De nombre Juan o Juana (III)

Artemisia Gentileschi (Roma, 1593 – Nápoles, 1654), El nacimiento de San Juan Bautista (c.a. 1635) / Museo del Prado

Sevilla, 24/VI/2023

Muchas personas llevan en nuestro país el nombre de Juan o Juana, en sus diferentes versiones, vinculadas en la celebración de su “santo “ al Bautista (24 de junio) o al Apóstol (27 de diciembre) -quien lo celebre a estas alturas de la supuesta laicidad del Estado-, como símbolo de una tradición multisecular que se perdió hace ya muchos años, cuando se decidía en el seno de cada familia el nombre de los hijos e hijas porque era un programa o proyecto de vida, es decir, el nombre encerraba en sus letras y grafía una historia personal y colectiva, familiar, que siempre se debía contar. Llevaban con mucho orgullo su nombre, su Vida. Era un momento apasionante que daba pleno sentido a la vida propia y a la de los demás.

Me imagino a los abuelos y abuelas sentados hace miles de años en las orillas de los ríos Tigris y Éufrates, en la actual Irak, preparando el gran acontecimiento del nacimiento de los nuevos descendientes de sus familias, porque los nombres que debían llevar no eran inocentes sino un programa de vida para formar parte de la genealogía familiar. Me parece una aventura extraordinaria que se debería rescatar como lección de la historia para cada uno, para todos. Hace bastantes años, concretamente el 22 de octubre de 1984, publiqué un artículo, Poner el nombre, en un periódico muy querido, “La Noticia de Huelva”, que sigue teniendo un valor especial para mí en su contenido y contexto plenos, porque refleja lo que sigo pensando después de casi treinta y nueve años, en un día inolvidable: el nacimiento de nuestro hijo, al que pusimos un nombre especial, Marcos.

Hoy, el día del nombre Juan o Juana (recordando el nacimiento del Bautista), bastante más extendido de lo que parece y alejado en una corriente laica del “santo” Juan (Bautista o Apóstol), muy cerca del simbolismo del fuego, convive con otros miles de nombres a pesar de su significado histórico extraordinario por lo que supuso para quienes lo adoptaron en familia como identidad para toda la vida. El nombre Juan era el testimonio vivo de un niño o de una niña que “tenían el corazón cerca de los que menos tienen”, porque Dios era “miseri-cordioso” (así, con guion) con esa familia (así se escribía en hebreo, Yohanan) y siempre “estaría cerca de ellos” porque era su protector. Además, para los que conocieron a Juan el Evangelista, sabían que el ciudadano Jesús de Nazareth, lo identificó siempre muy bien y le puso un sobrenombre, Hijo del Trueno, por su ímpetu juvenil. Para los que difundieron la crónica del otro Juan, el Bautista, saben que el nombre significó mucho en su vida, porque fue grande ante el Señor, que lo protegió siempre (de ahí su nombre), no bebió vino ni licor, estaba lleno de un espíritu nuevo, con una misión de vida especial: hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos.

Impecables proyectos de vida, según la historia, de unos niños y niñas de nombre Juan o Juana, que todavía hoy siguen siendo necesarios e imprescindibles. La historia sigue siendo una gran maestra de vida. Para que no se olvide, ni siquiera un momento.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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