
Los bits no se comen; en este sentido no pueden calmar el hambre. Los ordenadores tampoco son entes morales; no pueden resolver temas complejos como el derecho a la vida o a la muerte. Sin embargo, ser digital nos proporciona motivos para ser optimistas. Como ocurre con las fuerzas de la naturaleza, no podemos negar o interrumpir la era digital
Nicholas Negroponte, El mundo digital
Sevilla, 15/II/2024
Ayer se publicó en nuestro país un nuevo libro, Tecnofeudalismo, con un subtítulo calculado, El sigiloso sucesor del capitalismo, escrito por Yanis Varoufakis, autor a quien conocimos bien en 2015 como ministro de Finanzas en el gobierno heleno, una época en que Grecia resurgió serena y democráticamente en un amanecer hacia nuevos horizontes políticos que, por desgracia, no tardaron mucho en desaparecer estrepitosamente. El planteamiento reflejado en esta obra nace de un hilo conductor claro y contundente, sobre la base de que “el capitalismo ha muerto y el sistema que lo reemplaza no es mejor”, según se plantea en la sinopsis oficial del mismo: “Las dinámicas tradicionales del capitalismo ya no gobiernan la economía. Lo que ha matado a este sistema es el propio capital y los cambios tecnológicos acelerados de las últimas dos décadas, que, como un virus, han acabado con su huésped. Ésta es la principal conclusión a la que ha llegado el prestigioso economista Yanis Varoufakis tras años de estudio dedicados a desentrañar el origen y la transformación del sistema económico mundial. Los dos pilares en los que se asentaba el capitalismo han sido reemplazados: los mercados, por plataformas digitales que son auténticos feudos de las big tech; el beneficio, por la pura extracción de rentas. A partir de esta observación, confirmada por la crisis de 2008 y la provocada por la pandemia, Varoufakis ha desarrollado su teoría del «tecnofeudalismo», según la cual los nuevos señores feudales son los propietarios de lo que llama «capital de la nube», y los demás hemos vuelto a ser siervos, como en el medievo. Es este nuevo sistema de explotación lo que está detrás del aumento de la desigualdad. Sirviéndose de ejemplos que van desde la mitología griega y Mad Men hasta las criptomonedas y los videojuegos, este libro ofrece un arsenal analítico de valor inestimable para poder esclarecer la confusa realidad socioeconómica actual. Comprender el mundo que nos rodea es el primer paso para poder tomar el control, quizá por primera vez, de nuestro destino colectivo”.
Es verdad que casi todo lo que nos rodea está en la nube, fundamentalmente nuestra propia vida, porque nuestros datos vitales los poseen unos pocos y casi sin darnos cuenta. Estos nuevos propietarios o reyes digitales, son los dueños actuales del mundo y casi nada se mueve sin que ellos lo “autoricen” de una forma u otra. Ante esta realidad inexorable, vuelve a ocupar un primer plano la teoría del doble uso de los avances tecnológicos y digitales en el mundo digital, porque lo peor que puede ocurrir ante la lectura de este libro, que nos puede servir de ejemplo para otras lecturas, es que pasemos a formar parte de los tecnófobos radicales, que también existen, porque enfrentarnos a esta realidad sin criterio o principio ético alguno es como poner puertas al campo digital. La defensa sensata de la ética digital, como elemento revolucionario y transformador de la sociedad actual, que también existe en todas las proyecciones posibles, me lleva a leer con mesura lo expuesto por Varoufakis en su libro. Muestra de ello es que en 2001 ya lo expuse en este cuaderno digital, en un momento especial en mi vida profesional: “No pertenezco a la legión de embajadores del tratamiento de la informática como los proclamadores de la buena nueva digital, del evangelio digital, en frase de Hans Magnus Enzensberger, aquellos que declaran a los ciudadanos como ignorantes molestos. No soy tampoco vendedor de cajas de trucos pragmáticas, en expresión del mismo autor. No me gustan las brechas digitales… Lo que he venido haciendo desde que tengo uso de razón es buscar sentido a la vida cualquiera que sea la posición que se ocupa en ese momento en el vivir diario”.
Hoy, al aproximarme al libro de Varoufakis, he vuelto a encontrarme con Enzensberger, en una entrevista realizada por el maestro Juan Cruz, que he leído varias veces, porque me volvió a sorprender su frescura mental cuando ya había alcanzado 87 años de experiencia vital, en el marco temporal de la publicación de su último libro, Reflexiones del señor Z. o migajas que dejaba caer, recogidas por sus oyentes. Han pasado veintitrés años y he recordado de forma entrañable un artículo suyo, El evangelio digital, publicado en Revista de Occidente, que me conmocionó en momentos transcendentales de mi carrera pública digital, fundamentalmente porque hacía una defensa de la ciudadanía tildada presuntamente de “ignorante”, “sierva” según Varoufakis, que ha vuelto a rescatar en el libro citado, sobre todo por las precauciones que hay que tomar en la llamada sociedad de la información y del conocimiento, así como por lo que fabrican algunos intelectuales a través de los departamentos de tonterías [sic], que incluso algunas pueden ser digitales por el uso y abuso desordenado de medios electrónicos (teléfonos inteligentes, tabletas, televisión, nube, etc.): “Sí, en ese sentido hay una parte reaccionaria del señor Z. Naturalmente estos aparatos no le gustan: no tiene móvil, lo rechaza, por tanto no tiene Twitter, ¡no, por favor, qué horror! En él hay todos los aspectos: el sabio, pero también el provocador, el gurú, el payaso… ¡Sí, está entre Sócrates y Jeff Koons! [risas]. Y sí, esta es una enciclopedia que alerta contra la estupidez humana. Pero tengo la cortesía de escribir libros breves; creo que es más amable que imponerle al público libros de mil páginas”.
