Lo mediocre es peor que lo bueno, pero también es peor que lo malo, porque la mediocridad no es un grado que pueda mejorar o empeorar, es una actitud.
Todo mediocre cree haber descubierto lo que es poder: poder es poder hacer sufrir.
Jorge Wagensberg, Aforismos
Sevilla, 1/VI/2023
La mediocridad se ha instalado en nuestras vidas. En plena resaca electoral, quiero hacer hoy una reflexión sobre la mediocridad imperante en determinada clase política de este país, en la derecha cerril y ultra para ser más claros, basada en el «todo vale» sobre todo lo que se mueve, dice y piensa, con tal de atraer a adeptos a cualquier precio. No es la primera vez que abordo esta cuestión, vinculada también a determinados medios de comunicación y a las redes sociales que amparan estos desmanes tan poco democráticos. Es una tarea descarada, no inocente, como reflejo de lo que está pasando en la sociedad, caiga quien caiga o cueste lo que cueste incluso en términos éticos. He escrito en reiteradas ocasiones sobre esta perversidad social y vuelvo hoy a tratarlo porque el mundo camina por derroteros mediocres, a través de determinados políticos mediocres (no todos son iguales) que gobiernan creyendo que lo están haciendo muy bien, en un acusado efecto Dunning-Kruger, que supone para ellos mismos creer que lo saben todo sin tener en muchas ocasiones idea de casi nada. Es un mal endémico que hace estragos en cualquier estamento social, no sólo en la política, que acaba afectando a todos los órdenes de la vida.
Este escalafón tan alto de la mediocridad hace que las personas que la practican en general crean que lo que hacen es siempre lo correcto, sobreestimando su conocimiento, sus habilidades y sus actitudes, en una tríada conductual que da pánico. También, tienen una incapacidad metafísica que les impide reconocer que los demás pueden hacer algo bien y, por último, son incapaces de reconocer de alguna manera que casi todo en su vida es una gran mentira y que son extremadamente insuficientes, es decir, mediocres en estado puro. Pero viven del «todo vale» con una desvergüenza que da pánico, aunque saben que se hace mucho daño a las personas de bien. Por otra parte, ya no estamos para muchas contemplaciones filosóficas del tipo que formularon sobre el «todo vale», hace ya algunos años, Paul Feyerabend o Karl Popper, por elegir algunos exponentes claros de esta teoría, incluso si me perdonan esta elección, en la afirmación inconmensurable de Groucho Marx cuando afirmaba que “Estos son mis principios: si no le gustan tengo otros”.
Lo he manifestado públicamente en este cuaderno digital a lo largo de sus casi dieciocho años de vida: en el álbum musical de mi vida ocupa un sitio privilegiado una canción muy breve interpretada por Aguaviva, Ni yo tampoco entiendo, con letra del poeta malagueño Rafael Ballesteros, que procuro aplicarla todos los días por su mensaje final. El domingo finalizó el nuevo proceso de elecciones municipales y locales en el que nos hemos visto inmersos y que, por sus resultados, muestra de forma clarividente que todos, sin excepción, estamos obligatoriamente obligados a entenderlos: partidos políticos y ciudadanía, casi por igual, teniendo muy claro que la derecha no es igual a la izquierda, ni al revés, porque los votos son de los ciudadanos que votan con una determinada ideología, muchos siguiendo a pies juntillas el «todo vale». Pretendemos, con nuestro voto, ser dueños de nuestro destino, algunos con más ensoñación democrática que otros.
Los más antiguos del lugar recordarán esa preciosa canción de Aguaviva y sus estrofas finales, sobre nuestro destino: “De este mundo los dos sabemos poco. / Y sin embargo, estamos aquí, obligatoriamente obligados a entenderlo”. El escritor Manuel Rivas dijo una vez en su columna del superdomingo electoral de mayo de 2019 , en el diario El País, hablando de lo que hace verdaderamente daño a la política, nacional y europea, que “Hay mucha gente desencantada de la política, tal vez porque tenía de ella una visión providencial. Yo no estoy desencantado, ni encantado, porque no espero milagros. Me parece suficiente milagro una política que no haga daño. Aunque imperfecta, que no cause desperfectos. Que no penalice la libertad, que no normalice la injusticia, que frene la guerra contra la naturaleza. Una política que no se nos caiga encima”, aunque digámoslo alto y claro, los políticos mediocres del «todo vale», «creen haber descubierto lo que es poder: poder es poder hacer sufrir«, según escribió Jorge Wagensberg en uno de sus magníficos aforismos para comprender la realidad actual. Es lo que claramente hablando no estoy obligatoriamente obligado a aceptarlo y entenderlo.
