando la tradición de sus padres al contárselo, en su ciudad natal, Sontsivka, en el Donetsk, región de la actual Ucrania, concretamente en una de las zonas más castigadas hoy por la invasión rusa. Lo que deseo resaltar de aquel guion original utilizado por el narrador junto a la partitura compuesta por Prokófiev, es que Pedro, un niño perteneciente a una organización juvenil soviética, que vive con su abuelo que es leñador, sabe que no debe salir solo al prado, ya que si lo hace le regañará su abuelo, porque le ha dicho que le puede atrapar un lobo. Un día, hace caso omiso de este consejo, porque él se considera valiente y que puede ser precisamente él quien lo atrape. Viendo cómo un lobo de verdad merodea por la casa, cazando un pato, Pedro se sube a un árbol próximo, pide a un pájaro que ya conocía que sobrevuele encima del lobo para distraerlo mientras él prepara un nudo corredizo, consiguiendo enlazar al lobo por la cola, logrando atar al lobo al árbol. En ese momento llegan tres cazadores que venían rastreando al lobo y se preparan para darle caza finalmente, aunque Pedro les convence para que le ayuden a llevarlo vivo al zoológico. Y todos emprenden un desfile triunfal hacia el zoo, celebrando felices el fin del terror. La moraleja de Prokófiev es clara, porque el argumento va de exaltación de héroes frente al miedo, de no vengarse de nada ni de nadie y de no matar a cualquier precio. El contexto histórico en el que compuso la sinfonía tampoco era inocente.

Lo ocurrido ayer en el Congreso de los Diputados, me ha recordado esta obra extraordinaria de Prokófiev, al aprobarse de forma sorpresiva la salida del lobo del listado de especies protegidas (Lespre) con los votos del PP, Vox, Junts y el PNV, escondida en la Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, incorporando a última hora tres enmiendas en el Senado con el objetivo de desproteger a la especie al norte del Duero donde se concentra el 95% de lobos en el país, volviendo a la situación anterior a septiembre de 2021, abriéndose también la puerta a permitir su caza también al sur del Duero, una vez que Europa apruebe definitivamente la Directiva Hábitats, mediante la cual la especie pasa de “estrictamente protegida” a “protegida” en el Convenio de Berna sobre la conservación de la naturaleza. La modificación aprobada ayer permitirá que una vez aprobada la Ley las comunidades autónomas se harán cargo de la gestión de la especie y determinarán cuántos ejemplares se matarán.

Ante el resultado de la votación, la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Sara Aagesen, ha manifestado que «Se ha tomado una decisión en contra de la ciencia. Se ha tomado una decisión precipitada e imprudente, sobre todo sabiendo que llevamos meses trabajando con las comunidades autónomas para poder tener el censo del lobo en España. […] Se ha tomado un atajo, unas medidas, insisto, precipitadas, que lo dejan desprotegido», reconociendo que ha sido un día triste para el Ministerio y todos los que quieren proteger la biodiversidad. Según fuentes oficiales del propio Ministerio, la última comunidad que remitió los datos sobre el lobo lo hizo hace dos semanas y la previsión era tener los datos del censo listos en junio o julio: «Habíamos iniciado una gestión de la especie diferente, responsable con la especie, pero también con los ganaderos. Somos sensibles a la afectación que tiene para los ganaderos. La protección de la biodiversidad no puede ser un coste para ellos».

Salvando lo que haya que salvar, la sinfonía de Prokófiev sobrevoló ayer el Congreso de los Diputados en su sentido contrario. El relato que acompañó el compositor a la Sinfonía no se escuchaba con fuerza. Estamos advertidos de los peligros del lobo, pero el Gobierno actual, a modo del protagonista del relato de la sinfonía, casualmente de nombre Pedro, que tiene la responsabilidad de cuidar la legislación actual de protección del lobo según la LESPRE, cree que las cosas se pueden hacer bien desde el punto de responsabilidad legislativa, científica y de escucha a los actualmente afectados por la presencia del lobo en sus territorios, como ha afirmado la ministra responsable de esta situación, cuidando como el niño Pedro de Prokófiev, de controlarlo, protegerlo de sus cazadores porque el peligro de extinción sigue presente y sólo una diferencia, procurar que no los maten sin más, llevándolos a una situación de hábitat controlado en beneficio del interés general, humano sobre todo.

Curiosamente y en estos días, cuidando su “gusto musical”,  he estado leyendo a mis nietos este cuento, Pedro y el lobo, en una versión preciosa, fiel al texto original de Sergey Prokófiev, nombre y apellido que ellos pronuncian perfectamente, explicándoles el contenido musical de la sinfonía y el sonido de cada instrumento, así como la moraleja auténtica, no la de Disney y otras corporaciones no inocentes como multinacionales en la reinterpretación de estas fábulas y cuentos convertidos en mercancías, a veces abusando del miedo, siendo el lobo un animal propicio. Conocen ya los instrumentos y la asignación que el compositor hizo de ellos a cada personaje en la sinfonía, por lo que he tomado conciencia de que para ellos soy el fagot de la orquesta. El que quiera entender que entienda, porque esta fábula se puede hacer extensiva, cada día, a lo que sucede en el Congreso de los Diputados y en el Senado de este país. También, a lo que ocurre a diario en este mundo al revés. Al buen entendedor o entendedora, pocas palabras bastan ante los que gritan «¡Que viene el lobo!«, sin entender su destino en la naturaleza o en el miedo ancestral mal entendido que su mera alusión nos acompaña desde hace siglos.