Indiscutiblemente, hay que leer entre líneas estas afirmaciones sin darles patente de corso, porque es indudable que no dice tonterías de intelectual de tres al cuarto. Me ha preocupado siempre su reflexión acerca de que a veces digitalizamos tantos procesos humanos que se llega a considerar a los ciudadanos como ignorantes molestos por el mundo analógico en el que creemos que están instalados, pasando a formar parte del macromundo de torpes digitales, por qué no, siervos digitales también en el tecnofeudalismo actual. En todo se debe marcar siempre una delgada línea roja, sobre todo cuando la equidad digital sigue siendo una quimera en la sociedad actual donde se están tomando decisiones desde determinados centros de poder digital, por personas que caben en un taxi (digital, por supuesto) y que pueden llegar a afectar a la quintaesencia del ser humano (1), magníficamente expuesto también por Varoufakis.
Juan Cruz aborda con delicadeza una cuestión esencial para una persona de tan dilatada vida intelectual, con la prevención digital que tanto lo ha caracterizado. Su protagonista, el señor Z, “dice que la avalancha de información se evaporará. Y añade que “existe vida más allá de los medios”. Ante esta observación, Enzensberger se muestra en estado puro: “Yo también digo que en este momento todos los medios hablan de la digitalización y predicen que todo ha de ser digital. ¡Abajo con el papel, es demasiado analógico! No estoy de acuerdo: yo como analógicamente, duermo analógicamente… Este es un sistema analógico. La rodilla es analógica, la lengua no es un ordenador. ¡No hay que exagerar con lo digital, no es la solución de todo! Los industriales dicen que hay que digitalizar lo más posible, porque hay capacidad de reducir el tamaño de las máquinas… ¿No te parece que se muere también analógicamente, no digitalmente?”.
Con esta reflexión, he vuelto a pensar en el maravilloso avance de la sociedad digital, aquél mundo que preconizó Negroponte y que ha aportado a la humanidad avances tan espectaculares y que, personalmente, fue un revulsivo en mi vida personal y profesional. Pero tengo que reconocer que tengo una profunda inquietud sobre la deriva digital que se está viviendo en el mundo actual, centrado todo en la acumulación de ese poder -digital por supuesto- en sólo unas cuantas personas que lo detentan sin compasión humana alguna y que se refugian en la llamada “nube”, que no se sabe a ciencia cierta dónde está, ni se la espera en el llamado “principio esperanza” para alcanzar la libertad en democracia, digital también, por supuesto. Voy a leer con intención sana este nuevo libro de Varoufakis, fundamentalmente porque vivo una ardiente impaciencia digital (Neruda, dixit), ya que lo que verdaderamente me preocupa es que todo está tan maravillosamente bien planificado desde la revolución digital en este siglo XXI, superando por goleada a la industrial de antaño, en sus sucesivas versiones, que lo único que sobra realmente es la persona “ignorante molesta”, “sierva digital” en definitiva, a la que no se le suelen ocurrir las tonterías de los intelectuales altaneros, tecnofeudales de nuevo cuño, a los que criticó hace ya muchos años Hans Magnus Enzensberger.
Ya que hablamos del mundo digital, una cosa más, que diría Steve Jobs en sus intervenciones clásicas. Estoy convencido de que los ordenadores, el software y el hardware inventados por el cerebro humano, incluso la todopoderosa Nube, es decir, el conjunto de tecnologías informáticas que son el corazón de las máquinas, permiten hoy creer que llegará un día en este “siglo del cerebro”, no mucho más tarde, en que sabremos cómo funciona cada milésima de segundo, y descubriremos que somos más listos que los propios programas informáticos que usamos a diario en las máquinas que nos rodean, en la Nube, porque sé que la inteligencia humana, digital, es decir, la base de la inteligencia artificial, puede y, sobre todo, debe, desarrollar la capacidad y habilidad de las personas para resolver problemas utilizando los sistemas y tecnologías de la información y comunicación cuando están al servicio de la ciudadanía, fundamentalmente cuando seamos capaces de superar la dialéctica infernal de su «doble uso», es decir, la utilización de los descubrimientos digitales para tiempos de guerra y paz, como en el caso de los drones que sobrevuelan hoy de forma mortífera sobre Ucrania y Gaza o de la fabricación de los chips que paradójicamente se usan lo mismo para la consola PlayStation que para los misiles Tomahawk. Ese es el principal reto de la inteligencia en la Nube: superar el tecnofeudalismo digital, que sí es verdad que nos invade y que ha venido para quedarse entre nosotros, para que podamos tomar de nuevo el control democrático del mundo actual, humano, por supuesto, en beneficio de todos y sin excepción alguna.
En el contexto comentado anteriormente, la reflexión de Negroponte que encabeza estas líneas sigue estando muy presente en mi vida, después de un largo recorrido digital: Los bits no se comen; en este sentido no pueden calmar el hambre. Los ordenadores tampoco son entes morales; no pueden resolver temas complejos como el derecho a la vida o a la muerte. Sin embargo, ser digital nos proporciona motivos para ser optimistas. Como ocurre con las fuerzas de la naturaleza, no podemos negar o interrumpir la era digital.
(1) Morozov, Evgeny (2015, 16 de mayo). Siervos y señores de Internet, El País.com. Artículo extraordinario que demuestra que Internet tampoco es inocente.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA Y GAZA, ¡Paz y Libertad!

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