¿Sabemos quienes son las grandes protagonistas del “todo vale” en el plató del gran teatro del mundo, de este país? Las personas mediocres que están muy cerca de cada uno de nosotros y que difunden este principio como si fuera el bálsamo de Fierabrás para tiempos modernos, porque se erigen en detentadores de esta falacia engañosa del todo vale, neutralizando y destruyendo mediante silencios cómplices a posibles competidores de la dignidad ética, votando por ejemplo a favor de políticos y políticas mediocres hasta la saciedad. La mediocridad centrada en el discurso de la ignorancia elevada a categoría suprema y omnisciente me sigue preocupando mucho y cada día que pasa vemos lo que nos rodea, más todavía por la situación actual del país y la mediocridad que nos invade en todos los ámbitos posibles, aquí, allá, acullá.
He reflexionado en diferentes ocasiones en este cuaderno digital sobre esta lacra social, porque constato que estamos instalados en el reino de la mediocridad. Por esta razón, no hay tiempo que perder y hay que desenmascarar a los mediocres con urgencia vital, dondequiera que estén, porque viven en un carnaval perpetuo. Este país no logra sacar distancia a esta lacra que nos pesa desde hace bastantes años porque ahora, en el país de los tuertos desconcertados, el mediocre es el rey del “todo vale”. Es una plaga que se extiende como las de Egipto casi sin darnos cuenta. Los encontramos por doquier, en cualquier sitio: en la política, en las artes, en los medios de comunicación social, en la educación, en los mercados, en las religiones y en las tertulias que proliferan por todas partes en el reino de la opinión. Los mediocres suelen meter la mano en todos los platos de las mesas atómicas y virtuales, en las que a veces nos sentamos, con total desvergüenza. Son personas de “calidad media, de poco mérito, tirando a malo”, como dice el Diccionario de la Real Academia Española. También, tóxicos o tosigosos, que suelen complicar la vida a los demás por su propia incompetencia.
Lo repito hoy hasta la saciedad: mediocridad de mediocridades, (casi) todo es mediocridad. Casi todo es de calidad media, tirando a malo, como nos enseña nuestro Diccionario de la Lengua, pero está de moda. Lo digo una y mil veces: los mediocres están haciendo de cada día su día, su mes, su año, de forma silenciosa. Al igual que Diógenes de Sínope, tendremos que coger una linterna ética y gritar a los cuatro vientos ¡buscamos personas dignas y honestas, no mediocres! Es probable que los mediocres salgan huyendo porque no soportan dignidad alguna que les puede hacer sombra, si es que alguna vez tuvieron cuerpo presente de altura de miras, que no es el caso. Ni de los que los eligen para puestos claves en la sociedad. ¿Qué quiere decir esto? Que entre tibios, mediocres y tristes anda el juego mundial de dirigir la vida a todos los niveles, nuestro país incluido, con especial afectación en determinados partidos que nos representan. Cuando los mediocres se instalan en nuestras vidas, en nuestra política o en nuestro trabajo diario, hay que salir corriendo porque no hay nada peor que una persona mediocre con poder equivocado, además triste y tibia, sin dignidad alguna. Se erigen en reyes del “todo vale”, porque así tienen gregarios que nunca discuten nada. Pero es necesario estar orientados y correr hacia alguna parte, hacia la dignidad en todas y cada una de sus posibles manifestaciones. Es la mejor forma de luchar contra la lacra social de la mediocridad y sus indignos representantes, porque intentan invadirnos por tierra, mar y aire, sin compasión alguna. Cada vez tenemos menos tiempo para descubrirlos, aunar voluntades para ocupar su sitio y, de forma celular, boca a boca, recuperar tejido crítico social para crear nuevos liderazgos en nuestro país, tan dañado en la actualidad y que tanto los necesita. Sólo basta, como muestra, conocer bien los resultados de las últimas elecciones municipales y locales en nuestro país.
Fundamentalmente, porque todo no vale y porque tengo unos principios que, si no gustan, lo siento: no tengo otros. A los reyes y a las reinas del “todo vale”, mediocres por definición, los definió de forma magistral Jorge Wagensberg, en el aforismo citado anteriormente y que no olvido, pero que reconozco que me da miedo: “lo mediocre es peor que lo bueno, pero también es peor que lo malo, porque la mediocridad no es un grado que pueda mejorar o empeorar, es una actitud. Todo mediocre cree haber descubierto lo que es poder: poder es poder hacer sufrir”: a los demás, a un país, a la política, a la audiencia, a la familia, a los compañeros y compañeras del trabajo, a cualquiera que se acerca a sus vidas del “todo vale”.
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CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