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UCRANIA, GAZA, REPÚBLICA DEL CONGO Y RUANDA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL,

¡Paz y Libertad!

Los cuentos originales de los hermanos Grimm que nunca leí

Los hermanos Grimm y la invención del género del cuento

Sevilla, 19/II/2025 – 09:00 h (CET+1)

Cuando era niño y leía los cuentos tutelados por el Régimen, no sabía lo que los hermanos Grimm contaron en la primera versión de sus cuentos publicados en Berlín el 20 de diciembre de 1812, Cuentos infantiles y del hogar, que desde 2005 son Patrimonio de la Humanidad: “Son las personas las que se les van muriendo a los cuentos y no los cuentos los que se les mueren a las personas”. Enigmática frase, pero real como la vida misma, sobre todo si la aplicamos a los cuentos de Grimm, secuestrados y manipulados por el candor no inocente del imperio Disney y… otros imperios, porque para ellos eran crudos y obscenos. La Cenicienta, Blancanieves, La bella durmiente o Hansel y Gretel, entre otros, llevan dentro una intrahistoria asombrosa y desconocida para millones de niños y niñas de este loco mundo al revés. Es curioso constatar que la célebre Caperucita de Perrault, fue también manipulada por los hermanos Grimm (cazadores cazados, al fin), publicando una versión más edulcorada, más del gusto burgués de la época, aunque tengo que confesar que hoy día, puestos a interpretar la célebre historia de la niña, la abuela y el lobo, me quedo con la de Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan, recuperada felizmente este año en el que se cumple el centenario del nacimiento de esta célebre autora.

¿Por qué escribo hoy sobre estos cuentos infantiles y del hogar de los hermanos Grimm? Fundamentalmente, porque reconozco que los leí edulcorados, maquillados, con una carga religiosa y moralizante abrumadora, nunca como fueron publicados en origen y esa realidad me lo ha recordado la Fundación Juan March, al anunciar un ciclo de conferencias, Los hermanos Grimm y la invención del género del cuento, que comenzó ayer. Además, con la intervención de una germanista excepcional, Helena Cortés Gabaudan, autora de Los cuentos de los hermanos Grimm tal como nunca te fueron contados, un libro imprescindible para comprender el verdadero alcance ético de los cuentos publicados originalmente por los hermanos Grimm.

Me ha parecido de sumo interés leer la sinopsis oficial de las dos conferencias: “Todo el mundo cree conocer los cuentos de los hermanos Grimm, pues sin duda son los más populares del mundo occidental, y sin embargo muy poca gente los ha leído en traducciones fieles. Casi siempre se trata de adaptaciones, y mucho menos se conocen las primeras versiones de estos relatos antes de que los propios Grimm los sometieran a una profunda modificación, tanto de sus aspectos formales como del contenido, afín de adaptarlos al nuevo gusto de las familias burguesas de la épica posromántica. De esta forma, suavizan las referencias sexuales, añaden alusiones religiosas, eliminan aspectos crueles, y, al mismo tiempo, alargan mucho los textos, añaden escenas secundarias y eliminan el lenguaje tosco y grosero. En definitiva, refinan mucho el estilo consiguiendo un producto mucho más literario y los cuentos ganan en belleza a la vez que pierden en autenticidad. En estas conferencias daremos a conocer a los hermanos Grimm y explicaremos todo el proceso por el que llegaron a acuñar un género literario nuevo, a medio camino entre el cuento de tradición oral del folklore europeo y el “cuento de artista” romántico, un género que les dio la fama mundial y que viene siendo imitado desde entonces. Hablaremos también del proceso de recopilación de los cuentos y de quienes fueron los informantes de los Grimm (de nuevo, algo muy distinto de lo que se cree). Además, explicaremos el simbolismo que a nuestro modo de ver tienen los cuentos. En la segunda sesión de conferencias escucharemos algunos cuentos o fragmentos cuya simbología y aspectos más destacados serán explicados al público”.

Volveré a leer estos cuentos verdaderos, sin maquillaje alguno. He comprendido bien la frase del prólogo de la primera edición: “Son las personas las que se les van muriendo a los cuentos y no los cuentos los que se les mueren a las personas”. Estoy vivo todavía, consternado y conturbado con la deriva actual del mundo y el ocaso de la democracia, pero deseo enfrentarme al principio de realidad de esta situación, porque soy consciente de que los cuentos verdaderos, como los sueños, cuentos son, contando promesas y conquistas de las que estoy convencido de que, gracias a las ideologías del bien común, se pueden alcanzar. Terencio tenía razón: porque nada humano me es ajeno. Mejor dicho, no nos debería ser ajeno.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy desde la Fundación Juan March.

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