«Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez. Nunca veré cualquier cosa más aparte de esos ojos. Ellos preguntan.»
Antoine de Saint Exupéry, Terre des Hommes, 1939 (1)
Es necesario hablar de lo sublime. Me lo ha recordado la lectura de un magnífico artículo de opinión, Atrévete a sentir, publicado en el diario El País, el pasado 19 de julio. Todo es tan lineal y superficial que hablar de personas y realidades sublimes “provoca escepticismo o sarcasmo”. Pero existen.
La ramplonería manifiesta que nos invade hace muy difícil hacer sitio a lo sublime, entendido como lo define excelentemente la Real Academia Española: “Se dice especialmente de las concepciones mentales y de las producciones literarias y artísticas o de lo que en ellas tiene por caracteres distintivos grandeza y sencillez admirables. Se aplica también a las personas. Orador, escritor, pintor sublime”. Personas sublimes son aquellas que tienen una forma de pensar llena de grandeza y sencillez, admirables para los demás, que necesitamos encontrar a pesar de la dificultad simbolizada en Diógenes: buscamos personas sublimes, es más, las necesitamos localizar con urgencia ante tanta mediocridad.
Nos sobran objetos sublimes, frente a cualidades de personas con sublimidad ética sobre todo. Tanta noticia de la peor factura humana que podemos conocer, tanta guerra, corrupción política y la ausencia sistemática de valores en todos los órdenes de la vida, hacen que proclamemos la necesidad urgente de encontrar personas con perfiles sublimes.
¿Cómo podemos rescatar esta búsqueda urgente de grandeza y sencillez admirables? Creo que sólo existe un camino: los ideales, las ideologías, como marco que posibilita el desarrollo de personas sublimes, que hacen que el mundo sea más respirable para todos, porque engrandecen cada segundo humano. Un gesto de educación ciudadana hoy lo consideramos como algo excepcional, que nos llama la atención, porque traduce una posibilidad de ser sublimes. Lo refleja muy bien el autor de esta reflexión que comento: “Una sociedad sin ideal –y lo sublime es una forma de ideal- está condenada fatalmente a no progresar, a repetirse y a la postre a retroceder”.
Estamos viviendo momentos muy difíciles en nuestro país. Necesitamos hoy más que nunca, sin esperar a que terminen las “vacaciones” (metafóricamente hablando), ordenar y organizar la búsqueda de lo sublime en política, por este orden, legitimando mediante ordenamiento jurídico en todos los frentes necesarios, básicamente los que protegen derechos fundamentales, la nueva forma de organizarse el Estado aunque haya que “tocar” la Constitución, única vía para solucionar los graves problemas actuales de la forma de organizarse territorialmente y financieramente en España, con los desajustes clamorosos que existen en la atención urgente a los citados derechos fundamentales, entre los que se encuentra inexcusablemente el del empleo remunerado dignamente.
Sublime no es una palabra más del diccionario, difícil de entender en sí misma. Lo sublime se encuentra en aquellas personas que creen en la verdad, en que la vida es bella y se comprometen a hacerla bella todos los días, para sí mismos y para los demás. Además, porque lo sienten así, ante tantos aguafiestas de turno que se jactan en gritar a los cuatro vientos, sin hacer nada en este ámbito, que “eso es puro idealismo”. Pero ¿qué es lo auténtico?, ¿lo que tenemos y vivimos a diario, lo que leemos tristemente en las portadas de los periódicos, lo que nos transmiten tertulianos de tres al cuarto en las televisiones existentes en el país?
Necesitamos trabajar en esta línea de búsqueda de lo sublime, descubrir que existen personas en nuestro país que elaboran y transmiten conceptos y conductas que tienen por caracteres distintivos grandeza y sencillez admirables, no inocentes por supuesto: “En suma, grandes pensamientos (nobleza) y grandes sentimientos (entusiasmo)». Y anunciar a los cuatro vientos, que otro mundo es posible, incluso el microcosmos en el que vivimos todos los días, porque podemos pensar y sentir, afortunadamente, sin que tengamos que entrar en grandes superficies a comprarlo. Porque no es una mercancía, sino un derecho y un deber: “Kant dio el lema a la modernidad, ese “atrévete a pensar” (sapere aude) que todavía nos guía. Ahora nos convendría una exhortación pareja a dejarnos conmover, con entusiasmo crítico y bienhumorado, por todo lo grande, noble y hermoso de este mundo. El nuevo lema saldría de una ligera modificación del anterior, que no deroga sino complementa. Y sería sencillamente: “Atrévete a sentir”. Quizá, también, «atrévete a soñar».
Sevilla, 29/VII/2014
(1) Soñar en la Navidad: http://www.joseantoniocobena.com/?p=3334
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