Blas de Otero ya lo dijo en un momento crucial de España: me queda la palabra. Creo en ella, llevo trabajando a través de palabras desde que tengo uso de razón y la inteligencia me permitió hilvanarlas para grabarlas en mi cerebro y utilizarlas siempre como un tesoro muy apreciado en mi vida. Hablamos con frecuencia de dignidad, pero creo que no conocemos bien su significado real, su recorrido histórico en España desde el siglo XVIII, primera realidad de fijación histórica, limpieza de miras y ofrecimiento de todo su esplendor a través de los significados otorgados por las personas, en el argot de la Real Academia.
He investigado sobre su aceptación en los Diccionarios españoles, comenzando por uno que aprecio mucho (1), como se ha podido comprobar en este blog, el de Autoridades (RAE A 1732), donde el lema dignidad, comprendida como el grado y calidad que constituye digno, todavía tenía una carga histórica ligada a la Iglesia, a la Corte y a la idea del hombre frente a la mujer, como lo traduce el ejemplo en relación con la utilización que hace Fernando de Rojas, en Calixto y Melibea, en boca de Sempronio, el criado de Calixto: “…Sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer”, aceptando el lema digno como correspondiente, proporcionado, conforme al mérito y dignidad del sujeto, referido fundamentalmente a acciones beneméritas o acreedoras de algún honor, recompensa o alabanza, con ejemplos muy vinculados a méritos a la realeza o a la prohombres de la Iglesia o a hombres de la sociedad renacentista.
En 1791, se aleja cada vez más el sentir ciudadano de la dignidad, para llevarlo a la cualificación de calidad que constituye digna una cosa o en la tercera acepción, cargo o empleo honorífico y de autoridad.
Había que esperar hasta la edición del Diccionario de 1884 (12ª edición), donde finaliza su Prólogo expresando que “A España entera importa que se conserve íntegra y pura y se enriquezca sin desdoro el habla que es agente eficacísimo de su gloria, prenda de su independencia y, signo de su carácter”, para encontrar por primera vez un eco social de la palabra dignidad: gravedad y decoro de las personas en la forma de decir y hacer las cosas, que permaneció hasta 1925, donde ya se incorpora en términos de actitud, conservando la primera parte de la definición: “gravedad y decoro”, pero sustituyendo “en la forma de decir y hacer las cosas”, por “la manera de comportarse”, que se ha mantenido hasta hoy en la 22ª edición y última de Diccionario de la Real Academia, publicada en 1992 (2). En la versión de 1927, se agrega un ejemplo muy clarificador en esta tercera acepción: Obrar con DIGNIDAD; perder la DIGNIDAD [sic], que desaparece en la versión de 1956 y volviéndose a recuperar en la de 1983, desapareciendo finalmente y de forma sorprendente en la de 1984 y así hasta nuestros días.
Estoy también interesado en contextualizar en 1884 los vocablos gravedad y decoro, para conocer cómo se comprendían los mismos en la sociedad contemporánea a la publicación del Diccionario. Gravedad, se admitía en su segunda acepción, como compostura y circunspección. Decoro, desde la segunda a quinta acepción: circunspección, gravedad; pureza, honestidad y recato; honra, punto [hablando de las calidades morales buenas o malas, extremo o más alto grado a que éstas pueden llegar. Pundonor], estimación. Compostura (sexta acepción): modestia, mesura, circunspección. Circunspección (dos acepciones): atención, cordura, prudencia; seriedad, decoro y gravedad en acciones y palabras.
Finalmente, desde 1992, el Diccionario de la Lengua Española, se refiere a la Circunspección como prudencia ante las circunstancias, para comportarse comedidamente, así como seriedad, decoro y gravedad en acciones y palabras.
Después de más de dos siglos de andadura en el lenguaje de nuestro país, podemos fijar bien la palabra dignidad, sin adulterarla ni contaminarla, respetando su propia historia social, aceptando que es una palabra muy apreciada, compartiendo su raíz histórica y de arraigo popular. Una persona digna es un ejemplo siempre de seriedad, gravedad y decoro en la manera de comportarse, es decir, manifiesta pureza, honestidad y recato; se aprecia y defiende su honra, estimación, modestia, mesura y circunspección, entendida ésta como atención, cordura y prudencia ante las circunstancias, para comportarse comedidamente.
Son unas condiciones muy estrictas para pertenecer al Club de las Personas Dignas, en cada aquí y ahora, con ayuda de Declaraciones Internacionales y Constituciones, pero ese es nuestro empeño al creer en el significado de esa maravillosa palabra, trabajando denodadamente para recuperar su auténtico significado activo, no impreso, y quedarnos con ella, tal y como lo aprendí -un día muy lejano- de Blas de Otero, en momentos difíciles de España.
Sevilla, 5/I/2012
(1) Real Academia Española (1990). Diccionario de Autoridades (Ed. facsímil). Madrid: Gredos (Orig. 1726-1739).
(2) Real Academia Española (2001). Diccionario de la Lengua Española (22ª edición). Madrid: Espasa.
Excelente análisis lingüístico,en América latina tanto tiempo esta hermosa palabra ha sido pisoteada y usurpada por los tiranos.
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