Fragmento de fotograma recuperado de http://www.elearningcyl.com/material.htm (Telefónica Learning Services), el 20 de julio de 2007.
Unas palabras del director de fotografía, Javier Aguirresarobe (1), me han devuelto la capacidad de activar la posibilidad de escribir una reflexión sobre la relación de la luz y el cerebro: «Somos creadores de sensaciones, debemos estar ocultos, ser los ojos del director«. Es apasionante el descubrimiento de la necesidad de la luz para la construcción diaria de la inteligencia humana. Las personas preocupadas por captar la luz verdadera de la vida, son capaces de generar sensaciones, saben estar ocultos en silencios cómplices y son los ojos de muchas personas, fundamentalmente de las que están más cerca. Y es imprescindible conocer bien el arte de captar la luz propia para conocer la de lo demás, la de los otros.
Aún así, la capacidad de ver, de aprovechar la luz cada segundo, es una de las habilidades que reflejan de mejor forma la auténtica libertad de las personas, porque los demás nunca podrán captar en su totalidad aquello que identifico como resultado de la luz, mi luz propia. La que a veces identifico para los demás. La que incluso necesitan. Y el cerebro sale siempre beneficiado con la gestión de la luz. Ya escribí en junio de 2007 sobre una estructura que funciona como un reloj en el cerebro, el núcleo supraquiasmático (NSQ), que “es muy sensible a la luz, que la necesita y regula de forma ordenada para dosificar las reacciones físicoquímicas del cerebro que actúa. Traduce (procesa) constantemente la información que recibe de la retina y su relación con la hormona melatonina, sintetizada en la glándula pineal (durante las situaciones de oscuridad), permite su síntesis y liberación a través del ritmo circadiano correspondiente, produciéndose el pico máximo de secreción durante la noche. Son momentos trascendentales en la vida humana. Saber cuándo ocurren estos acontecimientos hormonales en la vida de cada una, de cada uno, es una situación comprometida con el reloj biológico personal e intransferible. Sobre todo porque se escriben páginas que deben ser conocidas y tratadas con la intimidad que requiere este conocimiento de sí mismos”.
¿Sabemos que es la luz? Aprendí de un Diccionario muy querido por mí, el de Autoridades (RAE A 1734, pág. 441,1) que la luz es claridad, fulgor, esplendor y que propiamente se llama así porque difunde el Sol para iluminar el mundo. ¿Se puede definir mejor? Además, de acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española (RAE, 22ª edición), me quedo con dos acepciones, interesadas sin lugar a dudas, la primera: Agente físico que hace visibles los objetos, y la sexta: Esclarecimiento o claridad de la inteligencia. Ambas conviven a diario en nuestras vidas, junto a catorce interpretaciones más, como mínimo. La luz me permite ver los objetos, las personas, permitiéndome la inteligencia interpretar con todas sus consecuencias aquello que veo, las personas a las que miro, aunque probablemente sin la calidad y aptitud de Aguirresarobe, casi siempre, porque muchas veces no somos creadores de sensaciones, no sabemos estar ocultos, ni ser los ojos de las otras, de los otros.
De algo sí estoy seguro: soy el mejor director de fotografía de mi vida. De vez en cuando entro en los archivos del cerebro, en mi filmoteca privada y cotejo luces y sombras de mi propia vida. Solo, a través de la inteligencia creadora, pongo los títulos de crédito, banda sonora y diálogos. Gracias al cerebro creador, que no entra en guerra de mercado para lograr la alta definición, esa que la propaganda lucha por imponernos a toda costa, olvidando que la personal e intransferible es algo más que el Full HD 1080 de turno. Alta verdad, alta resolución de la propia vida, gracias a la luz, sin estándar alguno. Muchas veces, simplemente luz, en definitiva, al final de un túnel. Claridad para la inteligencia.
Sevilla, 26/VII/2009
(1) García, Rocío (2009, 25 de julio), El filósofo de la luz, El País (Babelia), p. 5.
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