
Sevilla, 18/II/2023
Hoy se vota en Galicia su presente y futuro. La democracia nos enseña a respetar la importancia del voto, que nunca es inocente en este país, en un mundo que muchas veces se percibe al revés. El resultado, incierto a la hora que escribo estas líneas, debería ser un camino esperanzador para esta Comunidad a la que tanto aprecio, donde el Estado de Bienestar debería ser la piedra angular para salvaguardar el interés general gallego. Comprendí bien una frase de Camilo José Cela en mi visita a esa maravillosa comunidad en 2017, «Finisterre es la última sonrisa del caos del hombre asomándose al infinito», sintiendo hoy que las urnas permitirán a los electores gallegos, asomarse también al infinito amable del futuro digno y su más allá de ese extraordinario territorio.
He actualizado, a continuación, las palabras que escribí en este cuaderno digital sobre aquél viaje, profundizando hoy en que «nunca máis» se deben producir hechos que dañen el progreso de Galicia, siendo en el mundo un modelo de grito unánime de denuncia en las respuestas populares a situaciones incomprensibles para la dignidad humana.
«Hice el “camino” por Galicia, en aquella ocasión, por la Costa da Morte. Tenía una razón de fondo: la expresión “nunca máis” perdura en el tiempo de las respuestas populares gallegas a situaciones incomprensibles. Es verdad, nunca máis debe resonar siempre ante las injusticias de este mundo diseñado a veces por el enemigo. Fisterra, Muxía y Camariñas eran tres puntos de interés en aquella etapa. Eran bastantes kilómetros por recorrer en una sola etapa y solo quise aproximarme a una expresión de la naturaleza que no me defraudó ni en el fondo ni en sus formas. Las carreteras mostraban el verde “constancia” de Galicia, nunca mejor dicho en el año dedicado por Pantone a este color, su vegetación alterada por los eucaliptos (el «árbol del Estado», invasivo, que decía el sociólogo Mario Gaviria), sus colores vivos en las casas azules, verdes y violetas de cada Concello, de cada parroquia, los sempiternos hórreos, los difíciles límites territoriales porque todo se une en una expresión de proximidad lejana entre parroquias.
Llegué a Fisterra, el fin de la tierra española por Galicia, después de sentir el último abrazo de los pinos autóctonos. Es impresionante la aproximación al faro, presagiando que algo se oculta allí que se presenta ante nuestros ojos de forma descarnada, aunque no sean horas de luscofusco (crepúsculo). El camino estaba rodeado en sus arcenes por peregrinos de todo tiempo y lugar. Muchas preguntas me hago, con el debido respeto reverencial a quienes lo protagonizan, sin respuesta alguna. Cerca, en Serra, hay una placa dedicada a Camilo José Cela, con una frase programática: “Finisterre es la última sonrisa del caos del hombre asomándose al infinito”. Es verdad porque así lo sentí. Se sabe que en un chalé cercano recibió la noticia del Premio Nobel en 1989 mientras escribía páginas de Madera de boj, como una premonición existencial: «Ahora ya no es como antes, ahora la gente ha descubierto que la novela es un reflejo de la vida y la vida no tiene más desenlace que la muerte”.
Siguiendo la recomendación del libro de viaje por Galicia, Galicia, de Manuel Rivas, aparqué el coche para hacer el camino del faro, dejando de ser «volantista» por un tiempo. Es un edificio que acoge, desde 1853, el faro que protege la Costa da Morte, donde se reconocen hoy en día centenares de naufragios, siendo recordado especialmente por el gravísimo incidente del Prestige que comenzó el 13 de noviembre de 2002. Se divisa desde 31 millas (57 kilómetros). He conocido posteriormente que existe un edificio anexo, llamado eufemísticamente La Vaca de Fisterra, que también entró en funcionamiento en el siglo XIX para los días en los que la niebla impedía ver la luz del faro, pero que ya no se utiliza. Emitía sonidos estridentes cada minuto. ¡Qué sugerente! ¡Estábamos en el Finis Terrae de los romanos, donde los fenicios ya habían estado! Paseé de oriente a occidente y viceversa, asomándome a los acantilados, para descubrir el Océano Atlántico en su dimensión más oculta. Silencio sepulcral, solo roto por las olas al romper en el acantilado.
Continué el viaje haciendo «camino al andar» hacia Muxía, porque tenía claro que le debía una presencia de respeto para repetir una y mil veces su “nunca máis” ante cualquier situación intolerable en la vida ordinaria. Accedí al paseo marítimo, que me recibió en una tarde de agosto muy plácida, con el mar calmo y aproximándose a su limpia playa con delicado oleaje, muy lejos de lo que supuso para este enclave marino el desastre del Prestige. En la página web del Concello había leído días antes que “Muxía es una de las primeras localidades que afrontó las consecuencias [de este desastre] en forma de chapapote primero y de marea blanca de voluntarios que vienen a ayudar, después”. En Muxía, triste recuerdo, se hacían encajes para el Titanic. Fatales coincidencias de la historia del mar.
Finalicé el viaje en Camariñas, en busca del encaje perdido. Quería contemplar otra cara de la Costa da Morte, a través de una tradición que ha marcado épocas de gloria para este Concello. Contemplé en directo cómo se trabaja el encaje de bolillos, con una demostración sencilla pero admirable. El puerto me pareció especialmente bello, acompañado por el viento que presagia siempre la forma de ser y estar en esta Costa. Comprendí cómo ante situaciones difíciles de la vida, se entiende bien por qué hay que solucionarlas como haciendo encaje de bolillos.
Fue un día especial. Regresé a Cambados en silencio para intentar asimilar todo lo visto y no visto. Fue una lección espléndida de historia antigua y contemporánea. También, de la importancia que tiene la solidaridad humana, el nunca máis ante cualquier injusticia humana. Comprendí mejor que nunca el significado de la última sonrisa del caos cuando nos asomamos al infinito de la vida haciendo «camino» al andar, al viajar».
Cómo contrapunto a lo expuesto, me acerqué también a un lugar, San Andrés de Teixidó, que representa la Costa da Vida, donde el amor encuentra su verdadero sitio. El conjunto folk Luar na lubre, lo elevó a los cielos, poniendo una letra maravillosa a una canción milenaria, Romeiro ao lonxe, que hace tan sólo unos meses han vuelto a editar para que no se olviden las creencias gallegas, a las que hay que cuidar y respetar, porque nuestro caminar es, a veces, una peregrinación en busca del sentido de la vida.
Hoy, en el gran día de la democracia en su Comunidad, cobra un sentido especial. Votar es, al fin y al cabo, construir entre todos el milladoiro feliz de la canción, unas montañas de piedras que cada uno, cada una, con su voto responsable, ayudan a elevar a Galicia como ejemplo de democracia y dignidad humana para nuestro país, transformándola en un territorio mejor, sin dejar a nadie atrás, sobre todo a los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada, los ningunos, los ninguneados, como nos recuerda siempre Eduardo Galeano.
NOTA: la imagen del cartel se recuperó de http://estaticos.elperiodico.com/resources/jpg/4/6/twitter-vuelve-reivindicar-nuncamais-1350403353064.jpg
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA Y GAZA, ¡Paz y Libertad!

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